31/3/15

Esperando al político de la crisis

            De esta pertinaz crisis hemos sacado, al menos, un par de lecciones. La primera, que los economistas en puestos de mando ni se enteraron. La segunda, que los políticos en el poder no saben, no pueden o no quieren hacerla frente. Ángela Merkel ha cogido el timón para salvar sus muebles, es decir, los intereses de la banca alemana; y Sarkozy trata de evitar el naufragio hundiendo a la vecina España. La crisis acabará cuando escampe, no porque alguien la haya vencido.

            Como la historia ha de seguir y de ésta saldremos, lo que puede resultar productivo es aprovechar la dura experiencia para fraguar un nuevo tipo de político. No nos vale aquel cuyo ideal es volver a los viejos buenos tiempos. Y ese tal, aunque con matices y diferencias, es el que está en el mercado. Ese político, si se cree lo que dice, es un inconsciente, y si no se lo cree y lo dice, un farsante.

            El nuevo político debería formarse en la escuela del trapero. No es una boutade. Trapero en alemán se dice Lumpen, un término mayor en la jerga política clásica, como bien saben los viejos marxistas. Marx despreciaba al Lumpen porque eran unos parásitos andrajosos que no producían nada. Por esa misma razón cortejaba al Proletariat que, esos sí, hacían andar la rueda de la historia. Pensó en una revolución que  reconociera al proletariado en la esfera política un peso similar al que tiene en el proceso de producción.

Una oportunidad de oro

            La noticia de que el medio millón de doblones de oro de la fragata "Nuestra Señora de las Mercedes", rescatados del fondo del mar por la compañía norteamericana Odyssey, volvía a la península, fue saludada por el facundo Ministro de Educación, José Ignacio Wert, con un suspiro de alivio. “Por fin, una buena noticia” dijo, "que no nos saca de pobre pero que nos va a enriquecer". Luego vino el debate para decidir que hacer con ese inesperado regalo: que si para un museo, que si invertirlos en cultura o para paliar algún desperfecto de la esta crisis de nunca acabar.  En algunos de esos programas cara al público, alguien ha deslizado la idea de por qué no devolverlos al Perú o al Ecuador. Es una idea extravagante porque español era el barco, españolas sus colonias y español el dinero gastado en pleitear por su propiedad.

            Claro que el oro era indígena como las manos de los que lo arrancaron de las entrañas de sus tierras. Convendría detenerse ante esa extravagante idea. Si hay un lugar en el que esa recomendación tiene sentido es precisamente en Valladolid. Aquí tuvo lugar un debate en el que, con cuatro siglos y medio de anticipación, se discutió sobre los derechos de los españoles sobre los bienes de aquellas tierras.

18/3/15

El Mirandés por ejemplo

            Un modesto equipo de fútbol, compuesto de aficionados, ha ganado merecidamente a otro de profesionales ricos. La noticia no merecería mayor atención si no fuera porque, en esta España que zozobra por sus problemas económicos, el fútbol de los ricos, que es muy rico, simboliza como nadie el lujo y despilfarro que nos ha llevado a la crisis actual, mientras que el fútbol de los pobres, que es pobre, anuncia el futuro que nos espera. Contra lo que pudiera parecer, ese futuro más modesto, que ha ganado al rico, es una potente señal de esperanza.

            El presupuesto anual del Mirandés es casi equivalente a lo que cobra el jugador del Real Madrid, Cristiano Ronaldo, en mes y medio. Esta distancia sideral no debería permitir que hubiera puntos de comparación entre ambos equipos. Nada les debería ser común porque, aunque los ricos también lloran, se consuelan pronto yendo de compras. Pero hete aquí que esos puntos de contacto los hay. El entrenador del Mirandés, Carlos Pouso, les ha cogido al vuelo al decir "los pobres a veces somos más felices que los ricos". Los jugadores de equipos pobres y los de equipos ricos penan y gozan, con la diferencia de que la alegría y el sufrimiento del jugador no están en función de la cuenta corriente, sino que son el resultado de su propio esfuerzo. Por eso el entrenador mirandés da un paso más y se compara con Mourihno "al que no llega ni al barro de los zapatos", dice, pero sintiéndose "más feliz que él".

Dar ejemplo y algo más

            Desde que el Rey pidiera en su mensaje navideño "rigor, seriedad y ejemplaridad ente quienes representan las instituciones", se ha repetido por cabañas y palacios el deber de dar ejemplo. Parece algo tan obvio que habría que preguntarse por qué suena tan nuevo. Lo que ha pasado en los últimos decenios es que al político se le medía por sus éxitos o, al menos, por su eficacia, sin preocuparse mucho de cómo vivía o cómo lo hacía.  Los políticos españoles seguían la senda del francés Bernard Mandeville, el autor de un libro cuyo subtitulo era ya una declaración de principios: "Los vicios privados hacen la prosperidad pública".

            No parece, sin embargo, que los vicios privados y el saltarse a la torera la normas públicas hayan contribuido a la prosperidad general a juzgar por la crisis que padecemos. Lo que sí han traído consigo han sido muchos casos de corrupción que han generado fortunas sospechosas al precio de vaciar las arcas públicas. El caso de Berlusconi  es harto ilustrativo. Sus votantes celebraron durante años sus vicios privados pensando que lo importante era la buena salud de las cuentas públicas. Hasta que el famoso mercado le echó del poder porque todo ese ajetreo orgiástico lo que estaba produciendo era la ruina del país.