27/10/14

Víctimas y delincuentes

            El mes de agosto nos ha regalado la noticia de la aparición de Guido Carlotto, el nieto de la abuela argentina que se ha pasado la vida buscando al niño desaparecido. "Guido", nombre que le había dado la madre asesinada por la dictadura militar, era en realidad "Ignacio", como le llamaba la familia adoptiva.

            En el momento del encuentro contrastaba el rostro de la abuela, iluminado con la alegría de quien había logrado por fin ganar la batalla al olvido, con la de Ignacio-Guido, un hombre de 37 años, que había tenido hasta ese momento "una vida extraordinariamente feliz", según sus palabras, ignorando, eso sí, su destino.

            La sociedad argentina ha celebrado la aparición del niño desaparecido que hace en número 114. Quedan muchos más y seguirá la lucha, ahora con el refuerzo del nieto de Laura Carlotto.

            A los españoles les puede sorprender que la sociedad argentina viva pendiente de sus desaparecidos, cuando aquí son legión y sólo les acompaña la indiferencia de los contemporáneos. Pero se sorprendería todavía más si tomara nota de la valentía con la que se abordan los aspectos más turbios de todo ese pasado. No me refiero a lo que hicieron los militares y sus secuaces, que de eso ya se han encargado los tribunales, sino a lo que hicieron las víctimas. Y esto sí que es un asunto extremadamente delicado.

El barroco, un mundo que retrata la miseria presente

            El éxito de La Vida es Sueño, de Calderón de la Barca, que ha tenido lugar en Madrid, en el otoño del 2012, ha tenido mucho que ver con la interpretación  tan convincente de Blanca Portillo, en su papel de Segismundo, sin olvidar el resto del reparto; con la dirección tan segura de Helena Pimenta; con la versión tan depurada de Juan Mayorga.  Ahí están sin duda las claves del éxito. Pero no habría que descartar otro factor que tiene que ver con el público siempre pronto a asistir a una buena representación de una obra clásica. Este público que ha agotado todas las plazas del Teatro Pavón de Madrid, vive angustiado por una crisis de dimensiones epocales. Habría que preguntarse si ese estado de ánimo es ajeno a la respuesta.  Hay quien ha visto en el barroco, la cultura envolvente de La Vida es Sueño, un adelanto del siglo XX. Calderón nos convocaría porque nos sentimos expresados. Este es el contexto de las siguientes reflexiones en las que, de la mano del autor del Origen del drama barroco alemán, Walter Benjamin, voy a desarrollar la idea de la complicidad entre el barroco y nuestro tiempo.

10/10/14

De exilios y expulsiones. Por una revisión de la cuestión nacional

Presentación

            El título de esta conferencia es equívoco. Parecería que aprovechaba la ocasión para intervenir en el debate catalán sobre el soberanismo o sobre el nacionalismo en el Estado de Israel. No es esa mi intención. Quiero hablar del exilio como diáspora, una figura que, vista desde el holocausto, obliga a revisar conceptos políticos claves, tales como Estado, nación o ciudadanía, pero no sólo aquí sino por doquier.

            1. En Berlin acaban de terminar unas jornadas dedicadas a la "Escuela de Madrid" que han terminado con un debate entre un alemán y un español sobre "la teodicea después de Auschwitz (1). Es fácil imaginarse la cara de los españoles ante la propuesta alemana pues ¿qué tendrán que ver Ortega o Gaos con los campos de exterminio?  Una rareza en España pero no en Berlin.

