12/6/14

17 de abril del 2014. Muerte de Gabriel García Márquez

Hace unos años escribí este Prólogo al excelente libro de Ana Cristina Benavides, La Soledad de Macondo o la salvación por la memoria.

La impresión de quien desea acercarse por primera vez a Cien años de soledad, tomando como referencia su título, es que se enfrenta a una obra que denuncia un dolor... este trabajo surgió del reconocimiento de esta denuncia del sufrimiento. Con estas palabras abre Ana Cristina Benavides una apasionante investigación sobre el trasfondo de una de las novelas más señaladas del siglo XX.

De Cien años de soledad corren muchas versiones. El misterio que anima esa escritura da pábulo a todos tipo de interpretaciones y hasta de leyendas. Durante un tiempo era leída desde Europa en clave de violencia, abonada lógicamente por la nacionalidad colombiana del autor. El contexto de la novela estaría formado por la interminable sucesión de guerras civiles, golpes dictatoriales, pronunciamientos, enemiga con el imperialismo estadounidense e cosí via. Ana Benavides se alinea, con buen criterio, con quienes se toman en serio el título y ponen la soledad en el epicentro de este magno  relato.  El libro que estoy escribiendo, confiesa el propio García Márquez, no es el de Macondo, sino el de la soledad. La soledad en cuestión es el resultado de un desencuentro crónico de los habitantes de Macondo con el tiempo y el espacio. Es como si, por un lado, fueran acontemporáneos de sí mismos en el sentido de que el estar al día supone dejarse atrás lo más propio. Ser moderno para los macondinos es olvidarse del mestizo, del negro o del indígena que ellos son en un vano esfuerzo por imitar la modernidad que les viene de afuera. El desencuentro espacial apunta a la imposibilidad de encontrarse fraternalmente con el americano porque unas veces le subyuga, como hace el americano del norte, y otras, le ignora, como hace el propio bogotano que se avergüenza del caribeño. Esa soledad produce un sufrimiento cuya denuncia está en el origen de este libro.

La soledad en cuestión es la de América Latina y por eso Macondo es la cifra del Nuevo Continente. La novela se carga así de un significado histórico que transciende la pura literatura. Es la mirada estética sobre una dolorosa historia política. Por eso es tan importante Europa en esta trama, porque sin ella no se entiende esa historia política cuyos secretos más inconfesados va a poner ante nuestros ojos el narrador de la obra. Si es verdad que el europeo que quiera entender Europa tiene que verla desde América Latina, no es menos cierto que ese punto de vista latinoamericano no es fácil de captar. La prueba es cómo Europa ha leído este texto que García Márquez lo crea para dárselo a leer. Hay acontecimientos que dan que pensar y textos escritos que se dan a leer, entendiendo ese don como una novedad -un acontecimiento- que no tiene precedentes y que por eso mismo se convierten en punto de partida.

Pues bien, los europeos no hemos sabido leer ese mensaje en una botella lanzado a un mar distante. La prueba está en el tópico del realismo mágico con que hemos etiquetado esta narrativa tan desconcertante, señala agudamente Ana Cristina Benavides. Cita oportunamente a Alejo Carpentier para recordarnos que para el latinoamericano lo que aquí llamamos mágico forma parte natural de su mundo. No necesitan inventarse lo real maravilloso porque forma parte de la realidad. Fui testigo en Cartagena de Indias de un extraño episodio. Había llegado con amigos de Barranquilla a visitar la bella ciudad caribeña. Queríamos dejar el automóvil en un aparcamiento y nos dirigismos a uno que era un gran escampado, controlado por un guarda somnoliento que al oirnos decir que no había una sombra, levantó la cabeza, ladeó el sombrero y con un leve ademán musitó ahí sí. Ahí había un palo con unas hojas mustias que no daban sombra ni para su enjuto cuerpo erguido. Pero ahí lo dejamos y cuando al cabo de unas horas volvimos a recogerle, ese palo había florecido, sus hojas se habían desplegado hasta producir una benefactora sombra.

