23/7/19

Los trenes clandestinos siguen circulando


            Los ferrocarriles holandeses van a indemnizar a unos seis mil pasajeros por un viaje de ida que tuvo lugar hace 75 años. La noticia ha tenido una repercusión mundial por la singularidad del viaje y de los viajeros. Se refiere a un tren que salía regularmente de un campo holandés de concentración, Westerbork, en dirección a un campo de exterminio, cargado con pasajeros  condenados a muerte por haber nacido judíos o gitanos. Los nazis alquilaron, con el dinero sustraído a los pasajeros, 93 trenes holandeses para transportarles hasta los hornos crematorios de Auschwitz o Bergen-Belsen. El precio estimado por el transporte –unos 2,5 millones de Euros- es lo que ahora revierte sobre asesinados y supervivientes.


            Estamos desde luego ante un gesto moral, no exigido jurídicamente, que pone en evidencia el poder de la memoria capaz “de abrir expedientes que el derecho ha archivado”. Los lugares de la memoria tienen ese poder porque son ricos en significaciones. Aunque el delito haya prescrito, la memoria sigue clamando justicia.

            Sin minusvalorar la importancia simbólica del gesto reparador, sí procede llamar la atención sobre la repercusión de un gesto que viene del lado de los victimarios y colaboradores, pero que deja en la penumbra significados o señales que vienen del campo de las propias víctimas. De Westerbork, en efecto, llegan algunas noticias que reclaman nuestra atención. Allí concentraron, antes del último viaje, a Ana Frank o Edith Stein, la filósofa judía convertida al cristianismo. Dos destinos bien singulares que revelan la crueldad del hitlerismo. Ni la inocencia de la niña Frank ni el devenir de Stein en monja carmelita supusieron barrera alguna al exterminio del pueblo judío decretado por Hitler.

            Esto era bien sabido. Lo que, sin embargo, hemos tardado en conocer es la figura imponente de otra joven asesinada en Auschwitz que también pasó por el campo holandés. Se llamaba Etty Hillesum. Una joven mundana y agnóstica que quería ser escritora y que se tomó la lenta e imparable persecución nazi contra su pueblo como un excepcional material literario con el que hacerse un nombre. Claro que el sufrimiento de los demás puede ser un buen banco de datos para una carrera literaria, al precio, eso sí, de sacrificar la compasión. A eso no estaba dispuesta Hillesum. El sufrimiento extremo que generaba un lugar como ese acabó ahormando su personalidad. El diario y las cartas que escribió, conocidos 38 años después de su muerte, revelan una personalidad que se ha comparado con la del místico Maestro Eckart, la del escritor Kafka o del filósofo Kierkegaard.

            La primera reflexión que se hace es que no se puede explicar lo que está pasando echando mano de lo que nos han enseñado. Hay que reescribir todos los libros y repensar todos los pensamientos, los divinos y los humanos, porque “todo es campo”. La catástrofe humanitaria de Europa es de tal calibre que no hay lugares al abrigo de la barbarie. No vale la pena huir de los nazis porque la inmensa mayoría de los europeos les secundan. Tampoco ayuda sustituir ideologías totalitarias por otras, liberales, pues son éstas las que han generado a aquellas. ¿Entonces? Hay que pensar en una estrategia de combate que se sitúe el interior del campo: "no se puede cambiar el mundo", dice, "si antes no cambia el corazón y la mente de cada individuo". En esa inmensa soledad donde ha naufragado la humanidad de occidente, la única tabla de salvación está en nosotros mismos. Lo dice alguien que conoce la dimensión real del mal que asola al mundo y también el alcance de las armas de los aliados que luchan contra el fascismo. Esta joven mujer, en los breves momentos que le deja su activismo en el campo de concentración y consciente de que dispone de poco tiempo de vida, lanza a las generaciones posteriores un mensaje en una botella que nos acaba de llegar. La barbarie no es el resultado de cuatro perturbados sino producto de una cultura que es la nuestra. Para superarla no es aconsejable acudir a los lugares que hemos frecuentado. Hay que cambiar de estrategia y ésta pasa por centrarse en el ser humano que habita cada ciudadano y al hombre político. La solución, nos dice, consiste "en despertar lo que hay en cada uno de nosotros de radicalmente otro". ¡Curiosa propuesta! Nos invita a movilizar algo que está dentro de nosotros pero que nos trasciende. No se refiere a la indignación que provoca en cualquier bien nacido el sufrimiento del inocente. La indignación no tiene mucho recorrido. Hillesum está más bien convencida de que quien haga la experiencia de abrirse a los clamores del mundo, verá cómo despiertan en él nuevas formas de entender los problemas y nuevas formas de abordarlos. Habla así de "otros órganos de la razón, desconocidos incluso para nosotros mismos, que nos permitirán entender la catástrofe y hacerla frente".

            Bien están las indemnizaciones económicas aunque lleguen con retraso. Lo que parece definitivamente perdido son los ecos de las palabras que viajaron en esos trenes. A todos molesta la relación entre político y política y, en las últimas elecciones europeas, ganaron presencia los partidos de odio al otro. Es como si los trenes siguieran circulando.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 6 de julio 2019)