22/7/20

Herrados "con el hierro de nuestra marca"


            "Quitad vuestra rodilla de nuestros cuellos" es el grito dolorido de una generación de negros que quieren respirar y no pueden porque ha habido manos y pies que durante muchos siglos les han han asfixiado reduciendo su talento a manos que encestan canastas, a pies que rompen marcas o a gargantas que trasforman sus historias en cantos conmovedores. La rodilla de un oficial de policía clavada en el cuello de George Floyd durante 8 minutos y 46 segundos, al tiempo que apagaba una vida encendía una protesta contra la desigualdad racial que alcanza a todo el mundo.

             Porque el racismo subsiste. Se habla de cuatrocientos años de fobia a la negritud, a los que habría que sumar unos dos milenios de culto a la esclavitud que es la forma que nuestra civilización ha reservado a los negros. Si la muerte de George Floyd ha sido posible es porque ha habido otros muchos asesinatos de negros a manos de policías que han quedado impunes porque expresaban bien el sentir de la mayoría blanca del país. Y eso ha sido así porque venimos de una larga tradición en la que hasta las mentes más iluminadas, como la de Aristóteles, entendían que había seres humanos que nacían para ser libres y otros, para esclavos.
No lo mejoró mucho el cristianismo a pesar de aquello de San Pablo "y no habrá entre vosotros ni hombre ni mujer, ni esclavos ni libres, ni griegos ni judíos". Pues nada, hasta el bueno de Santo Tomás justificaba la esclavitud no solo como un invento práctico sino, además, como un derecho natural. ¡Si había conventos de monjas, como el de La Encarnación de Ávila, donde las monjas ricas disponían de alguna esclavilla, como deja entrever Santa Teresa¡. Pese a que algún revolucionario francés, como el osado Robespierre, la abolió, el gran Napoleón se encargó de reponerla y así llegó hasta bien entrado el siglo XIX. Pero ni entonces la dicha de los esclavos fue completa pues tuvieron que canjear su recién estrenada libertad por trabajos forzados.

            Cambiaron las leyes pero no las mentalidades. Jean Améry, un superviviente de Auschwitz que supo denunciar como nadie la barbarie antisemita de los nazis, reconoce con pesar que tardó mucho en darse cuenta de que la esclavitud de negros en las colonias francesas o inglesas era tan abominable como la suya en el campo de exterminio. Este hombre, que acabó suicidándose porque no pudo soportar el recuerdo de las humillaciones sufridas, tardó en entender que "no había nada de natural en ser esclavo de un blanco por tener una piel negra". Lo descubrió al leer un libro de Frantz Fanon titulado Piel Negra. Allí pudo comprender que la suerte de los negros era peor que la de los judíos porque el ser judío es algo interior mientras que el ser negro va con la piel. No hay manera de camuflarse. Siempre está expuesto a los ojos del blanco.

            De una manera tímida la ola de protesta también ha llegado a España aunque más por mimetismo que por responsabilidad. Estamos tan convencidos de que el racismo nos queda lejos que si alguien aquí dobla la rodilla, como vemos por televisión, es más por estética que por ética. Grave equivocación. Todavía están frescas las palabras de esos seis policías de la población catalana de San Feliu Saserra humillando a un ciudadano negro con insultos tan racistas como los de los policías estadounidenses, con el agravante de que sus superiores conocían los hechos y no hicieron nada. Sólo cuando el video se ha hecho público ha salido el comisario jefe de los Mossos d'Esquadra declarando pomposamente que no se tolerará "ninguna actitud xenófoba". Pero esto no sólo va de mossos. La legislación española penaliza, por ejemplo, al africano que pida la nacionalización (diez años de espera frente a los dos para los que vengan de Iberoamérica). Y, por bajar del derecho a la calle, tenemos bien asumidos que los emigrantes sólo son bienvenidos si son útiles.

            La muerte del negro americano nos afecta. Pero sería peligroso pensar que todo se resuelve hincando la rodilla en solidaridad con una muerte que nos pilla lejos. Hace años el escritor José Saramago quiso despertar la conciencia crítica de españoles y portugueses en asuntos de racismo. Se preguntaba qué hacer y respondía que lo mismo que hizo Catón el Viejo en el senado romano. Viniera o no a cuento acababa sus discursos con un "delenda est Carthago" (hay que acabar con Cartago). Lo que quería decir el Premio Nobel portugués es que el sentimiento racista lo llevamos tan dentro que ni nos enteramos. Fluye con tanta naturalidad que deberíamos estar siempre en guardia para controlar sus devastadores efectos. Su caldo de cultivo son evidentemente los nacionalismos. Lo que realmente nos va, independientemente de donde hayamos nacido, es definirnos excluyendo. Da lo mismo que el nacionalista sea periférico que centralista. Excluimos al que no es de los nuestros y si es más débil, le sometemos o le esclavizamos. El ser o no racista depende de cómo valoremos al otro: si como igual a nosotros, aunque sea diferente, o desigual.

            Nuestra querencia a la discriminación viene de muy atrás por eso está tan dentro. Carlos V, que quiso abolir la esclavitud, tuvo que aceptar, por la presión de algunos eclesiásticos, que los indios fueran herrados "con el hierro de nuestra marca". La marca hispánica, visible en los indígenas como en los animales, indicaba quien eran el amo y quien el esclavo. Por no hablar de esa burguesía catalana que se forró con la trata de esclavos. El hecho de que algunos de aquellos apellidos figuren entre los que ahora promocionan el soberanismo indica que hay una secreta complicidad entre los dos momentos. Por supuesto que no es lo mismo negociar con esclavos que exigir la independencia. Lo que sí es igual es el supremacismo. Lo que uno esperaría de esa clase acomodada, reconvertida en democrática, es que, para borrar su pasado, propiciara el mestizaje. Nada de eso. Lo que ocurre en este caso, como en el del nacionalismo español, es el retorno del demonio identitario, de ahí el aviso de José Saramago. Es verdad que hemos mejorado en la retórica: ya no hablamos de moros, sino de árabes y en vez de negros, africanos. Pero lo decisivo son esas ideologías que ponen la diferencia por encima de la igualdad.

Reyes Mate (El Norte de Castilla, 28 de junio 2020)