1. Algunos datos biográficos.
Nace un 15 de enero de 1914, en Middelburg, Holanda, de padres judíos. Su padre, Levie (Luis) Hillesum, profesor de lenguas clásicas, casa con Rebecca (Riva) Bernstein, que había nacido en Rusia. Su familia se refugia en Holanda en 1907 huyendo de un pogrom ruso. Estamos ante una familia burguesa, asimilada, con tres hijos: Jacob (Jaap), mentalmente inestable, que estudia medicina; Mischa, un niño prodigio por sus dotes musicales que padece esquizofrenia; y Etty (Esther) que no excede como estudiante de bachillerato en letras y que hará derecho.
Nace un 15 de enero de 1914, en Middelburg, Holanda, de padres judíos. Su padre, Levie (Luis) Hillesum, profesor de lenguas clásicas, casa con Rebecca (Riva) Bernstein, que había nacido en Rusia. Su familia se refugia en Holanda en 1907 huyendo de un pogrom ruso. Estamos ante una familia burguesa, asimilada, con tres hijos: Jacob (Jaap), mentalmente inestable, que estudia medicina; Mischa, un niño prodigio por sus dotes musicales que padece esquizofrenia; y Etty (Esther) que no excede como estudiante de bachillerato en letras y que hará derecho.
Etty es una joven liberal,
políticamente sensible que frecuenta círculos sionistas y medios antifascistas
de izquierdas, pero que sobre todo quiere ser escritora.
Esa es
la imagen que guardarán sus amigos por eso se quedan pasmados al enterarse de la evolución
espiritual durante los últimos años de su compañera de estudios y de historias.
En el año 1941 descubre a Julius
Spier, un austríaco judío que llegó a Amsterdam
en 1939 huyendo de los nazis. Un hombre muy culto, que tenía su propia
editorial, "Iris", pero que vivía de su profesión, la quirología que
estudia la personalidad a través la lectura de las manos. Nace entre ellos una
profunda relación hasta el punto de que Spier será la única guía espiritual que
conocerá en su vida.
Es el quirólogo quien la aconseja
abrir un diario, como remedio terapéutico, aunque también influyó en ello el
interés de la escritora que ella quería ser.
La
influencia de Spier es definitiva: la enseña a dominar su temperamento, dado a
la depresión y egocéntrico, al tiempo que la ayuda a descubrir la Biblia y San
Agustin, que se suman a su interés por Rilke y Dostoievsky.
El diario refleja esa evolución
espiritual al tiempo que deja constancia del mundo exterior, sobre todo del destino
del pueblo judíos. Anota cada medida que se toma contra él y sopesa su impacto
y significación.
En un determinado momento aparece
Westerbork, un lugar escogido en 1939 por el gobierno holandés para concentrar
a judíos alemanes o apátridas con el fin de reenviarlos a Palestina. Todo
cambia con la ocupación alemana. El julio de 1942 la autoridad alemana lo
transforman en un "campo policial de tránsito" por donde pasarían más
de cien mil judíos holandeses. Un lugar siniestro de donde saldrían con
regularidad un convoy cargado con deportados camino de Auschwitz o Sobibor y,
para los más afortundados, hacia Bergen-Belsen o Theresienstadt. Los amigos,
previendo que acabará siendo enviada a ese lugar, la aconsejan que solicite un
empleo al Consejo Judío de Amsterdam.
Consigue que la permitan trabajar en la sección "Asistencia social
a las personas en tránsito", lo que la permite observar con detenimiento
las distintas reacciones en ese espacio tan siniestro y reducido. El juego de
pasiones, intereses y poder que despierta el hecho fatídico de tener que llenar
semanalmente un tren rumbo a los campos de exterminio, la permite descubrir la
gravedad de la herida que el fascismo ha causado a los verdugos, desde luego,
para también entre las víctimas. Juzga con severidad el funcionamiento del
Consejo Judío, adelantándose así a las críticas que luego hará Hanna Arendt,
pero valora positivamente su tarea de "asistencia social a las personas en
tránsito", es decir, de acompañamiento a quienes son enviados a las
cámaras de gas.
Hay un tiempo, desde julio de 1942 a
junio del año siguiente, en el que puede
entrar y salir del campo. Todo
cambia a partir del 5 de julio de 1943. Se acaba el régimen de libertad del que
disponen los que trabajan para el Consejo Judío. Etty, que acaba de superar una
grave enfermedad, no lo lamenta, sino que desea ayudar en lo posible a la gente
del campo y compartir su suerte. Desoye la opinión de muchos cercanos que la
proponen pasar a la clandestinidad y la brindan un lugar donde refugiarse. Unos
meses después su familia es detenida en
una redada y deportada a Westerbork. Se produce una notable movilización de intelectuales
en favor de Mischa, el hermano artista que ha tenido que acompañar a sus
padres, sin que se consiga liberarle. Un "error" de la madre va a
precipitar el fatal desenlace. Riva Bernstein tiene la osadía de escribir al
comandante en jefe de la policía y de las SS en Los Países Bajos, pidiendo
protección para su hijo Mischa, un genio artístico pero de salud frágil. Albin
Rauter, que así se llama el general nazi se lo tomó como una irreverencia
imperdonable: ¡una asquerosa judía osando dirigirse a un general de su rango!.
Rauter, uno de los matarifes más antijudíos del mapa hitleriano, dió
inmediatamente la orden de que Mischa y "toda la familia" fuera
deportada a los campos de exterminio. La orden se dió el día 6 de septiembre y
el día 7 la familia abandonó Westerbork. Ninguno sobrevivió. Según los datos de
la Cruz Roja, Etty fue asesinada en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943.