            En la presentación del debate, el coordinador alemán, el Dr. Stascha Röhmer, estableció con toda naturalidad la relación al recordar que la Escuela de Madrid ha ligado su destino a la Guerra Civil y del exilio republicano

             La Guerra Civil es una estación del proceso histórico que lleva a los campos. Nos podríamos remitir aquí al libro de Félix Santos, 2012, Españoles en la Alemania nazi. Testimonis del III Reich entre 1933 y 1945 (2). Lo que ahí resulta manifiesto es, en primer lugar, la conciencia de que se estaba jugando el destino de Europa. Eso lo sabían los falangistas más ideologizados (Ridruejo, Tovar, Laín, etc.) y, también,  los dirigentes republicanos. Los falangistas encuadraban el fascismo en el seno de una tradición también  española en la que asuntos como la pureza de sangre o la quema de libros sonaba a sabido.

            Del repaso a ese momento de nuestra historia se desprende que si hay un pueblo que no puede ni debe olvidar Auschwitz es España. Pese a ser el único pueblo que luchó contra el fascismo, en una Guerra Civil, fue el único que sucumbió al fascismo, incluso después de la derrota del fascismo. No se sabe que alemanes, italianos, franceses o belgas articularan su oposición al fascismo en una guerra civil. Hubo, sí, resistencia, pero eso es de otro orden, infinitamente menor. De esa contienda sacaron beneficio los vencedores (Aliados) y los vencidos (Alemania e Italia), pero no España. No hay que olvidar que Franco siguió, tras 1945, porque interesaba a los Aliados, no porque conviniera a la democracia. Y esa decisión ha marcado el futuro de España. Por eso España quería tanto una Unión Europea, sobre todo si esta nacía como respuesta a la experiencia de la barbarie que en España se prolongó hasta mucho tiempo después de que el nazismo fuera vencido. A España sólo le puede salvar  una UE con memoria histórica. Todo esto para decir que hay relación entre judaísmo y Guerra Civil y, dado que el exilio fue generado por la guerra, entre judaísmo y exilio.

            Hablemos pues del exilio. Algunos exiliados como Max Aub relacionan el exilio con el destino judío: su obra San Juan, avanza en años el tema de "Exodus"; sus títulos "Campos" evocan los Konzentrationslager. Zambrano recurre al lenguaje judío para caracterizar su visión radical del exiliado como diáspora. Es en la interpretación del exilio como diáspora donde podemos ver la gran complicidad entre exilio republicano y judaísmo.

             Para un estudio más minucioso del exilio viene bien el escrito que Aranguren publica en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, (febrero del 1953) (3), titulado “La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración”. Según comenta Aranguren en la entrevista a Muguerza, publicada en 1993, "la tesis de mi artículo era que, aunque separados por la guerra civil, los intelectuales españoles continuábamos formando una  única comunidad y no podíamos ignorarnos mutuamente ni perseverar en la incomunicación”.

            Habida cuenta de las circunstancias que vivían unos y otros, hablar de comunidad era una sorpresa: ¿de qué comunidad habla Aranguren?.De una compuesta por situaciones opuestas: por un lado, la "España peregrina", la del exilio, que ni siquiera puede ser llamada por su nombre (se habla más bien de "emigrantes", como en la copla de Juanito Valderrama que, como él mismo reconocía,  se trataba de los exiliados. Luego se desliza hasta el término "desterrados"). Las de los sin tierra. Por otro, los de dentro, con tierra. Y ¿qué tenían en común unos y otros? la trascendencia de su propia situación: los sin tierra buscan el arraigo y los con tierra, un estar en el vasto mundo de los hombres -la humanidad- del  que la tierra les privaba. Aunque lo que a Aranguren le interesa es la creación de una "comunidad intelectual" (léase: no política), no es eso, creo yo, lo más interesante de su artículo. No consiguió aunar esfuerzos en esa dirección aunque algunos le agradecieron el intento. Incluso eso le dejaron bien claro que sin el componente político, la comunidad espiritual no tenía recorrido alguno. Lo que, sin embargo,  me parece de actualidad son sus reflexiones sobre el exilio y eso es lo que yo quisiera rescatar.

