"España cristiana, no
musulmana" ha sido estas semanas pasadas algo más que un slogan electoral
de gente extremista. Parecía un grito que escapaba de muchas gargantas, hartas
de aguantarse para no traspasar el umbral de lo políticamente correcto. Bastó que alguien invocara a Pelayo y
Covadonga, es decir, el mito de la Reconquista de una España ocupada por los
moros, para sentirse liberados. Por fin alguien que ponía sobre la mesa la
esencia cristiana de una pobre España, ahora rota y roja. Muchos españoles se
han sentido interpretados aunque no todos les votaran.
Estos buscadores de esencias patrias
se extrañarían si vieran que lo suyo es ingrediente habitual de la Nueva
Derecha que recorre Europa. En Francia, Alemania u Holanda se oye lo mismo, a
saber, "que el Islam no forma parte de Europa". Los alemanes, por
ejemplo, tienen un partido llamado Patriotas
Europeos Contra la Islamización de Occidente (Pegida) y otro, Alternativa para Alemania, que se han
abierto paso vociferando que Occidente es cristiano, es decir, convirtiendo el
cristianismo en una religión étnica de blancos antiislamistas (que tanto
recuerdan al hitlerismo que era una religión étnica de arios antisemitas).
Nada hay de original pues en esta
reivindicación de la cristiandad de occidente, lo que no significa que no
tengan su punto de razón. Lo de Pelayo y Covadonga nos puede sonar a broma,
pero ahí está un historiador como Américo Castro para recordarnos que el
vocablo "español" -un mote que nos pusieron los franceses- era una
forma de llamar a una parte de los habitantes de la península, peleados entre
sí, pero que se pusieron de acuerdo en luchar juntos contra el moro en base a que
tenía en común su religión cristiana. La casta cristiana contra la casta
musulmana, todos españoles pero de distintas creencias que no pararon de pelear
hasta que acabaron con el otro. Lo que tenían en común las dos castas era el
lugar reservado a la respectiva religión. Su Dios les servía para algo más que
para rezarle en la intimidad. Era lo que les unía más allá de las diferencias,
lo que les diferenciaba de los que ocupaban otro espacio, lo que les llevaba a
matarles y dejarse matar, es decir, lo que les daba identidad política. La
convivencia entre judíos, moros y cristianos acabó el día en que las creencias
se transformaron en ideologías políticas.
Una historia bélica muy común pero
poco edificante y desde luego en las antípodas de la mejor tradición cristiana
-la que representa el Papa Francisco- y también del espíritu democrático que
casa mal con el populismo identitario de quienes hoy sueñan con Covadonga. Para
aclararnos un poco habría que distinguir entre cristiandad (que es la forma
política identitaria, excluyente, que invoca la Nueva Derecha) y cristianismo
(que es una inspiración cultural universalista, impensable sin el otro).
Lo del Papa Francisco viene a cuento
porque esta Nueva Derecha le ataca desde dos extremos que se tocan. Por un lado
están los nostálgicos del cristianismo excluyente que sueñan no con la España
de la convivencia entre las tres culturas sino con la que expulsó a los que, como
los judíos o los moriscos, no eran de la casta cristiana. Para estos cruzados
el cristianismo de Francisco les suena a traición. Pero luego están, en el
flanco opuesto de esa misma derecha, los que denuncian "la tiranía de la
virtud" o el "buenismo del cristianismo". Entre ellos hay
notables intelectuales, como el alemán Peter Sloterdijk, que piden erradicar de
la cultura europea todo rastro de cristianismo pues sus mensajes de fraternidad
y universalidad son profundamente perniciosos. El hombre, dice, da poco de sí y
no hay que exigirle tanto. Hay que dejarle que vaya a lo suyo y así será feliz.
El cristianismo con sus exigencias éticas es una fuente de infelicidad. Otro
tanto dice el francés Alain de Benoist que pide la disolución de la cultura
judeo-cristiana y su sustitución por un casticismo xenófobo. Este tipo de
intelectuales son santo y seña de este populismo emergente. Se presentan como
novedad porque la vieja derecha tenía un
punto de humanismo cristiano o de laicismo republicano que debe ser sustituido
por lo que el filósofo Jürgen Habermas ha tachado de "neopaganismo". La
derecha española, tan empeñada en disputar el espacio a esa extrema derecha,
tendrá que preguntarse si su necesaria renovación toma este fatídico rumbo. La
iglesia española debería revisar sus alianzas.
Tenemos pues que forman parte de
esta Nueva Derecha, por un lado, nostálgicos de las cruzadas que se atan al
mástil de la cristiandad y, por otro, enterradores del cristianismo porque con
su buenismo abren las fronteras al moro (de momento no osan exhibir su
antisemitismo que está latente). Esta confluencia de posturas tan opuestas lo
que realmente está queriendo decir es que la Nueva Derecha detesta el
cristianismo. Son movimientos paganos que sólo saben de dioses locales que van
a lo suyo y detestan tradiciones como las monoteístas (sean judía, cristiana o
musulmana) que, pese a sus muchos errores históricos, saben que no pueden
confundir el nosotros con un no-otros.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 4 de mayo
2019)