Lo último que sabemos de ella es una
postal escrita en el vagón de transporte que ella desliza por unas rendijas y
que, recogida por unos paisanos, es remitida por vía postal a su destino y que comienza así: "Cristina: abro la
Biblia al azar y me encuentro con esto: "el Señor es mi estancia
superior".... que quizá sea el Psalmo 18,3 "Yahvé, mi roca y mi
baluarte,/mi libertador y mi Dios;/la roca en que me amparo,/mi escudo y mi
fuerza salvadora,/mi ciudadela y mi refugio/".
2. El acontecimiento Hillesum
Nada sabemos de ella hasta 1981 en
que aparecen sus primeros textos causando una profunda conmoción entre
ensayistas, teólogos, psicólogos y filósofos. En ese tiempo son muchos los
relatos de testigos bien conocidos, pero algo tienen de especial las cartas y
diarios de esta mujer de 27 años. Se la relaciona con figuras como Kafka, Maestro Eckart,
Kierkegaard o Bonhöeffer, es decir, con
figuras de primera magnitud.
El mundo ya había sido seducido por
otra compatriota suya, Anna Frank, cuando aparece en escena Etty Hillesum que
no tiene el encanto ingenuo de la niña de Amsterdan, pero que nos resulta mucho
más próxima. Etty es una mujer de nuestro tiempo, libre, liberada de muchos
prejuicios fruto de la tradición o de las doctrinas, ambiciosa, mundana.
Lo que de entrada sorprende de ella
es que no dispone de gran bagaje intelectual: no conoce bien el judaísmo ni el
cristianismo. No hay maestros consagrados que ella frecuente o a cuya escuela
pertenezca. El primer contacto con un representante católico tiene lugar esos
días en el campo. En el diario del día 20 de septiembre de 1942 deja constancia
de "dos religiosas de una familia de Breslau, rica e intelectualmente
brillante y muy ortodoxa, que llevaban la estrella cosida a sus hábitos
conventuales". Son las hermanas Stein, convertidas del judaísmo, y que
serán asesinadas en Auschwitz. Cabe imaginarse lo que hubiera dado ella con
poder hablar con Edith Stein cuyo bagaje intelectual poseía todo lo que a ella,
autodidacta, faltaba. Esas carencias, sin embargo, no le impedirían alcanzar las
cumbres de la mística hasta el punto de confesar: "me parece que soy uno
de los innombrables herederos de una gran herencia espiritual. Yo seré a partir
de ahora la mejor guardiana. La compartiré con los más posibles, mientras me
duran las fuerzas"(1). Todo sucederá, además, en poco tiempo y sola, sin
más magisterio que la experiencia de sufrimiento.
Giancarlo Gaeta, un profundo conocedor de su
personalidad, llama la atención sobre la voluntad de verdad de esta mujer judía,
algo que, por cierto, la emparenta con Simone Weil. El autor italiano recurre a
Virginia Woolf quien ya explicó magistralmente hace casi un siglo en Un cuarto propio la diferencia esencial
entre el lenguaje masculino y femenino. El primero es patriarcal, es decir,
está vinculado al poder, de ahí que cualquier juicio que haga o cualquier
decisión que tome, no pueda perder de vista el objetivo de reforzar su posición
jerárquica. Eso es fatal para el escritor porque cuando pinta un paisaje lo
nubla con su yo. Ocurre entonces que el paisaje o los personajes que describe
quedan debilitados o desangrados por el colorido de las pasiones del escritor.
Su pluma no se desliza fielmente por la realidad sino que “pincha el papel como
si estuviera matando algún insecto”.
En el caso del político la cosa es
mucho más grave porque le incapacita para ver las cosas como son. Todo lo que
hace crece a la sombra de un ego que, como el padre de Kafka, cubre el
mapamundi. Jerarquiza los problemas de los que debe ocuparse no en función de
su importancia objetiva, sino de sus propias cuitas, por eso en política se da
más importancia a la guerra que a la tienda de comestibles, al heroísmo que a
la buena vecindad, a poseer que a compartir. Lo que, según Virginia Woolf,
distinguiría la sensibilidad masculina de la femenina –y esto tanto en las
letras como en las armas- es que si una mujer ve un negro despampanante no siente
el deseo de incorporarle al imperio británico, como sí haría un hombre con una
graciosa mulata. Pasión por el poder en un caso; sentido de la verdad, en otro.
Bueno, pues este toque de
verdad es lo que aloja en cada página de sus diarios y cartas. Y como lo que
dice es a veces tan sorprendente, no podemos pasar página, como quien se lo
quita de encima con un gesto de "cosas de la Hillesum", sino que nos
detenemos aunque nos sintamos molestos porque barruntamos que ahí hay tema.
3. Su itinerario espiritual
Ya se ha dicho que no hay escuela o
tradición mística en la que se apoye. Tuvo algunas lecturas pero su escuela fue
la experiencia del sufrimiento, sobre todo del de los demás. Ella transmite
gran paz interior. Es el sufrimiento de los demás lo que la golpea: por eso
quiere ponerse en su lugar y, sobre todo, se deja interpelar por él. En ella se
hace realidad el dictum adorniano de "hacer hablar el sufrimiento es la
condición de toda verdad". El sufrimiento de los demás fue su escuela; en
la experiencia de sufrimiento se le hizo la luz. No es un camino fácil pues
Europa, reconoce ella, hace tiempo que desvinculó la razón de la compasión. Ya
no sabe de eso:
“El
hombre occidental no acepta el sufrimiento como algo que pertenece a la vida. Y
por eso nunca podrá sacar fuerzas positivas de él" (Hillesum, 2007,
145).
Quede
constancia de que Hillesum no sólo vincula vida con sufrimiento, sino sufrimiento con razón, por eso se presentaba a sí misma como “el
corazón pensante del barracón" (Hillesum, 2007, 164). Cuando relaciona, como Adorno, verdad con sufrimiento quiere decir que sólo
una razón compasiva es capaz de alcanzar la verdad. De esa manera vinculan sufrimiento con razón
y, por eso, ella se presentaba a sí misma como “el corazón pensante del barracón" (Hillesum,
2007, 164). El barracón era en el campo de concentración el símbolo del
sufrimiento extremo, el lugar en el que todo invita a la mera supervivencia(2).
