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3/9/24

El Abrazo

             El Abrazo es el título de un cuadro del pintor Juan Genovés que figura en el Congreso de los Diputados en un lugar de honor porque representa bien el espíritu del consenso que presidió la transición. Ese consenso, por el que algunos suspiran hoy, suele asociarse a un tiempo bonacible y presto al entendimiento. Nada más lejos de la realidad. El Abrazo costó sangre y aquel consenso fue el resultado de un doloroso proceso crítico. No podemos pues hoy suspirar por la convivencia, ahorrándonos ese trabajo de revisión de las propias certezas. No se sale de la polarización reinante con un suspiro nostálgico sino con un talante autocrítico.

             Como quiera que lo que hace cuarenta años parecía evidente resulta hoy inconcebible, es de agradecer que una de esas voces del consenso de antaño se haga oír hogaño. Es una voz autorizada, a punto de extinguirse, que nos manda un mensaje en una botella para que nosotros, náufragos a la deriva, no perdamos el norte.

24/6/20

A la memoria de los sin-nombre


            Hace unos días moría el autor de El abrazo, un cuadro de Juan Genovés que representa a gente abrazándose pero sin rostro. La energía casi animal que se desprende de la pintura viene de las caras anónimas que, pese a su inexpresividad facial, transmiten una fuerza solidaria imparable. El cuadro, tras muchos tumbos, acabó en el Palacio del Congreso de Madrid, para simbolizar la reconciliación que supuso la transición política española. Puede valer para ese propósito, pero a condición de que no se ensombrezca la inquietante fuerza que desprenden las caras inexpresivas. El cuadro desasosiega más que apacigua.

            No es frecuente detenerse ante los sin-nombre o sin-rostro. Y es que, como decía el malogrado pensador judío, Walter Benjamin, “es más difícil honrar la memoria de los sin-nombre que la de los famosos”. Los ojos se nos van tras los famosos. Celebramos sus triunfos como si fueran nuestros y eso es un error, además de una injusticia. El dramaturgo alemán, Bertold Brecht, se pregunta indignado, quien construyó Tebas o quien reedificó esa Babilonia tantas veces destruida o quien levantó los arcos de triunfo de la gran Roma. No fueron los reyes ni los generales. Ellos no arrastraron las piedras, ni cocinaron, ni corrieron con los gastos, ni lloraron a los  muertos. Fueron los sin-nombre. Los que mandan no ponen ni los soldados, ni los albañiles, ni los remeros o pilotos. Tampoco los muertos, por eso no los lloran.