Presentación
El título de esta conferencia es equívoco.
Parecería que aprovechaba la ocasión para intervenir en el debate catalán sobre
el soberanismo o sobre el nacionalismo en el Estado de Israel. No es esa mi
intención. Quiero hablar del exilio como diáspora, una figura que, vista desde
el holocausto, obliga a revisar conceptos políticos claves, tales como Estado,
nación o ciudadanía, pero no sólo aquí sino por doquier.
1. En Berlin acaban de terminar unas
jornadas dedicadas a la "Escuela de Madrid" que han terminado con un
debate entre un alemán y un español sobre "la teodicea después de
Auschwitz (1). Es fácil imaginarse la cara de los españoles ante la propuesta
alemana pues ¿qué tendrán que ver Ortega o Gaos con los campos de exterminio? Una rareza en España pero no en Berlin.
En la presentación del debate, el
coordinador alemán, el Dr. Stascha Röhmer, estableció con toda naturalidad la
relación al recordar que la Escuela de Madrid ha ligado su destino a la Guerra Civil y del
exilio republicano
La Guerra Civil es una estación del proceso
histórico que lleva a los campos. Nos podríamos remitir aquí al libro de Félix
Santos, 2012, Españoles en la Alemania
nazi. Testimonis del III Reich entre 1933 y 1945 (2). Lo que ahí resulta
manifiesto es, en primer lugar, la conciencia de que se estaba jugando el
destino de Europa. Eso lo sabían los falangistas más ideologizados (Ridruejo, Tovar,
Laín, etc.) y, también, los dirigentes
republicanos. Los falangistas encuadraban el fascismo en el seno de una
tradición también española en la que
asuntos como la pureza de sangre o la quema de libros sonaba a sabido.
Del repaso a ese momento de nuestra
historia se desprende que si hay un pueblo que no puede ni debe olvidar
Auschwitz es España. Pese a ser el único pueblo que luchó contra el fascismo,
en una Guerra Civil, fue el único que sucumbió al fascismo, incluso después de
la derrota del fascismo. No se sabe que alemanes, italianos, franceses o belgas
articularan su oposición al fascismo en una guerra civil. Hubo, sí,
resistencia, pero eso es de otro orden, infinitamente menor. De esa contienda
sacaron beneficio los vencedores (Aliados) y los vencidos (Alemania e Italia),
pero no España. No hay que olvidar que Franco siguió, tras 1945, porque
interesaba a los Aliados, no porque conviniera a la democracia. Y esa decisión
ha marcado el futuro de España. Por eso España quería tanto una Unión Europea,
sobre todo si esta nacía como respuesta a la experiencia de la barbarie que en
España se prolongó hasta mucho tiempo después de que el nazismo fuera vencido.
A España sólo le puede salvar una UE con
memoria histórica. Todo esto para decir que hay relación entre judaísmo y
Guerra Civil y, dado que el exilio fue generado por la guerra, entre judaísmo y
exilio.
Hablemos pues del exilio. Algunos
exiliados como Max Aub relacionan el exilio con el destino judío: su obra San Juan, avanza en años el tema de
"Exodus"; sus títulos "Campos" evocan los Konzentrationslager. Zambrano recurre al
lenguaje judío para caracterizar su visión radical del exiliado como diáspora.
Es en la interpretación del exilio como diáspora donde podemos ver la gran
complicidad entre exilio republicano y judaísmo.
Para un estudio más minucioso del exilio viene
bien el escrito que Aranguren publica en la revista
Cuadernos Hispanoamericanos, (febrero del 1953) (3), titulado “La evolución
espiritual de los intelectuales españoles en la emigración”. Según comenta
Aranguren en la entrevista a Muguerza, publicada en 1993, "la tesis de mi
artículo era que, aunque separados por la guerra civil, los intelectuales
españoles continuábamos formando una
única comunidad y no podíamos ignorarnos mutuamente ni perseverar en la
incomunicación”.