La
centralidad del sufrimiento está lejos de la academia occidental (forma parte
más bien de una espiritualidad oriental). No va a encontrar pues mucha ayuda en
este rincón del mundo donde se sitúa. Tampoco va a disponer de mucho tiempo, un
bien que escasea en el campo. Lo que va a experimentar es la aceleración del
tiempo que puede destruir a uno o hacerle madurar. Un día es como una vida.
Puedes por la tarde haber integrado totalmente el hecho de la muerte en tu vida
aunque hasta ese mismo día no hubieras visto un sólo muerto:
“desde
ayer soy otra vez más vieja, de un tirón, muchísimos más años mayor; y estoy
más cerca de la muerte", (Hillesum, 2006, 120) (3).
“Ya he
visto todo, ¿para qué vivir más tiempo?” (Hillesum, 2007, 67).
Elie Wiesel
cuenta que esas fotos de seres envejecidos, tomadas por los aliados cuando
llegaron a los campos, eran en realidad de niños, como él, de quince o dieciséis
años. Hillesum va a recorrer todo ese camino sin perderse, ni ensimismarse. Al
contrario, va a encontrar en él su forma de resistencia. La suya será una
mística de los ojos abiertos y no una
espiritualidad centrada y cerrada en el propio yo o en la propia alma. He dicho
que sus textos tardaron 38 años en salir a la luz. Habría que preguntarse por
qué tanto silencio, por qué no fue la generación de sus contemporáneos, sino
sus descendientes, los que la dieron a conocer. Se ha dado como explicación de
su publicación en los ochenta, el cambio de gusto del lector en general quien,
un poco harto de tanta información histórica, se vuelca hacia los interiores de
los personajes y también al conocimiento de las dimensiones morales del
acontecimiento "Auschwitz".
El peligro de este tipo de
explicaciones es descontextualizar la experiencia personal del personaje, como
si los acontecimientos que le tocó vivir fueran irrelevantes o meras ocasiones
para la propia vivencia religiosa. En ese caso pondríamos así la historia al
servicio de su maduración espiritual y creatividad artística, algo quizá
legítimo pero que en modo alguno haría justicia a nuestro personaje.
Estamos ante una mística de los ojos abiertos.
A Hillesum le interesa el cambio interior y acabar con el fascismo exterior. Lo
formula así “no se puede cambiar al mundo si antes no cambia el
corazón y la mente de cada individuo”(4).
Ahí late una preocupación ética (si por ello entendemos mejorar al hombre, empezando
por el que uno es y también los demás) y política (si por ello entendemos
cambiar el mundo). Pero esa acción ética o política se plantea desde un cambio
interior, desde un cambio "en el corazón y en la mente" del individuo.
¿En qué consiste ese cambio
interior? No en tomar conciencia de la responsabilidad que nos incumbe a todos
y cada uno por haber permitido que el fascismo haya prosperado hasta el punto
de ganar unas elecciones (así es como lo entiende Karl Jaspers), sino es descubrir
la riqueza que se esconde en el corazón y en la mente :
“Dios, el cielo , el infierno, la tierra, la
vida y la muerte”, todo eso lo llevamos dentro como algo propio y de eso cada
uno tiene que responder (Gaeta, 1999, 7).
Lo que la ocupa y preocupa es cómo
tomar conciencia de lo que en cada uno hay de radicalmente otro y cómo trascender
los propios límites. Y, luego, cómo hacerlo productivo, cómo protegerlo en
casos de peligro extremo. Hay pues en ella una esencial preocupación religiosa
que no se queda en ella misma sino que es el epicentro de una intervención en
la historia del mundo y en la historia de la salvación.
Si Hillesum convoca todas esas reservas
ocultas en la propia interioridad (reservas desestimadas por la razón autónoma
moderna) es porque la humanidad vive un estado de excepción y eso moviliza
todas las alarmas. Lo que quiere decir es que el mal ha tomado una dimensión
tan colosal que no bastan ya las recetas tradicionales para combatirle. El mal
de su tiempo se encarna en el hitlerismo que se ha llevado
por delante no sólo las formas civilizadas de convivencia que Europa había
construido desde la Ilustración (el odio
a Nathan El Sabio, es un buen ejemplo
de esa deriva), sino también buena parte de la humanidad del hombre y de su
religiosidad: basta pensar en el papel estelar que ha jugado el cristianismo en
el antisemitismo que está alimentando al hitlerismo para darse cuenta del grado
de postración en que se encuentra la religiosidad cristiana.
Hillesum expresa la enormidad del mal presente
de dos maneras: diciendo, en primer
lugar, que "todo es campo":
“Toda Europa se va
transformando gradualmente en un gigantesco campo de concentración. Toda Europa
tendrá en común el mismo tipo de experiencia amarga. Sería demasiado monótono
resumir los hechos en sí, aludiendo sólo a las familias dispersadas ,a los
bienes saqueados y a las libertades. Y como las alambradas y el ronroneo cotidiano
no ofrecen muchas anécdotas picantes para la gente del exterior, yo me pregunto
cuánta gente quedará fuera del campo si la historia sigue por los derroteros
por donde actualmente discurre(5).
Todos
estamos implicados, todos amenazados, en parte por la violencia de los
victimarios y en parte por la seducción de la violencia que nos convierte en
cómplices de la violencia. No hay posibilidad de salvarse huyendo.
Y,
en segundo lugar, mediante el concepto de "destino de masas" ("Massenschiksal"):
se refiere al pueblo judío, al destino del pueblo judío que ella quiere
compartir. ¿En qué consiste ese destino? El pueblo judío ha sido reducido a
"masa", es decir, a algo informe que carece de condición humana. El
pueblo judío está consecuentemente abocado y condenado a la expulsión de la
condición humana y hasta al exterminio físico.
