Los “chalecos amarillos” han
aparecido de repente sin grandes palabras. No llaman a la subversión ni convocan
revolucionarias utopías. Sólo quieren vivir porque ven que sus condiciones de
vida son en un tormento. Su palabra más fuerte es el manso término de
sufrimiento que se ha convertido en el verdadero estandarte del movimiento.
Quieren cambiar sus vidas dejando hablar al sufrimiento.
Quizá siempre haya sido así. El
sufrimiento que provoca el hambre, por ejemplo, puso en marcha la historia
revolucionaria y, hoy en día, impulsa el cortejo migratorio de millones de
personas. Pero hay algo que diferencia lo que está ocurriendo ante nuestros
ojos de lo que nos han contado: no están dispuestos a canjear el relato del
dolor que les causa el vivir por una ideología política o filosófica que se lo
gestione.