31/12/23

Ricos en vivencias, pobres en experiencia

A Lucía y Beatriz que luchan por labrarse un futuro

            El diccionario de la Real Academia Española acaba de recibir en su santuario, entre otros, al vocablo “vivencia”. Este reconocimiento oficial lo que viene a decir es que la gente lo usa habitualmente porque con él designa algo que sin él quedaría mal nombrado o sin nombre.

             La verdad es que de vivencias se habla desde hace un tiempo. Se decía de los soldados de la Gran Guerra que volvieron a sus casas “ricos en vivencias y pobres en experiencia”. Habían tenido muchas vivencias porque les habían sobrevenido grandes transformaciones que no pudieron digerir: empezaron la guerra a caballo y la acabaron en aviones; se les animó a luchar porque la guerra la ganaban los valientes y pronto se dieron cuenta que lo importante no era la bravura sino los materiales; les habían enseñado que la guerra se libra entre combatientes pero los estrategas descubrieron que lo decisivo era atacar la población civil. Total que volvieron a casa llenos de vivencias, pero pobres en experiencia porque no pudieron metabolizar todos esos cambios en una nueva concepción del hombre y del mundo.

             Las vivencias son impresiones que nos golpean en el instante pero que se amortizan en el momento mismo de su producción. Son como los ángeles de la leyenda talmúdica que nacen para cantar y mueren tras el canto, con el añadido de que las vivencias crean adicción: una  llama a otra convirtiendo la vida en un “enjambre de segundos”, en una sucesión infinita de impresiones que se sobreponen unas a otras. Nada tiene que ver la vivencia así descrita con la experiencia. Para empezar, ésta exige tiempo y no sólo instantes. Tiempo o ritmo más sosegado para digerir la vivencia e integrarla en la vida propia. También sentido del pasado del que recibimos un legado que relativiza el impacto de lo que ahora ocurre; y sentido del futuro que nos permite relacionar lo que hoy hacemos con lo que seremos.

             Si el término vivencia merece los honores de la RAE es porque expresa acertadamente nuestro tiempo. Aunque los Académicos tengan razón, que la tienen, no es una buena noticia pues lo que nos están diciendo es que los valores que presiden nuestras vidas en lugar de favorecernos, nos perjudican; en lugar de enriquecernos, nos empobrecen. Pensemos en el culto a la velocidad que acompaña la vivencia. Todo lo queremos al instante, no soportamos la duración. Cuando viajamos, lo que ansiamos es llegar, considerando el tiempo transcurrido como un tiempo basura. Pasamos de prisa por lugares maravillosos sin que nos digan nada porque lo que importa es llegar cuanto antes. Lo grave de esta situación es que nos imaginamos superiores a sociedades que vivían a un ritmo más lento, porque nosotros, al suprimir la duración, nos creemos inmortales. Si borramos las huellas del tiempo en nuestros rostros, nos consideramos eternamente jóvenes.

             Pero eso es una peligrosa ilusión porque la verdad es que el tiempo pasa por el rostro de todo el mundo y, también, que, por muy rápidos que circulemos, no siempre ganamos tiempo. Nos decían, cuando llegaron los correos electrónicos, que ahorraríamos muchas horas, en comparación con los tiempos de las cartas postales, pues si estas circulaban al ritmo de las diligencias, antaño, y del avión, hogaño, internet  corre a la velocidad de la luz. Hoy lo que sí sabemos es que hemos perdido las cartas y no hemos ganado tiempo con tanto tráfico de correo electrónico.

             Para las generaciones mayores, educadas en un ritmo vital más lento, estos tiempos son vistos como pérdidas de modos de vida que han desparecido. Hemos perdido el sentido del viajar, aquel que consideraba el viaje como trayecto que absorbe los espacios que transita y disfruta con ellos; hemos perdido el sentido de los fines de semana entendidos como días festivos y no sólo de descanso, que no es lo mismo; hemos perdido el gusto por el silencio o la contemplación, como si el ruido fuera la necesaria música de fondo.

             Lo preocupante es lo que esta civilización de la vivencia puede representar para los jóvenes. Son el mejor exponente del presentismo de la vivencia. Apenas si pesa en su forma de vida el pasado pues ven la historia como un cuento, como un “érase una vez” imaginario, extraño a su mundo, al que nada deben y del que nada esperan. Y también les cuesta establecer una relación con el futuro. A eso contribuye la organización de nuestra sociedad donde los condicionantes económicos son tan precarios que no les permiten programar su futuro. Lo más preocupante, sin embargo, es que este marco social plano, en el que el pasado y el futuro aparecen tan desdibujados, impide a esa juventud establecer una relación entre sus estudios y sus esfuerzos actuales con el día de mañana.

             Con la llegada de la vivencia ha quedado obsoleta la expresión “labrarse un futuro” porque no existe el convencimiento de que el esfuerzo actual sea una inversión de futuro, sino tan sólo un trámite para seguir adelante al ritmo que marque el presente. Para labrarse un futuro con la esfuerzo presente, la sociedad tendría que rendir culto a la experiencia, en lugar de entregarse a las vivencias, y, los poderes públicos, garantizar proyectos de vida que compensen el esfuerzo.

 Reyes Mate (El Norte de Castilla, 17 de diciembre 2023)

22/12/23

Tomárselo con filosofía

             Esté país padece del mal de calma. Como hay montañeros que sufren del mal de altura por falta de oxígeno, los españoles, faltos de la necesaria calma, andamos desquiciados, presos de una irritabilidad enfermiza. La calma es un índice de salud cuya ausencia nos enferma. Ese malestar, debido a la falta de la vitamina correspondiente, nos hace particularmente vulnerables ante cualquier resfriado o problema cotidiano.

             El mal en cuestión debe de venir de antiguo pues nuestra lengua almacena una expresión, inventada sin duda para combatir esta singular patología colectiva. Me refiero a lo de “hay que tomárselo con filosofía”, dando a entender que, a la hora de hace frente a un problema, hay que tomarse su tiempo, evitando la precipitación, y, también, echando en el asunto una dosis de filosofía, entendiendo por tal recurrir a la despensa de conocimientos y experiencias acumulados en el pasado.