¿Es el castellano una lengua de
imposición como dice la consellera de
Cultura, Laura Borràs? Desde luego. Y no sólo en Vic sino también en Venta de
Baños. Claro que hay que añadir enseguida “como todas las lenguas que
hablamos”. Todas son lenguas impuestas, también el catalán.
Un buen día preguntaron al filósofo
francés, Jacques Derrida, que cual era su lengua propia. No lo tenía fácil, él,
un judío nacido en Argelia, a la sazón colonia francesa. Su lengua maternal
debería haber sido el hebreo, que los padres habían olvidado; su lengua
natural, el árabe, pero Francia había decretado que en Argelia era una lengua
extranjera. Es verdad que hablaba francés desde pequeño pero con un acentillo
que le delataba como un extraño. Concluyó que no tenía lengua propia. La lengua
que hablamos no es nuestra porque nos precede y se nos impone.
Lo genial de su respuesta, recogida
en un libro memorable, es que su caso no era una excepción sino la regla. Las
lenguas que hablamos son el resultado de un proceso histórico violento. El caso
del castellano es ejemplar. Hablamos esta lengua porque en un momento sus
defensores consiguieron acallar el árabe o el hebreo. Si uno cierra los ojos
frente a las murallas de Ávila puede escuchar los ecos mudéjares o ladinos que
vienen de un pasado en el que esa ciudad estaba habitada por españoles judíos y
moriscos. La expulsión silenció sus lenguas. Pero sin necesidad de ir tan
lejos, bastaría pasearse por el Call de Girona y escuchar los lamentos en otras
lenguas silenciadas que vienen del pasado.
Las lenguas acompañan a los
imperios. Sería pues fácil explicar el dominio de las lenguas en clave colonial
diciendo que el dominador impone sus gustos y también su lengua. Pero Derrida
no piensa que eso explique todo. El problema no está en la domesticación de la
lengua, proclive a servir al amo, sino en el gusto de la cultura por el poder.
Como dice Walter Benjamin “no hay un sólo documento de cultura que no lo sea
también de barbarie”. El precio de las pirámides de Egipto fue el sufrimiento
de muchos pueblos esclavizados.
No hay ninguna razón de orgullo en
hablar las lenguas que hablamos porque no son nuestras en el sentido de que
seamos sus propietarios. Esas lenguas fueron de otros y nosotros las hospedamos.
Las lenguas están de paso y se
pervierten, sacando su aspecto más brutal, cuando se consideran con mando en
plaza. Entonces se imponen incondicionalmente a los hablantes, mientras se
presentan ante la historia como la lengua natural de ese lugar. Lo que, por el
contrario, humaniza las lenguas es el reconocimiento de las lenguas
violentamente silenciadas pero que están anónimamente presentes en la lengua
que hablamos. Si en el castellano hay un cuarto de palabras de origen arábigo,
Cervantes tenía razón cuando decía que El Quijote todo se lo debía al árabe,
lengua entonces ya proscrita. Está bien que la consellera prefiera el pluri- al bilingüismo, pero para cuidar la
lengua que habla y evitar los errores que denuncia, convendría tomar conciencia
de los silencios provocados y educar en su escucha. Así la lengua dejaría de
ser un arma arrojadiza.
Reyes
Mate, El Periódico de Catalunya, 11
de julio 2018.