3/12/20

Sobre el origen de la igualdad y la responsabilidad que de ello se deriva

1. Rousseau, para explicar las injusticias y las miserias derivadas de la injusticia que caracterizan a las sociedades modernas, recurrió a la ficción de un estado natural.

            El recurso no era original. También lo vemos en Locke y Hobbes. La diferencia es que mientras éstos se lo tomaban como un estadio histórico de la humanidad, Rousseau sabía que era un supuesto imaginario. "Comencemos por descartar todos los hechos", decía en el célebre Discours sur l'inégalité. Los únicos hechos que le interesaban eran los de la sociedad de su tiempo. Y no los hechos al estado bruto sino los problemas políticos y morales que planteaban hechos tales como las desigualdades y sus secuelas. Eso es lo que recoge una de esas frases que definen la intención del Discours: "busco el derecho y la razón y no me peleo por los hechos"(1).

            El estado natural le va a permitir elaborar una serie de rasgos característicos del ser humano que al perderse en el camino de la constitución del estado o sociedad civil echarán luz sobre la profundidad de los problemas que plantea la sociedad moderna así como el sentido en el que deben dirigirse las soluciones. El objetivo del estado natural es la sociedad civil. Desde aquel horizonte se perciben con exactitud los problemas de legitimación que tiene el orden civil y se puede, por consiguiente, dar una respuesta adecuada.

            Pues bien el estado natural, en cuanto contrapuesto al estado civil, no se caracteriza tanto por su aislamiento o soledad como por ser un estado de independencia: los hombres son tan radicalmente iguales en el estado natural que cualquier sombra de sometimiento es inimaginable. Al contrario, los hombres, al unísono, son tan iguales entre sí como lo fueran los animales de la misma especie antes de que se produjeran las variantes que ahora conocemos(2). Por supuesto que se daban diferencias físicas e intelectuales entre aquellos hombres. Lo único que no se daba era razón suficiente para traducir esas diferencias en dominio del hombre sobre el hombre pues todos eran por naturaleza iguales y libres. El estado de independencia hace referencia a la libertad de individuos que al ser radicalmente iguales no hay título que cause o legitime dominio alguno.

            El hombre natural hay que imaginárselo como un ser autosuficiente, solitario, sin relación moral con los demás -"aucune sorte de rélation morale", dice en el Discours sur l'inégalité- y con una razón sólo en potencia: un ser desprovisto de vicios y de virtudes, aunque más próximo de éstas que de aquéllos pues propio del mismo es ese "amour de soi" o instinto de conservación tan distinto del "amour propre" u orgullo, propio del estado civil(3).

 2. Aunque nada hay en el hombre natural que permita divisar algo así como una inclinación natural hacia la vida en sociedad, lo cierto es que ésta se produce debida a factores externos que obligan a los hombres a vivir próximos y luego en sociedad. Y es la sociedad la que "deprava y pervierte al hombre", es decir, es la sociedad la que acaba con aquella "independencia" de la que disfrutaban aquellos seres iguales y libres. El tono de Rousseau no deja lugar a dudas: "el primero que al vallar un terreno, se apresuró a decir esto es mío y se encontró con gentes lo bastante simples para creerle, fue el primer fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, cuántas guerras, cuántas muertes, cuántas miserias y cuántos horrores habría ahorrado al género humano aquel que, arrancando los postes o rellenando el foso, hubiese gritado a sus semejantes: guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no pertenece a nadie"(4).

            Las desigualdades que encontramos en la sociedad civil son una injusticia porque suponen violentar o pervertir la situación igualitaria del estado natural. Ahora se ve el interés de la laboriosa descripción que ha hecho Rousseau del estado original: poder juzgar la profundidad del mal presente, a saber, que la desigualdad es una injusticia . La desigualdad social, vista desde la perspectiva de una igualdad originaria, es una injusticia. No es algo natural, ni tampoco una decisión de los dioses: es, pese a tantas opiniones difundidas, empezando por la de Hobbes, un producto de la sociedad ya constituída(5).

            Si hay que poner en el activo de la sociedad civil el desarrollo de la razón y de la moral, como dice en el Discours sur l'inégalité, que sólo estaban en potencia en el estado natural, suya es igualmente la responsabilidad por los males que el uso de la libertad y de la razón han acarreado(6).

            Nada más lejos de Rousseau que idealizar el estado natural: hay "indépendance", sí, pero ni moral, ni razón. Tampoco un descrédito total de la sociedad civil pues si con ella ha entrado el mal en el mundo, es ella la que debe y puede dar una solución.

 3. Tras señalar la característica del equilibrio y ajuste entre el hombre y la naturaleza en el estado natural, aparece ya un segundo rasgo profundamente inquietante y sobre el que de nuevo volveremos: que el ejercicio del conocimiento moral acarrea la "caída" o, dicho de otra manera, que la historia de la libertad conlleva una perversión de los bienes naturales. El mal radical histórico es el de la desigualdad, resultado de la apropiación particular de bienes comunes. Y eso se produce en la sociedad civil, es decir, cuando el hombre se decide a hacerse con las riendas de la historia. De esa manera concreta Rousseau el viejo relato bíblico según el cual la historia de la libertad supone la expulsión del Paraíso. Es un dato elocuente que preside todas estas reflexiones por más que no haya manera de explicarlo racionalmente: por qué el uso de la libertad acarrea el asentamiento de la injusticia. Rousseau no recurre a la ciencia ni a la historia para explicar ese paso sino a la ficción. El mito del origen entrega así su segundo pliegue.