Frente
a esta presencia masiva del mal caben dos reacciones: o bien el sometimiento,
el dejarse ir, la desesperación... que es lo que están haciendo la mayoría; o
bien la resistencia que es por lo que ella opta. Pero Etty no da mucha
importancia a la resistencia física (la lucha armada contra el fascismo),
aunque entiende a quien decida por ella. Piensa que los resistentes, si llegan
al poder, reproducirán la violencia y eso no significa precisamente superación
del mal presente (controlar esto).
Tampoco
espera mucho de la indignación moral: indignarse ante lo que ocurre es algo
lógico pero también pueril: es pueril pensar que uno es superior a los hechos
que están ocurriendo porque ¿qué haríamos nosotros en su lugar? ¿acaso somos
superiores?... No está claro lo que haríamos en su lugar decía Primo Levi:
“Mucha gente me reprocha el ser indiferente y pasiva
y pretenden que me abandono sin reaccionar... Pero su cálculo no es exacto... Mi
aceptación no es resignación ni abdicación de la voluntad. Siempre hay lugar
para la más elemental indignación moral ante un régimen que trata así a los
seres humanos. Esa reacción me parece pueril, totalmente inadaptada al carácter
fatal del acontecimiento... Es una singular forma de sobreestimarse creer que
uno es tan valioso como para no compartir con los otros un “destino de masas” (Hillesum, 2007, 141).
La
resistencia a la que ella se refiere es de otra índole: se trata de “Soportar el trago de la historia que estamos
viviendo sin sucumbir espiritualmente”(Gaeta, 1999, 42). Se trata de transformar esa experiencia de muerte
en superioridad espiritual. La superioridad sobre los agentes de muerte
consiste en vivir el momento no como una capitulación de la humanidad, que es
lo que ellos querían, sino el inicio o la posibilidad de un mundo más habitable.
Dice ella:
”Si todos esos
sufrimientos no conducen a una ampliación del horizonte, a una humanidad más
grande, haciendo caer mezquindades y pequeñeces de la vida, todo habrá sido en
vano” (Hillesum, 2007, 155).
Para
que todo ese sufrimiento no haya sido en vano, tiene que haber un sentido. El
sentido es un mundo más habitable “y creo, quizá puerilmente, ... que si esta tierra se
convierte en un espacio más habitable será tan sólo a través del amor, amor del
que el judío Pablo habla a los corintios, en el tercer capítulo de su primera
carta” (Hillesum, 2001, 61)
¿Pero
cómo explicar ese cambio interior, esa
superioridad espiritual, si resulta que, como en seguida veremos, Dios
calla y que el hombre ha sido reducido a "deportado", es decir, a
habitante de un lugar en el que la humanidad está bajo mínimos? ¿Cómo salvar la
humanidad del hombre cuando los hombres se han conjurado contra ella: véase si no el silencio de los intelectuales, la
complicidad de las iglesias, la indiferencia o el miedo de los demás?
La
respuesta de Hillesum tiene dos partes: una se refiere al hombre y otra a Dios.
Por lo que respecta al hombre, no todo lo humano está perdido. Por supuesto que
está teniendo lugar un crimen contra la humanidad, es decir, un atentado contra
las conquistas civilizatorias del ser humano, pero aunque haya tenido lugar el
asesinato de la humanidad del ser humano (por eso, repito, hablamos de crimen
contra la humanidad) ocurre algo imprevisto, a saber, la aparición en
momentos de peligro de nuevos órganos que no conocíamos y que nos permiten
enfrentarnos a la realidad con nuevas energías(6). Dice Hillesum:
“Quizá haya en nosotros otros órganos distintos de la
razón, desconocidos incluso para nosotros mismos, que nos permiten entender
esas experiencias tan horrorosas y asimilar el acontecimiento” (Hillesum, 2001, 55).
Está
idea, que nos puede resultar extraña y un poco mágica, tiene su tradición y circula
mucho en la época. Prueba de su pedigrí es el dicho de Hölderlin: "cuando
crece el peligro, aumenta la salvación", convertido es santo y seña de su
tiempo. Por otro, la idea bejaminiana que relaciona la irrupción iluminadora
del pasado en el presente con "momentos de peligro", como si sólo
en esas experiencias extremas se hiciera la luz.
Yo
creo que sí, que tenía razón Hillesum porque algo nuevo ha aparecido en esos
momentos de peligro cuando era medianoche en la historia. Pienso que lo que nos
ha traído esta sombría experiencia de la historia como novedad es "el
deber de memoria", el deber de pensar nuestro tiempo desde el
acontecimiento de lo impensable. De la memoria se viene hablando desde muy
antiguo pero fue la experiencia de los campos de exterminio lo que hizo de ella
un deber. Los supervivientes de aquel
infierno sabían que habían vivido algo inimaginable, impensable. Pero lo
impensable ocurrió. Cuando lo impensable ocurre se convierte en lo que da que
pensar. Entonces, si queremos evitar la repetición de la barbarie no hay que
fiarse de los sabios, ni de los políticos, ni de los economistas (a todos ellos
se les puede aplicar lo que decía Goya "el sueño de la razón produce
monstruos"). Hay que fiarse de lo que ellos han pasado. Hay que tener siempre
presente lo ocurrido. En este caso la memoria es un a priori de la razón porque
el punto de partida del nuevo conocimiento no es el razonamiento sino el acontecimiento. El deber
de memoria no consiste sólo en acordarse de lo mal que lo pasaron los judíos, sino de
algo más complejo: se trata de repensar
todo a la luz de la barbarie, es decir, de pasar por la turmix de la
experiencia de la barbarie todas las columnas de nuestra vida: la política, la
moral, el arte, la ciencia, la historia y por supuesto la filosofía. Y eso ¿por
qué? para hacer justicia a esos seres que padecieron tanta injusticia: sin
memoria de la injusticia no hay justicia posible. Y también para que no se
repita la barbarie. Entiéndase bien: para que nosotros no lo repitamos: para
que nosotros no nos convirtamos en verdugos (la banalidad del mal) y para que
nosotros no seamos objeto de la próxima barbarie: para que estemos alerta y no
nos pase lo que recordaba Brecht: “Primero se llevaron a los
negros, pero a mí no me importó porque yo no lo era. Enseguida se llevaron a
los judíos, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era. Después
detuvieron a los curas, pero como yo no era religioso, tampoco me
importó. Luego apresaron a unos comunistas, pero como yo tampoco soy
comunista, no me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”(7).