            Para Aranguren  la situación del exiliado es un asunto mayor, no una circunstancia menor, por eso dice que " imprime carácter". Lo que la caracteriza es ser una situación impuesta violentamente; que, además,  resulta dramática pues supone una pérdida irreparable: aunque el exiliado quiera volver, nunca encontrará ya lo que deja atrás. El exiliado vive el exilio como un desgarramiento interno - pierde las raíces y no podrá tener otras- al tiempo que despliega una solidaridad con los otros exilios, sobre todo con los "moros y judíos" (una referencia  que provoca la mofa de Aranguren, como si lo del exilio republicano no fuera para tanto y se dejaran llevar por " el gusto nostálgico"...).

            Pero los exiliados comparan pues su situación con la de los judíos y moriscos. ¿Qué es lo que tienen en común?  Ser extranjero de por vida o, como decía Juan Ramón Jiménez, "no ser de ningún otro país ni nunca ya español" y  tener que renunciar a una identidad convencional (Aranguren, 1953, 134). El ser español del exiliado consiste en no serlo (español).

             Detengámonos en esta relación entre exilio y diáspora . Max Weber lo explica diciendo que con el exilio se produce un salto cualitativo en la comprensión del monoteísmo.  Que el único templo  del Dios único sea destruido, que el pueblo elegido sea llevado en cautividad, que tengan que vivir y hablar de acuerdo con la nueva situación, todo eso fue vivido como una gran catástrofe, como una Shoah, que atentaba no sólo a la autoestima del pueblo que se decía elegido, sino a la esencia misma del Dios en el que creían. ¿Cómo digerir todo eso? ¿cómo fiarse de un Dios que se presenta como todopoderoso y que permite que su pueblo sea llevado en cautividad? ¿cómo rendir culto a Dios si el único templo permitido ha sido destruido? Los profetas se ven obligados a reinterpretar el significado de los contenidos religiosos cargándoles de significación escatológica: en vez de esperar una vuelta a la tierra de origen, orientan las expectativas hacia “el día de Yahvé”. Asumen el exilio como forma de identidad política y dan a los componentes clásicos de la identidad colectiva (la lengua, la tierra, la religión), una significación simbólica. La diáspora es un exilio que hace del mismo una forma de existencia,  al precio de establecer una relación simbólica y no real con la lengua, la tierra y la religión. No dirá, como el exiliado Semprún,  que su patria es la lengua española, en la que se refugia y habla en la intimidad, sino que habla de "relación simbólica" en el sentido de que el hebreo es sólo una lengua ritual, de otro nivel, de un nivel significativo.

             Este tipo de exiliados apuntan en una dirección que no es la de otros que no renuncian a su tierra material. Por ejemplo,  la de  Sánchez Albornoz: "de Avila vengo y a ella iré un día, vivo o muerto, porque quiero dormir el sueño último junto a una vieja encina, bajo el alto cielo de Castilla"; o  la del poeta Juan José Domenchina: "Porque quiero llegar a mi destino/pido tierra española, de gusano/español, en mi pueblo pueblerino" (Aranguren,  1953,135).

            Partiendo de esta observación,  Aranguren establece  una tipología del exiliado que es de interés. Los hay que no pueden vivir sin tierra. Es el caso de Gaos, con su figura del transterrado. El filósofo aragonés ha desarrollado una teoría según la cual su nueva tierra, México, es una prolongación de España. Gaos no quiere renunciar a la tierra, como otros. México es su tierra, una prolongación espacial (aquí podría valer la imagen de Saramago, La balsa de piedra) y temporal (México, el futuro de la España franquista), cosa que no gusta nada a Aranguren ("reacción ingenua de quien cree que los lugares de que se aleja dejan de existir, se aniquilan con el acto mismo de la ausencia" ( Aranguren, 1953, 142). Lo que hace Gaos es proyectar la situación y el talante de transterrado "en un nuevo ideal de hispanidad", es decir, lo que hace Gaos es negarse a la situación de un "destierro permanente", al exilio como forma de existencia, y lo hace dando a su nueva situación una nueva forma de identidad: ser español es pertenecer a la hispanidad.