 4. No cabe una vuelta al origen no sólo porque ése tal nunca existió sino porque la ficción acaba cuando al hombre se le abren los ojos al decidirse por el "conocimiento del bien y del mal". Y aunque el hombre se descubra desnudo no hay manera de volver a cerrarlos.

            Lo que entonces se le plantea al hombre moderno es reconquistar aquella condición de independencia pero desde la sociedad civil, esto es, desde la situación de dominio y sometimiento en que se encuentra utilizando, empero, lo que esa misma sociedad le brinda: el uso de la razón, la legitimación del dominio por la vía del libre consentimiento, ya que no cabe remitirse a exigencias naturales.

            Y esa es la tarea del Contrat Social. Ahora bien, no cualquier contrato vale, por muy libre que sea: sólo es válido aquel contrato que garantice la libertad e igualdad originaria aunque dentro de los supuestos sociales, a saber, teniendo en cuenta el pleno desarrollo de la razón y de la moralidad de los individuos. En este punto Rousseau se distancia de la mayor parte de sus contemporáneos, excepto de Montesquieu y Locke, para los que lo decisivo del pacto era la obligación de quien lo suscribía a someterse a las exigencias del mismo. Lo de menos era si había habido coacción o no a la hora de firmarlo: lo importante era el consentimiento dado, aunque fuera a la fuerza. Por ese camino se podía hasta justificar la esclavitud, como de hecho ocurrió. Para Rousseau, por el contrario, el contrato tiene que llevarse a cabo desde la libertad: libertad en el procedimiento y libertad como finalidad. Sólo así puede ser un contrato entre iguales(7).

            Es importante señalar que la respuesta civilizada al déficit natural que padecemos, por medio del Contrato Social, se centra en la propuesta de unas reglas de juego que, por un lado, rompan la inercia antinatural y desigualadora del estado civil mientras que, por otro, recomponen la igualdad perdida echando mano del civilizado libre consentimiento que es el gran bien del estado en sociedad.

            De nuevo vuelve a aflorar aquí una paradoja ya conocida. Por un lado, se considera la salida del estado natural como una grave e irreparable pérdida, como una expulsión de lo más propio. Por otro, en cambio, se da por buena la pérdida pues al fin y al cabo, como dirá Kant, "sólo en la desigualdad propia del estado civil podemos lograr civilización y cultura, a pesar de que dicha desigualdad resulte tan ingrata". Y, un poco después: "la sociedad civil es el único estado en que pueden desarrollarse todas las disposiciones naturales del hombre"(8). El desafío consiste en encontrar una ordenación del poder que no obligue contra la propia voluntad sino gracias a ella. De esta forma el hombre consigue realizar el sueño natural de independencia pero en y desde la sociedad civil.

            Se ve pues cómo el papel del estado natural, por muy ficticio que sea, no es meramente decorativo. Muy al contrario, es la fuente de la moralidad política aplicada al momento actual. No es lo mismo en efecto interpretar la desigualdades de la sociedad contemporánea a la luz de una igualdad originaria que como si siempre hubiera sido así. En el primer caso la desigualdad es una injusticia, en el segundo es una fatalidad. La respuesta a la desigualdad, en el primer caso, tiene que tender a satisfacer el derecho originario, esto es, restaurar la igualdad radical desde los supuestos de la sociedad civil: el uso de la razón y de la libertad.

            Cabe preguntarse en cualquier caso si es la visión del origen lo que permite calibrar la naturaleza de las insuficiencias presentes o son las insuficiencias presentes las que determinan el tipo de ficción originaria. Sea cual sea la respuesta lo que parece de momento conseguido es que sin ese recuerdo originario no hay manera de entender el presente. Y son clásicos de la Modernidad, como Rousseau y Kant, quienes plantean la relación entre mito y logos con una contundencia que no deja lugar a dudas sobre la importancia de la susodicha relación.

5. Para Kant la razón ilustrada es una razón autónoma y crítica. Porque es autónoma nada será de recibo que no pase por el tribunal de la razón. En cuanto crítica esa razón sabe que tiene que operar sobre una herencia recibida. Y expulsará a los límites de la racionalidad lo que no case con las exigencias de su autonomía. Por eso es crítica respecto a la herencia recibida.

            Villacañas caracteriza consecuentemente a la razón moderna como "ectypa"(9), esto es, derivada de un arquetipo que no es sino la teología y contra el que se confronta críticamente. La razón se constituye no desde la nada sino haciendo suyos o secularizando elementos arquetípicos recibidos por la tradición. La ficción rousseauniana sería una versión de esos relatos originarios sobre los que se mueve la razón histórica.

            Este planteamiento es, de nuevo, altamente paradójico pues, por un lado tenemos a un ser libre y racional en la historia que llega hasta nosotros y, por otro, ese mismo ser se autocomprende, en su fase pre-histórica, como una existencia dada, es decir, que escapa al poder de su propia libertad. El ser pre-histórico se da al hombre como su origen, su horizonte irrebasable, escapando así a la autonomía ilimitada que se supone a un ser libre.

