26/9/16

Todo es tramoya

            La política como teatro no es un invento de los recién llegados sino que viene de antiguo. Los políticos han rivalizado con los eclesiásticos en liturgias, capisayos y símbolos. Lo nuevo es que ha desaparecido una delgada línea divisoria que, durante siglos, distinguía entre forma y fondo, entre apariencia y realidad, entre significante y significado. El que se mostraba debía tener medios para hacerse valer. Nadie pues se engañaba con las apariencias.

            Eso es lo que ha cambiado. Ahora, como decía irónicamente Walter Benjamin del teatro barroco, “hasta Dios es tramoya”. Lo que importa es el gesto y el atuendo, esto es, la imagen. No importa el alcance del gesto, ni si tendrá futuro o no. Lo decisivo es la aparición, la manifestación o el impacto. Son políticos del shock. El tiempo se ha acelerado tanto que el instante tiene valor de eternidad. Pensar en lo que sucederá después, eso es ya jugar a los dados, de ahí que mejor no pensar en el futuro aunque lleve a la catástrofe. Sería fácil ilustrar estas ideas con dichos y hechos de políticos catalanes o madrileños, españoles o alemanes, aunque también en esto somos los españoles más exagerados porque hemos llegado al frenesí de la posmodernidad sin el poso de la modernidad.

14/9/16

Auschwitz e Hiroshima, dos catástrofes con suerte desigual

            La imagen de un Papa paseando en silencio por las barracas de Auschwitz casi coincide en el tiempo con el aniversario de la bomba atómica sobre Hiroshima un cinco de agosto de 1945. Auschwitz e Hiroshima, dos expresiones de la barbarie pero con suerte muy desigual.

            Ya sabemos que Auschwitz es el lugar del mal absoluto, es decir, un campo de exterminio del que nada debía quedar. Nada físico, por eso los cuerpos tenían que ser convertidos en humo esperando los nazis que así, sin restos ni rastros materiales, la humanidad pudiera deshacerse de la contribución cultural del judaísmo a la humanidad. Hiroshima, sin embargo, sigue evocando en nuestra memoria el poder de la energía atómica y la destrucción de la versión asiática del fascismo. En el fondo, una imagen positiva de la catástrofe japonesa.

7/9/16

El cansancio de Europa

            “El problema de Europa es que está cansada” decía Jorge Semprún en su  última intervención pública, hace ahora cinco años, una especie de testamento espiritual dirigido a las nuevas generaciones. Europa parece agotada por eso es necesario volver al lugar donde están sus raíces y sus valores. Ese lugar originario es el campo de concentración, el de Buchenwald, por ejemplo, donde él estuvo prisionero y que fue hasta junio de 1945 campo nazi y desde septiembre de ese año hasta 1950 campo soviético.

            La nueva Europa nace en el campo de concentración o, lo que es lo mismo, es el resultado de una experiencia doblemente totalitaria, a saber, fascista y comunista. Son historias efectivamente diferentes pero que tienen en común haber proyectado un mundo de felicidad sin contar con los habitantes de Europa. Lo que convierte al campo en el mal absoluto no es tanto su capacidad de muerte cuanto el demencial proyecto de querer salvarnos sin respetar la libertad de los individuos.

            Estas dos encarnaciones del totalitarismo son el resultado de una larga tradición intelectual que reducía la política a poder. Sobre el mero poder, en efecto, estaban basados los proyectos de una gran Europa que habían ideado César, Napoleón, Hitler o Stalin. Semprún proponía, por el contrario, activar otra tradición también europea que tenía en cuenta los fracasos de Europa, su largo historial de muertes y guerras, y que había ligado la idea de un espacio común a la causa de la libertad y al heroísmo de la razón.

            Para facilitar el trabajo de los políticos daba pistas sobre esa tradición democrática. Recordaba sobre todo al filósofo judío alemán, Edmund Husserl, que en 1935 pronunció en Viena una conferencia memorable sobre la crisis de Europa. 1935 no es un año cualquiera. Es el momento de las Leyes de Núrenberg en virtud de las cuales un Estado, el hitleriano, decide quién es sujeto de derechos humanos y quien, no.

            Los judíos fueron privados legalmente de la condición humana, una decisión que luego los demás estados no han cesado de reproducir con los refugiados, por ejemplo, en nuestros días. Husserl defendía la idea de que Europa es un espacio político emanado de un impulso espiritual. No el agregado de políticas nacionalistas, como lo es hoy, sino un espacio transnacional construido desde las exigencias de una razón ilustrada, que es crítica, autocrítica y universal. En otras palabras, un espacio conformado por las ideas universales de los derechos humanos. Todavía en territorio alemán, citaba a Karl Jaspers, el europeo de primera hora que ligó el futuro de Europa a la idea de responsabilidad histórica, consciente de que sin memoria histórica todo proyecto estaba abocado a repetir la catástrofe.

            Semprún era muy consciente de que esto no iba a ser fácil. Había que romper muchos intereses particulares y muchos tópicos identitarios. Por eso le gustaba incluir en esa lista de tradición democrática a nombres como Jan Patoçka y Marc Bloch. El primero, un filósofo checo encarcelado por nazis y comunistas y que murió tras diez horas de torturas, dejó escrito que esa nueva Europa no sería un regalo sino el resultado de mucho esfuerzo y sacrificio. La misma idea defendía el historiador francés que enterró sus libros en el jardín de su casa para sumarse a la Resistencia, siendo fusilado por los nazis poco antes del final de la guerra. “No existe salvación, decía el historiador Bloch, sin una parte de sacrificio; ni libertad nacional que pueda ser plena si no se ha esforzado uno mismo en conquistarla”.

            Hay una gran historia en la que mirarse. El problema de Europa es que está cansada. Es capaz, sí, de repetir tópicos liberales o socialdemócratas pero no de revitalizar esas tradiciones. Vivimos tiempo en los que estamos condenados a triunfar para ser alguien con el inconveniente de que todo triunfo es una derrota porque se agota y disuelve en el momento mismo de su manifestación. Nunca como ahora se ha hablado tanto de la sociedad del cansancio. Obligados a una movilidad constante, se entiende el descanso, la distancia, la pausa, el sosiego o la pregunta como deserción.

            Y, sin embargo, ha llegado el momento de preguntarnos adónde va Europa. Los que se van de ella, como los británicos, sabemos que van hacia el ensimismamiento animados por la xenofobia y el egoísmo. Los que se quedan, si quieren evitar el contagio, tienen que volver al campo de concentración, lugar de nuestras raíces y valores. La nueva Europa sólo puede ser el resultado crítico de sus experiencias de barbaries. Eso es lo que tenemos detrás y la única forma de conjurar el peligro de la recaída es el sacrificio por un bien general, transnacional. Dice Claudio Magris que el mal absoluto ya no reviste la forma del totalitarismo sino la del particularismo. El Brexit lo confirma plenamente. Tienen en común, pese a las diferencias, la negación del otro que es el principio de la barbarie.


Reyes Mate (El Periódico de Catalunya, 5 de julio 2016)