"Quitad vuestra rodilla de
nuestros cuellos" es el grito dolorido de una generación de negros que
quieren respirar y no pueden porque ha habido manos y pies que durante muchos
siglos les han han asfixiado reduciendo su talento a manos que encestan
canastas, a pies que rompen marcas o a gargantas que trasforman sus historias
en cantos conmovedores. La rodilla de un oficial de policía clavada en el
cuello de George Floyd durante 8 minutos y 46 segundos, al tiempo que apagaba
una vida encendía una protesta contra la desigualdad racial que alcanza a todo
el mundo.
Porque el racismo subsiste. Se habla de
cuatrocientos años de fobia a la negritud, a los que habría que sumar unos dos
milenios de culto a la esclavitud que es la forma que nuestra civilización ha
reservado a los negros. Si la muerte de George Floyd ha sido posible es porque ha
habido otros muchos asesinatos de negros a manos de policías que han quedado
impunes porque expresaban bien el sentir de la mayoría blanca del país. Y eso
ha sido así porque venimos de una larga tradición en la que hasta las mentes
más iluminadas, como la de Aristóteles, entendían que había seres humanos que
nacían para ser libres y otros, para esclavos.