Gaeta,
por su parte, responde que la novedad a
la que alude Hillesum, bien podría consistir en la reivindicación del juicio.
Lo que no se puede permitir el hombre contemporáneo es supeditar su actuación
al mandato, a la ley, sin pasar por el juicio que no significa pensar cualquier
cosa sino "en pensar poniéndonos en lugar del otro". El caso más
esclarecedor de lo que significa vivir sin juicio, sin someter las decisiones o
mandatos a la crítica del juicio, fue Adolf Eichmann. Eichmann dio más
importancia a la orden que le venía de arriba que a la autoridad del otro que
tenía enfrente. La obediencia, durante tanto tiempo celebrada como gran virtud
cívica, no puede ahorrarse ya la obligación de pasar por el tamiz del juicio
crítico el cumplimiento de la orden recibida.
No
todo lo humano está perdido, el problema es que no seamos capaces de acoger la herencia en humanidad que se nos brinda.
El problema entonces no es de posibilidad sino de voluntad.
Por lo que respecta a Dios, al silencio de
Dios, la respuesta de Hillesum es más osada. La pregunta que se hace el deportado
judío en el campo no es si Dios existe
sino ¿donde está
Dios? Era su pueblo quien preguntaba por eso no preguntaba si Dios existía (lo
daba por hecho) sino dónde estaba Dios. Elie Wiesel cuenta la ejecución pública de tres prisioneros, uno de ellos era un niño. Todos están allí, de pie,
ante el patíbulo; alguien a sus espaldas se pregunta “¿pero donde está Dios? Y
yo sentí en mí una voz que decía ¿que donde está?, está ahí, colgado del
patíbulo”(8).
Hay un Dios que
muere.
Esa pregunta no es la primera vez que se la
hace el pueblo judío. La pregunta viene de lejos: es la pregunta por el
sufrimiento del inocente y viene de Job. Notemos que en ese libro hay dos
enfoques a esa pregunta: por un lado, el
de los amigos que se reprochan su osadía de dirigirse a Dios por aquello de que
"algo habrás hecho. No te metas con Dios que es justo". Pedir la
comparecencia de Dios les suena a blasfema. Por otro lado, el de Job que protesta y se rebela ante Dios porque es inocente. Pide que Dios
se presente y de la cara. Dios acaba
compareciendo y dando la razón a Job. Reconoce que el sufrimiento del inocente
le incumbe, por eso tiene razón Job en protestar y exigir justicia. Lo que no
puede pretender Job es apropiarse del misterio divino y entender las razones de
su Dios.
Lo que es llamativo es que los
cristianos, que reconocen la autoridad del Libro de Job, se hayan ido con los amigos
de Job. A los cristianos les resulta duro meter a Dios en este fregado y lo que
han hecho ha sido construir todo un arsenal doctrinario para explicar que el
problema del mal es asunto de la libertad humana. El jefe de fila ha sido San
Agustín, el gran Agustín. Pero algo hay en esa explicación que no convence
porque, vamos a ver: ¿qué tiene que ver el asesinato de un millón de niños
judíos con la libertad, con su libertad? Alguien replicará que sí tiene que ver
con la libertad, pero con la de los nazis que son los causantes de aquel
horror. Ellos son los culpables. Eso es verdad pero el problema no es quien es
culpable, sino por qué sufren los inocentes. Y aquí Dios tiene algo que decir: tiene
que explicar cómo la libertad que él nos ha dado puede provocar esa
monstruosidad. Ese matrimonio de libertad y culpa... gran misterio cristiano.
Dice el teólogo Metz que este afán
por proteger a Dios del escándalo del mal, de evitar que le salpique, se ha
saldado muy negativamente ya que ahí habría que situar la raíz del ateísmo moderno. Si Dios nada tiene que
decir en el asunto del mal porque todo se remite a la libertad del hombre, el
hombre acabará haciéndose cargo del mal y del bien, es decir, de toda la
realidad(9).
En el campo vuelve Job, la pregunta
de Job: ¿donde está Dios? Dios calla y
son muchos los que entienden ese silencio como Wiesel, como la muerte de Dios. Levinas
ha sistematizado esta respuesta comentado el texto de un tal Yósel Rákover, titulado Yósel Rákower apela
a Dios(10). El texto se nos
presenta como un documento escrito en las últimas horas de la resistencia del
ghetto de Varsovia. Yósel, el testigo narrador, es el último superviviente de
una familia que ha perdido a todos los suyos y que, antes de morir, nos
entrega sus últimos pensamientos. Aunque en un momento se pensó que era un
documento histórico, no lo es. Es una ficción literaria, pero “una ficción en la que se reconoce con vértigo
cada una de nuestras vidas de supervivientes”(11). A este relato literario se
le puede aplicar el principio de que nunca hay que atenerse tanto a la verdad
como cuando se fabula. Rákower se dirige a Dios para recordarle que le ha servido
con entrega sin pedirle nada a cambio. ¿Qué ha recibido? Todos los suyos han
sido asesinados en el ghetto y él mismo se sabe condenado a muerte. Antes de
morir se dirige a su Dios pidiéndole explicaciones "sin el más mínimo
temor y con la más absoluta seguridad y paz interior. ¿Dices que hemos pecado?
