8/5/19

Homenaje a Víctor Urrutia en la presentación de su libro de poemas Memoria de silencios (2019, Eds. Vitrubio, Madrid)


            Hay libros que son fáciles de presentar porque son letra muerta, textos donde quedan bien separada la vida de la obra, la bibliografía de la biografía. Este, Memoria de silencios, no es de esos. Es un libro vivo porque viva es la memoria que todos tenemos de su autor y vida es lo que transmite. Por eso esta presentación es también un memorial.

1. No nos hemos tratado muchas veces, pero la relación venía de lejos y todos los encuentros fueron de veras: en el contexto de cristianos por el socialismo, a propósito del terrorismo de ETA, en su época de Director General en el Ministerio de Justicia. La última vez fue en Ávila hace más de dos años, hablando del tiempo…del apocalíptico y del gnóstico; del desafío del tiempo del progreso. Yo hablaba contra la ideología del tiempo del progreso que se nos presenta como inagotable, imparable y salvífico, mientras el vivía desde su enfermedad la finitud del tiempo. Justo cuando él estaba señalado por una enfermedad mortal yo osaba disertar sobre el tiempo y la vida, perorando sobre que la vida es tiempo, que el tiempo es finito y que la muerte es el final del tiempo pero no el final de la vida. El estaba muy atento e intervino incisivamente en el debate. Hoy estamos aquí convocados por su palabra, la palabra poética que trasciende el tiempo y el espacio. Hablemos pues de poesía, de su poesía. Lo haré en plan impresionista, señalando algunas figuras que permitan desentrañar sus poemas.


2. Walter Benjamin distinguía tres tipos de lenguaje: el divino, que es creador; el adámico que es nominativo en el sentido de que Adán podía dar nombre a las cosas, expresar en palabras la esencia lingüística de las cosas; y el nuestro, el post-adámico, que es cháchara, titubeo, aproximación, palabrería. El poeta es quien se salta la norma y es capaz de ir en busca de la palabra justa, adámica.
            Machado expresaba esta misma idea a su manera: “a distinguir me paro las voces de los ecos/Y escucho solamente, entre las voces, una”.
            Para Víctor esa palabra verdadera es la que pronuncia el silencio. Me remito a su poema “El silencio habla” (2019, 15) donde nos dice que las palabras son de otros, de otros que hablan; el silencio, en cambio es de uno, de uno que escucha.

3. Nos recuerda Loli Asúa en su excelente prólogo que Víctor decía “soy un poeta tardío”. Alguien puede componer versos en la infancia, pero los poetas son tardíos. Lo explicaba Aristóteles cuando decía que “hay más realidad en la poesía que en la ciencia”. La ciencia habla de hechos, de lo que hay. El poeta de lo que pudo ser y no fue; también de lo que podrá o podría ser. Para eso hay que haber vivido las limitaciones de la vida y atisbar otras que pudieron haber sido y nos hubieran enriquecido; que podrán ser mejores que la que tenemos y nos salvarán. Invito a leer el poema “Día entregado” en el que vivir es tener las manos abiertas o también “Símbolos para la vida” (2018, 30).

4.Vuelvo a citar a Loli Asúa para recoger la idea de la presencia del tiempo en la poesía de Víctor, siempre atento al “ día a día”; por eso tituló su primer libro de poemas El libro de los días, (2017, Ediciones Vitrubio, Madrid). Y necesito volver a visitar al Juan de Mairena de Machado, cuando dice que “el poema que no tenga muy marcado el acento temporal estará más cerca de la lógica que de la lírica”. Lo que distingue a un poeta de un componedor de versos es el sentido del tiempo y eso tiene que ver con el empleo de la rima. La rima no es sólo el encuentro de un sonido reiterado con el recuerdo de otro, sino también la complicidad de dos mundos diferentes en torno a una misma figura. Juan Mayorga traducía este idea del ritmo en el teatro recurriendo a una silla que empieza siendo la silla de una alcoba y acaba siendo un banco de acusado, como ocurre en el Proceso de Kafka. Un objeto, una palabra, es capaz de poner en contacto a dos mundos distintos (la alcoba y la sala de juicio) que de esa suerte ven alterada su naturaleza. Juan de Mairena ilustra su teoría comparando la poesía de Jorge Manrique con la poesía barroca española. Sentido del tiempo tiene Jorge Manrique pero no el barroco de Calderón de la Barca: en éste la poesía no canta sino que razona, discursea en torno a unas cuantas definiciones. El sentido del tiempo está muy marcado en la poesía de Víctor Urrutia lo que le situaría, según el baremo de Machado, en un lugar destacado en el olimpo de los poetas. Léase, por ejemplo, el poema “Revolución” (2019, 16). La rima se hace en torno a la muerte que es el grito de liberación de los revolucionarios (“Patria o muerte”) y también la devastación que produce su gesta revolucionaria. Si alguien pronuncia la palabra “revolución”, no podemos separar el grito triunfal de unos sin el clamor de los otros.

