18/6/14

Francisco, una renovación peligrosa

            El fundador del diario italiano La Republica, Eugenio Scalfari, ha escrito un largo artículo, al año del pontificado de Jorge Bergoglio, titulado “La revolución de Francisco contra los mandarines del Vaticano”(1). Dice que Roma, no Italia, se ha convertido en la capital del mundo, algo que no ocurría desde hacía dos mil años, por obra de Francisco. Tiene crédito entre todos. Los fieles confían en él. Los políticos quieren verle. Y con él quieren dialogar los rabinos, los imanes y los no creyentes, como él mismo, un agnóstico.
            Su credibilidad tiene que ver con su simpatía personal, pero sobre todo con su programa de trabajo que es presentado y visto como un programa de una profunda renovación.
            Lo que me propongo es avanzar algunas reflexiones sobre las dificultades que presenta este plan de trabajo.


            1. No se puede separar la figura de Francisco de la renuncia de  Benedicto XVI o, mejor, del teólogo Joseph Ratzinger que se escondía tras el Papa. ¿Que por qué?. Aquello fue una novedad histórica, la primera renuncia voluntaria después de la de Celestino V -que Dante calificó de vileza, pero que estuvo llena de coraje- debida a "los fraudes y simonías de la Corte Pontificia", aunque el bueno de Celestino la presentara, como también Ratzinger, bajo la excusa de una "debilitas corporis" e "infirmitas personae", es decir,  como debilidad física y agotamiento psíquico.
            Esa renuncia tuvo un sentido teológico  que Giorgio Agamben ha calificado de apocalíptico(2). Para entender esto hay que hablar de un Ratzinger de antes del 68 y de otro, posterior: el que llegó a ser Prefecto de la Defensa de la Doctrina de la Fe. Hubo un Ratzinger que pudo escribir, es verdad que en 1961, algo tan insólito como que "hoy la Iglesia se ha convertido para muchos en el principal obstáculo para la fe. En ella sólo puede verse la lucha por el poder humano, el mezquino teatro de quienes con sus observaciones quieren absolutizar el cristianismo oficial y paralizar el verdadero espíritu del cristianismo"(3). El mismo que firmó un trabajo sobre Ticonio, el maestro de San Agustín, sobre la dimensión apocalíptica de la Iglesia(4). Ahí rescataba la dimensión apocalíptica, es decir, la idea de que la historia es un drama que se desarrolla en un tiempo con fin y en el que luchan las fuerzas del mal y del bien. Lo original de Ticonio, frente a Agustín, es que la Iglesia no representa el bien sino que ella misma es un campo de fuerzas en las que se enfrentan el mal y el bien. Lo que luego diría Agustín era otra cosa. El hablada de dos ciudades: la celestial (la del bien, donde ubicaba la Iglesia) y la pagana (la del mal que era  la del mundo). Pues bien, según Ticonio, sólo hay una ciudad y para salvar la historia no hay que esperar al final, momento en el que el Mesías separaría el grano de la paja, sino que había que dar la batalla ahora dentro de la Iglesia.
            Ratzinger también llegó a ese punto en su pontificado. Llegó un momento en que tomó conciencia del mal en la Iglesia, quiso combatirle, como pedía Ticonio, pero le faltaron fuerzas. Por eso renuncia: para dar paso a ese enfrentamiento. Si él ya no puede, que venga otro. La vida de Joseph Ratzinger, compuesta de varias fases, reconcilia con su renuncia el final con el principio. En medio queda todo un pensamiento inspirado en Platón que deja poco margen a los acontecimientos históricos y, por tanto, a la dimensión apocalíptica.

            2. Ese es el contexto de Francisco. Desde el primer momento él da a entender que el mensaje evangélico que se le ha confiado sólo puede llegar al hombre y al mundo si pasa por una Iglesia reformada.
            Ese proceso de renovación tiene dos ejes: por un lado, definir el lugar de la Iglesia frente al mensaje del evangelio i.e. aclarar la relación entre Jesús y Pedro, el apóstol, y entre éste y los obispos de Roma; en segundo lugar,  definir el papel del cristiano en el mundo y en la Iglesia. Veamos.

