21/2/16

La memoria histórica, manual de uso

Abstract:
En el contexto de "imposturas de la memoria" habría que mencionar a memorias que olvidan o que desvirtúan el pasado o que lo instrumentalizan para el presente. Por mi parte hablaré de la contradicción, entre autores españoles, que se identifican con el sentido fuerte de la memoria, aplicada a la Shoah, y la niegan al referirse a España (Guerra Civil y Transición). Trataré de explicar el sentido y el origen de esa contradicción.


            1. En una mesa titulada "Disputas sobre la memoria, imposturas de la memoria y políticas del presente", quisiera centrarme en el aspecto "imposturas de la memoria".

            Podríamos abordar el tema analizando aspectos tales como las memorias que olvidan en el momento del recordar (la Farmacia de Platón habla de la escritura que olvida todo lo que no queda recogido en ella); las memorias que manipulan el pasado: lo que Walter Benjamin  llama memoria hermenéutica que es la que lleva a cabo el criminal para privar de significación al hecho cometido; las memorias que son instrumentos del presente  como son las de los nacionalismos (Renan: "no hay nación que se precie que no se invente su pasado"); los que falsifican la memoria como hizo, por ejemplo, Enric Marco, el personaje que ha suministrado material a la novela de Javier Cercas, El Impostor.


            Un comentario a esta novela:
"Javier Cercas dice que le tocó la lotería el día que Enric Marco pasó de heroico superviviente a vulgar estafador. Tenía tema, el tema de El Impostor, en el que Marco es parábola de nuestro tiempo o arquetipo de cómo nos comportamos.
            Marco no es desde luego el primer estafador. Hace casi veinte años Wilkomirski, autor suizo de "Fragmentos", un libro donde se inventaba una falsa infancia en un Lager, provocó un cataclismo. La razón de esta conmoción tenía que ver con la significación de Auschwitz, un acontecimiento singular porque fue impensable, es decir, escapó a las coordenadas del conocimiento. Sólo nos era accesible su significación a través de los testigos. La memoria de los supervivientes adquiría un valor epistémico de primer orden. La memoria era el apriori del conocimiento, lo que da que pensar. Un engaño en el testimonio suponía un atentado al pensar después de Auschwitz y eso no se podía tolerar.
            El debate consiguiente se centró en la verdad de lo ocurrido y cómo contarlo. Estaba claro que había zonas de aquella realidad  que escapaban a la historia y sólo nos eran accesibles desde le memoria que no es sólo subjetiva, sino objetiva; que no produce sólo sentimientos, sino también conocimiento. La memoria del filósofo o la del narrador no es la del historiador.
            Mucho de estos debates asoman en la poderosa novela de Cercas, aunque él, cuando ejerce de ensayista, opta por desacreditar la memoria. Se cuela en su obra el debate español sobre memoria e historia y eso desorienta mucho. Porque al entender la memoria como quieren los historiadores (algo subjetivo y sentimental), tira piedras sobre su propio tejado. Al fin y al cabo, lo que aquí nos convoca es un caso de falso testigo para descubrir algunas verdades a través de una mirada moral al pasado: la memoria." (Publicado en Babelia, El País, 22 de noviembre 2014)

            2. Cualquiera de estas daría mucho de sí, pero yo me voy a fijar en otro tipo de impostura, la de quienes en lugar de respetar el deber de memoria, se erigen en árbitros de la misma y la aplican cuando quieren: sí a propósito de la Shoah y no a propósito de la memoria histórica en España

            2.1. Hablemos brevemente del "deber de memoria", de la memoria que viene de Europa y que resumo en esta proposición: en Auschwitz ocurrió lo impensable y cuando eso ocurre se convierte en lo que da que pensar. El deber de memoria consiste en repensar todo teniendo en cuenta que el acontecimiento precede al conocimiento.
             Primo Levi formula esta idea a su manera: “el acontecimiento es algo que trasciende la verdad y no sólo porque es inefable (inexpresable), o porque no es reducible a términos lógico-racionales. Hay algo más: el acontecimiento es, desde un determinado punto de vista, perfectamente inconmensurable. Es algo que no se identifica con la idea de verdad, al menos en la versión racionalista con la que la expresamos. " (Levi, 2010, XXIII)
            La formulación de Arendt va en la misma dirección: “Todo lo que sabemos del totalitarismo da prueba de una horrible originalidad que ninguna comparación histórica puede atenuar...La terrible originalidad del totalitarismo no se debe a que alguna idea nueva haya entrado en el mundo, sino al hecho de que sus acciones rompen con todas nuestras tradiciones; han pulverizado literalmente nuestras categorías de pensamiento político y nuestros criterios de juicio moral. El totalitarismo es una novedad, por supuesto, pero que se puede ser manipulada por el historiador cuando se empeña en buscarle una etiología suficiente, convirtiéndose en una especie de profeta del pasado. Pero esa manía del historiador olvida lo substancial: sólo cuando ha ocurrido algo irrevocable podemos intentar trazar su historia retrospectivamente. El acontecimiento ilumina su propio pasado y jamás puede ser deducido de él (41). (H. Arendt ”Comprensión y política”, en Arendt, 1995, De la historia a la acción, Paidos).

