"Quitad vuestra rodilla de
nuestros cuellos" es el grito dolorido de una generación de negros que
quieren respirar y no pueden porque ha habido manos y pies que durante muchos
siglos les han han asfixiado reduciendo su talento a manos que encestan
canastas, a pies que rompen marcas o a gargantas que trasforman sus historias
en cantos conmovedores. La rodilla de un oficial de policía clavada en el
cuello de George Floyd durante 8 minutos y 46 segundos, al tiempo que apagaba
una vida encendía una protesta contra la desigualdad racial que alcanza a todo
el mundo.
Porque el racismo subsiste. Se habla de
cuatrocientos años de fobia a la negritud, a los que habría que sumar unos dos
milenios de culto a la esclavitud que es la forma que nuestra civilización ha
reservado a los negros. Si la muerte de George Floyd ha sido posible es porque ha
habido otros muchos asesinatos de negros a manos de policías que han quedado
impunes porque expresaban bien el sentir de la mayoría blanca del país. Y eso
ha sido así porque venimos de una larga tradición en la que hasta las mentes
más iluminadas, como la de Aristóteles, entendían que había seres humanos que
nacían para ser libres y otros, para esclavos.
No lo mejoró mucho el
cristianismo a pesar de aquello de San Pablo "y no habrá entre vosotros ni
hombre ni mujer, ni esclavos ni libres, ni griegos ni judíos". Pues nada,
hasta el bueno de Santo Tomás justificaba la esclavitud no solo como un invento
práctico sino, además, como un derecho natural. ¡Si había conventos de monjas,
como el de La Encarnación de Ávila, donde las monjas ricas disponían de alguna
esclavilla, como deja entrever Santa Teresa¡. Pese a que algún revolucionario
francés, como el osado Robespierre, la abolió, el gran Napoleón se encargó de
reponerla y así llegó hasta bien entrado el siglo XIX. Pero ni entonces la
dicha de los esclavos fue completa pues tuvieron que canjear su recién
estrenada libertad por trabajos forzados.
Cambiaron las leyes pero no las
mentalidades. Jean Améry, un superviviente de Auschwitz que supo denunciar como
nadie la barbarie antisemita de los nazis, reconoce con pesar que tardó mucho
en darse cuenta de que la esclavitud de negros en las colonias francesas o
inglesas era tan abominable como la suya en el campo de exterminio. Este
hombre, que acabó suicidándose porque no pudo soportar el recuerdo de las humillaciones
sufridas, tardó en entender que "no había nada de natural en ser esclavo
de un blanco por tener una piel negra". Lo descubrió al leer un libro de
Frantz Fanon titulado Piel Negra.
Allí pudo comprender que la suerte de los negros era peor que la de los judíos
porque el ser judío es algo interior mientras que el ser negro va con la piel.
No hay manera de camuflarse. Siempre está expuesto a los ojos del blanco.
De una manera tímida la ola de
protesta también ha llegado a España aunque más por mimetismo que por
responsabilidad. Estamos tan convencidos de que el racismo nos queda lejos que
si alguien aquí dobla la rodilla, como vemos por televisión, es más por
estética que por ética. Grave equivocación. Todavía están frescas las palabras
de esos seis policías de la población catalana de San Feliu Saserra humillando
a un ciudadano negro con insultos tan racistas como los de los policías
estadounidenses, con el agravante de que sus superiores conocían los hechos y
no hicieron nada. Sólo cuando el video se ha hecho público ha salido el
comisario jefe de los Mossos d'Esquadra declarando pomposamente que no se
tolerará "ninguna actitud xenófoba". Pero esto no sólo va de mossos.
La legislación española penaliza, por ejemplo, al africano que pida la
nacionalización (diez años de espera frente a los dos para los que vengan de
Iberoamérica). Y, por bajar del derecho a la calle, tenemos bien asumidos que
los emigrantes sólo son bienvenidos si son útiles.
La muerte del negro americano nos
afecta. Pero sería peligroso pensar que todo se resuelve hincando la rodilla en
solidaridad con una muerte que nos pilla lejos. Hace años el escritor José
Saramago quiso despertar la conciencia crítica de españoles y portugueses en
asuntos de racismo. Se preguntaba qué hacer y respondía que lo mismo que hizo Catón
el Viejo en el senado romano. Viniera o no a cuento acababa sus discursos con
un "delenda est Carthago" (hay que acabar con Cartago). Lo que quería
decir el Premio Nobel portugués es que el sentimiento racista lo llevamos tan
dentro que ni nos enteramos. Fluye con tanta naturalidad que deberíamos estar
siempre en guardia para controlar sus devastadores efectos. Su caldo de cultivo
son evidentemente los nacionalismos. Lo que realmente nos va,
independientemente de donde hayamos nacido, es definirnos excluyendo. Da lo
mismo que el nacionalista sea periférico que centralista. Excluimos al que no
es de los nuestros y si es más débil, le sometemos o le esclavizamos. El ser o
no racista depende de cómo valoremos al otro: si como igual a nosotros, aunque
sea diferente, o desigual.
Nuestra querencia a la
discriminación viene de muy atrás por eso está tan dentro. Carlos V, que quiso
abolir la esclavitud, tuvo que aceptar, por la presión de algunos
eclesiásticos, que los indios fueran herrados "con el hierro de nuestra
marca". La marca hispánica, visible en los indígenas como en los animales,
indicaba quien eran el amo y quien el esclavo. Por no hablar de esa burguesía
catalana que se forró con la trata de esclavos. El hecho de que algunos de
aquellos apellidos figuren entre los que ahora promocionan el soberanismo
indica que hay una secreta complicidad entre los dos momentos. Por supuesto que
no es lo mismo negociar con esclavos que exigir la independencia. Lo que sí es
igual es el supremacismo. Lo que uno esperaría de esa clase acomodada,
reconvertida en democrática, es que, para borrar su pasado, propiciara el
mestizaje. Nada de eso. Lo que ocurre en este caso, como en el del nacionalismo
español, es el retorno del demonio identitario, de ahí el aviso de José
Saramago. Es verdad que hemos mejorado en la retórica: ya no hablamos de moros,
sino de árabes y en vez de negros, africanos. Pero lo decisivo son esas
ideologías que ponen la diferencia por encima de la igualdad.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 28 de
junio 2020)