Es difícil presentar un libro en el
que uno mismo participa pues lo que pueda decir es lo que ya ha dicho. Así que
voy a hacer de lector y dialogar con algunas de las ideas que se exponen en el
libro. Hay ahí muchas intervenciones con las que estoy de acuerdo y por eso no
me referiré a ellas. Pido pues disculpas si no puedo dialogar con todos los
autores sino referirme sólo a alguno de ellos.
El texto de Henry Patterson sobre el
proceso de paz en Irlanda del Norte, hiela la sangre, leído desde España. Hay
que consignar que consiguió poner fin a un enconado conflicto pero ¿a qué
precio? Considerar víctima a todo el que sufre supone colocar al mismo nivel al
que pone una bomba y es herido por su propio artefacto que al niño que pasaba
por allí; o equiparar la angustia de ser detenido si dispara una pistola con la
tragedia de matar a alguien porque piensa diferente. Aquí no hay racionalidad
moral alguna, sino justificación racionalizadora desde intereses extraños a la
razón y a la moral (razón instrumental). Podemos entender que alguien plantee
paz por justicia u olvido, pero siempre que nos pongamos de acuerdo sobre quien
es víctima y quien verdugo. En ese caso respetamos un mínimo ético pues
reconocemos quien es víctima y quien verdugo, aunque por razones políticas
renunciamos a darles significación. Pero afirmar que todo el que sufre es
víctima es comparar a los millones de judíos exterminados con el dolor de los
nazis por haber sido derrotados.
Tampoco resulta ejemplar la forma en
que Italia acabó con su terrorismo según cuenta Matteo Re: la delación en un
momento y la retirada estratégica en otro, bastaba. Él resume bien lo que
podemos decir: “lo que siempre faltó en el caso italiano fue la petición de
perdón a las víctimas y un sincero arrepentimiento por el daño causado”.
Juan Infante repasa el proceso de
disolución y reinserción de ETA Político-Militar. Visto desde hoy también nos
sorprende pues en ese proceso sólo contaba ETA y el Estado. Las víctimas eran
literalmente invisibles por eso se sacrificó el capítulo “justicia”. Mi
pregunta ¿resulta un anacronismo decir hoy que aquello fue un error? Sería un
anacronismo si hoy juzgáramos ese pasado con un elemento actual que entonces no
se daba. El autor se cura en salud diciendo que entonces “ni existían las
asociaciones de víctimas”. No existían asociaciones pero sí víctimas conscientes
de la injusticia que se les hacía, es decir, había preguntas pero no capacidad
para escucharlas. No podemos considerar aquello pues como un proceso modélico o
ejemplar. El autor se pregunta por qué los polismilis no arrastraron hacia la
paz a los milis. Para responder había que preguntarse qué les diferenciaba: no
el crimen pues los polismilis ni tuvieron que arrepentirse ni pedir perdón i.e.
no tenían sentimiento de culpa. Lo que les diferenciaba era la oportunidad del
crimen. Una diferencia estratégica, un asunto menor sin capacidad de arrastre.
Adela Asúa acota con precisión de
cirujana los límites de la justicia retributiva abriendo el campo a otro tipo
de justicia, la restaurativa por ejemplo.
Me ha resultado muy esclarecedor, de cara al objetivo irrenunciable de la
reinserción, la distinción entre justicia penitenciaria y política
antiterrorista, una distinción que, de tenerla presente, nos ahorraría muchos
debates sobre el acercamiento de presos.
Me ha parecido muy valiosa por su
rigor y generosidad la apuesta de Marta Buesa por la reinserción y recuperación
del victimario. Eso, claro, es bueno para el victimario, y es bueno para la
sociedad que puede así hacer frente a la fractura social que supone el crimen
político. Pero sin ingenuidad, es decir, teniendo en cuenta, por un lado, un
dato de antropología humanista: que el victimario puede cambiar: de ahí,
posibilitar una segunda oportunidad. En segundo lugar, sin impunidad porque si
no se tiene en cuenta la injusticia del crimen, la historia no cambiará. Y, en
tercer lugar, desde lo que me permito llamar un “resentimiento moral”, como
decía Jean Améry o Hans Mayer. Hay un punto de lucidez pragmática que está también
en Maixabel Lasa que conviene tener presente:
los presos acabarán saliendo ¿de qué nos sirve que salgan como entraron?
Cristina Cuesta deja caer una
pregunta de la mayor importancia pero sobre la que pasamos de puntillas, a
saber, ¿cómo afecta el crimen político a las ideas en cuyo nombre se mata?, es
decir ¿cómo afecta el terrorismo al nacionalismo, a la independencia, a la
patria? Ya vamos tomando conciencia de que el terrorismo envilece a la sociedad
que le ampara o posibilita: saca lo peor de esa sociedad (el miedo, la
delación, el racismo, sacrificar la amistad, politizar la religión). Pero nos
falta ese debate porque cuando se mata en nombre de unas ideas, esas ideas ya
no son inocentes: se convierten en ideologías sobre las que hay que hablar. Y
de ideología sabemos mucho. Pasamos de la tolerancia medieval a la intolerancia
cuando las creencias se convirtieron en ideologías políticas. En el libro de
Joseba Arregi, El terror de Eta, hay un
capítulo final sobre Ilustración y
terrorismo. Se explica muy bien cómo, para Hegel, Robespierre era parte de
la Revolución Francesa. No es algo que honre a la Revolución Francesa pero la
explica. Y yo me digo: si algo tan noble como la Ilustración tenía ese perverso
componente, que ha obligado a poner en marcha una Dialéctica de la Ilustración ¿por qué los nacionalistas moderados
tienen tanto miedo a esta pregunta? ¿Es más noble el nacionalismo que la
Ilustración? Dice Cristina: “me considero víctima no indiferente y así defiendo
mejor la memoria de mi padre” es una expresión del “resentimiento moral”.