Habida cuenta de las circunstancias
que vivían unos y otros, hablar de comunidad era una sorpresa: ¿de qué
comunidad habla Aranguren?.De una compuesta por situaciones opuestas: por un
lado, la "España peregrina", la del exilio, que ni siquiera puede ser
llamada por su nombre (se habla más bien de "emigrantes", como en la
copla de Juanito Valderrama que, como él mismo reconocía, se trataba de los exiliados. Luego se desliza
hasta el término "desterrados"). Las de los sin tierra. Por otro, los
de dentro, con tierra. Y ¿qué tenían en común unos y otros? la trascendencia de
su propia situación: los sin tierra buscan el arraigo y los con tierra, un
estar en el vasto mundo de los hombres -la humanidad- del que la tierra les privaba. Aunque lo que a
Aranguren le interesa es la creación de una "comunidad intelectual"
(léase: no política), no es eso, creo yo, lo más interesante de su artículo. No
consiguió aunar esfuerzos en esa dirección aunque algunos le agradecieron el
intento. Incluso eso le dejaron bien claro que sin el componente político, la
comunidad espiritual no tenía recorrido alguno. Lo que, sin embargo, me parece de actualidad son sus reflexiones
sobre el exilio y eso es lo que yo quisiera rescatar.
Para Aranguren la situación del exiliado es un asunto mayor,
no una circunstancia menor, por eso dice que " imprime carácter". Lo
que la caracteriza es ser una situación impuesta violentamente; que, además, resulta dramática pues supone una pérdida
irreparable: aunque el exiliado quiera volver, nunca encontrará ya lo que deja
atrás. El exiliado vive el exilio como un desgarramiento interno - pierde las
raíces y no podrá tener otras- al tiempo que despliega una solidaridad con los
otros exilios, sobre todo con los "moros y judíos" (una
referencia que provoca la mofa de
Aranguren, como si lo del exilio republicano no fuera para tanto y se dejaran
llevar por " el gusto nostálgico"...).
Pero los exiliados comparan pues su
situación con la de los judíos y moriscos. ¿Qué es lo que tienen en común? Ser extranjero de por vida o, como decía Juan
Ramón Jiménez, "no ser de ningún otro país ni nunca ya español" y tener que renunciar a una identidad
convencional (Aranguren, 1953, 134). El ser español del exiliado consiste en no
serlo (español).
Detengámonos en esta relación entre exilio y
diáspora . Max Weber lo explica diciendo que con el exilio
se produce un salto cualitativo en la comprensión del monoteísmo. Que el único templo del Dios único sea destruido, que el pueblo
elegido sea llevado en cautividad, que tengan que vivir y hablar de acuerdo con
la nueva situación, todo eso fue vivido como una gran catástrofe, como una Shoah, que atentaba no sólo a la
autoestima del pueblo que se decía elegido, sino a la esencia misma del Dios en
el que creían. ¿Cómo digerir todo eso? ¿cómo fiarse de un Dios que se presenta
como todopoderoso y que permite que su pueblo sea llevado en cautividad? ¿cómo
rendir culto a Dios si el único templo permitido ha sido destruido? Los
profetas se ven obligados a reinterpretar el significado de los contenidos
religiosos cargándoles de significación escatológica: en vez de esperar una
vuelta a la tierra de origen, orientan las expectativas hacia “el día de Yahvé”.
Asumen el exilio como forma de identidad política y dan a los componentes
clásicos de la identidad colectiva (la lengua, la tierra, la religión), una
significación simbólica. La diáspora es un
exilio que hace del mismo una forma de existencia, al precio de establecer una relación simbólica
y no real con la lengua, la tierra y la religión. No dirá, como el exiliado
Semprún, que su patria es la lengua
española, en la que se refugia y habla en la intimidad, sino que habla de
"relación simbólica" en el sentido de que el hebreo es sólo una
lengua ritual, de otro nivel, de un nivel significativo.
