31/5/19

Antonio Rivera y Eduardo Mateo (Edts.), 2019, "Víctimas y política penitenciaria", Catarata


            Es difícil presentar un libro en el que uno mismo participa pues lo que pueda decir es lo que ya ha dicho. Así que voy a hacer de lector y dialogar con algunas de las ideas que se exponen en el libro. Hay ahí muchas intervenciones con las que estoy de acuerdo y por eso no me referiré a ellas. Pido pues disculpas si no puedo dialogar con todos los autores sino referirme sólo a alguno de ellos.

            El texto de Henry Patterson sobre el proceso de paz en Irlanda del Norte, hiela la sangre, leído desde España. Hay que consignar que consiguió poner fin a un enconado conflicto pero ¿a qué precio? Considerar víctima a todo el que sufre supone colocar al mismo nivel al que pone una bomba y es herido por su propio artefacto que al niño que pasaba por allí; o equiparar la angustia de ser detenido si dispara una pistola con la tragedia de matar a alguien porque piensa diferente. Aquí no hay racionalidad moral alguna, sino justificación racionalizadora desde intereses extraños a la razón y a la moral (razón instrumental). Podemos entender que alguien plantee paz por justicia u olvido, pero siempre que nos pongamos de acuerdo sobre quien es víctima y quien verdugo. En ese caso respetamos un mínimo ético pues reconocemos quien es víctima y quien verdugo, aunque por razones políticas renunciamos a darles significación. Pero afirmar que todo el que sufre es víctima es comparar a los millones de judíos exterminados con el dolor de los nazis por haber sido derrotados.


            Tampoco resulta ejemplar la forma en que Italia acabó con su terrorismo según cuenta Matteo Re: la delación en un momento y la retirada estratégica en otro, bastaba. Él resume bien lo que podemos decir: “lo que siempre faltó en el caso italiano fue la petición de perdón a las víctimas y un sincero arrepentimiento por el daño causado”.

            Juan Infante repasa el proceso de disolución y reinserción de ETA Político-Militar. Visto desde hoy también nos sorprende pues en ese proceso sólo contaba ETA y el Estado. Las víctimas eran literalmente invisibles por eso se sacrificó el capítulo “justicia”. Mi pregunta ¿resulta un anacronismo decir hoy que aquello fue un error? Sería un anacronismo si hoy juzgáramos ese pasado con un elemento actual que entonces no se daba. El autor se cura en salud diciendo que entonces “ni existían las asociaciones de víctimas”. No existían asociaciones pero sí víctimas conscientes de la injusticia que se les hacía, es decir, había preguntas pero no capacidad para escucharlas. No podemos considerar aquello pues como un proceso modélico o ejemplar. El autor se pregunta por qué los polismilis no arrastraron hacia la paz a los milis. Para responder había que preguntarse qué les diferenciaba: no el crimen pues los polismilis ni tuvieron que arrepentirse ni pedir perdón i.e. no tenían sentimiento de culpa. Lo que les diferenciaba era la oportunidad del crimen. Una diferencia estratégica, un asunto menor sin capacidad de arrastre.

            Adela Asúa acota con precisión de cirujana los límites de la justicia retributiva abriendo el campo a otro tipo de justicia, la restaurativa  por ejemplo. Me ha resultado muy esclarecedor, de cara al objetivo irrenunciable de la reinserción, la distinción entre justicia penitenciaria y política antiterrorista, una distinción que, de tenerla presente, nos ahorraría muchos debates sobre el acercamiento de presos.

            Me ha parecido muy valiosa por su rigor y generosidad la apuesta de Marta Buesa por la reinserción y recuperación del victimario. Eso, claro, es bueno para el victimario, y es bueno para la sociedad que puede así hacer frente a la fractura social que supone el crimen político. Pero sin ingenuidad, es decir, teniendo en cuenta, por un lado, un dato de antropología humanista: que el victimario puede cambiar: de ahí, posibilitar una segunda oportunidad. En segundo lugar, sin impunidad porque si no se tiene en cuenta la injusticia del crimen, la historia no cambiará. Y, en tercer lugar, desde lo que me permito llamar un “resentimiento moral”, como decía Jean Améry o Hans Mayer. Hay un punto de lucidez pragmática que está también en Maixabel Lasa que conviene tener presente: los presos acabarán saliendo ¿de qué nos sirve que salgan como entraron?

            Cristina Cuesta deja caer una pregunta de la mayor importancia pero sobre la que pasamos de puntillas, a saber, ¿cómo afecta el crimen político a las ideas en cuyo nombre se mata?, es decir ¿cómo afecta el terrorismo al nacionalismo, a la independencia, a la patria? Ya vamos tomando conciencia de que el terrorismo envilece a la sociedad que le ampara o posibilita: saca lo peor de esa sociedad (el miedo, la delación, el racismo, sacrificar la amistad, politizar la religión). Pero nos falta ese debate porque cuando se mata en nombre de unas ideas, esas ideas ya no son inocentes: se convierten en ideologías sobre las que hay que hablar. Y de ideología sabemos mucho. Pasamos de la tolerancia medieval a la intolerancia cuando las creencias se convirtieron en ideologías políticas. En el libro de Joseba Arregi, El terror de Eta, hay un capítulo final sobre Ilustración y terrorismo. Se explica muy bien cómo, para Hegel, Robespierre era parte de la Revolución Francesa. No es algo que honre a la Revolución Francesa pero la explica. Y yo me digo: si algo tan noble como la Ilustración tenía ese perverso componente, que ha obligado a poner en marcha una Dialéctica de la Ilustración ¿por qué los nacionalistas moderados tienen tanto miedo a esta pregunta? ¿Es más noble el nacionalismo que la Ilustración? Dice Cristina: “me considero víctima no indiferente y así defiendo mejor la memoria de mi padre” es una expresión del “resentimiento moral”.

