22/3/16

La muerte de Sócrates o cuando la virtud es delito

            El teatro de Mérida ha invitado a Sócrates a subir al escenario para someter al público de este siglo XXI las razones de su condena. Platón ha recogido en un trepidante diálogo, titulado Apología, la autodefensa de ese gran ciudadano ateniense, condenado hace veinticinco siglo por los notables de la ciudad.

            La razón por la que, a lo largo de los siglos, hacemos hablar a Sócrates es porque estamos convencidos de que hay en todo este proceso una lección política que merece ser conocida y transmitida. Pero no es de política de lo que aquí se trata sino de algo más serio.

Por una enseñanza no confesional de la religión

            El Partido Socialista que tantas plumas ideológicas ha ido dejando en el camino, mantiene como último baluarte de su identidad la defensa de la escuela pública. No hay programa electoral que no la mencione. Esta vez, sin embargo, el breve anuncio de que la enseñanza confesional tendrá que salir "del curriculum y del horario escolar" ha levantado ampollas.

            Es lógico. La iglesia católica consiguió del estrambótico ministro de educación, Ignacio Wert, lo que ni siquiera Aznar estuvo dispuesto a conceder, a saber, que la religión formara parte del curriculum. Una vez conseguido este privilegio, los colegios católicos, con sus obispos a la cabeza, no van a soltar la presa. De momento ya han pervertido los términos del debate al dejar caer que no se trata sólo de que la religión no puntúe como la matemáticas sino que los socialistas van a impedir la clase de religión en los colegios privados concertados. Esto no sería posible, aunque lo quisieran, porque les ampara, por un lado la ley orgánica del derecho a la educación (la famosa LODE), que reconoce el derechos de los centros privados a tener ideario propio, y, por otro, el artículo 27 de la Constitución que habla de la libertad de enseñanza.

            Esos son ruidos. Donde está el debate que importa a la sociedad es en la enseñanza de la religión en la escuela. Y aquí nos encontramos con dos posiciones enfrentadas que no llegaron a un consenso en el debate constitucional y por eso aparecen en el artículo 27 juxtapuestas.

13/3/16

Lo necesario y lo urgente del momento político

            La política es palabra y cuando hablamos queremos, por un lado, darnos a entender y, por otro, alcanzar un entendimiento. Inseparable pues del noble arte de la política son estas dos tareas: valorar críticamente lo que hacemos o proponemos y, también, buscar acuerdos. El frenesí que caracteriza a la política en la era de la informática apenas si deja tiempo para lo esencial, es decir, para sopesar el resultado de unas elecciones, por ejemplo, y desentrañar su significación. Lo que se les pide a los políticos es que siga el espectáculo, esto es, que busquen acuerdos para que las instituciones funcionen. Importa la decisión más que su contenido.

            Las últimas elecciones están cargadas de significaciones nuevas que no hemos tenido tiempo de descifrar porque ya nos encontramos en otro tiempo, el de los pactos. Sería, sin embargo, una temeridad para la democracia española que los partidos políticos tomaran  decisiones sin registrar debidamente los mensajes esenciales que han emitido los votantes.

¿Miedo a una Europa alemana?

            Decir que Ángela Merkel manda en Europa es un hecho tan indiscutible como inquietante. El tratamiento de la crisis griega se hizo como ella dijo y es ella la que ahora  está dictando cómo enfocar la ola de refugiados que  llegan a Europa. La opinión pública vivió con preocupación su prepotencia en el caso griego y ve ahora con alivio su resolución en el problema de los refugiados.

            Manda, pues, pero su liderato político es una actitud que no querían para sí sus antecesores en el cargo. Se lo dijo en su momento Helmut Schmidt, alarmado ante "esa prepotencia, pronta a dar lecciones a los demás, algo que convierte a los alemanes en algo mucho más vulnerables de lo que parece". Tanto él como Brandt o Kohl tenían clara conciencia de que Alemania tenía una responsabilidad histórica respecto  a Europa que les obligada a no traducir en liderazgo político su primacía económica. "Cuando yo mandaba", decía Schmidt, "siempre dejaba pasar por delante a los franceses en la alfombra roja. Nunca pretendí convertirme en líder". Un asunto de estética, pero también de ética.

