20/8/19

Primo Levi no pasó por Oñate


            Con la discreción que le caracterizó en vida, Primo Levi llama, en el momento de su centenario -nació el 31 de julio de 1919-, la atención en todo el mundo con un mensaje inquietante.

            Levi es conocido mundialmente como el gran testigo de la barbarie nazi. Otros supervivientes, como Imre Kertézs o Elie Wiesel, fueron premios Nobel; los ha habido más famosos y mediáticos, como Ana Frank, pero ningún testigo cuenta con la credibilidad de este judío de origen sefardí nacido en Turín. Lo que cuenta es inapelable y nos lo cuenta sin ira ni rencor, como un modesto testigo que expone ante el tribunal una experiencia para que éste juzgue. Y “los jueces sois vosotros”, dice Levi al lector.

            Lo que hace de Levi un testigo tan actual es que nos pide a cada uno de nosotros que tomemos posición sobre hechos que ocurrieron entonces pero que se pueden repetir. Auschwitz fue un laboratorio de la condición humana donde detectó problemas y conductas que nos acompañan como una sombra invisible.

            Su segundo libro, La Tregua, que narra la vuelta a casa, está recorrido por el sentimiento de vergüenza. La vergüenza es la mirada del superviviente sobre el desastre de la violencia. La víctima ve cómo los asesinos son considerados héroes; cómo el terror convierte en cómplices del crimen a respetables colectivos sociales, políticos, intelectuales o religiosos; cómo el miedo transforma a un pueblo honrado en un nido de cobardes y delatores. Y, lo más importante, ve cómo el terrorismo hitleriano acaba degradando moralmente a las propias víctimas, “la mayor de las infamias imaginables”. Pues bien, esa mirada tan singular es vergonzante porque obliga a las víctimas a preguntarse si pertenecen al mismo mundo que el de los asesinos. Se avergüenzan de pertenecer a la misma especie y, por eso, se preguntan en qué consiste ser humano.

            No se nace ser humano. La humanidad se conquista si se siguen  determinadas pautas conformadas tras muchos traspiés. Por ejemplo, el “no matarás” o el sentido de la culpa o la necesidad de pedir perdón. Si uno no sigue esa senda puede perder su humanidad.

            Lo que nos quiere decir Levi, apelando a la vergüenza del sobreviviente, es que, cuando descarrila la humanidad, como en la Europa de entonces, no valen paños calientes. Han fracasado los pilares civilizatorios que conducen a la humanidad. Por eso no valen excusas fáciles como decir “fue un error histórico” o “fue un momento confuso” o “todos éramos víctimas”…excusas que lo que piden es pasar página y olvidar lo ocurrido. Nada de eso. Primo Levi plantea las catástrofes humanitarias, aquella y las que puedan sobrevenir, como un ataque a la condición humana, a los pilares de la civilización. Y eso no se cura con aspirinas sino tomando conciencia de la erosión de las bases humanitarias.

            Si Levi se pone tan serio es porque piensa en nosotros. Nos quiere poner en guardia porque el peligro no ha pasado. Al final de su vida, un Levi ya muy cansado quiso resumir brevemente el peligro que nos amenaza. El campo, decía, comienza muy fácilmente. Basta decir que el forastero es un enemigo y, ya se sabe, con el enemigo hay que acabar. Y forastero es quien, siendo de otra sangre, tierra, religión o lengua, es considerado “otro”, alguien pues que no es de los “nuestros”. Con esos simples materiales se construye un campo de concentración. El servicio impagable de Primo Levi es contarnos lo que pasa en el campo, una vez construido. Nada del mundo idílico que prometía sus constructores. Levi cuenta lo que realmente pasó con los deportados y en lo que devinieron los carceleros.

            Estamos lejos de haber conjurado la repetición, a escala local, del naufragio moral que denunciaba Levi. Me refiero a los acontecimientos de Hernani y Oñate. Unos terroristas excarcelados han vuelto a sus pueblos, tras larga condena, sin haber aprendido ni olvidado nada. El pueblo les festejaba y ellos se sentían héroes. Al ver esas imágenes, podíamos comprender la vergüenza de la víctimas y hacernos las misma preguntas: ¿cómo convivir con quienes no han descalificado el crimen como arma política? ¿Qué nos une con los que consideran acto heroico el tiro en la nuca a un concejal inerme pero de otra ideología?

            Esa parte de la sociedad vasca que se siente identificada con los palmeros de estos pueblos tienen un problema. No han entendido que matar por una idea no es defender una ideología sino cometer un crimen. No han entendido que eso es verdad siempre. No sólo ahora, que les conviene, sino antes cuando estaban habitados por la locura terrorista. Y lo que se echa de menos por parte de los que en su momentos recurrieron a la violencia o la defendieron ideológicamente o la consintieron, es que no la condenen claramente. Ese silencio calculado es síntoma del naufragio moral que Levi nos obliga a tener presente. Sentir vergüenza por esos gestos es algo más que denunciar su obscenidad. Es entender que ese mundo abertzale ha perdido los anclajes humanitarios y que, hasta que los encuentren, no pueden ser interlocutores democráticos. Lo que ellos profanan es la propia humanidad y sin ella no hay democracia posible. A pensar así invita este Levi que hoy está en todas las bocas.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 3 de agosto 2019)