El exilio que hace ochenta años
emprendieron miles de españoles, huyendo de la muerte o de la cárcel, está siendo
objeto estos meses de múltiples actos conmemorativos. Se aprovecha la ocasión
para dar un repaso a la barbarie que supuso el golpe de Estado franquista y
honrar de paso la memoria republicana.
Todas esas efemérides pueden ser
vistas como una forma poética de justicia para quienes tuvieron que abandonar
su país por haber defendido una causa justa. Justicia memorial, pues, para los
exiliados, pero ¿también para el exilio? Hay que preguntarse, en efecto, si
todos estos actos, que se presentan bajo el rótulo de “exilio republicano”,
hacen justicia a lo que significa el exilio o, dicho en otras palabras, si el
sentido del exilio se sustancia en legitimación del Estado republicano o apunta
más bien hacia otra forma de entender la política.
Es innegable que muchos exiliados
vivieron el exilio como un sacrificio por la República, esperando que un día
pudiera fructificar en restauración republicana. Algunos pocos, como María
Zambrano o Max Aub, sin embargo, pensaron que con el exilio se cerraba una
forma de entender el Estado y se abría otra que nada tenía que ver con el
pasado.
Para entender esto hay que tener en
cuenta la diferencia entre un exiliado y un refugiado (que nunca se va del
todo) y un desterrado (que sólo piensa en volver) o un transterrado (que cambia
de tierra). El exiliado sabe que cuando se va, se cierra definitivamente la
puerta de salida porque ese mundo que deja, desaparece. Descubre entonces que
estar exiliado es ser exiliado. El exilio aparece entonces no como una
circunstancia pasajera, sino como una forma de existencia. María Zambrano
recurre a un término cargado de historia para explicar ese cambio: el exilio,
dice, se convierte en diáspora. Es un término judío que los profetas acuñaron
en el exilio de Babilonia. Su particular Estado había sido derrotado por sus
enemigos y, tras una penosa reflexión llegaron a la conclusión de que la forma
política de existencia, propia del pueblo judío, era vivir en diáspora, es
decir, dispersos por el mundo conviviendo pacíficamente con los demás pueblos.
El exilio como diáspora significa renuncia a un Estado propio y una patria
material. Es significativo que el libro donde cuentan su vuelta a casa se llame
Éxodo.
María Zambrano toma prestada esa
herencia judía para exprimir y expresar su experiencia de exiliada. Ya no tiene
patria porque la ha perdido pero no renuncia a ella, sólo que ésta consiste en
renunciar a cualquier reconstrucción identitaria: “la patria verdadera tiene
por virtud crear exilio”, dice lúcidamente.
La filósofa malagueña es ciertamente
una excepción porque son pocos los exiliados que han reflexionado sobre su
exilio. La mayoría vivieron con las maletas listas para el regreso. Lo que no
deberíamos es privar a esa enorme experiencia de todo su alcance político,
sobre todo hoy cuando el exilio, en su modalidad de migración, se ha convertido
en el mayor problema político del mundo. El exilio abre una puerta a la
universalidad que trasciende toda recuperación identitaria, incluida la republicana.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 8 de
mayo 2019)