            2.1. Hay que re-definir el lugar de la Iglesia frente al mensaje del evangelio, es decir,  aclarar la relación entre Jesús y Pedro, un apóstol, y entre los apóstoles y la Institución Iglesia.
            Los expertos saben que se ha producido a lo largo de la historia una asimilación peligrosa e indebida que ha fagocitado las distancias. Para empezar, Pedro no es Jesús, evidentemente: es un seguidor de Jesús. Pero tampoco los Papas son Pedro en el sentido de que Pedro es un apóstol. Los apóstoles son figuras únicas, irrepetibles, porque son los testigos de un acontecimiento histórico. Pero a través de cambios a veces sutiles a veces menos sutiles hemos llegado a identificar al Papa con Jesús, presentándole como el "vicario de Cristo". Un vicario es el representante  interino de un poder que puede ejercerlo sin dar cuentas a nadie. Aquí el poder -si es que se puede hablar así: no se debería- está condicionado a la Escritura y a la Tradición, las dos fuentes del cristianismo. Pero la evolución de la historia ofrece un resultado singular: el Papa ha sustituido a las fuentes. Fue Pio IX el que dijo aquello de "la Tradizione sono io"; y por lo que respecta a las Escrituras, Roma se arroga la autoridad de la interpretación correcta. Si echamos un vistazo a la evolución de la hermenéutica bíblica descubrimos que hemos ido conociendo las Escrituras mejor gracias al trabajo de la comunidad de investigadores. Roma ha ido detrás de la investigación y cuando se ha puesto delante, se ha equivocado. De haber sido por ella todavía se enseñaría en sus seminarios la teoría del sentido literal de las Escrituras.
            La ekklesia originaria  o comunidad de espíritu se ha transformado en una Iglesia conformada por el Derecho Canónico, que decide lo que es legal o ilegal, pero también lo que es bueno o malo, y una teología sacramental que ha burocratizado el carisma. Pensemos que al principio el que presidía la comunidad era uno más (el más viejo o "presbítero"). Luego hubo que hacer un máster especial y tener la autorización de la ventanilla de turno. Apareció el "sacerdote" que ya no era uno más de la comunidad  sino uno segregado de ella.
            Sin caer en la demagogia del chiste del gitano, extasiado ante la Plaza de San Pedro -"estos empezaron con un borriquillo y mira cómo les ha ido"- hay que reconocer que ahí hay un problema(5).
            Puede ser de ayuda el artículo ya citado de Eugenio Scalfari. Ahí sostiene la idea de que Francisco representa un cambio histórico porque del enfrentamiento secular o milenario entre dos modelos de Iglesia, puede que estemos ante la posibilidad de que pierda, si se puede hablar así, la que siempre había dominado. Por eso el entusiasmo por Francisco no es compartido por todos; no por la Curia que se ve  ya degradada al rango de “intendencia”.  Hay que reconocer que esa Iglesia y sus mandarines han hecho mucho: han evangelizado América y Europa, han modernizado la institución y su lenguaje, han sabido ganarse al pueblo (aunque no siempre con buenas artes, como demuestra la "Leyenda del Gran Inquisidor", de Dostoyevski, que para hacer felices a la gente canjea libertad por pan), se han constituido en interlocutores privilegiados del poder político, han hecho la guerra utilizando la teología y las armas. Enfín, tienen una gran experiencia pues son los herederos de una historia que sabe de victorias y derrotas, de intrigas y venganzas, de dogmas y excomuniones.
            Afortunadamente para el reformador que quiere ser Francisco, continúa diciendo Scalfari, también ha habido en paralelo otra iglesia “distinta de esta vertical y tan poco apostólica”: la iglesia misionera, pobre, mártir; la Iglesia del amor y de la misericordia. Han sido los votos de esa Iglesia la que le han llevado al Papado.
            Lo que pasa es quien ha mandado ha sido la primera. Y ahora, por primera vez, puede perder su supremacía… siempre y cuando triunfe el proyecto Francisco, que no va a ser fácil, porque ellos siguen ahí, aunque se encuentran ante una situación nueva por la recuperación de la dimensión apocalíptica. Ahora el Papado ha tomado conciencia de que el enemigo está dentro, que la Iglesia es parte del problema. Esa es la baza que tiene Francisco y que le viene dada por la renuncia de Benedicto XVI

