El fútbol ocupa tanto espacio en
nuestra sociedad que estamos tentados de convertirle en el espejo donde
mirarnos. Cuando España ganó su primer mundial en el 2010, hubo quien vió en el
entrenador, Vicente Del Bosque, el modelo a imitar por quien fuera Presidente
de Gobierno. Y ahora que el Atlético de Madrid ha conquistado el título de
campeón de liga, a base de pundonor, no falta quien presenta sus virtudes
deportivas como el modelo de los valores cívicos que deberían dominar la vida
profesional de cada cual y también la de los políticos.
En esta querencia a trasladar lo que
pasa en el deporte a la dura realidad de la vida, el cholismo ha significado un punto de inflexión. El cholismo, es decir, la mística que
inspira el modo de ser y de actuar del entrenador de Atlético de Madrid, Diego
Pablo Simeone, alias El Cholo, ha irrumpido en el mundo futbolístico español
como una alternativa
al recetario dominante, tan bien representado por el actual presidente del Real
Madrid, Florentino Pérez, cuya chequera parece inagotable. Pundonor frente a talonario.
"Nuestro ejemplo", ha dicho El Cholo, "demuestra que se pueden
ganar títulos de otra manera". Esa
otra forma de concebir el juego consiste en maximizar las posibilidades de una
materia prima -los jugadores- considerados de entrada como de inferior calidad.
Con esfuerzo en el trabajo y disciplina en el juego han compensado su
desventaja técnica, y gracias a la ilusión que les ha transmitido han
transformado la modestia de sus biografías anteriores en figuras deportivas.
Hasta ahí, la alternativa deportiva.
Pero hay algo más porque el entrenador argentino, siempre cauto en sus
declaraciones, se ha soltado el pelo con
una interpretación filosófica de sus planteamiento deportivos que desborda el
deporte y alcanza la vida: "una cosa os quiero decir. No es solo una liga,
muchachos: no es sólo una liga, mujeres. Es mucho más que eso: si se cree, si
se trabaja, se puede". Se puede ganar, claro.
Este salto merece un respiro. Si lo
que se quiere decir es que sin esfuerzo no hay éxito, vale, siempre y cuando no
perdamos de vista que el esfuerzo es una condición necesaria del éxito, pero no
suficiente. El Atlético viene esforzándose dieciocho años hasta que lo ha
conseguido, mientras otros, los que disponen de más presupuesto, lo consiguen
regularmente. El peligro de ese mensaje es pensar que quien no lo consigue es
por su culpa. No ha mucho se aprovechó la noticia de que un ciego que había
coronado el Everest para deslizar el mensaje, dirigido a los discapacitados, de
que no hay excusas para no salir adelante. Como si lo importante para quien va
en silla de ruedas fuera escalar una montaña y no sortear las obstáculos para
poder llegar a casa. Lo que ocultaba el mensaje es que los desniveles que
dificultan la movilidad del discapacitado no se superan con la voluntad del
afectado sino con medidas que tienen que tomar los que proclaman eso de que
"si quieres, puedes". Son infinitos los casos de gente que se
esfuerza hasta la extenuación y no consiguen triunfar, ni siquiera sobrevivir.
El que ocasionalmente un equipo con menor
presupuesto gane a los más ricos, no debería alimentar la ilusión de que el
esfuerzo es capaz por sí solo de superar las desigualdades de partida. No se
puede servir en bandeja a quienes tienen la obligación de reducir las
diferencias sociales la perversa idea de
que si no prosperan es porque son unos vagos. Este equipo que en el
mundillo futbolero madrileño representa a la gente -lo que no quiere decir que
por su dirección no hayan merodeado peligrosos depredadores- no debería
confundir la lógica euforia por un eventual triunfo sobre rivales más ricos con
el descubrimiento de una filosofía voluntarista de la historia. Lo que es
intolerable es que sean legión los que esforzándose al máximo, no salgan
adelante. O, peor aún, que hayamos llegado a un punto en que ya no hay en qué
esforzarse porque lo que no hay es trabajo.
Bienvenido el cholismo si con eso se consigue sacar los colores a los que todo lo
arreglan comprando caro, pero el problema deportivo no se resuelve
administrando bien la escasez de recursos, sino reduciendo las diferencias. Y
por lo que respecta a la vida misma, bueno es volver a la sabiduría de los
antiguos. Aristóteles decía que el éxito
de un acto consistía en la obra bien hecha. Eso proporciona satisfacción
a quien la hace y también a quien la contempla desde el exterior. Claro que
sería mejor si además de bien hecha -además de jugar bien- ganas. Eso vale desde luego para el deporte, pero en la
vida lo importante es esforzarse por hacer bien las cosas. La tragedia de
nuestro tiempo es que, para mucha de ese gente que se siente identificada con
el Atlético de Madrid, no hay posibilidad de esforzarse porque no hay trabajo.
Reyes
Mate (El Periódico, 24 mayo 2014)