1. Asociamos memoria con tiempo -con
el momento pasado del tiempo, con el tiempo pasado- pero no con el espacio que
siempre está ahí, como si fuera atemporal. Por él pasa el tiempo, ciertamente
(imaginemos Jerusalem: por ahí han pasado los judíos, los romanos, los
templarios, los otomanos, los británicos...) pero el espacio sigue ahí, siempre
el mismo.
Es verdad que ahora hablamos de
"lugares de la memoria", una expresión en la que tiempo y espacio se
remiten mutuamente. Algo ha tenido que pasar ahí, ¿un cambio en el concepto de
tiempo? o ¿en el de memoria?
Desde luego, en el de memoria que no
sólo se refiere ya al tiempo pasado, sino también al presente, a lo ocultado
por el presente. También ha habido cambio en el concepto de espacio que se ha
temporalizado. Dice Benjamin que "la memoria no es un instrumento para
investigar el pasado, sino su espacio público. Es el medio ambiente de lo
vivido, de la misma manera que el globo terráqueo es el medio en el que yacen
sepultadas las ciudades muertas" (Benjamin GS, VI, 486). Lo que quiere
decir es que el tiempo pasado necesita espacio para expresarse. Sin un lugar,
el pasado nos es inalcanzable: el pasado, sin superficie (ya un cuerpo o
ruinas) es inexpresivo.