31/12/17

Vida antes de la muerte

            El calendario litúrgico es el último refugio de asuntos transcendentales, barridos de la agenda cultural que domina nuestras vidas sea porque no son rentables o porque desasosiegan o porque no tienen clara respuesta. Por ejemplo, la muerte que vuelve a nuestras vidas cada año en el Día de Difuntos.

            La muerte es un tema favorito de las religiones a juzgar por el colorido de sus respuestas, todas ellas consoladoras. La tradición judeocristiana, que es la que ha dominado en Occidente, también habla de la muerte pero para afirmar la vida. Pone el acento en el derecho a vivir la vida; esta vida antes de la muerte, se entiende. Y esa es una gran novedad porque no la degrada a valle de lágrimas ni a mero tránsito hacia otra vida mejor. Cuando los evangelios hablan de la muerte de Lázaro, por ejemplo, lo que se pone de manifiesto es la importancia de la vida. Es verdad que en los funerales nos presentan ese episodio como un aval de la resurrección pero, si bien se mira, sería una resurrección de cortos vuelos porque Lázaro volvió a morir con lo que su resurrección sería de poca monta. Lo que se quiere dar a entender, más bien, es la alegría de vivir.

21/12/17

El declive del patriotismo

            Para dar réplica a los sueños soberanistas que en su momento alimentó el lendakari Juan José Ibarretxe, José María Aznar armó un “bloque constitucionalista” al que invistió, para dotarle de mayor empaque, con la autoridad de la expresión “patriotismo constitucional”, una concepto que venía de Alemania y que había popularizado su intelectual más destacado, Jürgen Habermas.

            La verdad es que si hubieran entendido el contexto alemán del término no hubieran invocado su patronazgo tantos entusiastas españoles. Porque de lo que en realidad se trataba era de cuestionar el patriotismo.

El alcance de la responsabilidad política

            No se puede decir que los políticos españoles no asuman sus responsabilidades. La asumen, dicen, pero, eso sí, sin que pase  nada. Menudean  estos días  confesiones de políticos catalanes que reconocen haberse equivocado, mientras esperamos en vano que saquen alguna consecuencia. Oímos decir a Artur Mas que “fue un error poner plazo a la independencia” o a Puigdemont  que “el Govern no estaba preparado para materializar la DUI” o a Carmen Forcadell que se precipitaron “porque no había mayoría social” o al desorientado Toni Comín que les perdió la épica del procès en lugar de tener en cuenta la cruda realidad. Reconocen que se equivocaron y eso les honra pero ¿qué consecuencias sacan? Porque en política asumir responsabilidades significa sacar consecuencias no sólo privadas sino públicas.