Cuando los europeos calificamos  lo fantástico o sobrenatural de mágico lo que estamos queriendo decir es que una cosa es la realidad y otra lo mágico, es decir damos por descontado la separación entre magia y ciencia, real y mágico, que introduce el logos y confirma la Ilustración. Lo que le estamos diciendo al narrador es que no nos creemos que su cuento sea realidad. Realismo sólo hay uno y si le adjetivamos de mágico es porque ya nada tiene de realidad. En La noche de los alcaravanes siete alcaravanes sacan los ojos a tres hombres que a gritos piden ayuda sin que nadie se la de porque no les creen. Piensan que lo que dicen son artimañas para llamar la atención que no merecen atención alguna. Ahora bien, lo que hace el narrador de Cien años de soledad es situarse en ese momento de complicidad entre lo real e imaginario. Quiere rescatar ese momento, que nosotros diríamos pre-moderno, como algo muy propio para explicar cómo lo que para el hombre moderno son espectros o imaginaciones, son para él almas en pena que han pagado con su vida o sufrimiento el precio de la modernidad. Pudiera ocurrir que alguien interpretara ese libertad de trato con las vidas y muertes como una caída en el pensamiento mágico, es decir, en una fase elemental felizmente superada por el uso de la razón que invita cuando alguien está enfermo ir al médico y no al brujo. Pero para Cien años de soledad ese rescate de un lenguaje antiguo no es ninguna recaída en lo pre-humano sino una estrategia para designar la materialidad del sufrimiento de las víctimas. Si el logos ha sido capaz de hacer invisibles, convirtiéndoles en espectros, a quienes han pagado el precio de la historia,  García Márquez las recupera en su materialidad para hacernos sentir el dolor que ha causado ese proceso. Ana Cristina trae, en apoyo de su tesis, un texto de García Márquez que no tiene desperdicio, tomado de Los funerales de la Mamá Grande. En este relato desmesurado el narrador se dirige al mundo entero, no a los propios que conocen por experiencia los dolorosos acontecimientos a los que se refiere, y dice:  Esta es, incrédulos del mundo entero, la verídica historia de la Mamá Grande, soberana absoluta del reino de Macondo...es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores. Los historiadores van a acomodar lo ocurrido en algún casillero de la ontología occidental y eso significa que los personajes de la narrativa adelgazarán, perderán consistencia, hasta convertirse en fantasmas o fantasías puramente inventadas. García Márquez lo que pide al lector occidental es una epojé, esto es, que se pare un momento, suspenda el juicio, le oiga lo que le cuenta como testigo y, aunque no le encaje del todo, se lo tome en serio.

La denuncia del sufrimiento que supone el olvido es lo que llevó a la autora a investigar la obra de García Márquez que converge en Cien años de soledad.  Nuestra tesis de partida, dice ella, es que Macondo se construye paulatinamente como universo de la soledad desde su primer intento nunca publicado llamado La casa hasta Cien años de soledad, donde confluyen todas las obras precedentes; y que es esta obsesión del autor la que articula la materia narrativa de forma diferentes en cada relato, que la última obra citada recoge al ser la obra total de la soledad de los apestados por la modernidad. Si la soledad es desencuentro, América Latina lo lleva experimentando desde muy antiguo hasta el punto de que bien pudiéramos decir que es un destino, de ahí la violencia que acompaña su historia. Pero esa soledad de la que parten todos sus males sólo tendrá la fatalidad de un destino si no se da con las causas de la soledad. Y este es el gran desafío de la novela al que Ana Cristina quiere enfrentarse. El desafío es colosal pues como bien sabemos Macondo padece un mal congénito: la peste del olvido. ¿Cómo recordar cuándo no se es consciente de que hay olvido? La novela del latinoamericano tiene aquí un gesto de tragedia griega.  Como sucede al Edipo de la obra de Sófocles, Edipo Rey, la estirpe de los  Buendía y los fundadores deben averiguar su origen para evitar las catástrofes (la peste) que gravitan sobre Tebas o Macondo. Este regreso al origen perdido, raptado u olvidado, es necesario para  conjurar la fatalidad y hacerse con las riendas de la historia.

Pero, de nuevo, ¿cómo luchar contra el olvido si uno no es consciente de que olvida?. Porque hay rastros o huellas que no han podido ser borradas. En los personajes principales está la intuición de que la salvación es por la memoria. Por eso hacen un esfuerzo, antes de morir, por regresar a sus recuerdos. Lo que pasa es que no alcanzan al origen, a la causa de la huída que explique la condición de apestados. Pero Ana Cristina señala el hecho de que Cien años de soledad es la respuesta a la peste del olvido en tanto en cuanto es un ejercicio de memoria. Por ahí hay que empezar.

La memoria que puede salvar a Macondo de la repetición de su destino es una labor hermenéutica de su pasado. Se trata de valorar su ser originario que es, como ya ha sido apuntado, lo mestizo, lo negro o lo indígena. La modernidad lo desprecia por insignificante. Olvido equivale a insignificancia hermenéutica de un determinado pasado.  Este es el punto fundamental. Los fundadores de Macondo huyen de sí mismos porque quieren incorporarse a la historia y eso significa declarar insignificante lo que ellos son. Cuando Europa los descubre no los llama por su nombre, sino que les impone el nombre que a ella le conviene: Nuevo Mundo. Serán algo si siguen las trazas del Viejo Continente y reniegan de lo que han sido. Europa es la historia y lo que allí se encuentran, la pre-historia. El americano interioriza la interpretación que hace el europeo de ellos mismos y eso es el origen de su desgracia, esa es la peste del olvido o in-significancia que les acompaña como una sombra.