            Luego están los que descubren en el  exilio un forma de existencia. Estos anuncian un cambio epocal pues "preparan la conciencia del mundo para el tránsito del antiguo sentimiento natural de patria y del moderno sentimiento político de nación, a un amplio, universal sentido racional de humanidad" (Aranguren, 1953, 155). Cambio en el concepto de identidad colectiva, paso pues del nacionalismo al cosmopolitismo, del patriotismo a la humanidad: "ellos, no por virtud, sino por necesidad han superado las estrechas vinculaciones nacionales y son, quiéranlo o no, mucho más "ciudadanos del mundo" que de su perdida nacionalidad" (Aranguren, 1953,156).

            Esa nueva universalidad no es abstracta (lo que implicaría "evacuación de la españolidad") ni  consistirá tampoco en "dejarse europeizar o americanizar", sino, como quería Unamuno, "hacer efectiva la presencia hispánica en el mundo futuro"... Lo decía Gaos: "el ideal histórico de los países de lengua española no debe ser el de su "dependencia de la modernidad extranjera", (Aranguren, 1953, 156).

            2. Aquí exilio y  diáspora se encuentran. Una forma de profundizar en esta vía sería María Zambrano. Una línea fecunda, en la que Aranguren  apenas se detiene, que luego retomaré. Pero  empiezo por otra: la que nos obliga a repensar el concepto de ciudadanía, nación o Estado, es decir,  lo político, desde Auschwitz.  Para esa tarea la experiencia del exilio es fundamental. Analicemos esto.

            a) El Nuevo Imperativo Categórico  o deber de memoria nos manda  repensar lo político desde la memoria de la barbarie (nunca más, memoria, deber de memoria). Ese mandato, referido a la política, se substancia en la tesis general, según la cual, "el progreso es  fascismo". Más detalladamente lo que se quiere decir es que quedan invalidadas las instituciones políticas que llevaron a la catástrofe o no supieron impedirlo: Estado, nación , ciudadanía...¿por qué? En primer lugar, por su antisemitismo. Me remito aquí a la aguda mirada de Rosenzweig (va mucho más lejos que Sartre en "Reflexiones sobre la cuestión judía"). En segundo lugar,  porque esas  instituciones  llevaron a la catástrofe: exacerbaron el nacionalismo y cayeron en el totalitarismo (el mito del Estado  "totalidad ética" cuando lo que crea es, ad intra, dominio, y ad extra, la guerra). En tercer lugar, el apunte de Helmut Dubiel  que plantea, fiel a esta mirada crítica, construir las identidades nacionales desde lo excluido y no desde lo emergente (lengua, cultura, sangre, religión...).

             Repensar lo político significa crear una Europa unida desde la conciencia de los campos.. Vale aquí la intuición de Jorge Semprún (Europa ha funcionado mientras Alemania ha tenido memoria).  El epicentro de esa recreación política es una ciudadanía no construida desde la sangre y la tierra, sino desde  su negación, desde el exilio. Es la intuición, gran intuición, de Aranguren, que él no puede, sin embargo, desarrollar porque se niega a lo político. Pero eso sí lo hará  María Zambrano.

            3. Zambrano y el exilio.  "La Carta sobre el exilio",  publicada en 1961(4), tiene por contexto la opinión de los jóvenes opositores que piensan que ellos se valen sin necesidad del exilio, i.e., piensan que “la suerte y destino de España deben estar y estarán determinados sólo por la acción y aun por el pensamiento de ellos, los que están en España”. Para estos jóvenes inconformistas “el exilio ha dejado de existir ya, vuelva o no vuelva”.
             A María Zambrano le duele esa actitud porque los que así piensan viven en un sueño, ajeno a la realidad, pues se imaginan tener un presente o un futuro sin pasado(5).