            Pérez Zárate, como Maixabel Lasa se preguntan ¿por qué se suspendió la vía Nanclares?. La justicia restaurativa ¿a quién molesta? Una paradoja: la justicia restaurativa busca la reconciliación, la recuperación del victimario ¿por qué incomoda a los partidarios de la equidistancia, como al PNV? Pues porque esa justicia no pierde de vista la autoridad de la víctima y eso desarma toda esa ideología de la “pluralidad de discursos”. No hay lugar para discursos exculpatorios: la justicia restaurativa exige reconocimiento de culpabilidad. Los exetarras de Nanclares de Oca señalan la responsabilidad de la parte de la sociedad que les apoyó y aquella otra que se aprovechó de que unos “movieran el árbol y otros recogieran los frutos”. Esa parte de la sociedad cómplice o que se aprovechó del terror se siente señalada e invitada a "hacer duelo". Esos exetarras lo que plantean es que no hay más salida al terrorismo que el “cambio interior” y no sólo cambio de estrategia. A la luz de Nanclares, la presencia de Otegi en la TV es una ofensa.

            De Urrusolo Sistiaga, a quien conocí en la cárcel de Nanclares de Oca, ¿cómo no valorar su testimonio? Supone una gran madurez moral y un gran valor cívico. Lo que, sin embargo, me llama la atención es la referencia que hace al “exilio”. Habla con cariño de Yoyes, y habla de su “exilio en México”. ¿“Exilio”?. Este año se multiplican las celebraciones en torno al exilio. Exilios hay de muchos tipos: los refugiados que nunca se van; los desterrados que siempre están pendientes de volver; los transterrados que cambian de tierra. La tipología es grande. Exiliados –que no desterrados, refugiados o transterrados- hay pocos. Son aquellos que reflexionan sobre su experiencia y descubren el estar exiliado, la errancia, como forma de existencia. Como diáspora, que dicen los judíos. El exiliado es el que descubre que no tiene patria o que la patria verdadera, como decía Zambrano, es irse. El exilio es la negación de la patria. La verdad es que a mi Yoyes no me encaja en ninguno de estos tipos de exilio. Era una prófuga de la justicia de un Estado de derecho, como lo es Puigdemont, hasta que regularizó la vuelta. Que Otegi considere a los prófugos de la justicia exiliados, se entiende, porque entenderá que su imaginario Estado vasco está ocupado por fuerzas extrañas, pero quien considere el nacionalismo etarra como un delirio ¿cómo justificarlo? ¿Por qué llama Urrusolo Sistiaga al ser prófugo estar en exilio?

            Seguramente por la misma razón que otros hablan del “conflicto” o quieren camuflar una estrategia de exculpación invocando el señuelo de “la pluralidad de discursos” o consideran víctimas a todo el que sufre. Aquí hay en juego un debate hermenéutico, una lucha por la legitimidad del discurso, por la propiedad de las palabras. Ya he dicho en algún lugar que sobre la víctima se ciernen dos tipos de muerte: la física y la hermenéutica. El que mata no para hasta conseguir sea invisibilizar a la víctima sea banalizar el crimen. Hay que estar atento.

            Josu Elespe argumenta firme y contenidamente a favor de la justicia restaurativa pero lejos de toda tentación simétrica. La restauración del daño social causado por el terror no es fruto de un acercamiento simétrico de la víctima y del verdugo. La restauración no es un diálogo entre iguales, ni un consenso. La víctima no plantea consenso sino que interpela buscando, de entrada, justicia y la respuesta del victimario no es sólo renunciar a seguir siéndolo, sino un cambio interior que se enfrente a su responsabilidad, ese cambo que si se dio en Irlanda ni se lo plantearon los polis milis, ni se atisba en el mundo abertzale.

            Quisiera terminar con una reflexión final: sería una grave irresponsabilidad que toda esta traumática existencia hubiera sido en vano. No nos lo podemos permitir. Cuando hablo de experiencia vivida me refiero no al hecho bruto del terrorismo sino a la reflexión crítica sobre ese hecho. Esa experiencia está compuesta de los siguientes elementos: a) reconocimiento de que la acción terrorista es un daño absurdo infligido a inocentes, con lo que se reconoce la inmoralidad e irracionalidad de la acción; b) reconocimiento de la culpa. Uno está en deuda con la víctima. Se le reconoce su autoridad y es consciente del daño que uno se hace al hacer daño; de la propia deshumanización al atentar contra la humanidad del otro; c) solicitud del perdón: una segunda oportunidad que se pide a la víctima desde el reconocimiento de su autoridad. El perdón como posibilidad de desencadenarse respecto a la acción criminal y poder ser un sujeto disponibles para buenas acciones; d) otorgamiento del perdón. En el caso de que tenga lugar, liberación también de la víctima de su atadura al mal sufrido y darse entonces la posibilidad de ser más que lo que el victimario ha hecho de ella.

            Decir que toda esa experiencia no sea en vano significa plantearse si emerge un nuevo sujeto político. La pregunta es: ¿esa experiencia alumbra un nuevo sujeto político? De momento lo que tenemos son sujetos alcanzados por el sufrimiento: un sujeto que le causa y otro sujeto que lo padece. Pero la elaboración que supone la experiencia, tal y como hemos visto, significa que miden la subjetividad con el patrón del sufrimiento. Ese es el modelo con el que habría que medirse.

Reyes Mate (Presentación del libro Víctimas y política penitenciaria en Vitoria, 7 de mayo 2019)