Evidentemente ¿Y es por eso por lo que nos castigas? Si fuera así podría
entenderlo. Pero quiero que me digas si hay pecado alguno en el mundo que
merezca el castigo que nosotros hemos recibido". No le vale, como tampoco
le sirve la promesa de que castigará a los culpables.
La única explicación que le dan los que más saben de
estas cosas es que Dios “ha ocultado su rostro”, con lo que el hombre ha sido
abandonado a sus peores instintos. Pero ¿hasta cuándo habrá que esperar para
que se haga presente? Yósel no pide milagros, ni limosnea piedad y seguirá
sintiéndose orgulloso de no pertenecer a alguno de “esos pueblos que han
engendrado y alimentado a los perversos agentes de los crímenes cometidos
contra nosotros”. Pero habrá que convenir que Yahvé ha puesto todo el empeño en
que el judío reniegue de él. No lo ha conseguido, que quede claro, pero, eso
sí, se ve obligado a matizar su creencia: "Me inclino ante su grandeza,
pero no besaré la vara con la que me golpea". La catástrofe que está
ocurriendo es de tal magnitud que tiene que poner un poco de orden en sus
creencias. “Yo creo en el Dios de Israel”, dice, “pero más amo su Torah”(12).
Cree en él y le quiere, pero ante la contundencia de su silencio, se queda con
su Torah. Lo dice mientras "los
disparos de los pisos superiores van amainando con cada minuto que pasa. Ahora
caen los últimos defensores de nuestro bastión y con ellos cae y muere
Varsovia, la grande, la bella, la temerosa de Dios".
¿Qué quiere decir con lo de que ama a Dios pero más
a la Torah? Levinas aconseja que nos detengamos aquí. Amar la Torah más que a
Dios supone reconocer que en Auschwitz muere la imagen clásica del Dios
todopoderoso y protector. Ese vacío creado por la disolución del cielo infantil
es ahora ocupado por la Torah, la ley moral, que no es sino la llamada a la
plena madurez del hombre, madurez que se expresa en términos de responsabilidad
absoluta.
Si Dios se oculta, poco puede saber
el hombre de Dios. Lo que sí tiene al alcance es su palabra recogida en la
Torah. El hombre tendrá entonces que
atenerse a su palabra, a sus enseñanzas, a la Torah. Pero atenerse a la Torah
significa interactuar con ella, buscar su sentido sin renunciar a la razón y a
la experiencia humana. El judío no cree en Dios a ciegas porque sabe que no hay hilo directo con la divinidad: tiene me mediar la razón, es decir, tiene que
interpretar sus enseñanza. Y éstas ¿qué dicen? que su comprensión tiene por
contexto la ausencia de Dios; y que su presencia, a través de su palabra, no
produce temor ni temblor sino pensamientos, elevados pensamientos. La
elaboración de esos pensamientos conlleva sentido de la responsabilidad: él
tiene que hacerse cargo y encarnar en ellos las exigencias divinas, es decir,
esos pensamientos o enseñanzas transfieren al ser humano una
responsabilidad absoluta.
La muerte del Dios todopoderoso echa sobre las
espaldas del hombre la tarea de hacerse cargo de las injusticias del mundo. La
muerte del Dios infantil conlleva la afirmación inmediata de la
incompatibilidad entre injusticia y existencia humana, con lo que queda el
hombre enfrentado a la inmensa tarea del mal en el mundo. Hablar de un Dios
adulto es tanto como endosar al justo una existencia vivida como lucha por una
justicia que nunca está del todo ahí. Con esa transferencia de
responsabilidades del viejo Dios al nuevo hombre, se proclama la enemiga mortal
entre el hombre y el mal. No hay un solo mal que no exija una respuesta del
hombre. Lo que produce Aushwitz es transformar la vieja fe en Dios en
responsabilidad absoluta por el hombre. Ese es el mensaje de Yósel Rákover.
Hillesum también comparte esta idea "de
la muerte de ese Dios" todopoderoso que no acude a la llamada de las
víctimas. Pero eso no significa la muerte de Dios: si así fuera Hitler habría
vencido: Dios habría muerto a manos de la brutalidad hitleriana. ¿Entonces
qué dice ella? :
“si Dios deja de ayudarme, tendré que ser yo quien le
ayude... no eres tú quien puedes ayudarnos sino nosotros
a ti y haciendo esto, nos ayudamos a nosotros mismos”(Hillesum, 2007, 37-8).
Reconozcamos que es un planteamiento
paradójico porque si hay que ayudar a Dios porque es impotente, ¿en qué nos
puede beneficiar un Dios que no está a la altura de lo que de él se espera? Pero vayamos por partes. Dice que hay que ayudar a Dios y que eso nos conviene.
Si nos conviene es porque nuestro bien no tiene que ver con la respuesta a
nuestros deseos (que es lo que esperamos cuando nos dirigimos a Dios y a lo que
Dios no responde), sino con algo relacionado con su presencia (algo que sería imposible en su ausencia). Su presencia no es una respuesta sino una
pregunta.
Dios no es el gran conseguidor que
hace realidad nuestros sueños sino una presencia misteriosa que da otra
dimensión a nuestra existencia. Ayudarle no quiere decir salvarle de la
inexistencia sino hacer posible esa su presencia desestabilizadora, removiendo
los obstáculos que la dificultan, por ejemplo, esa imagen del conseguidor. Karl
Rahner se aproxima a esta idea cuando dice que orar significa "pedir a
Dios por Dios", dirigirse a Dios
para saber quién es y desear lo que él desea que deseemos. No se trata tano de
que Dios conceda lo que le pedimos cuanto que fomente lo que debemos pedir.
Como decía Elías Canetti: "nada sería tan insoportable como un Dios que
fuera tal y como nosotros le deseamos".
Hillesum da un paso más y precisa en
qué consistiría la ayuda a Dios y el beneficio que de ellos obtendría el ser
humano: salvar lo divino que hay en el hombre: Como dice Gaeta "la impotencia de Dios respecto a los acontecimientos en el mundo, se compensa con la activación de
la parte divina en y de la creatura" (Gaeta, 1999, 64).
