31/3/15

Una oportunidad de oro

            La noticia de que el medio millón de doblones de oro de la fragata "Nuestra Señora de las Mercedes", rescatados del fondo del mar por la compañía norteamericana Odyssey, volvía a la península, fue saludada por el facundo Ministro de Educación, José Ignacio Wert, con un suspiro de alivio. “Por fin, una buena noticia” dijo, "que no nos saca de pobre pero que nos va a enriquecer". Luego vino el debate para decidir que hacer con ese inesperado regalo: que si para un museo, que si invertirlos en cultura o para paliar algún desperfecto de la esta crisis de nunca acabar.  En algunos de esos programas cara al público, alguien ha deslizado la idea de por qué no devolverlos al Perú o al Ecuador. Es una idea extravagante porque español era el barco, españolas sus colonias y español el dinero gastado en pleitear por su propiedad.

            Claro que el oro era indígena como las manos de los que lo arrancaron de las entrañas de sus tierras. Convendría detenerse ante esa extravagante idea. Si hay un lugar en el que esa recomendación tiene sentido es precisamente en Valladolid. Aquí tuvo lugar un debate en el que, con cuatro siglos y medio de anticipación, se discutió sobre los derechos de los españoles sobre los bienes de aquellas tierras.
Aunque no hubo una sentencia final, la opinión generalizada es que triunfó Bartolomé de Las Casas y perdió Ginés de Sepúlveda. Para el famoso fraile dominico, lo que se hizo en las Indias ha sido contra todo derecho natural y derecho de gentes, y también contra todo derecho divino...y por consiguiente nulo, inválido y sin ningún valor y momento de Derecho”. De acuerdo con esta doctrina, los doblones de oro que trasportaba la fragata Mercedes serían lo más parecido a un robo. Y no se quedaba ahí el obispo de Chiapas. Años después diría, pensando en las generaciones futuras de españoles, que estábamos obligados "a restituir lo robado y velar por el buen nombre de los indígenas".

            Se entiende que con estos argumentos la posteridad haya preferido seguir las posiciones de Ginés de Sepúlveda que justificaba la conquista y la consiguiente explotación económica de esas tierras en nombre de la superioridad cultural de los conquistadores. La política no sabe de responsabilidades históricas.

            Seguro que los conocimientos que hoy tenemos de ese pasado nos permiten matizar el duro juicio del obispo dominico. Pero antes de archivar el debate que apenas si se ha iniciado, convendría recordar que dos discípulos de Las Casas, Salazar y Benavides, nombrados obispos de Filipinas, convencieron a Felipe II de que se hiciera un referendum entre los nativos filipinos, preguntándoles si querían que se quedaran los españoles. El referendum se hizo, y hay constancia de sus resultados (remito al estudio de Lucio Gutiérrez en "Pensar Europa desde América", Anthropos, 2012). Se entendió entonces que la presencia española estaba legitimada desde el referendum y no antes, con lo que se dispuso por la corona restituir los tributos recaudados anteriormente. No vale pues decir que no debemos medir el pasado con criterios del presente. Ya ha habido al menos un caso en la historia española de reparación histórica.

            La extravagante idea de devolver el oro a los países de origen quizá no lo sea tanto si tenemos en cuenta que diputados negros franceses, descendientes de esclavos, plantearon hace unos años el deber de reparar los daños pasados. No piden dinero. "Yo creo que África tiene derecho a una reparación y los europeos deberían reconocer esa deuda que hay que planteársela en términos morales más que comerciales", dice el político y hombre de letras, Aimé Césaire, nacido en La Martinique y parlamentario francés.

            El reconocimiento de una deuda moral puede tener la forma de un gesto tan simple como devolver ese medio millón de monedas de oro al pueblo peruano y ecuatoriano. No es dinero para arreglar los grandes males de esos países, pero sí lo suficiente para acabar con hueca retórica entre España e Iberoamérica.

            A Bartolomé de Las Casas le preocupaba la restitución de lo que no era nuestro y, al tiempo, que se respetara el buen nombre de los indígenas. Las dos aspectos van juntos. Si mantenemos el tópico de que eran como niños o unos pervertidos -las dos cosas se dijeron- entonces podríamos pensar que lo que les ocurrió lo tenían bien merecido. Algo de esos juicios infamantes se perpetúa en el término "sudaca" con que designamos a los ciudadanos iberoamericanos que hoy frecuenta nuestras calles o ambulatorios. Ese juicio despectivo tranquiliza nuestras conciencias y pesará sin duda en la opinión de quienes proponen que los doblones de oro se queden en España. No se lo merecían.

            Habría entonces que preguntarse qué razones tenemos -allende los prejuicios- para tomar la decisión de quedarnos con el tesoro. Parece indudable que hay razones jurídicas, pero la justicia no se agota en el derecho. Quizá tengamos a mano una oportunidad de oro para establecer nuevas bases de convivencia entre pueblos que han tenido durante muchos siglos una historia en común, pero enfrentados.


Reyes Mate, (El Norte de Castilla, 10 de marzo 2012)