17/11/14

El tiempo se acaba

            Alternan titulares que anuncian catástrofes del estilo "colapso de la civilización", "sólo un giro radical detendrá el cambio climático" o "si no reducimos la población, lo hará la naturaleza", con otros que abren a la esperanza como, por ejemplo, los logros de la ciencia capaces de corregir los fallos de la naturaleza y hasta las impotencias de la ética.

            Lo uno por lo otro, decimos, y pasamos página porque siempre ha habido problemas y el ser humano se las ha ingeniado para salir adelante. Lo nuevo es que los avisadores del fuego no son ya radicales enrabietados sino instituciones como la ONU o la NASA o científicos bien situados.

            La música de estas coplas viene de lejos, del famoso informe sobre límites del crecimiento del Club de Roma, 1972. La diferencia entre aquellos avisos y las noticias actuales es que el tiempo no ha pasado en vano.
Lo que entonces eran negros vaticinios son ahora realidades. Se ha hecho realidad  lo que García Márquez decía en su discurso de Oslo, al recibir el Premio Nobel, contradiciendo a su maestro William Faulkner, a saber, que el desastre colosal que supondría la destrucción del hombre era ya una posibilidad. Si los ponderados análisis del Club de Roma proponían medidas cautelares para propiciar un desarrollo sostenible, hoy el mensaje que emiten es que eso ya no es posible y sólo nos cabe el decrecimiento, es decir, la austeridad general como forma de vida.

            ¿Será el homo sapiens capaz de evitar el suicidio colectivo? Uno de la especie, el poeta Hölderlin, ha decretado que "cuando crece el peligro, aumenta la salvación". Nos salvamos cuando suena la campana.

            Razón hay para dudarlo ya que la gravedad del caso exige un precio que no estamos dispuestos a pagar. No me refiero a la reducción del consumo sino a algo mucho más resistente. Se trata de una simple idea, la de que siempre hay tiempo y, por tanto, nunca faltarán recursos, ya sean naturales o técnicos,  para salir del atolladero. La trampa es la idea de progreso.

            Nadie está dispuesto a sacrificar la idea del progreso que no consiste en estar a la última sino en la creencia de que el tiempo es inagotable y que siempre vamos a mejor y que si en los avances de la historia algunos caen que sepan que, como los héroes griegos, su sacrificio no será inútil.

            Eso es lo que hoy se lleva y eso es lo que nos lleva al desastre porque los recursos son limitados  y la técnica -como dice Ugo Bardi, el científico que ha actualizado el informe del Club de Roma- cada vez será más indiferente al costo del beneficio de los poderosos.

            Desaprender la cultura del progreso es reconciliarse con la idea de que el tiempo es finito. La vida del hombre como la del mundo tiene un límite. Lo que se opone a progreso no es la barbarie sino el apocalipsis, esto es, la sobria idea de la escasez de tiempo y de recursos. Y esa conciencia de la limitación del tiempo es lo que hace importante a todo lo que ocurre entre su inicio y su fin. Este es el tiempo del que cada cual dispone para su realización, de ahí que no se puede sacrificar a una parte de la humanidad por otra, ni a esta generación por la venidera. La mejor expresión de la responsabilidad por el mundo que dejaremos a nuestros nietos es el respeto a sus límites actuales. La finitud del tiempo nos prohíbe sacrificar el presente al éxito de proyectos políticos que pintan el futuro de color de rosa y el presente, negro, para los más débiles.

            O progreso o apocalipsis. O la ilusión de que el crédito de tiempo es inagotable o conciencia de que el tiempo es escaso.

            La catástrofe que nos amenaza, según los avisos reiterados de quien tiene autoridad para hacerlo, no debería ser tratada como un problema más, junto al calentón soberanista en Cataluña o la crisis económica en Europa, por ejemplo, sino como el horizonte de todos los problemas. La diferencia entre tener tiempo a discreción y tenerlo tasado, es capital a la hora de abordar los problemas cotidianos. La destrucción del hombre, a la que se refería García Márquez, o la del planeta, de la que se ocupa el científico Ugo Bardi, condiciona evidentemente lo que tenga in mente Artur Mas para Cataluña o Luis de Guindos para la economía española. Se trata entender que lo que está en juego es la condición de posibilidad de existencia del hombre y del mundo, tal y como los hemos conocido y deseado.

            Por eso sorprende la alegría con la que se festeja un dato sobre el crecimiento del PIB o se anuncia sacando pecho que hemos superado lo peor de la crisis. Ahora como siempre son invisibilizados los muchos cadáveres que han quedado en el camino. Es como hacer oídos sordos a los gritos de las estirpes de Macondo condenadas durante siglos a la soledad porque los gestores del progreso han decidido que algunos no cuentan ni en las estadísticas.


(Reyes Mate,  artículo que no pudo ser publicado)