5. Adorno se preguntó si era posible hacer poesía después de Auschwitz. Lo decía porque el arte, también el poético, produce belleza, encanto. Tiene glamour. Pero "¿qué encanto le queda a una humanidad después de que haya sido asesinada?”. Aquello fue un “crimen contra la humanidad”: no sólo un genocidio sino un atentado a sus logros civilizatorios, una vuelta a la barbarie. Sabemos que el poeta Paul Celan quiso responderle y hasta concertaron una entrevista que no tuvo lugar porque Paul Celan se dio la media vuelta cuando estaba a punto de llamar a la puerta porque su modestia no le permitía más. Le daba vértigo discutirle al gran filósofo la verdad de su afirmación. Su modestia, empero, no le impidió escribir unos decididos folios donde replicaba al filósofo que era posible hacer poesía si se partía del sufrimiento. Algo de esto vemos en Víctor. Podemos escoger entre varios poemas. Me quedo con este titulado “La rosa roja”, (2019, 26). El poema sólo vale si vale al que sufre. Si brota del sufrimiento. Sólo vale si acompaña al vencido.

6. Para terminar me pregunto qué hacemos aquí. Me pregunto si sólo hemos venido convocados por la escritura para dejarnos interpelar por ella. Creo que por eso y, también, por algo más. El filósofo Derrida habla con gracia de la farmacia de Platón que no era precisamente un farmacéutico pero habla de que en esa farmacia había drogas que podían matar o sanar, según. Cuenta Platón, en efecto, que hubo un viejo dios egipcio, llamado Theuth, que tuvo el acierto de descubrir un fármaco portentoso pues hacía sabio a quien lo consumiera. Era la escritura. Le faltó tiempo para ofrecérselo al rey del lugar quien, tras oír la entusiasta defensa que hizo Theuth de su invento, preguntó si había contraindicaciones. Al final declinó la oferta porque el fármaco del viejo dios tenía algunas muy severas. La escritura podía, sí, fijar hechos y salvarlos del olvido, como una memoria perenne, pero condenaba al olvido a lo que no quedara escrito. La escritura arruinaba la tradición oral. Privilegiaba la visión pero condenaba el oído. Ante una droga que sana y mata, el prudente rey Thamus optó por desoír al genial dios. En la farmacia de Platón podíamos encontrar ese fármaco y no cabe duda de que esa farmacia tiene hoy muchos concesionarios donde se sirve la susodicha droga.
            Estamos aquí para celebrar el poder curativo de la escritura y su publicación, pero también dispuestos a usar el antídoto contra sus efectos perversos. No queremos separar la escritura de la vida; al poeta de la persona, lo escrito de lo dicho. Y lo hacemos no leyendo en soledad sus versos, que es desde luego necesario, sino sintiéndonos convocados por la escritura para honrar su memoria.
            Unos poemas sólo se convierten en escritura si hay un editor dispuesto al riesgo de publicarlos. Pablo Méndez ha tenido ese valor y se lo tenemos que agradecer. Este es también un libro póstumo que ha sido posible por el empeño de Loli Asúa que además le presenta con un texto tan bello como preciso. No es difícil imaginar la emoción que hay tras todo este recorrido. Gracias también por haber querido compartirla.

Reyes Mate (Presentación en Centro Riojano, Madrid, 3 de abril 2019)