            2.2. ¿Cómo lo está haciendo Francisco? Su estrategia tiene componentes muy diversos. En primer lugar, a través de gestos muy elocuentes empezando por el nombre elegido . No es casual que un jesuita se llame Francisco (evocando al de Asís y no al Francisco Javier). Ir a pagar su habitación al hostal al día siguiente de ser nombrado Papa es el reconocimiento de que un Papa tiene las mismas obligaciones que cualquier otro ciudadano. No es un “Señor”. La prisa por encontrarse con Gustavo Gutiérrez, teólogo de la liberación, tan perseguido por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Aquella foto de los zapatos de Francisco y los mocasines rojos de Ratzinger: el contraste entre las sandalias del pescador y el calzado de lujo adquirido en alguna boutique de Via Condotti (6).
             Renuncia a vivir en el palacio vaticano y se contenta con 60 m. (el contraste con Bertone que "sólo" dispone de 300 y que lo está adecentando con 500.000 Euros). La primera visita a Lampedusa es el reconocimiento de que la emigración es el mayor problema político de nuestro tiempo: “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos”(EG nr 2013)
            En segundo lugar, algunas decisiones que marcan la diferencia. Pondré el ejemplo de la comunión para divorciados. Nos hemos enterado hace poco que Francisco cogió el teléfono para marcar un número de la ciudad argentina de San Lorenzo. Al otro lado Julio Baletta, marido de una divorciada que ha escrito al Papa de Roma lamentando que en su parroquia no la dejen comulgar, recibe la repuesta papal: "puede comulgar porque no hace daño a nadie". La cosa podría quedar en una anécdota propia de un buen párroco que pone la compasión evangélica por delante del dictado del derecho canónico. Pero la anécdota es algo más que eso porque resulta que sobre el mismo problema su antecesor, siendo cardenal, se puso muy digno para decir todo lo contrario. Fue en el año 1998, según cuenta el libro La provocación del discurso sobre Dios (Trotta, 2001, pgs, 96-99). Tras una conferencia de Joseph Ratinzger, a la sazón responsable de velar por la pureza de la fe cristiana, alguien del público, un párroco del Ruhr, le pregunta si no podría Roma cambiar el rigor con el que trata a los divorciados, permitiéndoles, por ejemplo, acercarse a la comunión. Ratzinger le respondió que no había nada que hacer, que romper un compromiso como el matrimonio supone un daño irreparable, y que nadie, ni siquiera el Papa, puede cambiar la norma. La única forma de compasión que puede ofrecer la Iglesia a los homosexuales o a los divorciados es "ayudar a aprender a sufrir y a identificar lo positivo que hay en el sufrimiento".
            El que siete años después sería Papa, con el nombre de Benedicto XVI, se hacía portavoz de una tradición católica, avalada por una montaña de documentos, que remitía las actuales normas sobre divorciados a los arcanos teológicos más sesudos. Al transgresor que rompía un compromiso de por vida, como el matrimonio, no le quedaba más salida que rumiar su dolor en la soledad de  algún rincón del templo.
            Bueno, pues eso es lo que Francisco se ha llevado por delante de un plumazo. Y es llamativo que tanto el Papa actual como el anterior pongan en el epicentro de la escena el sufrimiento, aunque lo interpreten en sentido opuesto. Para Francisco lo importante es no hacer daño al otro (algo que el divorciado no hace comulgando), mientras que para Ratzinger lo importante era elaborar el propio sufrimiento. Sería abusivo concluir de esto que  un Papa está por evitar todo sufrimiento y el otro, el ex-Papa, por causarle, pero hay una diferencia de acentos notables porque si Roma puede evitar sufrimientos, cambiando la norma, lo que estaría haciendo, manteniendo la normativa actual, es causándolos. Y ahora resulta que sí, que el Papa puede cambiar la norma sin despeinarse.
            No estamos ante dos interpretaciones diferentes de la misma ley. Este caso no es comparable al de dos jueces que emiten sentencias diferentes sobre el mismo asunto porque interpretan la ley de manera opuesta. Es mucho más porque si relacionamos este gesto de Francisco con otros muchos suyos, lo que hay que concluir es que estamos ante un Papa que interpreta su papel a la cabeza de la Iglesia católica de una manera muy diferente a la de sus antecesores.
             Y esto es algo que interesa no sólo a los creyentes sino al conjunto de la sociedad. No podemos olvidar que Europa es impensable sin el cristianismo. Como decía Carl Schmitt -y decía bien- no hay un sólo concepto político que no provenga de una categoría teológica. Y los expertos en teoría política saben que el carácter casi divinal que tiene el poder político tiene mucho que ver con cómo el Papa entiende su poder. Si Francisco está acaparando tantas portadas en el mundo y si concita tanta atención es porque en su modo de ser representa un modo nuevo de entender el poder. Por eso lo que hace y dice es contagioso, trasciende los límites del mundo cristiano.
            Lo que Francisco da a entender, creo yo, es una cierta voluntad de desacralizar a la Iglesia, de rebajar su engolamiento, de subrayar el primado de la compasión
            Este gesto de Francisco evoca, salvadas las distancias, el de Jesús en el relato de aquella mujer adúltera que los escribas y fariseos  querían lapidar porque así lo mandaba la ley mosaica pero a la que él no condena (Jn 11,1-11). Notemos la finura del relato: no dice que Jesús la perdonara, sino que no la condena, es decir, Jesús no la juzga. También Francisco se niega a juzgar a los homosexuales cuando los periodistas le preguntan por ello. Ambos ponen la compasión por delante del castigo.  Y es invocando la autoridad de la inspiración evangélica -superior a la del derecho canónico- desde donde Francisco se ha podido saltar con toda naturalidad los dictados de los legajos doctrinales que custodian los gestores vaticanos: “Prefiero una Iglesia herida y manchada por salir a la calle, antes que una iglesia preocupada por ser el centro y que termine enredada en una maraña de obsesiones y procedimientos” (EG 50): la Iglesia está obsesionada con el sexo y enmarañada con el derecho canónico.
             En tercer lugar, sus opciones ideológicas. Me refiero a lo que dice en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium  que, aunque “no es un documento social” (EG nr 184), dice cosas muy sorprendentes. Denuncia la tiranía de un sistema económico, el capitalista, “que mata”. Recordemos que el “no matarás” es una conquista civilizatoria que ha contribuido a salvar la vida humana, amenazada por los peores instintos. Bueno pues ha llegado el momento de convocar esa conquista moral para hacer frente a los daños que produce la exclusión y de la inequidad. La injusticia mata y eso significa que el sistema que la provoca es criminal. Esa es la novedad semántica de Francisco: el capitalismo no sólo es injusto sino asesino, por eso “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo. La inequidad es raíz de los males sociales” (EG, nr 202). El texto establece una relación entre la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres. Se acabó por tanto la idea, tantas veces repetida por los sectores oficiales y conservadores o liberales del catolicismo, de que la riqueza en sí en buena. No lo será si existe la pobreza. También invita a políticos y economistas a reflexionar sobre las ideas “de un sabio de la antigüedad” (que no es otros que Juan Crisóstomo) que decía  “no compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos sino suyos” (EG nr 57). Aquí Francisco muestra que tiene tablas y se “tapa” echando por delante la autoridad del Crisóstomo. Y también dice: “la solidaridad debe vivirse  como la decisión de devolverle al pobre lo le corresponde” (EG nr 189). Sorprende en este hombre que diga lo que es obvio pero que nadie dice porque hay una conjura general para negar que el rey va desnudo. Por ejemplo, cuando en diciembre del pasado año, expresaba la inhumanidad consentida por todos que de tan habitual es como una segunda piel. Decía Francisco: “no puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano y que sí lo sea la caída de dos puntos en la Bolsa”. Los ancianos mueren de frío una noche sí y otra también, pero lo que calienta el corazón del personal es la cartera que se lleva al pecho.
            ¿Qué decir ante afirmaciones tan contundentes? Podemos pensar que estamos ante un documento más al que nadie va a hacer caso: la Iglesia, no; los políticos o empresarios católicos, tampoco. Lo que vale es lo que decían aquellas dos señoronas de Mingote, sobresaltadas porque del Concilio Vaticano II llegaba a España la peregrina idea de la libertad de conciencia: “tranquilas, que al cielo/cielo, iremos las de siempre”. Todo esto puede quedar en papel mojado, salvo que la Iglesia se lo aplique. Y aquí el Papa tiene que dar el primer paso. No lo tiene fácil, la historia y la estructura pesan mucho... en su contra.

