De esta pertinaz crisis hemos sacado,
al menos, un par de lecciones. La primera, que los economistas en puestos de
mando ni se enteraron. La segunda, que los políticos en el poder no saben, no
pueden o no quieren hacerla frente. Ángela Merkel ha cogido el timón para
salvar sus muebles, es decir, los intereses de la banca alemana; y Sarkozy
trata de evitar el naufragio hundiendo a la vecina España. La crisis acabará cuando
escampe, no porque alguien la haya vencido.
Como la historia ha de seguir y de ésta
saldremos, lo que puede resultar productivo es aprovechar la dura experiencia
para fraguar un nuevo tipo de político. No nos vale aquel cuyo ideal es volver
a los viejos buenos tiempos. Y ese tal, aunque con matices y diferencias, es el
que está en el mercado. Ese político, si se cree lo que dice, es un inconsciente,
y si no se lo cree y lo dice, un farsante.
El nuevo político debería formarse
en la escuela del trapero. No es una boutade. Trapero en alemán se dice Lumpen, un término mayor en la jerga
política clásica, como bien saben los viejos marxistas. Marx despreciaba al Lumpen porque eran unos parásitos
andrajosos que no producían nada. Por esa misma razón cortejaba al Proletariat que, esos sí, hacían andar
la rueda de la historia. Pensó en una revolución que reconociera al proletariado en la esfera
política un peso similar al que tiene en el proceso de producción.