El precio de un visado

            Desde el jueves día tres de diciembre los colombianos pueden circular por la Unión Europea sin necesidad de visado. Una noticia menor si no fuera porque hace quince años, cuando se les impuso esa carga, Gabriel García Márquez, Fernando Botero y otros intelectuales colombianos, protestaron vivamente con unos argumentos inéditos, anunciando, además, que no volverían a España mientras eso no se arreglara. El Nobel de Literatura murió sin volver a pisar nuestra tierra.

            No argumentaban esgrimiendo agravios comparativos (a los argentinos o mexicanos, por ejemplo, no se les pedía) o falta de reciprocidad (en Colombia no nos lo exigen), sino responsabilidad histórica. “Aquí”, decía la carta, “hay brazos y cerebros que ustedes necesitan. Somos hijos, o si no hijos, al menos nietos o biznietos de España. Y cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda de servicio: somos los hijos o los nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por España. No se nos puede sumar a la hora de resaltar la importancia de nuestra lengua y de nuestra cultura, para luego restarnos cuando en Europa les conviene. Explíquenles a sus socios europeos que ustedes tienen con nosotros una obligación y un compromiso históricos a los que no pueden dar la espalda”.

6/3/16

La elocuencia de los lugares de la memoria

            Por estas fechas, coincidiendo con la liberación del campo de exterminio situado en el pueblo polaco de Auschwitz, se conmemora a las víctimas del Holocausto judío. Algunos países, como España, han suscrito además la Declaración de Estocolmo, del año 2000, comprometiéndose a llevar a los centros educativos el estudio obligatorio del crimen nazi. ¿Los resultados? Muy escasos. Los docentes se quejan de que no hay tiempo y todo se resuelve, en el mejor de los casos, con un par de ratos donde se tocan "temas generales como la intolerancia o el racismo".

            Pese a la buena intención de quienes así piensan y hacen, es una grave equivocación. No es lo mismo defender en abstracto la tolerancia que escuchar los gritos de los desesperados en las cámaras de gas. Y no lo es por dos razones de peso teórico y también educativo. En primer lugar, porque las teorías ilustradas sobre la tolerancia se disolvieron como un azucarillo cuando apareció el vendaval nacional-socialista. A Alemania, cuna del filósofo y dramaturgo Efraim Lessing, autor del tratado más brillante sobre la tolerancia, titulado Natán el Sabio (una pieza teatral), le sirvieron de bien poco los argumentos  en favor de la convivencia respetuosa. Estos se resumían en una idea muy ilustrada, a saber, que todos, antes que judíos, moros o cristianos, somos hombres, es decir, antes que diferentes somos iguales. Estos nobles ideales, barridos por el nacionalismo de los siglos XIX y XX, no supieron prevenir ni predecir la barbarie nazi, basada precisamente en la diferencia étnica. Entonces, si queremos luchar eficazmente contra la intolerancia o el racismo, hay que movilizar otras fuerzas. En concreto: ponernos delante de la experiencia de la barbarie que han protagonizado seres pertenecientes a  esa cultura ilustrada que es también la nuestra. Más eficaz que proclamar ideales en la escuela es recordar el sufrimiento que nuestra  cultura es capaz de generar en el futuro porque lo ha hecho ya en el pasado.

Por qué las disculpas de Bildu no bastan

            EH Bildu acaba de pedir disculpas por “no haber estado al lado de las víctimas de Eta” y también porque con su “actitud política han agravado el dolor de estas personas”. Es un paso más en el proceso crítico que llevan haciendo desde el final de Eta hace un par de años.

            Al reconocer que es “un paso más” están dando a entender que eso no basta, algo que le han recordado las víctimas. Al fin y al cabo el mundo representado por estas organizaciones era el que suministraba legitimación ideológica o incluso la logística imprescindible para la perpetración del crimen. Entonces, ¿qué es lo que falta?

            Las palabras tienen su tiempo, por eso hay momentos en que son plenamente significativas y, otros, en los que nos resultan agotadas y agostadas. Lamentar, por ejemplo, “no haber estado del lado de las víctimas” hubiera tenido grandeza moral si hubiera sido dicho cuando las víctimas eran asesinadas y la familia tenía que enterrar a sus muertos en la clandestinidad porque ni la iglesia les acompañaba. Pero esas mismas palabras, dichas hoy, cuando Eta ha sido derrotada y ellos han descubierto la ganancia electoral que les reporta el abandono de la violencia, son claramente insuficientes, aunque no superfluas.