Este tipo de exiliados apuntan en una
dirección que no es la de otros que no renuncian a su tierra material. Por
ejemplo, la de Sánchez Albornoz: "de Avila vengo y a
ella iré un día, vivo o muerto, porque quiero dormir el sueño último junto a
una vieja encina, bajo el alto cielo de Castilla"; o la del poeta Juan José Domenchina:
"Porque quiero llegar a mi destino/pido tierra española, de gusano/español,
en mi pueblo pueblerino" (Aranguren, 1953,135).
Partiendo de esta observación, Aranguren establece una tipología del exiliado que es de interés.
Los hay que no pueden vivir sin tierra. Es el caso de Gaos, con su figura del
transterrado. El filósofo aragonés ha desarrollado una teoría según la cual su
nueva tierra, México, es una prolongación de España. Gaos no quiere renunciar a
la tierra, como otros. México es su tierra, una prolongación espacial (aquí
podría valer la imagen de Saramago, La
balsa de piedra) y temporal (México, el futuro de la España franquista), cosa
que no gusta nada a Aranguren ("reacción ingenua de quien cree que los
lugares de que se aleja dejan de existir, se aniquilan con el acto mismo de la
ausencia" ( Aranguren, 1953, 142). Lo que hace Gaos es proyectar la
situación y el talante de transterrado "en un nuevo ideal de
hispanidad", es decir, lo que hace Gaos es negarse a la situación de un
"destierro permanente", al exilio como forma de existencia, y lo hace
dando a su nueva situación una nueva forma de identidad: ser español es
pertenecer a la hispanidad.
Luego están los que descubren en
el exilio un forma de existencia. Estos anuncian
un cambio epocal pues "preparan la conciencia del mundo para el tránsito
del antiguo sentimiento natural de patria y del moderno sentimiento político de
nación, a un amplio, universal sentido racional de humanidad" (Aranguren, 1953,
155). Cambio en el concepto de identidad colectiva, paso pues del nacionalismo
al cosmopolitismo, del patriotismo a la humanidad: "ellos, no por virtud,
sino por necesidad han superado las estrechas vinculaciones nacionales y son,
quiéranlo o no, mucho más "ciudadanos del mundo" que de su perdida
nacionalidad" (Aranguren, 1953,156).
Esa nueva universalidad no es
abstracta (lo que implicaría "evacuación de la españolidad") ni consistirá tampoco en "dejarse
europeizar o americanizar", sino, como quería Unamuno, "hacer
efectiva la presencia hispánica en el mundo futuro"... Lo decía Gaos:
"el ideal histórico de los países de lengua española no debe ser el de su
"dependencia de la modernidad extranjera", (Aranguren, 1953, 156).
2. Aquí exilio y diáspora se encuentran. Una forma de
profundizar en esta vía sería María Zambrano. Una línea fecunda, en la que
Aranguren apenas se detiene, que luego
retomaré. Pero empiezo por otra: la que
nos obliga a repensar el concepto de ciudadanía, nación o Estado, es decir, lo político, desde Auschwitz. Para esa tarea la experiencia del exilio es
fundamental. Analicemos esto.
a) El Nuevo Imperativo Categórico o deber de memoria nos manda repensar lo político desde la memoria de la
barbarie (nunca más, memoria, deber de memoria). Ese mandato, referido a la
política, se substancia en la tesis general, según la cual, "el progreso
es fascismo". Más detalladamente lo
que se quiere decir es que quedan invalidadas las instituciones políticas que
llevaron a la catástrofe o no supieron impedirlo: Estado, nación , ciudadanía...¿por
qué? En primer lugar, por su antisemitismo. Me remito aquí a la aguda mirada
de Rosenzweig (va mucho más lejos que Sartre en "Reflexiones sobre la
cuestión judía"). En segundo lugar, porque esas
instituciones llevaron a la
catástrofe: exacerbaron el nacionalismo y cayeron en el totalitarismo (el mito
del Estado "totalidad ética"
cuando lo que crea es, ad intra, dominio, y ad extra, la guerra). En tercer
lugar, el apunte de Helmut Dubiel que
plantea, fiel a esta mirada crítica, construir las identidades nacionales desde
lo excluido y no desde lo emergente (lengua, cultura, sangre, religión...).
