22/3/16

La muerte de Sócrates o cuando la virtud es delito

            El teatro de Mérida ha invitado a Sócrates a subir al escenario para someter al público de este siglo XXI las razones de su condena. Platón ha recogido en un trepidante diálogo, titulado Apología, la autodefensa de ese gran ciudadano ateniense, condenado hace veinticinco siglo por los notables de la ciudad.

            La razón por la que, a lo largo de los siglos, hacemos hablar a Sócrates es porque estamos convencidos de que hay en todo este proceso una lección política que merece ser conocida y transmitida. Pero no es de política de lo que aquí se trata sino de algo más serio.


            Para empezar, le acusan a él, un hombre austero y virtuoso, de pervertir a la juventud porque no les enseña la verdadera religión, esto es, los valores sagrados de la polis, esos que han engrandecido a Atenas en las letras y en las armas. Sócrates se defiende diciendo que él no ha enseñado nada a nadie. No es un maestro. Se ha limitado a poner en evidencia a los grandes hombres por aparentar lo que no eran; por engañar, ocultando su ignorancia o su incapacidad. Su crimen consistía en demostrar que el rey iba desnudo. Un crimen que merecía la pena capital porque los grandes hombres de la polis no sólo se sabían triunfadores sino que quería ser reconocidos por los demás como los mejores. Que los jóvenes de Atenas aprendieran de Sócrates el ejercicio de la crítica, eso los hombres públicos no lo podían tolerar.

            A este hombre paciente, le molestaba sobremanera que le acusaran de hacer crítica política. La política no le interesa. Y se lo dice bien claro al jurado: "no hay que preocuparse de los asuntos de la ciudad sino de la ciudad misma". Lo que le interesa es la vida de los ciudadanos y no los asuntos de Estado. No dispone de un plan alternativo para salvar al mundo. Prefiere moverse a escala humana: "me he pasado la vida", dice, "intentando convencer a cada uno de vosotros de que no se preocupara de ninguna cosa antes de preocuparse de ser él mismo lo mejor y más sensato posible". Busca el cara a cara, tratando de convencer y no seducir o imponerse. Decían de él que "cuchicheaba en las esquinas con cuatro jóvenes". Lo suyo era pensar en voz alta, conversar con los paseantes, hablar con los jóvenes que se le acercaban "porque les gusta oírme examinar a los que creen ser sabios y no lo son".

            Le hacía gracia que quisieran hacer con él un escarmiento general, dirigido a los disidentes. A él le daba lo mismo el mandamás que el opositor pues a uno y otro les pedía lo mismo: honestidad y virtud. Quizá le mataron porque eso no importa a nadie. A Nietzsche le sacaba de quicio que este hombre prefiriera la muerte a cualquier apaño con el tribunal (el destierro o una multa). Nada hay más peligroso para una sociedad , como diría Camus, que considerar a la virtud, delito. El se sabía inocente, por eso pudo despedirse de este mundo con una elegancia incomparable:“ya hora de marcharnos, yo a morir y vosotros a vivir. Quien de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios”.


Reyes Mate (revista Bez.es enero de 2016)