            3. El segundo eje de renovación es definir el papel del cristiano en el mundo y en la Iglesia.
            Sabido es que Jesús no vino a fundar una Iglesia, sino a proponer un mensaje para todos. Otra cosa es que no todos quieran seguirle. Los seguidores constituyen una “ekklesia”, una comunidad espiritual cuya tarea consiste en mantener viva la llama: para que esté al alcance de todos y para transmitirla a las generaciones siguientes.
            Algo he dicho sobre la deriva de esa comunidad espiritual que ha terminado siendo una Institución jurídica que se ha sobrepuesto a la comunidad del espíritu. En Francisco hay como un viaje de vuelta: de lo jurídico a lo espiritual. Para ese empeño cuenta con la espiritualidad franciscana. El franciscanismo es una denuncia del poder vehiculado a través de la juridicialización de la comunidad del espíritu.
             Esa vuelta a los orígenes pasa por el mundo y no por huir del mundo. Repito lo que dice  en EG: “Prefiero una Iglesia herida y manchada por salir a la calle, antes que una iglesia preocupada por ser el centro y que termine enredada en una maraña de  obsesiones y procedimientos”. La fe cristiana ni es privada ni es espiritual sino pública y de este mundo, como la justicia mesiánica. El dominico francés, Marie Dominique Chenu, rescataba esa dimensión pública cuando decía que "el materialismo es la espiritualidad de los pobres”.  La comida y el vestido es la primera lamparilla en la que hay que echar el aceite cristiano. O como dice Francisco: “nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional… Una auténtica fe  siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra” (EG 170).
            No va a resultar fácil esa reconversión porque el tipo medio de cristiano está conformado por lo que Karl  Rahner (y a Rahner le voy a citar más de una vez a partir de ahora) llama “la herejía anónima”(7). Veamos en qué consiste.  El hereje católico se  da al interior de la iglesia, en sus mismas bases: es muy común pero no levanta sospecha porque en vez de debilitar a la Institución la refuerza externamente. El error de este feligrés consiste en que en su vida real sigue normas de conducta que si las pensamos hasta el final resultarían contrarias a lo que ese feligrés dice creer. El lo intuye y por eso no se para a pensar en esa contradicción y la Iglesia tampoco está interesada en exponer la fe de ese creyente al riesgo de la reflexión. Le interesa que siga así porque sin ellos, ella se debilitaría. Rahner había observado, en efecto, que esos cristianos no están dispuestos, por una parte, a que su fe creyente se inmiscuya en la vida real ni en que la vida real se implique en la vida eclesial. Pero, por otra parte, esos mismos creyentes no cesan de invocar la tradición, la inmutable doctrina moral de la Iglesia y hasta una comprensión literal de la Biblia.
            Para ellos "lo católico" es sinónimo de bastión  conservador y no de apertura, invitación al debate y a la interpelación. Recuerdan un poco a Charles Maurras: “soy ateo pero católico”. Son católicos, y con frecuencia muy militantes, por la significación política conservadora, por la seguridad que les presta una institución que nunca se ha entusiasmado con el riesgo  y la libertad. Estos católicos privatizan la fe y politizan la religión que es lo contrario de lo que plantean tanto Rahner como Francisco: insuflar justicia mesiánica a la historia y llevar al seno de la Iglesia los sufrimientos y anhelos de los hombres de su tiempo.
            La consecuencia de estas derivas es una devaluación de las palabras de la fe que se quedan vacías, sin que interpelen a las conciencias satisfechas, ni provoquen indignación ante el sufrimientos de los inocentes, ni despierten del sueño dogmático que les impide vibrar con la parábola del Samaritano.
            Entonces ¿qué creen los cristianos?  creen en un cristianismo de buenos sentimientos cortado de la vida real y del mundo del trabajo. Es una fe que consuela pero no cuestiona. Hemos olvidado que Dios es un escándalo y lo que sería inaguantable, decía Elias Canetti, " es un Dios que fuera como nosotros lo deseamos". Un Dios a nuestra imagen y semejanza sería una pésima operación porque sería un ser que tendría nuestras mismas preguntas pero ninguna respuesta.
             Claro que hay en el seno de la Iglesia cristianos que ya no están dispuestos a renunciar al uso crítico de la razón, como hasta ahora era el caso. Pero son minorías, excepciones mal vistas.  Esto no quiere decir que los que siguen en la Iglesia sean "herejes anónimos". Hay que empezar por no juzgar ni descalificar al otro. Debería darnos que pensar la intolerancia intraeclesial, el mal humor que provoca oír una opinión diferente, sobre todo si es crítica, como si hubiera creyentes de primera, "los de toda la vida", y otros advenedizos que bastante tienen con ser tolerados. Que este mal talante se observe sobre todo en gente más joven, resulta alarmante. Se han predicado demasiadas certezas y verdades absolutas, lo que choca en una religión como la cristiana basada en el misterio...de Dios. Como dice Francisco: "no a la guerra entre nosotros" (EG, nr 98) porque haberla, hayla. Dicho esto hay que añadir lo siguiente:  que más de uno se ha refugiado en la Iglesia huyendo del evangelio; y no son pocos los que piensan que para ser fieles a la verdad del evangelio tienen que salir de la Iglesia.
             Para llevar adelante la renovación hay que ser consciente de las resistencias internas, pero también ser conscientes de las alianzas externas. Jesús muere por todos y la gracia alcanza a todo hombre y a todos los hombres: es una oferta presente en todos los momentos de la existencia personal y colectiva. Por eso Rahner hablaba del “cristiano anónimo”: es el ser humano que, aunque no haya oído hablar de Jesús, vive conforme a sus valores: ese es un cristiano aunque no lo sepa. Y es que sería muy injusto que sólo tuvieran acceso a la salvación el grupito de afortunados que practican los sacramentos. El cristiano anónimo debe formar parte de esa nueva ekklesia
             Pero para ello se impone un cambio estructural profundo: tendría que liberarse de un peso dogmático que ha dado un peso excesivo a la institución y a la administración del culto. Se impone una cierta  desacralización de la Iglesia.
            “El creyente, decía Rahner, para serlo tenía que tragarse un sapo: la existencia del misterio de Dios”. Pero sólo ese y no otros. Reconocer el misterio significa vivir abiertos a una llamada que trasciende nuestros deseos, límites. Que es lo que hizo María con su fiat. Si lo misterioso es la confianza en un proyecto divino que se substancia en esa actitud -fiat- desnaturalizaríamos el misterio si colocamos lo misterioso en un asunto fisiológico, afirmando por ejemplo que el misterio consiste en “una concepción virginal de María”.  Afirmar el misterio conlleva desmitificar todo el resto. Rahner incluía en ese capítulo desmitificador el sacerdocio de la mujeres, el sacerdocio temporal, el sistema de elección de los obispos e cosí via.. Hay que ser fiel al dicho del Father Brown, la simpática criatura de Chesterton, para quien "el Místico deja estar al misterio y explica todo lo demás".