Repensar lo político significa crear una
Europa unida desde la conciencia de los campos.. Vale aquí la intuición de Jorge
Semprún (Europa ha funcionado mientras Alemania ha tenido memoria). El epicentro de esa recreación política es una
ciudadanía no construida desde la sangre y la tierra, sino desde su negación, desde el exilio. Es la intuición,
gran intuición, de Aranguren, que él no puede, sin embargo, desarrollar porque
se niega a lo político. Pero eso sí lo hará María Zambrano.
3. Zambrano y el exilio. "La Carta sobre el exilio", publicada
en 1961(4), tiene por contexto la opinión de los jóvenes opositores que piensan
que ellos se valen sin necesidad del exilio, i.e., piensan que “la suerte y
destino de España deben estar y estarán determinados sólo por la acción y aun
por el pensamiento de ellos, los que están en España”. Para estos jóvenes
inconformistas “el exilio ha dejado de existir ya, vuelva o no vuelva”.
A María Zambrano le duele esa
actitud porque los que así piensan viven en un sueño, ajeno a la realidad, pues
se imaginan tener un presente o un futuro sin pasado(5).
Caer en la tentación de despreciar el exilio es muy
fácil. Carece de lugar y de nombre, como El
Niño de Vallecas de Velázquez, el bufón Francisco Lezcano, para el que León Felipe escribió "El pie para el
enano de Vallecas": "De aquí no se va/ nadie. Mientras esta/cabeza
rota/del Niño de Vallecas exista...Antes hay que deshacer el entuerto/antes hay
que resolver este enigma". El exiliado, como el Niño de Vallecas, tiene un secreto que puede salvar no a él sino
"a quien quiera recibir lo que sólo él tiene". ¿Cuál es ese secreto? El exilio aparentemente
no es nada, es pasado, es margen(6). Pero tras esa intrascendencia se esconde
el secreto: “somos memoria, Memoria que rescata” y libera de esa angustia que
amenaza con volver. Y ¿qué recuerdan? ¿de qué son conscientes estos españoles
que no quieren olvidar? “Que la historia de España está desde siglos como
encantada ante un umbral: el de la guerra civil”…”Sobre la figura del exiliado
se han acumulado todas las guerras civiles de la historia de España. Por todas
ha tenido que ir pasando: todas las ha tenido que ir desgranando, hasta
descubrir algunas no declaradas”. Recuerda
lo mismo que sabe Américo Castro: la construcción cainita de España.
Para Castro, si queremos comprender
la realidad de España hay que pasar de la superficie a la profundidad, de la
guerra a la tragedia. La clave de lo que pasa está en esa historia trágica que
ha conformado la estructura de lo español(7). ¿Y cuál es esa clave profunda?:
"a España la han hecho y deshecho los moros y los judíos, entreverados con
los cristianos" (Carta de 29 XI 1945, Munari, 2013,121)..."Lo de
España es una vergüenza; los españoles hemos estado tan obcecados que no hemos
visto que lo musulmán no era solo cuestión de temas sino de fuentes"( Martín,
2013, 54..)."Estamos divididos en creencias como en siglos pasados lo
estuvo la gente en materia de religión" (Carta 10 XII 1949, Munari, 2013,
144).
"Los jóvenes españoles ignoran
que las expulsiones, emigraciones y contiendas civiles han sido motivadas por
circunstancias mal explicadas en los libros, y que los separatismos españoles
-reprimidos o atajados por la fuerza- derivan de motivos muy lejanos, de
determinados modos de conducirse la gente peninsular y de circunstancias
históricas o desconocidas o no puestas de relieve con fines constructivos o
remediadores"(8).