Pérez Zárate, como Maixabel Lasa se
preguntan ¿por qué se suspendió la vía Nanclares?. La justicia restaurativa ¿a
quién molesta? Una paradoja: la justicia restaurativa busca la reconciliación,
la recuperación del victimario ¿por qué incomoda a los partidarios de la
equidistancia, como al PNV? Pues porque esa justicia no pierde de vista la
autoridad de la víctima y eso desarma toda esa ideología de la “pluralidad de
discursos”. No hay lugar para discursos exculpatorios: la justicia restaurativa
exige reconocimiento de culpabilidad. Los exetarras de Nanclares de Oca señalan
la responsabilidad de la parte de la sociedad que les apoyó y aquella otra que
se aprovechó de que unos “movieran el árbol y otros recogieran los frutos”. Esa
parte de la sociedad cómplice o que se aprovechó del terror se siente señalada
e invitada a "hacer duelo". Esos exetarras lo que plantean es que no
hay más salida al terrorismo que el “cambio interior” y no sólo cambio de
estrategia. A la luz de Nanclares, la presencia de Otegi en la TV es una ofensa.
De Urrusolo Sistiaga, a quien conocí
en la cárcel de Nanclares de Oca, ¿cómo no valorar su testimonio? Supone una
gran madurez moral y un gran valor cívico. Lo que, sin embargo, me llama la
atención es la referencia que hace al “exilio”. Habla con cariño de Yoyes, y
habla de su “exilio en México”. ¿“Exilio”?. Este año se multiplican las
celebraciones en torno al exilio. Exilios hay de muchos tipos: los refugiados
que nunca se van; los desterrados que siempre están pendientes de volver; los
transterrados que cambian de tierra. La tipología es grande. Exiliados –que no
desterrados, refugiados o transterrados- hay pocos. Son aquellos que
reflexionan sobre su experiencia y descubren el estar exiliado, la errancia,
como forma de existencia. Como diáspora, que dicen los judíos. El exiliado es
el que descubre que no tiene patria o que la patria verdadera, como decía
Zambrano, es irse. El exilio es la negación de la patria. La verdad es que a mi
Yoyes no me encaja en ninguno de estos tipos de exilio. Era una prófuga de la
justicia de un Estado de derecho, como lo es Puigdemont, hasta que regularizó
la vuelta. Que Otegi considere a los prófugos de la justicia exiliados, se
entiende, porque entenderá que su imaginario Estado vasco está ocupado por
fuerzas extrañas, pero quien considere el nacionalismo etarra como un delirio
¿cómo justificarlo? ¿Por qué llama Urrusolo Sistiaga al ser prófugo estar en
exilio?
Seguramente por la misma razón que
otros hablan del “conflicto” o quieren camuflar una estrategia de exculpación
invocando el señuelo de “la pluralidad de discursos” o consideran víctimas a
todo el que sufre. Aquí hay en juego un debate hermenéutico, una lucha por la
legitimidad del discurso, por la propiedad de las palabras. Ya he dicho en
algún lugar que sobre la víctima se ciernen dos tipos de muerte: la física y la
hermenéutica. El que mata no para hasta conseguir sea invisibilizar a la
víctima sea banalizar el crimen. Hay que estar atento.
Josu Elespe argumenta firme y
contenidamente a favor de la justicia restaurativa pero lejos de toda tentación
simétrica. La restauración del daño social causado por el terror no es fruto de
un acercamiento simétrico de la víctima y del verdugo. La restauración no es un
diálogo entre iguales, ni un consenso. La víctima no plantea consenso sino que
interpela buscando, de entrada, justicia y la respuesta del victimario no es
sólo renunciar a seguir siéndolo, sino un cambio
interior que se enfrente a su responsabilidad, ese cambo que si se dio en
Irlanda ni se lo plantearon los polis milis, ni se atisba en el mundo
abertzale.
Quisiera terminar con una reflexión
final: sería una grave irresponsabilidad que toda esta traumática existencia
hubiera sido en vano. No nos lo podemos permitir. Cuando hablo de experiencia
vivida me refiero no al hecho bruto del terrorismo sino a la reflexión crítica sobre
ese hecho. Esa experiencia está compuesta de los siguientes elementos: a) reconocimiento
de que la acción terrorista es un daño absurdo infligido a inocentes, con lo
que se reconoce la inmoralidad e irracionalidad de la acción; b) reconocimiento
de la culpa. Uno está en deuda con la víctima. Se le reconoce su autoridad y es
consciente del daño que uno se hace al hacer daño; de la propia deshumanización
al atentar contra la humanidad del otro; c) solicitud del perdón: una segunda
oportunidad que se pide a la víctima desde el reconocimiento de su autoridad.
El perdón como posibilidad de desencadenarse respecto a la acción criminal y
poder ser un sujeto disponibles para buenas acciones; d) otorgamiento del
perdón. En el caso de que tenga lugar, liberación también de la víctima de su
atadura al mal sufrido y darse entonces la posibilidad de ser más que lo que el
victimario ha hecho de ella.
Decir que toda esa experiencia no
sea en vano significa plantearse si emerge un nuevo sujeto político. La
pregunta es: ¿esa experiencia alumbra un nuevo sujeto político? De momento lo
que tenemos son sujetos alcanzados por el sufrimiento: un sujeto que le causa y
otro sujeto que lo padece. Pero la elaboración que supone la experiencia, tal y
como hemos visto, significa que miden la subjetividad con el patrón del
sufrimiento. Ese es el modelo con el que habría que medirse.