4. He acabado hablando de otro jesuita, Karl Rahner, porque ambos participan de la misma mística. Podemos ver en el teólogo Rahner el camino del “político” Francisco que tendrá que ir con más cuidado pero seguramente en la misma dirección.
Un ¿camino peligroso? Una renovación peligrosa porque es muy exigente. El viaje a los orígenes supone renunciar a muchas conquistas logradas durante siglos, a veces violentamente. Renunciar a muchas prácticas tranquilizadoras. Todos estamos tan instalados en nuestras verdades que estamos tentados  de decir a ese Jesús que ha vuelto un viernes santo para recordarnos que vamos por el mal camino, lo mismo que el Gran Inquisidor de Sevilla le soltó al final de su terrible defensa: “vete y no vuelvas más”.
Y una renovación en peligro. Los que se enfrentaron al viejo Benedicto XVI siguen ahí y no se lo van a poner fácil. Su proyecto de renovación puede acabar como la perestroika de Gorbachov. Era una buena idea pero que no encontró apoyo ni en la nomenklatura soviética, ni en los poderes fácticos, no en el pueblo. Este, que había sido sometido tantos años, había perdido la conciencia de lo que significaba y la confianza en su poder. Lo que sobrevino a la perestroika en esos países ha sido el invierno neoliberal, el capitalismo salvaje.

