Las asociaciones de víctimas, al
dejar solo al Presidente del Partido Popular, Pablo Casado, en sus críticas al
traslado de dos etarras, han desactivado la funesta manía de utilizar
partidariamente lo tocante al terrorismo, pero no la pregunta de qué hacer con
los presos de Eta.
Porque ciertamente no son presos
comunes que hayan infringido este o aquel artículo del código penal sino condenados
por delitos con un alto valor simbólico y político. Representan en efecto un
modo de entender la patria que les llevaba a matar, secuestrar, extorsionar y
amenazar a todo lo que supusiera un obstáculo. Ese modo de entender la lucha
política les ha marcado a ellos y también a la sociedad vasca. Como es mucho lo
que muere cuando se mata, la sociedad vasca ha quedado dividida entre los que
celebraban las muertes y los que lloraban a sus muertos, y, también empobrecida
física y moralmente. Si se pudiera contabilizar la cantidad de amistades rotas,
de verdad sacrificada, de justicia ajusticiada, de religión manipulada, de
represión de buenos sentimientos, de transformación de afectos compasivos en
otros de odio, de claudicación de argumentos racionales a manos de simplezas
pasionales, nos daríamos cuenta de la deshumanización y del envilecimiento que
acarrea la violencia terrorista.