24/8/25

Algunas consideraciones críticas sobre el culto a la velocidad

            1. Hace quince años, en el 2010, tuve el honor de participar en el VII Foro contra la Violencia Vial. Entonces quise llamar la atención sobre la singularidad de las víctimas viales que siendo las más numerosas eran, sin embargo, las más invisibles. Para aclarar ese punto de vista me permití compararlas con otras víctimas, mucho menos numerosas, pero que acaparaban la atención de los medios y de la política.

Me refería a las víctimas del terrorismo etarra, mucho menos numerosas que las viales (una o dos víctimas de ETA al año, en aquel momento, y entre 10-15 víctimas viales por semana). Nada que ver la indignación, el sobresalto, la preocupación, los medios para combatirlo en un caso y en otro.

12/8/25

El estigma del moro

             Cada pueblo expresa la intolerancia a su modo. Los hay que ponen debajo de la escala social al negro o al judío. Para el español medio ese lugar de deshonor lo ocupa el moro, siempre que sea pobre. Los ultras se movilizan con la simple asociación de extranjero con delincuencia, pero lo que encuentra eco en la sociedad española es la vieja sospecha del moro como peligro para la integridad o identidad española.

             Esta animadversión viene de antiguo sin que nunca haya perdido actualidad. Hace un cuarto de siglo, cuando la estampida de El Ejido, se puso en evidencia la xenofobia latente en buena parte del imaginario español. Por supuesto que se necesitaba y empleaba al emigrante, con o sin papeles, pero no se le toleraba que saliera de su zona de trabajo y se pasearan por el pueblo como uno más. El entonces Ministro de Exteriores, Abel Matutes, dio la clave de la situación al decir sin inmutarse que “para el Estado, el emigrante sin papeles no existe”. Ese político, que era también un exitoso empresario, bien sabía que el emigrante sin papeles existía puesto que era el que trabajaba en los invernaderos del sur y levante español o servía en alguno de sus hoteles, pero sólo existía como mano de obra, no como cabeza y corazón de una persona, es decir, no como sujeto humano. Tenía derecho a trabajar y a recibir el jornal que se le diera, pero no a formar parte de la ciudad. Como los deportados en un campo de concentración, tenían que ser invisibles para los de fuera.

27/7/25

La segunda oportunidad

             Hace unas semanas tuve la ocasión de conversar en público con un exetarra, condenado por participar en el secuestro y muerte de un empresario vasco, Ángel Berazadi, en 1976. Ion, que tardó poco en ser detenido y condenado, aprovechó la amnistía de 1977 para tomar conciencia de la gravedad de su delito, arrepentirse y reinsertarse como un ciudadano demócrata. Pese a la discreción con la que ha llevado todo su proceso de reinserción, aceptó hablar de ello en público porque era consciente de que el crimen político no sólo golpeaba su conciencia sino que interpelaba a la sociedad vasca en su conjunto por dos razones: primero porque si esos jóvenes se entregaron al delirio terrorista fue empujados por una sociedad que les trataba como héroes, y, segundo, porque aquella violencia, aunque haya desaparecido, ha dejado tras de sí una sociedad encanallada, empobrecida y fracturada que espera respuesta.

             El acto estaba organizado por una Asociación cívica navarra, llamada Gogoan, que cree en el poder curativo y reconciliador de la memoria, por eso la conversación fue presentada por la moderadora, María Jiménez, como un “gesto memorial”.

17/7/25

De la polis a la diáspora. Por qué he escrito "Tierra de Babel. Más allá del nacionalismo" (Trotta, 2024)

            1. En la vega de Sanaar la humanidad dispersa tras el diluvio tomó la decisión de vivir juntos. Tenían que construir una ciudad amurallada y, en el centro, una gran torre que les hiciera memorables porque Babel, que así se llamaba el lugar, iba a servir de modelo de convivencia por los siglos venideros. Aquello fracasó porque el monolingüismo inicial se transformó en una pluralidad de lenguas que hacía imposible la empresa.

 Aquello ha sido leído como un gran fracaso, la prueba de la incapacidad de ponerse de acuerdo para acometer grandes obras. Lo cierto es que el abandono de la obra no supuso renuncia al proyecto. El ser humano no ha cesado de construir ciudades cerradas, convencido de que sólo en esos recintos amurallados es posible la convivencia entre humanos. Tan sólo una minoría hizo una lectura positiva de aquella historia. Entendió, al revés que los constructores, que el reconocimiento de la diferencia y la diáspora proporcionaban las condiciones verdaderas para una convivencia no tribal sino entre humanos.

Babel ofrece a la humanidad dos modelos políticos perfectamente diferenciados: el de la polis, basado en el monolingüismo de la ciudad cerrada, por un lado, y el de la diáspora, fundado en la pluralidad y la ocupación pacífica de la tierra, por otra. La Biblia empieza a contar a partir de este momento la historia de la minoría diaspórica: la de Abraham que para ser decidió irse; la de Jacob que defendió su diferencia abrazándose al otro. Del hebreo Abraham y del israelita Jacob, dice Maurice Blanchot, nació el judío, nombre propio de la minoría que renunció a la Torre de Babel. Pero la mayoría siguió otro camino.