            Caer en la tentación de despreciar el exilio es muy fácil. Carece de lugar y de nombre, como El Niño de Vallecas de Velázquez, el bufón Francisco Lezcano, para el  que León Felipe escribió "El pie para el enano de Vallecas": "De aquí no se va/ nadie. Mientras esta/cabeza rota/del Niño de Vallecas exista...Antes hay que deshacer el entuerto/antes hay que resolver este enigma". El exiliado, como el Niño de Vallecas, tiene un secreto que puede salvar no a él sino "a quien quiera recibir lo que sólo él tiene". ¿Cuál es ese secreto? El exilio aparentemente no es nada, es pasado, es margen(6). Pero tras esa intrascendencia se esconde el secreto: “somos memoria, Memoria que rescata” y libera de esa angustia que amenaza con volver. Y ¿qué recuerdan? ¿de qué son conscientes estos españoles que no quieren olvidar? “Que la historia de España está desde siglos como encantada ante un umbral: el de la guerra civil”…”Sobre la figura del exiliado se han acumulado todas las guerras civiles de la historia de España. Por todas ha tenido que ir pasando: todas las ha tenido que ir desgranando, hasta descubrir algunas no declaradas”.  Recuerda lo mismo que sabe Américo Castro: la construcción cainita de España.

            Para Castro, si queremos comprender la realidad de España hay que pasar de la superficie a la profundidad, de la guerra a la tragedia. La clave de lo que pasa está en esa historia trágica que ha conformado la estructura de lo español(7). ¿Y cuál es esa clave profunda?: "a España la han hecho y deshecho los moros y los judíos, entreverados con los cristianos" (Carta de 29 XI 1945, Munari, 2013,121)..."Lo de España es una vergüenza; los españoles hemos estado tan obcecados que no hemos visto que lo musulmán no era solo cuestión de temas sino de fuentes"( Martín, 2013, 54..)."Estamos divididos en creencias como en siglos pasados lo estuvo la gente en materia de religión" (Carta 10 XII 1949, Munari, 2013, 144).

            "Los jóvenes españoles ignoran que las expulsiones, emigraciones y contiendas civiles han sido motivadas por circunstancias mal explicadas en los libros, y que los separatismos españoles -reprimidos o atajados por la fuerza- derivan de motivos muy lejanos, de determinados modos de conducirse la gente peninsular y de circunstancias históricas o desconocidas o no puestas de relieve con fines constructivos o remediadores"(8).

            Pues bien, si queremos traspasar ese umbral, si queremos conjurar la tragedia y el espíritu cainita, hay que salir del sueño, hay que despertar, hay que mirar de frente al pasado.  Aclaremos esto, aclaremos cómo explica Zambrano la superación no del pasado cainita sino la tentación latente del cainismo. Es aquí donde aparece su experiencia del exilio y su construcción de la figura del exiliado. El exiliado es, en primer lugar, un superviviente: nace a la vida rechazado por la muerte y no por una llamada de la propia vida(9). Hay algo definitivamente perdido, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo. Eso no quiere decir que sea una excepción, sino el doloroso descubrimiento de que todo ser humano es un exiliado Es la enseñanza del mito de la expulsión del Paraíso: la experiencia de que la historia humana tiene en su origen en una expulsión, pero cuyo sentido más profundo no es crear mala conciencia, ni castigar, sino ser nosotros mismos: "fuimos arrojados de esa primera patria para realizarnos como hombres"(10) (Zambrano, 2013, 26).

            El exiliado descubre la condición humana: no tener lugar ni nombre; no definirse por la tierra ni por la sangre. La condición humana está expresada en El Niño de Vallecas, un niño sin lugar ni nombre. Pero no se nace ahí: se nace en una patria provisional de la que salimos por el exilio hasta que damos con la verdadera. Exilio y patria verdadera van de la mano. Desde el exilio se llega a esa verdadera patria: "tiene la patria verdadera por virtud crear exilio" (Zambrano, 2013, 35) (11).

