MEMORIA Y POLÍTICA
Un observatorio atento a los desarrollos multidisciplinarios de la cultura anamnética, particularmente en la relación de la memoria con la política, la moral, el derecho, la religión, la literatura y las artes escénicas. Este blog incluye una recopilación de trabajos de Reyes Mate (artículos, conferencias, reseñas ya publicados y textos inéditos). Posteriormente acogerá trabajos de otros autores.
30/11/25
Las disculpas por el pasado, apuesta de futuro
5/11/25
“No tiene sentido apostar por la guerra para conseguir la paz” (entrevista)*
Manuel Reyes Mate nos introduce en un recorrido filosófico y humanista por la historia de las ideas que han justificado las guerras y han generado las actuales actitudes personales y colectivas que las sostienen.
Pr. Señor Mate, en la conferencia del pasado día 8 inició su exposición con una cita del Papa Francisco en Fratelli Tutti. ¿Por qué le parece tan importante esa afirmación?
R. Esas palabras -“Hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una guerra justa. ¡Nunca más la guerra!”–son importantes porque ha sido la teología cristiana la que ha hablado de guerra justa y es el Papa quien la declara extinta.
Pr. ¿Podríamos profundizar un poco en ese concepto de “guerra justa”?
R. El concepto de guerra justa tenía un valor paliativo en el contexto cultural occidental en el que la guerra era elemento fundamental. Hay que ubicar la guerra en el contexto de la violencia, a la que se consideraba no sólo inevitable sino necesaria para la vida política.
Pr. ¿Hasta cuándo tenemos que remontarnos en la historia de Occidente para buscar esta idea?
R. Podemos citar, en primer lugar, a Aristóteles, que justifica la guerra por dos razones: en primer lugar, para evitar que la polis fuera esclavizada y, en segundo lugar, para esclavizar a los que lo merecían. Quizá no estamos tan lejos de esa mentalidad si recordamos la tesis según la cual los pueblos superiores son pueblos elegidos, con derecho a imponerse a los menos desarrollados. Esta tesis nos ha servido a los occidentales para justificar conquistas, colonias, imperios, hasta ayer. Aristóteles dice que la guerra es filosóficamente necesaria para el buen orden de la polis y se hace en nombre de la humanidad.
Pr. ¿Y volviendo a su referencia a la teología cristiana?
R. San Agustín da un giro a esta tradición, entendiendo ese orden que proporciona la paz de manera diferente. Ese orden, informado por el cristianismo, no admite esclavos, pero es un orden, es decir, tiene que responder a las exigencias de la naturaleza humana que, al ser de todos, quiere la paz. Conseguir la paz es el objetivo de ese desorden que llamamos guerra. A partir de ahí, empezamos a hablar de guerra justa porque reúne las condiciones que llevan a la paz. San Agustín fija esas condiciones: que sea el soberano el que declare la guerra, la existencia de una causa justa y la intención recta. Estas condiciones de la guerra justa ya no se dan actualmente.
Pr. ¿Por qué no pueden darse?
12/10/25
De la memoria al perdón
1. En el invierno pasado se representó
en el Teatro La Abadía, de Madrid, la obra “Los
viejos tiempos” del Premio Nobel inglés Harold Pinter. Esta pieza ilustra bien
la idea de que hay memorias que matan y envenenan. Tres amigos de juventud se
juntan, veinte años después, para celebrar aquellos buenos tiempos. Sin saber cómo
la memoria trae al presente unas vivencias llenas de resentimiento, odio y
frustración. Lo que empezó como una celebración acabó como un funeral.
4/10/25
El fuego, de regalo divino a arma letal
Hemos pasado de la quema de libros a la quema del bosque. No creo que sea una conquista humanitaria porque los tiranos, la Inquisición o el nazismo sólo perseguían los libros peligrosos mientras que la quema de árboles es una amenaza desde luego para todo libro, pero también para la vida.
Tácito decía, por el año 98, que los tiranos quemaban libros “para acallar la voz del pueblo, la libertad y la conciencia”. Veinte siglos después, un corresponsal español en Alemania, González Ruano, se entusiasmaba ante la pira que incendió Göbbels en Berlín comentando a sus lectores que libros como El mundo de ayer, de Stephan Zweig o el Natán el sabio, de Lessing (por no hablar de los Mann, Brecht, Freud, Kästner, etc.) “no merecían mejor suerte que las llamas”. Por no hablar de otro camarada, el profesor falangista Antonio Luna que organizó, después de la caída de Madrid, una quema de libros en la Universidad Complutense “para edificar a España una, grande y libre”.