Renunciando a lo que son, han querido ser lo que les decían quienes venían de fuera. ¿Las consecuencias? Los sujetos no logran asumirse como tales, sus intentos los condena a muertes olvidadas y nunca registradas; la ausencia de memoria los cosifica y animaliza; el resentimiento y la nostalgia los hace presa fáciles de cualquier manifestación primaria; el afecto y el amor no puede lograrse porque requieren el reconocimiento del otro que los macondinos olvidan... Seres encerrados en sí mismos, que dan rienda suelta a toda clase de sentimientos y pasiones ante la imposibilidad de manejar su destino, escribe Ana Cristiana.

No se sale de la soledad buscando compañía, sino haciendo valer ante los demás lo que se ha desechado. La memoria puede agostarse si, como en El coronel no tiene quien le escriba, el otro no responde. El coronel puede gracias a la memoria soportar dignamente su pobreza porque la sabe producto de una injusticia,  mientras espera durante 56 años la carta salvadora que nunca llega. García Márquez, nos viene a decir Ana Cristina, espera más. Lo primero que hay que descubrir es cómo de romper las barreras del olvido.  Experiencia difícil, sí, pero capaz por sí misma de constituir a quien la realiza en sujeto de la historia.  De ello nos habla este libro en el último capítulo que desvela el motivo de la soledad de Macondo. El último Aureliano es el encargado de descifrar los manuscritos y para ello se requiere un conocimiento enciclopédico, que tiene y, además, la experiencia del sufrimiento que también posee: es excluido de la familia por ser bastardo, se le han negado sus orígenes, ha permanecido encerrado en un cuarto hasta la edad adulta, asiste a la muerte de la mujer que amó y ve salir de su vientre un hijo con la señal maldita (cola de cerdo) que luego devoran las hormigas. Cargado de dolor puede descubrir quien es y por qué está sobre las ruinas. Sólo cuando la estirpe mire de frente el sufrimiento que produce su condición originaria, haciendo suyo el pasado olvidado, podrá hacerse con su presente y con el futuro. Descubre que huye de sí mismo porque se ve a sí mismo como un apestado, igual que le ve el europeo.

Pero también necesita a Europa. El contexto enunciativo de Cien años de soledad es la relación de América Latina con Europa y específicamente entre la modernidad representada por la Europa ilustrada y la premodernidad de América Latina, escribe atinadamente la autora. América Latina no puede curarse sola de la peste del olvido porque si ésta consiste en declarar insignificante sus propios orígenes para ser parte de occidente, Europa tendrá que revisar el propio canon de la modernidad. Es como si el europeo estuviera diciendo al latinoamericano: no se puede ser a la vez moderno y originariamente latinoamericano. Ese talante condena a lo originariamente latinoamericano a la prehistoria y no es seguro que lleve al europeo por el buen camino. Una lógica como la de la modernidad que avanza al precio de desentenderse del pasado y de lo que va quedando al margen del camino, no augura nada bueno para la propia Europa, como ya se vió a lo largo del siglo veinte, el más violento de su historia. Como Macondo quiere ser el relato de una nueva fundación,  plantea el problema de cómo respetar la memoria y construir el futuro o mejor de cómo sólo se puede construir un futuro haciéndose con la memoria. Si Cien años de soledad se ha convertido en la novela del siglo veinte es porque hace de Macondo no sólo la cifra de latinoamérica sino también de nuestro tiempo.

Esa doble mirada -y de la interpretación que de ella da Ana Cristina Benavides- hacia Europa y hacia Latinoamérica, obliga a preguntarnos por el objetivo real de la obra: ¿decir a Europa las causas del destino maldito de Macondo o hacer consciente a los macondinos de la necesidad de recordar?.  El siguiente episodio puede dar una pista. Hacia el final de la obra repica un teléfono en lo que fue compañía bananera. Lo coge Aureliano Buendía, único superviviente sobre esas ruinas. La mujer de un gringo, dirigente de la empresa, quiere saber al otro lado de la línea telefónica qué ha sido de su marido, pero Buendía sólo le habla de los tres mil muertos por los que nadie pregunta. Es un momento definitivo. A un lado de la línea está quien puede consagrar la interpretación de los hechos porque dispone de los medios de comunicación. A la mujer sólo le interesa el destino del americano. Del otro, el testigo que sabe lo que ocurrió y que le da la noticia verdadera, a saber, que los muertos han sido tres mil. Por esos no pregunta la que nos hablará de los hechos y, por tanto, es como si nunca hubieran existido.  La historia sabrá de ese episodio por lo que cuente y calle la mujer del gringo. Sólo el lector que escuche la voz de Buendía sabrá realmente lo que ocurrió. El lector se convertirá en testigo de la verdadera historia.

Estamos ante un estudio riguroso y creativo de una obra mayor del siglo XX. No sólo se adentra en los entresijos de la escritura del novelista colombiano, sino que extrae de ella penetrantes iluminaciones para el presente.


Reyes Mate (prólogo al libro de Ana Cristina Benavides, La Soledad de Macondo o la salvación por la memoria, Siglo del Hombre Editores, Bogotá, 2014)