Pues bien, si queremos traspasar ese umbral, si queremos conjurar la
tragedia y el espíritu cainita, hay que salir del sueño, hay que despertar, hay
que mirar de frente al pasado. Aclaremos
esto, aclaremos cómo explica Zambrano la superación no del pasado cainita sino
la tentación latente del cainismo. Es aquí donde aparece su experiencia del
exilio y su construcción de la figura del exiliado. El exiliado es, en primer
lugar, un superviviente: nace a la vida rechazado por la muerte y no por una
llamada de la propia vida(9). Hay algo definitivamente perdido, pero también la
posibilidad de un nuevo comienzo. Eso no quiere decir que sea una excepción,
sino el doloroso descubrimiento de que todo ser humano es un exiliado Es la
enseñanza del mito de la expulsión del Paraíso: la experiencia de que la
historia humana tiene en su origen en una expulsión, pero cuyo sentido más
profundo no es crear mala conciencia, ni castigar, sino ser nosotros mismos:
"fuimos arrojados de esa primera patria para realizarnos como
hombres"(10) (Zambrano, 2013, 26).
El exiliado descubre la condición humana: no tener lugar
ni nombre; no definirse por la tierra ni por la sangre. La condición humana
está expresada en El Niño de Vallecas,
un niño sin lugar ni nombre. Pero no se nace ahí: se nace en una patria
provisional de la que salimos por el exilio hasta que damos con la verdadera.
Exilio y patria verdadera van de la mano. Desde el exilio se llega a esa
verdadera patria: "tiene la patria verdadera por virtud crear exilio"
(Zambrano, 2013, 35) (11).
A partir de ese momento no se concibe la vida propia sin
exilio(12). Y esto porque el exilio es su forma de existencia: "Creo que el exilio es una dimensión
esencial de la vida humana(13). ¿Qué significa eso de que el exilio es la forma
de existencia más propia del ciudadano? No se pretende desde luego abogar porque
todo el mundo pase por las penas del exilio, sino más bien reflexionar sobre
cómo ser ciudadano en un mundo construido sobre la marginación y la expulsión
que incluye la experiencia del exilio.
¿Cómo? Hay que partir del hecho de
que hay exilio. Hoy como ayer la historia política está asociada a la figura
del exilio (los actuales ciudadanos son antiguos exiliados que generan a su vez
nuevos exilios). Hay, pues, exiliados y, también ciudadanos, esto es, sujetos
de derechos cívicos, de y en esos mismos Estados que generan exilio.
Cuando reflexionamos críticamente
sobre este hecho, tendemos a pensar que la superación del exilio consiste en
universalizar la figura del ciudadano ya existente. Que todo el mundo disfrute
de los derechos y beneficios que tienen los ciudadanos de los Estados que
reconocen la ciudadanía. Y ese es el problema o, mejor, ese es el error. Si hay exilio no puede haber universalidad
ciudadana por expansión de la ciudadanía de los ya ciudadanos, sino que la
ciudadanía universal debe ser pensada desde la negación de esa ciudadanía, tal
y como se da en el exiliado. ¿Por qué?
¿qué fuerza oculta tiene el exiliado que no tenga el ciudadano? o ¿Qué
debilidad congénita tiene el ciudadano que le impide colonizar el mundo con la
benemérita ciudadanía?: Su debilidad congénita es que este ciudadano ha
convivido y convive sin problemas con la negación de la ciudadanía de otros en
su propio país o allende del mismo. Hay que buscar otra vía y esa nos lleva
camino del exilio. El valor irrenunciable del exiliado es saberse un singular
con todos los derechos cívicos. Esa conciencia es irrenunciable e innegociable.
Esa conciencia de ser lo que la realidad le niega se expresa como negación de
la negación, es decir, como rechazo de una situación que le niega lo que es
suyo.
