8/4/19

Pueblo sin ley


            El proceso al Procès tenía que ser algo más que un auto judicial y así está siendo. Es toda una cultura política la que está en el banquillo. El primer capítulo tiene por título “la ley y el pueblo”. El independentismo repite como un mantra que teniendo que elegir entre ellos, ha optado por el pueblo o, como dice Quim Torra “la democracia va primero”. Lo mismo dicen les exconsellers Jordi Turull, Josep Rull e tutti quanti: que obedecieron el mandato popular saltándose las leyes.

            No es un asunto menor este de la relación entre las leyes y la voluntad popular. Nada extraño que en un momento tan solemne se la traiga a colación. Lo que sí resulta sorprendente es la simpleza con que se la maneja porque sobre esto hay mucho dicho, escrito y pensado.


            La Declaración del Hombre y del Ciudadano de 1789, manifiesto político que desataría la Revolución Francesa, dice en su artículo sexto: “la ley es la expresión de la voluntad general”. Así de contundente. Esa profunda complicidad entre la ley y el pueblo es lo que nos permite hablar de Estado de Derecho. Y esto conviene entenderlo bien: la ley -la Constitución- expresa la voluntad general porque, además de que en un momento fue aprobada por la inmensa mayoría de los españoles, garantiza la igualdad de todos ante ella. Ese propósito firme de querer ser tratados como iguales es la voluntad general que subyace a la ley democrática. La voluntad general no se expresa sometiendo todo a plebiscito sino teniendo plena garantía de que con ella no se premiará al fuerte y se castigará al débil. Lo contrario a la voluntad general es la ley del embudo, por eso decía el gran Lacordaire que “entre el débil y el fuerte, la ley protege y la libertad oprime”. Y por eso nadie está tan obligado a cumplir las leyes como el político que recibe poder de la misma ley.

            Hay que reconocer en cualquier caso que existe un debate sobre el alcance de la ley y la primacía de la voluntad general. Es un debate académico que tiene múltiples expresiones: tensión entre la letra y el espíritu, entre la institución y el carisma, entre la ley moral y la ley jurídica. Lo que ahí se ventila es ofrecer a la ley positiva un espacio superior de desarrollo que lleve a nuevas y mejores leyes. Pero este debate, académicamente bien justificado, quien no puede permitírselo es el político elegido por las leyes de un Estado de Derecho. Si, como hizo Artur Mas, repudia a las leyes del Estado y del Estatut que le han hecho President porque siente interiormente la llamada del pueblo que clama por una tierra prometida, lo que está haciendo lisa y llanamente es sustituir la voluntad general por su santo arbitrio. Y esta deriva, que el jurista filonazi Carl Schmitt puso a disposición del hitlerismo, tuvo trágicas consecuencias.

            Nada de esto tiene sentido sin la clave nacionalista. Jordi Pujol ya apuntó en su día que para entender al nacionalismo catalán había que leer a Herder, un reaccionario pensador alemán que sustituyó la tríada igualdad-libertad-fraternidad de la Revolución Francesa por la romántica cuatríada tierra-sangre-religión-lengua. Pues bien, para completar la partida habrá que convocar a un nuevo personaje, el auténtico ideólogo del nacionalismo alemán que está sobrevolando por la Audiencia Nacional. Se llama Fichte, el autor de “Discursos a la nación alemana”. Para éste influyente pensador, la comunidad política es literalmente una iglesia que no hay que entenderla como una congregación de fieles sino como una comunidad habitada por un espíritu superior que conforma a sus miembros. Sin ese baño de espíritu nacional, una comunidad política sería una vulgar suma de individuos que tendría en común algo tan pobre como ser humanos. ¡Poca cosa en comparación a ser catalán o español! Pero ¿cómo saber en cada momento lo que ese espíritu fundante dice y exige? No votando, desde luego, porque ese espíritu no se expresa materialmente. Esa sabiduría es competencia de líderes carismáticos que captan el sentir del espíritu. Los llama “éforos”, visionarios capaces de leer lo que no está escrito. El problema con el que se topó el ideólogo del nacionalismo alemán es qué pasa cuando son varias las voces que hablan en nombre del espíritu. Pues pasa lo que esta pasando en Cataluña entre Junqueras y Puigdemont: que uno de los dos sobra. Ya vemos con qué dedicación se emplean para neutralizar al contrario.

            El seguimiento del espíritu del pueblo que predica el nacionalismo es agotador. De momento ya se ha cobrado el seny catalán y una buena dosis de racionalidad política. Como no hemos avanzado un paso, muchos se preguntan angustiados adonde quiere llevarnos, una pregunta legítima dado que tampoco se sabe de dónde nos trae. Lo que este proceso está dejando claro es que el Govern no organizó el 1-0, sino que se hizo sólo; que no hubo DUI (Declaración Unilateral de Independencia) sino todo lo más un mal pensamiento; que lo que fue considerado por Puigdemont “un referendum vinculante”, es sólo un papel mojado. Todo son sombras. Cataluña parece hechizada por el discurso nacionalista. Podrían aprender de Ulises que para escapar al mortal canto de las sirenas pidió que le ataran a un mástil. De momento el más firme de todos es la ley y este proceso se va a encargar de recordárselo.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 2 de marzo 2019)