30/11/15

La secesión catalana ¿un sentimiento inmoral?

            Mujeres de Negro es una asociación de mujeres serbias, nacida en Belgrado hace 24 años para “expresar el más profundo rechazo a la política del régimen serbio, el mayor responsable de la guerra en la exYugoslavia". Denunciaban la guerra invocando el simple principio "no en nuestro nombre". Que los genocidas serbios supieran que sus matanzas a bosnios, croatas y kosovos, no la podían justificar  "en nombre del pueblo serbio" al que estas mujeres pertenecían y tampoco las tomaras a ellas como excusa para sus crímenes por aquello de que los hombres matan en las guerras para defender a las mujeres y a los niños. Nada de eso. No las representaban ni como ciudadanas del pueblo serbio ni como mujeres.

            A su líder más conocida, Stasa Zajovic, que andaba estos días por España, alguien le preguntó "pero ¿cómo llegaron a eso?", "¿cómo fue posible que en un muy breve espacio de tiempo pasaran de una convivencia modélica al odio más destructor, al genocidio y a la violación sistemática de todo lo respetable". Porque no hay que olvidar que en Yugoslavia convivían pueblos  muy diferentes.

            A una pregunta tan simple como fundamental sólo cabía una respuesta matizada: "hubo muchas causas tales como el militarismo o la voracidad de la Nomenklatura comunista que ha había echado cuentas de las ganancias que podría conseguir si repartían entre unos pocos el patrimonio nacional. Pero sobretodo hubo  una causa, el nacionalismo".

             El militarismo afecta a los que fabrican o trafican con armas. La privatización de bienes comunes en países con tanto patrimonio público, interesaba a las élites políticas que iban a gestionar el desmantelamiento del comunismo. Unos y otros representaban, en cualquier caso,  a una parte pequeña de la población y esta parte no explica por sí misma la amplitud de la catástrofe que fue la guerra en la ex-Yugoslavia. Lo que sí lo explica es el nacionalismo que al ser propulsado por sentimientos elementales y carecer de un eficaz control racional se apodera inesperadamente de amplios sectores sociales y les lleva a comportarse como nunca imaginaron.

            No es ociosa esta referencia a la violencia en la exYugoslavia ahora que el fervor nacionalista ha prendido en tantos catalanes. Es verdad que Cataluña no es Yugoslavia, lo que en este caso nada dice en favor de los catalanes. Yugoslavia, en efecto, era una comunidad en la que la convivencia estaba muy asentada. Era, eso sí, mucho más plural que Cataluña pero habían dado con la tecla de una existencia pacífica y respetuosa con la comunidad de credos, lenguas, alfabetos y etnias, hasta el punto de que el mundo se miraba en ellos. Todo saltó por los aires en un santiamén y ahí siguen hoy, lamiéndose las heridas por los sufrimientos causados y recibidos. Lo más sorprendente de esta severa experiencia histórica es que el nivel de convivencia dentro de la pequeña Serbia es muy inferior al que tenían al interior de la gran Yugoslavia.

            No resulta cómodo hablar de nacionalismo porque en la cultura europea representa sus momentos más tristes y más bajos. Resulta inimaginable hoy en día un debate sobre el nacionalismo entre intelectuales europeos. Claro que hay nacionalistas en Francia, Gran Bretaña o Dinamarca, pero eso tiene que ver con intereses inconfesables o con viejos prejuicios, no con razones que se puedan exponer para ser defendidas o refutadas. Puede interesar como un fenómeno social pero no por lo que tenga que decir. Por eso sorprende la facilidad con la que respetados intelectuales catalanes, algunos muy reconocidos, se han tirado a la piscina. Lejos de aportar argumentos se han dejado contaminar por los tópicos políticos como si en esa soñada patria sólo tuvieran lugar de preferencia los más madrugadores.

            El que el nacionalismo sea intelectualmente indefendible no significa que no pueda ser defendido políticamente. Se oye decir estos días que tienen que hablar la leyes y la política. Ojalá lo hagan cuanto antes. Pero también hay que tener en cuenta a las voces que nos hablan desde lo profundo de la experiencia histórica, por ejemplo, desde la gran catástrofe humanitaria que fue el genocidio judío.

             Hanna Arendt asistió al juicio del dirigente nazi, Adolf Eichmann y, pese a sus críticas a todo aquel montaje publicitario, declaró estar de acuerdo con la sentencia que le condenaba a la horca, pero por algo en lo que no reparó el tribunal y que viene a cuento, a saber, "por haber sostenido una política consistente en negar al pueblo judío y a otros pueblos el derecho a compartir el lugar en que se encontraban, como si Vd. y los suyos pudieran decidir quien tiene derecho o no a habitar el planeta". El crimen contra la humanidad consistía en apropiarse del territorio y negar a otros pueblos el derecho a compartirlo". ¿Qué otra cosa pretenden los nacionalistas? Pueden invocar que históricamente las cosas se han hecho así. Y es verdad, pero gracias al deber de memoria hemos aprendido que eso lleva a la catástrofe y por eso nació la Unión Europea, como un proyecto que trascendía los nacionalismos. El soberanismo catalán es un anacronismo y, sobre todo, un proyecto de olvido construido a espaldas de la dura experiencia europea.


Reyes Mate (El Norte de Castilla, 7 de noviembre 2015)