            A partir de ese momento no se concibe la vida propia sin exilio(12). Y esto porque el exilio es su forma de existencia:  "Creo que el exilio es una dimensión esencial de la vida humana(13). ¿Qué significa eso de que el exilio es la forma de existencia más propia del ciudadano? No se pretende desde luego abogar porque todo el mundo pase por las penas del exilio, sino más bien reflexionar sobre cómo ser ciudadano en un mundo construido sobre la marginación y la expulsión que incluye la experiencia del exilio.

            ¿Cómo? Hay que partir del hecho de que hay exilio. Hoy como ayer la historia política está asociada a la figura del exilio (los actuales ciudadanos son antiguos exiliados que generan a su vez nuevos exilios). Hay, pues, exiliados y, también ciudadanos, esto es, sujetos de derechos cívicos, de y en esos mismos Estados que generan exilio.

            Cuando reflexionamos críticamente sobre este hecho, tendemos a pensar que la superación del exilio consiste en universalizar la figura del ciudadano ya existente. Que todo el mundo disfrute de los derechos y beneficios que tienen los ciudadanos de los Estados que reconocen la ciudadanía. Y ese es el problema o, mejor, ese es el error.  Si hay exilio no puede haber universalidad ciudadana por expansión de la ciudadanía de los ya ciudadanos, sino que la ciudadanía universal debe ser pensada desde la negación de esa ciudadanía, tal y como se da en el exiliado.  ¿Por qué? ¿qué fuerza oculta tiene el exiliado que no tenga el ciudadano? o ¿Qué debilidad congénita tiene el ciudadano que le impide colonizar el mundo con la benemérita ciudadanía?: Su debilidad congénita es que este ciudadano ha convivido y convive sin problemas con la negación de la ciudadanía de otros en su propio país o allende del mismo. Hay que buscar otra vía y esa nos lleva camino del exilio. El valor irrenunciable del exiliado es saberse un singular con todos los derechos cívicos. Esa conciencia es irrenunciable e innegociable. Esa conciencia de ser lo que la realidad le niega se expresa como negación de la negación, es decir, como rechazo de una situación que le niega lo que es suyo.

            La ciudadanía del exiliado consiste en negar fronteras, empezando por la de la sangre y la tierra, y cuestionando a continuación el poder que se arroga el Estado de decir quién es ciudadano y quién no. Esta afirmación de su singularidad irrenunciable y de su pretensión de universalidad (la exiliada que es María Zambrano plantea, como hemos visto, el exilio como la forma humana de existencia), emparenta al exiliado de Zambrano con el judaísmo con la diáspora, incluso con la figura bíblica del resto. ¿Qué es el resto? es lo marginado por la lógica del poder, pero que se entiende a sí mismo como lo que se sustrae al poder de esa lógica de la historia. Es un ejercicio que sistemáticamente practica el pueblo de Israel, mezclado con los demás pueblos, para cribar lo propio y separarlo así de lo común. Aunque quien desencadene el proceso sea una violencia externa, Israel toma la iniciativa. Ese resto, que es exterior a la historia de la que es expulsado, tiene el poder de juzgarla en el sentido de que se arroga el poder de reivindicar exigencias de justicia que son impensables para una mentalidad chapada de acuerdo con la racionalidad del Estado. Ese resto, marginado de la historia, se erige en sujeto de unos derechos o exigencias que nacen de su  singularidad irrenunciable, por eso son universales: porque trascienden lo que el poder de la historia piense o pueda respecto al susodicho resto y porque en él están incluidos todo lo marginado por la historia.