Ahora
bien, salvar lo divino del hombre significa
descubrir la responsabilidad absoluta. El
reconocimiento de que la responsabilidad absoluta recae en el ser humano es la
revelación que tiene lugar en el momento de peligro.
La responsabilidad
absoluta es una figura teológica. Propio de la tradición bíblica es la
afirmación de que el justo será recompensado porque la injusticia no tiene la
última palabra. Más allá de la justicia humana, la figura de un Dios bueno y
todopoderoso asume la responsabilidad absoluta para que no haya un daño que no
sea reparado, un bien que no sea premiado y un mal que no sea castigado (o
perdonado).
Lo que nos dice
Hillesum es que esa figura de la responsabilidad absoluta no puede recaer sobre
la imagen de un Dios inexistente, sino que tiene que ser asumida por el hombre.
El testigo del campo levanta acta de la debilidad de Dios y la de la injusticia
del sufrimiento. De esos dos momentos surge la conciencia de la responsabilidad
absoluta. No se puede privar, en efecto, al que sufre ni de la esperanza, ni
del derecho a la justicia; el filósofo o el espectador fuera del campo pueden
permitirse el lujo de encogerse de hombros y decir que la vida es absurda o que
qué le vamos a hacer. El testigo no está por esas: una vez que ha visto la
injusticia del sufrimiento, se plantea radicalmente la exigencia de justicia.
Pero es el hombre el que tiene que hacerse cargo de esa justicia pues él ha
experimentado el silencio de Dios.
Etty Hillesum se
siente en el centro de la historia para hacerse cargo de toda ella
“tengo con frecuencia la impresión de abrazar con mi mirada toda
nuestra época" (Hillesum, 2007, 152).
“Dios, el cielo ,
el infierno, la tierra, la vida y la muerte”, todo eso lo llevamos dentro como
algo propio y de eso cada uno tiene que responder (Gaeta, 1999, 7). Ella conoce
la injusticia del sufrimiento y hace suyo el grito de de quien clama al cielo
pidiendo justicia. Como sabe que el
cielo no responde, asume la responsabilidad de hacerse cargo de las injusticias
del mundo. Ser hombre de después de Auschwitz es asumir esa responsabilidad. El
silencio de Dios coloca al hombre en una
nueva dimensión. Del silencio de Dios nace la responsabilidad absoluta.
4. La idea de "salvar a Dios" no es
una ocurrencia suya. De ello se habla mucho en el campo y a propósito del campo.
El poema Tenebrae de Paul Celan tiene
por trasfondo la muerte en los campos. Los muertos aparecen enracimados, enroscados en un continuum
del que forma parte el propio Dios. En la tercera estrofa dice algo
sorprendente “ruega, Señor/ruéganos,/estamos cerca” (“Bete, Herr, bete zu uns, wir sind nah”). Dios deja de ser el destinatario de la
súplica para convertirse o convertirlo en sujeto suplicante. En lugar de
desentenderse de ese Dios bueno, sí, pero impotente, estos textos se plantean
salvar a Dios, por eso el poeta
recomienda a Dios que ruegue al
hombre(13).
Algo parecido plantea Hans Jonas:
“tras Auschwitz
podemos afirmar con mayor decisión que nunca que una divinidad todopoderosa o
no es buena o, si lo es, sería incomprensible. Si Dios debe ser comprendido de
alguna manera y en alguna medida, entonces tiene que ser su bondad compaginable
con la existencia del mal y eso sólo es posible si no es todopoderoso. Entonces
sí podemos mantener que es comprensible
y bueno y, a pesar de todo, hay mal en el mundo. Y porque tenemos al concepto
de omnipotencia por dudoso, es por lo que hay que rechazar este atributo”(14).
La
misma tónica en Simone Weil(15). El pensamiento
religioso, elaborado por Simone Weil en los últimos años de su vida, parte de
la metáfora de la creación como abdicación de Dios de su omnipotencia. Esto es
ya una invitación a la creatura a que renuncie libremente al propio poder:
“renunciar a nuestra
posición imaginaria central, renunciar no sólo con la inteligencia sino también
con la parte imaginativa del alma, significa despertarse a lo real, a lo
externo, significa ver la verdadera luz, escuchar el silencio” (citado por Gaeta, 1997, 94)
Empezamos a barruntar por qué: porque muere el Dios de la
infancia, el Dios que consuela, y aparece el Dios que nos pide que hagamos
nuestro el sufrimiento de los demás. Es una experiencia extrema pues pasa por la
experiencia del abandono de la cruz lo que quiere decir que el camino de la
esperanza bordea los límites de la desesperación. Bonhöeffer lo explica bien: “Sólo
cuando se ha reconocido la impronunciabilidad del nombre de Dios, se puede
pronunciar el nombre de Jesucristo; sólo cuando se ama tanto a la vida y a la
tierra que se llega a pensar que cuando se las pierde, todo se acaba, sólo
entonces se puede creer en la resurrección y en un nuevo mundo; sólo cuando se
reconoce la vigencia de la ley de Dios sobre uno, puede hablarse de gracia
divina; sólo cuando se establece como realidad válida la ira y la venganza de
Dios sobre sus enemigos, puede nuestro corazón conmoverse con el perdón y el amor al enemigo. Quien se
considere y sienta hombre del nuevo testamento, sin mediación y por las buenas,
ése no será, según mi opinión, cristiano”(16).
Para el cristiano -a diferencia
quizá del judío- Dios nada puede sin el hombre. Es un Dios encarnado. El hombre
son los ojos, los oídos, las manos de Dios.