            La paradoja es ésta: ¿de qué naturaleza es la libertad o la igualdad que reclaman su razón histórica cuando afectan a un ser cuya existencia o naturaleza la razón crítica se las encuentra como ya dadas?, ¿Qué principio-libertad es ése que tiene que arreglárselas y hasta trampear con la "condition humaine" tan poco libre ella? En la autonomía de la razón ¿cuánto hay de autonomía y cuánto de sometimiento?

            Kant nos invita a desistir de todo intento de explicación científica de la existencia originaria. Ésta, en efecto, se nos presenta siempre ante nosotros desde principios callados y ocultos. De ella no vemos sus principios sino su presencia. Por eso nos propone otro camino: el del mito.

            Es en los relatos míticos donde el hombre expresa sus condicionamientos naturales, es decir, aquello que recibe, de lo que es deudor y de lo que nunca podrá desentenderse. En los mitos se anuncia la conciencia de la libertad y también la imposibilidad de conseguirla. Y es reflexionando sobre los mitos donde el logos consigue elevarse por encima de esos condicionantes hasta la toma de conciencia de su libertad y la posibilidad de superar al destino.

            Esa es la función del mito. Y uno puede perder su conciencia de libertad si no tiene en cuenta la fuerza motriz del mito (gracias al mito, en efecto, el hombre sabe de la "indépendance" que poseyó en el estado natural) así como los límites que trae a colación (la carencia del uso de razón y de la moralidad). Para el logos esa referencia al mito es vital(10).

            En Kant, como en Rousseau, el mito más ilustrativo de la Modernidad, el que mejor explicaría los mecanismos y el precio de su historia de la libertad, es el mito judeocristiano de la expulsión del Paraíso. El relato bíblico expresa el desajuste real entre el hombre y la naturaleza, desajuste que se intenta superar en una historia de la salvación que es como una vuelta al Paraíso pero desde el valle de lágrimas que es la historia. Analicemos brevemente sus componentes.

            En primer lugar, en el estado natural se produce la perfecta adecuación de todos los seres naturales. "La historia de la naturaleza comienza por el bien porque es obra de Dios". Como dice Kant, esos hombres estaban colocados en una especie de jardín, con clima moderado y a salvo del ataque de las fieras. El instinto, auténtica voz de Dios de los animales y de ese hombre paradisíaco, era el mecanismo regulador de sus deseos y el que le llevaba a un perfecto entendimiento con las posibilidades de la naturaleza.

            La intención mayor del relato es, sin embargo, subrayar el hecho de su pérdida. Se narra la pérdida del estado natural por obra y gracia del uso de la razón y de la libertad, esto es, con el comienzo de la era histórica que sustituiría a la edad mítica. La historia acaba con el estado natural. Esa pérdida es vista como una caída o conciencia de culpa que lleva anexa el deseo de volver a aquel estado. Es la nostalgia de la tierra prometida que Israel ejemplifica como pueblo con su errancia a través de los tiempos y lugares.

            Esa vuelta, finalmente, no puede hacerse a cualquier precio pues el hombre no puede renunciar ya al uso de la razón, a la voluntad de hacer historia. El estado de naturaleza no puede ser pues la meta como lo era antes: ahora sólo puede ser un ideal a alcanzar a través del uso de la razón.

            La historia real del hombre es el lugar de la caída o abandono del ajuste natural; es, por consiguiente, el lugar de los sufrimientos derivados del imperio de las desigualdades. Pero también es el camino real de vuelta al origen. La historia es un extraño viaje en una locomotora dirigida por el hombre pero cuya meta ella tiene programada.

            El resultado de esa doble componente es la formulación de un principio adulto de igualdad fundado en la razón y cuya explicitación es el reconocimiento de la común dignidad de todos los hombres. Según Kant justo en el momento en el que el hombre le dijo a la oveja "la piel que te cubre no te ha sido dada por la Naturaleza para tí sino para mí", arrebatándosela y revistiéndose con ella, justo en ese momento se hizo la reflexión contraria, a saber, "que no le era lícito tratar así a hombre alguno" por la sencilla razón de que el hombre está "en pie de igualdad con todos los seres racionales, cualquiera que sea su rango, en lo tocante a la pretensión de ser un fin en sí mismo, de ser valorado como tal por los demás y no ser utilizado meramente como medio para otros fines". En esto y no en otras valoraciones más utilitaristas de la razón reside el fundamento de la absoluta igualdad de los hombres (11).

            La ficción lleva a Rousseau al Contrat Social que es la forma post-natural o convencional de realizar el ideal natural de igualdad.

            El relato de la expulsión del Paraíso lleva a Kant a buscar en la razón una fundamentación racional del principio de igualdad: lo encuentra en la común dignidad del hombre.

6. Se podría decir que la ficción de Rousseau y el relato bíblico de Kant son mitos que abastecen de significado a planteamientos políticos y morales post-míticos.