            2.2. Mi pregunta es ¿por qué en España los mismos que son muy sensibles a esta memoria, la niegan a la memoria histórica?
            Me permito un muestreo de esta impostura entre los susodichos intelectuales españoles. Dice Fernando Savater en  "Recuerdos envenenados" (El País, 22-06-2010) lo siguiente: "La memoria de los crímenes puede estar justificada en tanto viven quienes los cometieron, pero  más allá de la desaparición de estos se convierte en una carga culpabilizadora que busca nuevos chivos expiatorios y fomenta discordias y atropellos". De paso lanza una andanada contra  el juez Garzón con su acostumbrada mordacidad. Dice "En el caso de las fechorías del franquismo, opino que Garzón desbarra por completo " ("El final de la cordura" El País, 3-11-2008). Y remata diciendo que la memoria del holocausto es la que, en el caso del Estado de Israel, justifica "cualquier política opresora sobre los palestinos". Savater dixit.
            El historiador Álvarez Junco, que acostumbra a ser visto en actos conmemorativos del holocausto judío, se pregunta en "De historia y amnesia", (El País, 29-12-1997) que "¿Por qué no proponer, como base de la convivencia, exactamente lo contrario de lo que exige Santayana: olvidar?". Como bien se sabe la frase de Santayana "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla", despide al visitante del museo del campo de Dachau.
            Pero nadie como el también historiador, Santos Juliá, ha fustigado la memoria histórica con su singular teoría del "echar al olvido", al tiempo que predice el deber de memoria respecto a las víctimas de la Shoah. Se pone exquisito con la memoria de Auschwitz en "Destruir el recuerdo del mal radical" (El País, 21-6-2015), criticando el chiste antisemita del concejal de cultura del ayuntamiento de Madrid, al tiempo que zarandea un día sí y otro también la memoria histórica española, por ejemplo en "Amnistía como triunfo de la memoria" (El País, 24-11-2008).
             Manuel Cruz es un caso aparte porque es quien lo tiene más claro. Tiene la ventaja de que no distingue entre el Valle de los Caídos y Treblinka porque para él toda memoria es conservadora porque hace del pasado norma del presente; paralizante porque nos hace perder el tiempo en escenarios de horror que no son los que ahora se llevan; atontadora ya que incita a compensar la falta de argumentos  con relatos del horror; e inmoral por recurrir al dolor de las víctimas para justificar lo injustificable (que el hombre no precisa). Al final de un artículo confuso, este filósofo del postureo acaba con esta perla: la memoria de Auschwitz "culmina la operación, iniciada por el pensamiento conservador en la segunda mitad del siglo XX, de vaciar de todo contenido el presente y liquidar el futuro, dejando como único ámbito de referencia el pasado, a cuya horrorizada contemplación, según los predicadores de esta doctrina, deberíamos dedicarnos en exclusiva" (Manuel Cruz “Que el presente sea…y luego hablamos”, El País, 17-7-2009). No se puede decir más con menos. Con estos principios, el autor del artículo tendría que acercarse a Place de la Republique de París con un ramo de rosas y la inscripción "¡Jamás os recordaremos!".
            Podríamos seguir con la atención de El País a la novela de Cercas, El Impostor, un alegato contra la memoria; o las declaraciones de Juan Luis Cebrián sobre Colombia aconsejando a Santos que se olvide de la Justicia Transicional. Tienen en común todos ellos en formar parte de la intelectualidad actual del diario El País, que, dicho sea de paso, tuvo tiempos mejores. Habría que analizar qué relación hay en toda esta cultura amnésica y las pretensiones de modernidad del actual diario.

            Antes de responder a la pregunta que abre este apartado, unas consideraciones preliminares:
            a) No se trata de comparar u homologar la Guerra Civil con la Shoah. Ni Paracuellos ni el Valle de los Caídos son Varsovia. Se trata sencillamente de ver si hay aspectos en esa memoria filosófica fraguada en la postguerra mundial aplicables al caso español.
            b) Hay que tener en cuenta que la Guerra Civil no fue un episodio al margen de la II Guerra Mundial. Habría que mantener ese vínculo porque había un orden democrático legítimo que es cuestionado por unos militares que dan un golpe y que vencen por la implicación del Eje.
            Lo singular de la Guerra Civil española fue que aquí el pueblo luchó contra el fascismo, algo que no ocurrió en Alemania, Francia o Italia.
            c) La gran diferencia entre España y Europa es que en Europa el fascismo fue vencido en la II Guerra Mundial y eso facilitó, por un lado, un juicio legal y moral de condena y, por otro, el despliegue de una cultura de la memoria amparada en la autoridad de las víctimas, que ha permitido concretar y materializar la justicia a las víctimas. En España, por el contrario, la República fue vencida dos veces: en 1939 por el fascismo (una lucha que supuso una guerra civil, algo que no ocurrió, insisto, en países como Alemania, Francia e Italia, que luego fueron premiados por los vencedores); en 1945 por los Aliados, cuando vencieron al fascismo (pese a las voces de los Indalecio Prieto que les recordaron ese deber).