La ciudadanía del exiliado consiste
en negar fronteras, empezando por la de la sangre y la tierra, y cuestionando a
continuación el poder que se arroga el Estado de decir quién es ciudadano y
quién no. Esta afirmación de su singularidad irrenunciable y de su pretensión
de universalidad (la exiliada que es María Zambrano plantea, como hemos visto,
el exilio como la forma humana de existencia), emparenta al exiliado de
Zambrano con el judaísmo con la diáspora, incluso con la figura bíblica del resto. ¿Qué es el resto? es lo marginado por la lógica del poder, pero que se
entiende a sí mismo como lo que se sustrae al poder de esa lógica de la
historia. Es un ejercicio que sistemáticamente practica el pueblo de Israel,
mezclado con los demás pueblos, para cribar lo propio y separarlo así de lo
común. Aunque quien desencadene el proceso sea una violencia externa, Israel
toma la iniciativa. Ese resto, que es
exterior a la historia de la que es expulsado, tiene el poder de juzgarla en el
sentido de que se arroga el poder de reivindicar exigencias de justicia que son
impensables para una mentalidad chapada de acuerdo con la racionalidad del
Estado. Ese resto, marginado de la
historia, se erige en sujeto de unos derechos o exigencias que nacen de su singularidad irrenunciable, por eso son
universales: porque trascienden lo que el poder de la historia piense o pueda
respecto al susodicho resto y porque en él están incluidos todo lo marginado
por la historia.
4. Esta meditación filosófica sobre
el exilio habla del pasado y del presente porque la lectura que propongo está
travesada por la memoria. Hay quien, animado por un celo digno de mayor causa,
no cesa de predicar que la memoria sólo es de pasado y que quien la cultiva es
porque nada tiene que decir sobre el presente(14). Sería fácil hacer sangre
sobre quien parece arrogarse el monopolio del presente repasando sus
contribuciones a los problemas actuales. Prefiero insistir en la idea de que la
memoria es la posibilidad de novedad. Mi idea de memoria permite no engañarnos
con el presente. Armado de la memoria uno constata, por ejemplo, que el diario ABC ayer fue feroz antisemita y, hoy,
decidido filosemita, pero ¿ha cambiado el judío o el ABC? El diario no ha cambiado sino su percepción del judío, pero el
día que vuelva la imagen del viejo se
van a enterar. González Ruano, su
corresponsal en Berlín, informa sobre las quema de libros el 10 de mayo de
1933. Entrevista a un nazi que le dice:
mira, "no hacemos sino lo que la
iglesia católica ha hecho siempre, facilitando la orientación de sus fieles con
un índice de libros prohibidos" (Santos, 286). González Ruano,
"convencido de que lo que ardía no merecía mejor suerte", lamentaba,
sin embargo, que ardiera "entre tanta prosa miserable una sola idea, una
expresión feliz, injustamente condenada a morir", (Santos, 287). Esto en 1933,
pero en 1939 el ABC nacional comenta
la decisión del Gobierno de la República que prometía "cobijo a cuantos
perseguidos por su origen, ideas políticas o religiosas" quisieran venir a
España. Una medida pensada fundamentalmente para los judíos. El comentario del
ABC: "el gobierno de la República, además de acoger en su suelo a toda la
hez de las brigadas internacionales, dará la máxima facilidad a todos los judíos
que quieran trasladarse a la España roja...con esta ley se prepara la invasión
de la España roja por el judaísmo internacional". Esto decían los actuales
filosemitas. Este diario ha institucionalizado el Premio González Ruano que este año ha recaído en Gabriel Albiac
que, para mayor despropósito, también recibe el premio "Samuel
Toledano" desde Jerusalem...
La memoria es también la posibilidad de reconstruir una racionalidad
cuando esta ha fracasado porque coloca el acontecimiento como apriori del conocimiento (Primo Levi). La
barbarie, impensada pero experimentada, como lo que da que pensar. La memoria,
finalmente, es la condición de
posibilidad para construir un mundo que no sea más de lo mismo, sino uno que
tenga futuro, i.e., novedad, novedad que sólo es posible si el pasado irredento
irrumpe en la historia e interrumpe la historia.
Reyes Mate (conferencia pronunciada en el Coloquio
Internacional "Judaísmo y exilio republicano de 1939", Facultad de Filosofía y Letras, UAB, Bellaterra, 21 de Junio del 2013)
Notas:
(1) El debate tuvo
lugar en El Instituto Cervantes de Berlín entre el profesor alemán Volkert
Gerhardt y quien esto suscribe el día 7 de junio del 2013.