            Pero eso plantea un problema de difícil solución: el mito puede abastecer de sentido pero no permite planteamientos morales. En el mito, en efecto, quien padece la miseria, quien sufre, en cualquiera de sus versiones, se lo tiene bien merecido. Hegel recuerda oportunamente aquella frase de Antígona: "nunca sufrió el inocente". El que sufre es culpable. Para entender el alcance de esa afirmación -tan ininteligible cuando se contempla, por ejemplo, el sacrificio de niños inocentes- hay que ubicarla en un contexto más amplio, a saber: que las culpas se trasmiten de padres a hijos. Son muchos los que, como H. Cohen o W. Benjamin, han visto la esencia del mito en ese carácter inferido de la culpa(12).

            Si así fuera, el problema del "droit" que interesa a Rousseau no tendría sentido pues no habría manera de interpretar las desigualdades como injusticias.

            De ahí que si consideramos la ficción o la referencia al relato bíblico como mitos no hay manera de plantear el problema moral porque el mito llama al mito y el logos es una ruptura o profanación del mito. Habrá que preguntarse si no hay algo de abusivo en el recurso que hacen Rousseau o Kant del mito pues sabiéndose ya éstos del otro lado del mito -en el logos- recurren a aquél para que les diga algo sobre los límites de su libertad que el logos ignora. Otra cosa sería si el propio mito iniciara su propia superación abriéndose a la libertad en cuyo caso el relato originario estaría en continuidad con la reflexión crítica del logos.

            Quizá por eso merezca mayor atención de la que habitualmente se le presta a un planteamiento como el de H. Cohen que relaciona el presente con un relato originario pero un relato que es el del origen de la libertad.

7. Cohen, eximio representante del pensamiento judío moderno, se plantea, al igual que Kant y Rousseau, el problema de la moralidad de la realidad existente. Esa realidad, en Cohen como en Rousseau, está simbolizada en la "pobreza", en las desigualdades sociales. La pobreza sería la versión moderna o civilizada del viejo problema del mal; en la pobreza, en efecto, la humanidad se revela en estado de necesidad . Ese estado de necesidad de la humanidad es social, es decir, no afecta al individuo aislado sino en su relación con el otro ("die Mehrheit" lo llama Cohen). Por eso la respuesta tiene que ser social en el sentido siguiente: a través del sufrimiento del otro puedo yo convertirme en sujeto moral. Nótese el itinerario: el carácter social o intersubjetivo del sufrimiento es la clave cuyo desciframiento me permite convertirme en sujeto moral, ese desvelamiento consiste en comprender el sentido del sufrimiento, en elevar el sentimiento a conocimiento, pero ese conocimiento tiene que informar toda la naturaleza psíquica de la conciencia, es decir, tiene que traducirse en com-pasión(13).

            Ahora bien, este planteamiento del mal histórico como una realidad que exige una respuesta a cada caso individual pero desde la co-implicación del otro es lo que, según Cohen, sólo es comprenhensible desde lo que él llama religión de la razón , es decir, la racionalidad presente en el monoteísmo judío. Estaríamos ante un planteamiento que escaparía a la racionalidad de la ética moderna.

            Para entender esa línea divisoria hay que remitirse a la diferencia entre mito y monoteísmo. Ambos se oponen frontalmente. Y no sólo porque, de una manera general, todo mito es politeísta(14) en tanto que el judaísmo es monoteísta sino, de una manera mucho más particular, por algo que es aquí de capital importancia: la concepción de la culpa. Mientras que para el mito es colectiva y hereditaria, para el monoteísmo es individual e intransferible.

            La genialidad del monoteísmo judío sería, según Cohen, el haber descubierto, después de pasar por la fase mítica, la individualidad de la culpa. Eso se da en Ezequiel. Es este profeta, en efecto, el primero que entiende el pecado como el acto de un individuo y que en ese acto cifra el acta de nacimiento del individuo: "mediante el pecado propio el hombre se constituye en individuo"(15).

            La individualización de la culpa es capital para nuestro problema puesto que ahora uno sí puede saberse culpable o inocente. En el mito el hecho mismo del sufrimiento, sobre todo el proveniente de la miseria material, era señal de la culpabilidad subyacente porque esa no dependía de uno mismo. El héroe de las tragedias griegas sufre el destino como un castigo y aunque este destino escapa totalmente a su voluntad acaba entendiendo el castigo como "merecido" pues gracias a sus acciones -insisto, aunque hayan sido decretadas al margen de su voluntad- ha alterado el orden natural del cosmos. Y eso conlleva asumir "su parte" de responsabilidad (16). El protagonista judío, desde el momento en que se afirma que la culpa es individual, es decir, derivada de la acción libre del sujeto, puede saber que es inocente y que sufre sin merecerlo. Puede pues traducir su desgracia en términos de injusticia. La protesta contra la injusticia sustituye a la resignación del héroe griego ante el infortunio.

            Como se sabe la conciencia del sufrimiento injustamente padecido ha alimentado el tratamiento del mal por las distintas teodiceas. Pero Cohen da un giro importante al viejo tema del mal: el mal radical, el que constituye una injusticia que clama al cielo, no es el mal metafísico (muerte o catástrofes naturales) cuanto el mal histórico, simbolizado en la injusticia de la pobreza, pues la pobreza ha generado el mayor número de sufrimientos de la humanidad.