Reyes Mate (Conferencia pronunciada en un grupo de reflexión reunido en la Parroquia San Agustín, Madrid, 6 mayo 2014)

Notas:

(1) E. Scalfari "La rivoluzione di Francesco contro i mandarini del Vaticano", La Repubblica, 19, 2, 2014.
(2) G. Agamben, 2014, El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos, Adriana Hidalgo, Buenos Aires. También Reyes Mate, 2013, "La renuncia como gesto apocalíptico", en  J.M. Laboa, V. Vide y R.Mate, El valor de una decisión, PPC, Madrid,137-172 . La arriesgada tesis que ahí defiendo ha sido confirmada por una voz tan autorizada  como la de Giorgio Agamben.
(3) J. Ratzinger, 1973, Introducción al cristianismo, Salamanca, Sígueme, 301 (el original alemán está publicado en 1961).
(4) J. Ratzinger ( 1956, "Beobachtungen zum Kirchenbegriff des Tyconius um Liber regularum" en Revue des Etudes Augustiniennnes.
(5) Emil Brunner, 1951, Das Missverständnis der Kirche, Theologischer Verlag, Zurich
(6) Parece que era regalo de una zapatero mexicano que usaba piel de cabritilla recién nacida
(7) Tomo estas referencias a Rahner del escrito de Tiemo Peters "Gott oder die Kröte des Glaubens" ("Dios o el sapo de la fe. Ser cristiano según Rahner"), un manuscrito enviado por el autor.