            4. Esta meditación filosófica sobre el exilio habla del pasado y del presente porque la lectura que propongo está travesada por la memoria. Hay quien, animado por un celo digno de mayor causa, no cesa de predicar que la memoria sólo es de pasado y que quien la cultiva es porque nada tiene que decir sobre el presente(14). Sería fácil hacer sangre sobre quien parece arrogarse el monopolio del presente repasando sus contribuciones a los problemas actuales. Prefiero insistir en la idea de que la memoria es la posibilidad de novedad. Mi idea de memoria permite no engañarnos con el presente. Armado de la memoria uno constata, por ejemplo, que el diario ABC ayer fue feroz antisemita y, hoy, decidido filosemita, pero ¿ha cambiado el judío o el ABC? El diario no ha cambiado sino su percepción del judío, pero el día que  vuelva la imagen del viejo se van a enterar.  González Ruano, su corresponsal en Berlín, informa sobre las quema de libros el 10 de mayo de 1933.  Entrevista a un nazi que le dice: mira,  "no hacemos sino lo que la iglesia católica ha hecho siempre, facilitando la orientación de sus fieles con un índice de libros prohibidos" (Santos, 286). González Ruano, "convencido de que lo que ardía no merecía mejor suerte", lamentaba, sin embargo, que ardiera "entre tanta prosa miserable una sola idea, una expresión feliz, injustamente condenada a morir", (Santos, 287). Esto en 1933, pero en 1939 el ABC nacional comenta la decisión del Gobierno de la República que prometía "cobijo a cuantos perseguidos por su origen, ideas políticas o religiosas" quisieran venir a España. Una medida pensada fundamentalmente para los judíos. El comentario del ABC: "el gobierno de la República, además de acoger en su suelo a toda la hez de las brigadas internacionales, dará la máxima facilidad a todos los judíos que quieran trasladarse a la España roja...con esta ley se prepara la invasión de la España roja por el judaísmo internacional". Esto decían los actuales filosemitas. Este diario ha institucionalizado el Premio González Ruano que este año ha recaído en Gabriel Albiac que, para mayor despropósito, también recibe el premio "Samuel Toledano" desde Jerusalem...

            La memoria es también  la posibilidad de reconstruir una racionalidad cuando esta ha fracasado porque coloca el acontecimiento como apriori del conocimiento (Primo Levi). La barbarie, impensada pero experimentada, como lo que da que pensar. La memoria, finalmente,  es la condición de posibilidad para construir un mundo que no sea más de lo mismo, sino uno que tenga futuro, i.e., novedad, novedad que sólo es posible si el pasado irredento irrumpe en la historia e interrumpe la historia.


Reyes Mate (conferencia pronunciada en el Coloquio Internacional "Judaísmo y exilio republicano de 1939", Facultad de Filosofía y Letras, UAB, Bellaterra,  21 de Junio del 2013)


Notas:

(1) El debate tuvo lugar en El Instituto Cervantes de Berlín entre el profesor alemán Volkert Gerhardt y quien esto suscribe el día 7 de junio del 2013.
(2) Santos, F., 2012, Españoles en la Alemania nazi. Testimonis del III Reich entre 1933 y 1945, Endymion, Madrid.
(3) J.L.L. Aranguren , 1953, “La evolución espiritual de los intelectuales españoles en la emigración”, en Cuadernos Hispanoamericanos, (febrero del 1953), pp. 126-147.
(4) Zambrano., M, 1961,  "La Carta sobre el exilio",  publicada  en Cuadernos por la libertad de la cultura, París, nr. 49, 1961, 65-70. (También  en María Zambrano, El exilio como patria, de próxima aparición en Anthropos, Barcelona).
(5) Los que así piensan “no han despertado de aquel sueño de la guerra civil con que entraron en la vida; que están bajo él detenidos, bajo esa pesadilla. Y aún más: con una trágica coherencia, con la coherencia de la fatalidad, del fatum no superado” (Zambrano, 1961, 69).
(6) El exiliado es el que “a fuerza de penas y trabajos, de renuncia, parece haberse salido de la historia y está en su orilla” (Zambrano, 1961, 67).
(7) "Castro había empezado a bucear en las profundidades de la tragedia española y en los entresijos de su historia", dice Francisco Martín en la Introducción al Epistolario. Américo Castro, Marcel Bataillon (1923-1972), editado por Simona Munari, Biblioteca Nueva, Madrid, 53.
(8) A. Castro, 1973, Sobre el nombre y el quien de los españoles, Taurus, Madrid, 393.
(9) Agradezco a la Editorial Anthropos la cortesía de poder utilizar el manuscrito María Zambrano: el exilio como patria. Edición, introducción y notas de Juan Fernando Ortega Muñoz, que presenta un rico elenco de reflexiones de María Zambrano sobre el exilio (en adelante citaré por Zambrano, 2013...). Ahí se puede leer que El exiliado "está ahí como si naciera, sin más última, metafísica, justificación que ésa: tener que nacer  como rechazado de la muerte, como superviviente", pag 24.
(10) (Zambrano,2013, 26).
(11) "El exiliado, al haber alcanzado el desprendimiento de su tierra...alcanza la realidad pura de la propia patria, que lleva consigo y que constituye sus entrañas"...."Tiene la patria verdadera por virtud crear exilio. Es un signo inequívoco..." (Zambrano, 2013, 34-35).
(12) "Yo no concibo mi vida sin el exilio: ha sido como mi patria o como una dimensión de una patria desconocida, pero que , una vez se conoce, es irrenunciable" (Zambrano, 2013, 122).
(13) Zambrano es consciente de la gravedad de su afirmación por eso sigue: " pero el decirlo me quema los labios, porque no quería que volviese a haber exiliados, sino que todos fuesen seres humanos y a la par cósmicos, que no se conociera el exilio" (Zambrano, 2013).
(14) Manuel Cruz no ceja de proclamar que "la memoria, por definición, puede proporcionar, como mucho, razones para actuar, pero en ningún caso móviles, porque, a fin de cuentas ¿hacia adonde podría mover el pasado?". Pues por definición el pasado puede mover a la reproducción de la barbarie, si no se la recuerda, o a un futuro diferente, sin barbarie. No es poca cosa. Luego se apropia de la tesis de Auschwitz como "religión civil" para denunciar que a falta de "razones concluyentes" algunos colocan "dolores contundentes"   como una especie de advocación milagrera que propicie "un cambio en el modelo de sociedad". Tachar "la invocación al sufrimiento pretérito" de "invocación, tan permanente como  vacía", coloca al autor en la senda de un pensamiento más que apático inocuo al que se le ha indigestado el libro de Peter Novick The Holocaust in American Life. Cf. Manuel Cruz "Que el presente sea...y luego hablamos", El País, 17 de julio del 2009.

2/10/14

Relectura de "La meditación de la técnica" de Ortega y Gasset. En torno al debate biología sintética y filosofía.

Introducción
             José Ortega y Gasset escribe Meditación de la técnica  en un contexto marcado por la fecha, 1933. La relectura que ahora propongo tiene por contexto preocupaciones de nuestro tiempo, en concreto, las que suscita la biología sintética. Una reflexión filosófica sobre la técnica debería  primar aquellos aspectos o preguntas que plantea el desarrollo de la biología a la conciencia filosófica. Que el referente de esa conciencia filosófica sea, en primer lugar, Ortega y no Heidegger o Nietzsche es una opción que no admite más justificación que el interés que pueda suscitar este libro escrito hace ahora ochenta años. La hipótesis de partida es que este texto sigue siendo actual.

            1.  El contexto inmediato de la lectura de este texto escrito  es el de este seminario sobre "Retos  ético-políticos de la biología sintética"(1). Como me faltan conocimientos para reconstruir el contexto científico, recurro a la ayuda de Andrés Moya, biólogo y filósofo, autor de Naturaleza y futuro del hombre, sobresaliente por su claridad y contundencia. De él tomo dos tesis que pueden servir de marco para la relectura del escrito de Ortega y Gasset sobre la técnica.