            Cohen insiste en dar un cambio radical al problema del mal por dos razones: si definimos un mal como metafísico hay que entenderlo como constituyente necesario del ser y de la historia humanos, algo que es inaceptable al pensamiento mesiánico y que nos plantearía el problema de la substantividad del mal. Si, por otro lado, identificamos el problema del mal en el mundo con el de la muerte, el problema del mal escaparía a la ética. Cohen es aquí muy contundente: "la muerte es un mal metafísico y sobre sus causas y posibles soluciones bien pueden cavilar los místicos. No es un tema para los éticos ni, por tanto, para la verdadera religión. Otra cosa es la enfermedad que forma parte del capítulo de los sufrimientos sociales. Y es el bienestar o malestar social lo que establece relación con la distinción moral"; o bien, "el verdadero enigma de la vida humana es la pobreza y no la muerte; decimos verdadero porque su solución exige veracidad y sólo es pensable desde la veracidad, mientras que la muerte es un enigma que sólo el místico puede desentrañar. La mística escapa a la veracidad, aunque contenga verdad"(17).

            Este punto es capital: en el contexto monoteísta el mal radical (es decir, el que se expresa en la desigualdad social que lleva a la pobreza de unos y a la riqueza de los otros) tiene una culpabilidad histórica pues es cosa del hombre. En eso se diferencia, como ya hemos dicho, del mito para el que la situación miserable supone una culpabilidad decretada por los dioses.

            Lo que entonces se plantea el monoteísmo sensible a estos asuntos, es decir, el profetismo, es la de-construcción de la desigualdad por el único camino posible, si es verdad que la desigualdad es cosa de hombres: repartiendo responsabilidades.

            La responsabilidad variará en función de cómo se valore la desigualdad. Cohen establece dos modelos bien diferenciados de evaluación de la responsabilidad: a) el ético y b) el monoteísta.

             a) La responsabilidad en la ética.

            Si entendemos que el problema de la desigualdad se refiere a la privación de determinadas propiedades o características propias de la condición humana, la responsabilidad ética consistirá en reconocer a esos sujetos las propiedades reconocidas a todos los hombres. Cohen utiliza la expresión Mit-Menschen (literalmente "co-hombre", dando a entender la simetría humana) para caracterizar a este hombre universal. El Mit-Mensch es un ser como los demás, una parte del entramado general y, por eso, es un símbolo o representante de la humanidad. El Mit-Mensch tiene un parecido de familia con el "citoyen" de Rousseau (18). Al Mit-Mensch se opone el Unter-Mensch (literalmente "sub-hombre", dando a entender el sometimiento del hombre por el hombre): eso es lo que uno es cuando no es reconocido en sus derechos humanos. Pero no sólo el dominado pierde la dignidad en el hecho del sometimiento: también el dominador se priva de esa dignidad que implica una relación simétrica. A uno y otro les es extraña la humanidad. Son "Neben-Menschen". El papel de la ética es la reivindicación de la humanidad compartida.

            Lo propio de la ética es arrancar al yo del hombre de su indeterminación empírica para llevarlo a una nueva cima: el yo de la humanidad. Escribe Cohen: "la ética puede conocer y reconocer al hombre tan sólo como humanidad. Si le consideramos un individuo eso sólo significa que es el portador de la humanidad. Y nada más significa su individualidad aunque se le considere símbolo de la humanidad. Es la humanidad la que le presta en ese símbolo el contenido de su individualidad"(19).

            Esa es la grandeza de la ética, que saca al hombre del aislamiento en que le sumergía la indeterminación empírica elevándole a símbolo de la humanidad. Y esa es también su miseria: nada sabe del individuo concreto pues éste sólo es visto como el símbolo o manifestación de la humanidad. La ética es impasible, como la Stoa que trocaba el "pathos" en "ethos" o como en Sócrates para quien "virtud es saber", por eso su moral se desentiende de la pobreza, que es asunto de los políticos.

            La retranca de la apatía moral llega hasta Habermas para quien desgraciadamente nada puede decir la ética sobre las grandes vergüenzas que afectan a nuestro tiempo: el hambre, la tortura, el desempleo y el peligro de destrucción del planeta. ¡Que los políticos se las apañen!(20).

            La convicción del neokantiano Cohen es que la modernidad no ha llegado en su reflexión ética más allá de ver en el individuo al "citoyen", que decía Rousseau; al reconocimiento del hombre como fin y no como medio, que dice Kant. O, en términos más neokantianos: a ver en el hombre un mero símbolo de la humanidad.

            La responsabilidad que le adviene al sujeto moral consiste pues en reconocer al hombre como sujeto de los derechos propios de la humanidad. La ética se agotaría en el reconocimiento del hombre como sujeto de los derechos humanos fundamentales.

             b) La responsabilidad en el monoteísmo.

            Ocurre, sin embargo, que ese ser humano, al que la ética reconoce ser símbolo de la humanidad, sigue en su ser concreto, a pesar del reconocimiento formal, como alguien diferente y desigual. Y el símbolo de su condición real es, como ya vimos, la pobreza. En el rostro del pobre se manifiesta, por un lado, una miseria material o física y, por otro, el sufrimiento moral propio de quien no ve en sí las causas de su miseria. Ese ser concreto no puede ser reducido ni a símbolo de la universalidad humana, ni a un alter-ego pues la diferencia salta a la vista, sino a un otro que yo, es decir, a un ser diferente de mi condición y además dolorosamente desigual, privado de algo que le pertenece. Es decir, ese otro doliente es un (21).

