25/4/18

Hay memorias que olvidan


            Las exposiciones como los museos pueden ser un viaje al pasado o un traer el pasado al presente, que no es lo mismo. Ejemplo del primer caso es el Museo de la Memoria de Santiago de Chile. El visitante es introducido en un tiempo pasado que le absorbe ciertamente pero que poco o nada tiene que ver con el presente. Su lema es “érase una vez”. Todo lo contrario de quien se adentre en la Casa de la Memoria de Medellín (Colombia). En ella el pasado está vivo. La vida de la ciudad está vinculada al pasado violento que tuvo lugar en ese mismo espacio. Se invita al visitante a que tome la palabra y cuente cómo lo vivió y cómo ese pasado ha marcado su biografía.

Sólo la verdad tiene derechos (reseña a: J. Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, 2005, Salamanca, 237 págs.)


            Ratzinger es un teólogo que acaba de ser nombrado Papa, nada extraño entonces que, ante un escrito suyo interese más que lo que dice, cómo lo dice. En su forma de pensar, de argumentar, podemos buscar claves que trasciendan el escrito y permitan vislumbrar cómo el Papa va a reaccionar ante los problemas de su Iglesia y del mundo.

            Este libro recoge escritos ya publicados, uno en 1963 en homenaje a Karl Rahner, y los otros, en la década de los noventa. Hablan de la relación de la fe cristiana con la cultura de su tiempo y con otras religiones. No es Ratzinger un pensador que oculte sus cartas, al contrario, ante cada situación aplica un esquema muy meditado que revela ese modo de pensar que, debido a su notoriedad actual, va a ser sometido a una investigación detectivesca.

11/4/18

La memoria que sopla de Auschwitz


            Son muchos los países que el día 27 de enero, día de la liberación de Auschwitz,  conmemoran oficialmente a las víctimas del holocausto. El Estado español y la Generalitat catalana también lo hacen. Dado el gusto de nuestro tiempo por las memorias, convendría pararse un momento y reparar en la singularidad de la conmemoración del holocausto judío. El 27 de enero  no tiene que ver con el 12 de octubre de 1492 o el 11 de septiembre de 1714. Del 1492 se festeja un triunfo, la conquista de un mundo nuevo que es valorado por la posteridad como un ejemplo de grandeza; del 1714 se recuerda una derrota, que es transmitida como una injusticia o la violación de una causa justa. Tienen las dos fechas en común, sin embargo,  que no cuentan las víctimas sino la grandeza del triunfo en un caso y la nobleza de la causa en el otro.

            La memoria de Auschwitz es diferente porque el epicentro son las víctimas de una violencia desconocida, literalmente impensable pues a lo largo de un antisemitismo milenario a nadie se le había ocurrido exterminar a todo un pueblo por el hecho de formar parte de ese pueblo. Esa monstruosidad impensable, perpetrada fríamente por un pueblo civilizado, el alemán, con el apoyo de una buena parte de la sociedad europea, iglesias e intelectuales incluidos,  ha tenido lugar. Y cuando lo impensable ocurre se convierte en lo que da que pensar. A eso, a la obligación de todos nosotros, los nacidos después de Auschwitz, de pensar la vida partiendo de lo que el ser humano ha sido capaz de hacer,  aunque escape a  los análisis más sesudos, a eso llamamos deber de memoria.

Hay valores que nos pierden


            Empezamos el año cargados con el mismo pesar que nos ha acompañado a lo largo de los meses pasados. Hay poca fe en las palabras de los políticos porque sospechamos que la crisis no está en sus manos. Se desdicen y se contradicen no porque quieran engañar sino porque no pueden dominar el monstruo con los medios a su alcance.  Quizá ha llegado la hora en que nos apliquemos el famoso dicho de Kennedy "no os preguntéis qué puede hacer el país por vosotros sino que podéis hacer vosotros por el país". Porque la respuesta a la crisis no está tanto en la política como en la sociedad.