Eso no significa desdivinizar la
mística aunque sí desmitologizar la religión. Como decía el Padre Brown, el
héroe del escritor Chesterton, "un místico es como el detective que aclara
todos los enigmas y deja al final que siga el misterio".(17)
Una coda final: he intentado
traducir un pensamiento místico a un código determinado, el propio de este
espacio -una conferencia que demanda un lenguaje argumental- y de un tiempo tasado
(60 minutos). Tengo la impresión de haber traicionado a Hillesum. Es imposible así transmitir su ritmo interior, ese que
seduce a quien lo frecuenta, por eso os invito a hacerlo. Tenéis suerte quienes
aún no la conozcáis. Disponéis de una experiencia de lujo, garantizada.
Reyes
Mate (conferencia pronunciada en la Cátedra
de Teología Contemporánea José Antonio Romeo, Colegio Chaminade, Madrid, 1
de abril del 2014)
Notas:
(1)
Citado por P. Lebeau, 2001, Etty Hillesum, un itineraire spirituel,
Albin Michel, Paris,14.
(2)
Westerbork, el único que ella conocía,
era un campo de concentración. En los campo de exterminio el epicentro no es el
barracón sino la cámara de gas.
(3) Del mismo parecer es I. Kertesz quien empieza citando a Wittegenstein
:”Basta un solo día para vivir los horrores del infierno; hay tiempo
suficiente para ello”, para comentar a continuación: “yo los viví en media hora”, Cf. I. Kertesz (1997) Yo, otro. Crónica del cambio, El Acantilado,
Barcelona, 138
(4) Citado por Giancarlo Gaeta (1999) Religione
del nostro tempo, Edizione e/o, Roma
(5) E. Hillesum, 2001, El corazón pensante de los
barracones. Cartas,
Anthropos, Barcelona, 47-48; y también: “poco a
poco toda la superficie de la tierra no será más que un inmenso campo y nadie,
o casi nadie, podrá habitar fuera” (Hillesum, 2007, 137-8).
(6) Gaeta se hace eco de ello: "otros órganos
más allá de la razón, un nuevo sentido de las cosas más atento a los pozos
profundos de la miseria humana y de las desesperación, nuevos pensamiento y
conocimientos. Y todo a expensas de un acontecimiento que el bagaje habitual
del conocimiento no está en condiciones de afrontar" (G. Gaeta, 1999, 63).
(7) Este texto, popularizado por Bertold Brecht, es del Pastor Protestante
Martin Niemöller.
(8) E. Wiesel (1958) La Nuit, 103.
(9) Metz, J.B. (2006), Memoria Passionis, Herder, Freiburg, 16.
(10)
Pese a que estamos ante un texto literario y no
histórico, la verdad de sus reflexiones son indiscutibles.En VV.AA., 2004, La autoridad del sufrimiento, Anthropos,
se encuentra el texto de Zvi Kolitz (1998) Yósel Rákover apela a Dios,
así como el análisis de Catherine Chalier·"Dios después
de la Shoah" (conferencia pronunciada en el Instituto de Filosofía del CSIC,
el 4 de febrero del 2000). También el texto de Levinas “Amar a la Torá más que a
Dios”. En esta edición figura una potente composición dramática de Juan Mayorga
con textos de Job, Wiesel, Kolitz y Hillesum, titulada "Job entre
nosotros".
(11) Eso dice E.Levinas en VV.AA,
2004, 107.
(12)
Rakower en VV.AA., 2004, 147.
(13)
Cf. Paul Celan (1999) Obras completas, traducción de José Luis Reina
Palacios, Trotta, Madrid, 125.
(14)H. Jonas (1984) Der
Gottesbegriff nach Auschwitz. Eine jüdische Stimme, Frankfurt,39 y ss.
(15) G. Gaeta ,1997, “Woolf, Weil, Hillesum. La
libertá di pensare le cose come sono”, en
la revista Lo Straniero, nr 1, 1997, 87-99.
(16)
Citado por Tiemo Peters, en Peters. T., 1995,
Nach Auschwitz von Gott sprechen,
Katholische Akademie Bibliothek, Hamburg, 21 y ss.
(17)
Alguien preguntó en el coloquio que siguió a la conferencia si la
espiritualidad de Hillesum habría que considerarla religiosa o mundana. Desde
luego es poco institucional. No hay constancia de que en el breve tiempo de su
transformación religiosa frecuentara iglesias o sinagogas. Eso podría ser un
inconveniente si lo sagrado no pudiera expresarse al margen de lo religioso, lo
que manifiestamente queda refutado con la figura de alguien como Etty Hillesum.
Bibliografía:
- VV.AA. , 2004, La
autoridad del sufrimiento, Anthropos, Barcelona
- Celan,
P.,1999, Obras completas, traducción de José Luis Reina Palacios,
Trotta, Madrid
- Gaeta
, G.,1997, “Woolf, Weil, Hillesum. La libertá di pensare le cose come sono”, en
la revista Lo Straniero, nr 1, (1997), 87-99
- Gaeta, G.,1999, Religione del nostro tempo, Edizione e/o,
Roma
- Hillesum, E., 1985, Une vie bouleversée, Seuil, Paris
- Hillesum , E., 2001, El corazón
pensante de los barracones. Cartas, Anthropos, Barcelona
- Hillesum, E., 2007, Una vida conmocionada. Diario (1941-1943),
Anthropos, Barcelona
- Hillesum, E., 2008, Les écrits d'Etty Hillesum. Journeaux et lettres 1941-1943, Seuil, París
-
Jonas, H.,(1984, Der Gottesbegriff nach Auschwitz. Eine jüdische Stimme,
Frankfur
-
Kertesz, I., (1997) Yo, otro. Crónica del cambio, El
Acantilado, Barcelona
- Lebeau, P., 2001, Etty Hillesum, un itineraire spirituel,
Albin Michel, Paris
- Metz, J.B. (2006), Memoria Passionis, Herder, Freiburg
- Peters. T., 1995, Nach Auschwitz von Gott sprechen,
Katholische Akademie Bibiolthek, Hamburg
- Wiesel, E.,1958, La Nuit,
Editions de Minuit, París