            El descubrimiento del individuo concreto, del tú, revoluciona todo el planteamiento ético moderno ya que rompe el techo bajo el que se había movido la cultura moral conocida.

            Tenemos que distinguir bien dos movimientos complementarios. En primer lugar, el sufrimiento como "principium individuationis". Lo que explica que los derechos de un ser humano no se satisfagan con el reconocimiento de los derechos humanos es su objetiva situación de pobre, viendo en la pobreza la raíz del sufrimiento humano por antonomasia, que causa discriminación, desigualdad y conciencia de injusticia. El término de "sufrimiento" expresa esa encrucijada en la que la miseria real se une con la moral, esto es, con la conciencia de padecer injusticia. Decir que los derechos de ese ser humano no se satisfacen con el reconocimiento de que forma parte de la misma humanidad, no quiere decir que ese reconocimiento sea inútil. Lo que se quiere decir es que no se agota ahí . El reconocimiento no trasciende la pura formalidad. Si uno quiere ir más allá de esa formalidad entonces de nada le vale invocar a la humanidad. Para hacer frente a las preguntas que vienen del otro concreto hay que poner de sí mismo.

            El individuo concreto se capta en su individualidad bajo la figura del sufrimiento. El ser doliente, en efecto, no puede tomarse como una copia más de la humanidad; mejor dicho, no me lo puedo tomar como igual a mí -mi alter ego- porque lo que denuncia su condición doliente es la diferencia respecto a mí. Lo que ese individuo plantea es algo más que el puro reconocimiento formal de unos derechos fundamentales. Lo que plantea es la razón de ser de su sufrimiento. Su pregunta es tan concreta como la superación del sufrimiento.

            Las exigencias de esa particularidad doliente nos lleva al segundo movimiento: la conciencia de la propia responsabilidad es la que nos constituye en sujetos morales(22).

            El otro doliente no es un alter-ego en mala posición que nos reclama que le echemos una mano, ni copia de una totalidad que reivindica los derechos de todo el mundo: es un tú, esto es, un interpelante muy especial pues su visión me descubre un mundo. La visión del pobre ilumina mi campo: yo me siento concernido, por eso decimos que su existencia es una interpelación. Veamos.

            Decimos que la visión del otro como "pobre" me descubre un mundo inédito. Y que eso es el genio del monoteísmo. Lo cierto es que antes de y al margen del monoteísmo la visión del sufrimiento humano ha sido un espectáculo abierto a todo el mundo. ¿Cuál es la "agudeza" de visión del monoteísmo que le permite descubrir algo inédito en lo hasta entonces visto? El carácter social o histórico del sufrimiento.

            Hemos dicho que lo que individualiza al otro, lo que le hace ser algo más que símbolo de la especie, es el sufrimiento. El sufrimiento siempre ha provocado sentimientos de compasión en los demás. Aquí, sin embargo, se trata de otra cosa: el judío Cohen entiende que el sufrimiento singular del otro tiene un origen social o histórico, es decir, implica al hombre. El sentimiento que entonces provoca en mí no es sólo senti-miento o pasión sino senti-miento o reflexión. La reflexión permite descubrir mi responsabilidad. A la pregunta del otro sobre su injusticia responde la primera persona -en singular y en plural- reconociendo que la respuesta es cosa del hombre como cosa del hombre es el origen de su desgracia.

            Cuesta, sin embargo, creer que uno sea responsable de las injusticias perpetradas en el pasado o de las que se están produciendo en otro lugar. Y así es. Si el punto de partida del monoteísmo es el reconocimiento del carácter histórico del mal, hay que descartar el destino, es decir, no se puede ya relacionar causalmente el mal con la culpa como si todo ser desgraciado lo fuera por haber pecado él o sus padres. No vale lo de la culpa heredada y tampoco podemos recurrir a la culpa individualizada como causa del sufrimiento(23). El otro se nos manifiesta como una mirada y no podemos juzgarle. Sólo tenemos de él la iluminación del campo propio. Es él mismo quien, al recibir la luz de otros "tú", podrá a su vez descubrir y asumir la propia responsabilidad sobre los otros. De esta suerte la com-pasión desencadena un mecanismo reflexivo que aboca al autoconocimiento. Contra lo que pudiera parecer la com-pasión no es un movimiento del yo hacia el tú, sino al revés. El objetivo de la compasión es "die Selbsterkenntnis". Y esa reflexión sobre sí mismo desde el otro sufriente lo que desvela es la propia responsabilidad.

            Hermann Cohen no se anda con remilgos a la hora de señalar la piedra angular de todo este proceso reflexivo: el reconocimiento de mi falta ("Die Erkenntnis der Sünde"). La visión del sufrimiento me permite conocer mi falta. Esto se puede entender de dos maneras: que la visión del sufrimiento del otro descubre mi implicación personal o que todo conocimiento es un conocimiento moral, un abrir los ojos sobre el bien y el mal, con el riesgo de descubrirnos habiendo tomado parte por el mal. Es en este segundo sentido en el que hay que entender la expresión de Cohen. Y así volvemos al principio, al relato de la expulsión del Paraíso por haber osado conocer el mal y el bien.