(2)
Santos, F., 2012, Españoles en la
Alemania nazi. Testimonis del III Reich entre 1933 y 1945, Endymion, Madrid.
(3)
J.L.L. Aranguren , 1953, “La evolución espiritual de los
intelectuales españoles en la emigración”, en Cuadernos Hispanoamericanos, (febrero del 1953), pp. 126-147.
(4) Zambrano., M, 1961, "La Carta sobre el exilio",
publicada en Cuadernos por la libertad de la cultura, París, nr. 49, 1961, 65-70.
(También en María Zambrano, El exilio como patria, de próxima
aparición en Anthropos, Barcelona).
(5)
Los que así piensan “no han despertado de aquel sueño de
la guerra civil con que entraron en la vida; que están bajo él detenidos, bajo
esa pesadilla. Y aún más: con una trágica coherencia, con la coherencia de la
fatalidad, del fatum no superado” (Zambrano, 1961, 69).
(6)
El exiliado es el que “a fuerza de penas y trabajos,
de renuncia, parece haberse salido de la historia y está en su orilla”
(Zambrano, 1961, 67).
(7)
"Castro había empezado a bucear en las profundidades de la tragedia
española y en los entresijos de su historia", dice Francisco Martín en la
Introducción al Epistolario. Américo Castro,
Marcel Bataillon (1923-1972), editado por Simona Munari, Biblioteca Nueva,
Madrid, 53.
(8)
A. Castro, 1973, Sobre el nombre y el
quien de los españoles, Taurus, Madrid, 393.
(9)
Agradezco a la Editorial Anthropos la cortesía de poder utilizar el manuscrito María Zambrano: el exilio como patria. Edición,
introducción y notas de Juan Fernando Ortega Muñoz, que presenta un rico elenco
de reflexiones de María Zambrano sobre el exilio (en adelante citaré por
Zambrano, 2013...). Ahí se puede leer que El exiliado "está ahí como si
naciera, sin más última, metafísica, justificación que ésa: tener que
nacer como rechazado de la muerte, como
superviviente", pag 24.
(10)
(Zambrano,2013, 26).
(11)
"El exiliado, al haber alcanzado el desprendimiento de su tierra...alcanza
la realidad pura de la propia patria, que lleva consigo y que constituye sus
entrañas"...."Tiene la patria verdadera por virtud crear exilio. Es
un signo inequívoco..." (Zambrano, 2013, 34-35).
(12)
"Yo no concibo mi vida sin el exilio: ha sido como mi patria o como una
dimensión de una patria desconocida, pero que , una vez se conoce, es
irrenunciable" (Zambrano, 2013, 122).
(13)
Zambrano es consciente de la gravedad de su afirmación por eso sigue: "
pero el decirlo me quema los labios, porque no quería que volviese a haber
exiliados, sino que todos fuesen seres humanos y a la par cósmicos, que no se
conociera el exilio" (Zambrano, 2013).
(14)
Manuel Cruz no ceja de proclamar que "la memoria, por definición, puede
proporcionar, como mucho, razones para actuar, pero en ningún caso móviles,
porque, a fin de cuentas ¿hacia adonde podría mover el pasado?". Pues por
definición el pasado puede mover a la reproducción de la barbarie, si no se la
recuerda, o a un futuro diferente, sin barbarie. No es poca cosa. Luego se
apropia de la tesis de Auschwitz como "religión civil" para denunciar
que a falta de "razones concluyentes" algunos colocan "dolores
contundentes" como una especie de
advocación milagrera que propicie "un cambio en el modelo de
sociedad". Tachar "la invocación al sufrimiento pretérito" de
"invocación, tan permanente como
vacía", coloca al autor en la senda de un pensamiento más que
apático inocuo al que se le ha indigestado el libro de Peter Novick The Holocaust in American Life. Cf.
Manuel Cruz "Que el presente sea...y luego hablamos", El País, 17 de julio del 2009.