            3. Tras lo dicho, la pregunta pertinente sería esta: ¿por qué no aplicamos a la memoria histórica la misma vara de medir? La respuesta es: por el sistemático olvido de lo que Antonio G. Santesmases llama "la memoria republicana". Se refiere a lo siguiente: a) cuando los Aliados deciden no intervenir en España, se inicia un proceso en el que el pasado no cuenta. El destino de España será el resultado de lo que vaya sucediendo no de lo que ha sucedido. b) Lo que se impone en España es ,por un lado, la consolidación del franquismo y, por otro, la aparición de una oposición. En ambos casos el pasado deja de ser una instancia crítica. Ambos practican "el pasar página". Que lo practique el franquismo, es comprensible. El libro de Gregorio Morán, El Cura y los mandarines, muestra cómo la intelectualidad que sustituye a la de la Republica quiere apropiarse del legado republicano y se presenta como su sustituta. Lo llamativo es que el olvido lo practique la oposición. Esto ha sido tematizado por Javier Pradera y Santos Juliá con la teoría de la reconciliación operada por el encuentro en la oposición de los hijos de los vencedores y de los vencido. La consecuencia de esta tesis era la de hacer callar al exilio (voz del pasado) y la de disolver el peso del pasado en gestos de sus representantes en el presente: lo que hicieran Fraga y Carrillo clausuraba el pasado.

             Ese planteamiento merece dos reflexiones críticas: la primera, que hay que recordar la Carta del exilio de María Zambrano, de 1961, donde hace ver que sin referencia al pasado, cualquier modelo de convivencia está llamado a prolongar la historia cainita. Es la respuesta más directa a la tesis de Pradera-Juliá. La segunda: que reducir el significado del peso del pasado a los gestos de los supervivientes, es una impostura. La responsabilidad del franquismo no la borra Carrillo abrazando a Fraga; ni la del estalinismo la borra Fraga tendiendo la mano a Carrillo. ¿Quiénes son ellos para "echar al olvido", i.e., "acallar las demandas de justicia de las víctimas? Benjamin hablaba de la responsabilidad de los nietos sobre los abuelos. Hablaba de una "débil fuerza mesiánica" capaz de hacerse cargo de lo que hicieron los abuelos o de lo que les hicieron. Bueno, pues, Pradera-Juliá enmiendan la plana a Benjamin decretando el poder de los nietos de invisibilizar a los abuelos: en vez del poder anamnético sobre el pasado, estos predican el poder amnésico.

            Pero tampoco los aliados proyectan sobre España el rigor de la memoria que sí aplicaron en otros lugares sobre los nazis vencidos. Las víctimas españolas del fascismo no fueron tratadas como las francesas o judías. Si a las víctimas de Auschwitz se les honró, recordó, reparó en alguna medida, las de aquí fueron perseguidas por el régimen español e ignoradas por los aliados.

            No hubo "deber de memoria" para con ellas siendo así que fueron víctimas activas, que lucharon y murieron por la causa.

            Si grave fue la actitud del franquismo para con ellas, aplicándolas con saña la segunda muerte, la hermenéutica, más grave si cabe fue la indiferencia de los aliados que en vez de recordar al pueblo luchador, decidieron invisibilizarle al desentenderse de su suerte. Esta vejación tiene su expresión plástica en el hecho, señalado estos días, de que Alemania todavía se gasta en pagar 100.000 euros en pensiones para sobrevivientes de la División Azul. Y ni se haya planteado algún tipo de responsabilidad por su participación en la Guerra Civil, por los bombardeos de la Legión Cóndor o por Guernica. Caso interesante es el de algunos italianos que se han querellado contra su Estado por los bombardeos del fascismo italiano a la ciudad de Barcelona y otros lugares.

Conclusión:
          La transición política española cristaliza en un momento en el que domina en Europa la cultura del olvido. Lo que ocurre en España es que se radicaliza esa amnesia con la teoría del "echar al olvido", de tratar de justificar racionalmente la invisibilización de las víctimas del franquismo. España sigue así un camino opuesto al de Europa, en concreto el de Alemania, que en la década de los ochenta, se plantea el "debate de los historiadores", de suerte que mientras aquí se persigue el pasado allí se le coloca en el centro del proscenio. El epicentro de ese debate es Auschwitz: para quienes, como Habermas, Auschwitz es un acontecimiento epocal, la identidad alemana sólo puede conformarse desde "el deber de memoria"... de ahí la irónica expresión del "patriotismo constitucional".

           Mucho me temo que estos políticos e historiadores españoles sigan circulando por la autopista de la historia en sentido contrario...pensando que son los demás los equivocados.


Reyes Mate (Madrid-Tel Aviv, 13 de diciembre 2015)