            ¿Por qué esos planteamientos son sólo posibles desde el monoteísmo?. Porque para el monoteísmo la historia del hombre comienza el octavo día de la creación. Hubo siete días míticos. La historia comienza el octavo, es decir, con la caída. Pero ¿porqué el momento en que el hombre hace uso de su libertad coincide con una caída, con el pecado? ¿Significa eso que el hecho de "abrir los ojos" es una ofensa a Dios? Lo que se quiere decir es que el hecho de conocer no es neutro ni inocente: es conocer el mal y el bien. El hombre tiene en la vida una faena ("Aufgabe") que tiene que realizar al duro precio de romper su existencia como destino. El conocimiento es un chispazo -"die Momentaneität eines Aufschwungs"-(24) que desvela nuestra ubicación natural en la órbita del destino. A partir de ese momento tenemos que decidir si seguir ahí o cambiar de carril.

            Resulta entonces no que el conocimiento conlleve culpabilidad sino que descubre una situación objetiva de falta: descubre una situación marcada no por la "tarea que realizar" sino por el destino que padecer. Y si uno no toma en mano las riendas de su historia, falta. Por eso dice Cohen que la culpa es individual, es decir, sólo puede darse en el momento del conocimiento moral aunque lo que nos constituye en sujetos morales es la "metanoia" que posibilita el conocimiento moral. Y ese camino pasa por hacernos cargo del sufrimiento ajeno.

            En este planteamiento se puede adivinar una sutil relación entre libertad y responsabilidad que escapa a los cánones establecidos. Para una mentalidad ilustrada la responsabilidad es una consecuencia de la libertad. Somos responsables de nuestros actos: de todos nuestros actos pero sólo de nuestros actos. Ante situaciones desgraciadas,, fruto de actos ajenos a nosotros mismos, podemos hacernos cargo de ellas sea por un sentimiento de solidaridad sea por una obligación religiosa (por caridad, que es una virtud teologal). Para que la ética filosófica se supiera implicada por esos modernos jinetes del Apocalipsis a los que, por ejemplo, se refería Habermas, la responsabilidad, entendida como exigencia moral, tendría que preceder a la libertad. Como si no naciéramos inocentes, como "si fuéramos esperados en la tierra" (sic Benjamin) por alguien que vino antes que nosotros y con el que, sin embargo, estamos en deuda. Esta es la intuición de base sobre la que gira la reflexión del judío Cohen: si el mal es histórico el hombre tiene que responder de él. Y un mal histórico son las desigualdades en las que somos ubicados desde que nacemos pues unos heredan las fortunas y otros los infortunios. Los hijos no heredan las culpas de los padres pero sí las responsabilidades políticas que de ello se derivan. Claro que si no nos hacemos cargo de nuestras responsabilidades, nos hacemos culpables. Eso es lo que se quiere dar a entender con el primado de la responsabilidad sobre la libertad.

Reyes Mate (Conferencia pronunciada en la Fundación Pablo Iglesias, Madrid, Octubre 1994)


NOTAS

(1) J. J. Rousseau, Du Contrat Social (1ère Version), liv. I, chap. V ("je cherche le droit et la raison et ne dispute pas de faits". En Oeuvres complètes, III, Pléiade, Paris, 1975, p. 297.

(2) "Il est aisé de voir que c'est dans ces changements successifs de la constitución qu'il faut chercher la première origine des différences qui distinguent les hommes; lesquels, d'un commun aveu, sont naturellement aussi égaux entre eux que l'étaient les animaux de chaque espèce avant que diverses causes physiques eussent introduit dans quelquel-unes les variétés que nous y remarquons", en Discours sur l´origine de l'inégalité, en Oeuvres Complètes, III, p. 128.

(3) "Il ne faut pas confondre l'amour propre et l'amour de soi-même, deux passions très différentes par leur nature et par leurs effets. L'amour de soi-même est un sentiment naturel qui porte tout animal à veiller à sa propre conservation, et qui, dirigé dans l'homme par la raison et modifié par la pitié, produit l'humanité et la vertu. L'amour-propre n'est qu'un sentiment relatif, factice, et né dans la société, qui porte chaque individu à faire plus de cas de soi que de tout autre, qui inspire aux hommes tous les maux qu'ils se font mutuellement, et qui est la véritable source de l'honneur", en J.J. Rousseau, Discours sur l'origine de l'inégalité, p. 219. Ver también R. Derathé, J. J. Rousseau et la science politique de son temps, J. Vrin, Paris, 1992, pp. 139, 140, 147.

(4) J. J. Rousseau, Discours sur l'origine de l'inégalité, p. 164.

(5) "Si je me suis étendu si longtemps sur la supposition de cette condition primitive, c'est qu'ayant d'anciennes erreurs et des préjugés invéterés à détruire j'ai cru devoir creuser jusqu'à la racine, et montrer, dans le tableau du véritable état de nature, combien l'inégalité, même naturelle, est loin d'avoir dans cet état autant de réalité et d'influence que le prétendent nos écrivains", Discours sur l´origine de l'inégalité, p. 160.

(6) Derathé insiste en la continuidad entre el Discours sur l´origine de l'inégalité y Le Contrat Social de tal suerte que éste es la respuesta moral a los problemas que aquél plantea. Y cita al propio Rousseau: "tout ce qu'il y a de hardi dans le Contrat Social était auparavant dans le Discours sur l´origine de l'inégalité", en Confessions, liv. IX, (VIII). Cf. Derathé, o. c., p. 131. De esa responsabilidad se hace cargo el Contrat Social.

(7) En Lettres écrites de la Montagne (Lettre VI) escribe Rousseau: "Par cette condition de la liberté, qui en renferme d'autres, toutes sortes d'engagements ne sont pas valides, même devant les tribunaux humains. Ainsi, pour déterminer celui-ci [es decir, el Pacto Social], l'on doit en expliquer la nature; on doit en trouver l'usage et la fin; on doit prouver qu'il est convenable à des hommes, et qu'il n'a rien de contraire aux lois naturelles".

(8) Kant, Antropología práctica, edición de R.R. Aramayo, Tecnos, Madrid, 1990, pp. 78 y 83.

(9) J. L. Villacañas, "Expulsión y paraíso: mitología e historia de la razón, en Kant", en Pensamiento, vol. 49 (1993), 193, pp. 63-98

(10) "Tarea ilustrada agudamente sentida por Kant", escribe Villacañas, o.c., p. 71 "que supone ya la amenaza de que se pierda el sentido de la libertad y se olvide la pregunta por el origen de toda cultura moderna".

(11) Kant, Ideas para una historia universal en clave cosmopolita, edición de R. R. Aramayo, Tecnos, Madrid 1987, 64.

(12) Ver Reyes Mate, "Mito, logos y religión en Walter Benjamin" en Teoría (México), 1, 1993, pp. 87-113.

(13) "El sufrimiento no es algo individual, sino la grave crisis social del género humano. La pobreza es un concepto económico, no un concepto moral. La culpa, desde el punto de vista de la religión, está escrita en una página totalmente distinta. Ahora bien, si la religión quiere descubrir al prójimo por medio del sufrimiento social, y si este descubrimiento está ligado a la reacción que se tenga ante el conocimiento del sufrimiento, ante el sentimiento del sufrimiento, entonces tiene que despreocuparse de todos sus otros intereses y deberes y mediar esta reacción exclusivamente en la naturaleza psíquica de la conciencia humana. La compasión se revela así como un factor psíquico”, en H. Cohen, La religión de la razón desde las fuentes del judaísmo, Anthropos, Barcelona, 2004, 106

(14) C. Schmitt escribe que "jeder Mythus politeistisch ist". Cf. "Die politische Theorie des Mythus" (1923) en Positionen und Begriffe: im Kampf mit Wiemar-Genf-Versailles; 1923-1939, Duncher und Humbolt Verlag, Berlin, 1988.

(15) Cf. H. Cohen, o. c., p. 225 y todo el capítulo XI "Die Versöhnung".

(16) Cf. O. Piulats, Antígona y Platón en el joven Hegel, Ed. Integral, Barcelona, 1985.

(17) H. Cohen, o. c., pp. 155 y 156.

(18) "à l'égard des associés ils [se refiere a los miembros del Contrato social] prennent collectivemente le nom de peuple, et s'appellent en particulier Citoyens comme participant a l'autorité souveraine, et Sujets comme soumis aux lois de l'État" dice Rousseau en el Cap. VI del libro I del Contrat Social, Pléiade, Paris, p. 362.

(19) H. Cohen, o. c., p.16. Véase que para Cohen no sólo la humanidad es el referente abstracto del individuo: también lo es el Estado, que es visto como "lo abstracto de la humanidad realizado en la historia".

(20) Escribe Habermas: "En vistas de las cuatro grandes vergüenzas político-morales que afectan a nuestra propia existencia: en vista del hambre y la miseria en el Tercer Mundo; en vista de la tortura y la continua violación de la dignidad humana en los "Estados de no-derecho"; en vista del creciente desempleo y de las disparidades en la distribución de la riqueza social en las naciones industrializadas de Occidente; en vista finalmente, del riesgo de autodestrucción que el armamento atómico representa para la vida en nuestro planeta: en vista de hechos tan provocadores como éstos, la concepción restrictiva que acabo de exponer acerca de lo que puede dar de sí una ética filosófica quizá resulte decepcionante; pero en todo caso también representa un aguijón: la filosofía no releva a nadie de su responsabilidad política". En J. Habermas, Escritos sobre moralidad y eticidad, Paidos, Barcelona, 1991, p. 131. Ver también H. Cohen, o. c., pp.165, 19, 160.

(21) H. Cohen, o. c., p.17.

(22) "Durch die Möglichkeit der Abkehr von der Sünde wir das sündige Individuum zum freien Ich" dice H. Cohen, o. c., p. 214.

(23) "An mir selbst soll ich die Sünde studieren und an der Sünde soll ich mich selbst erkenner lernen", H. Cohen, o.c., p. 25.

(24) H. Cohen, o. c., p. 238.