Son muchos los países que el día 27
de enero, día de la liberación de Auschwitz,
conmemoran oficialmente a las víctimas del holocausto. El Estado español
y la Generalitat catalana también lo hacen. Dado el gusto de nuestro tiempo por
las memorias, convendría pararse un momento y reparar en la singularidad de la conmemoración
del holocausto judío. El 27 de enero no
tiene que ver con el 12 de octubre de 1492 o el 11 de septiembre de 1714. Del
1492 se festeja un triunfo, la conquista de un mundo nuevo que es valorado por
la posteridad como un ejemplo de grandeza; del 1714 se recuerda una derrota,
que es transmitida como una injusticia o la violación de una causa justa.
Tienen las dos fechas en común, sin embargo,
que no cuentan las víctimas sino la grandeza del triunfo en un caso y la
nobleza de la causa en el otro.
La memoria de Auschwitz es diferente
porque el epicentro son las víctimas de una violencia desconocida, literalmente
impensable pues a lo largo de un antisemitismo milenario a nadie se le había
ocurrido exterminar a todo un pueblo por el hecho de formar parte de ese
pueblo. Esa monstruosidad impensable, perpetrada fríamente por un pueblo
civilizado, el alemán, con el apoyo de una buena parte de la sociedad europea,
iglesias e intelectuales incluidos, ha
tenido lugar. Y cuando lo impensable ocurre se convierte en lo que da que
pensar. A eso, a la obligación de todos nosotros, los nacidos después de
Auschwitz, de pensar la vida partiendo de lo que el ser humano ha sido capaz de
hacer, aunque escape a los análisis más
sesudos, a eso llamamos deber de memoria.
Barbaries y genocidios ha habido
muchos pero sólo después del holocausto judío hemos empezado a hablar del deber
de memoria. No se trata sólo de acordarse del sufrimiento infligido a los
millones de judíos, gitanos u
homosexuales asesinados o perseguidos;
se trata sobre todo de hacer presente la
lógica letal con la que se ha construido la historia que llevó a Auschwitz pero
que sigue vigente. El deber de memoria es la denuncia de un modo de hacer
política que consiste en valorar las metas sin parar mientes en el coste humano
y social de esas conquistas. Ese modo de hacer política, que se acelera con los
nazis, viene de lejos. El ser humano siempre ha sabido que los imperios, las
conquistas, las colonizaciones, las riquezas o el poder, se han construido
sobre víctimas, llámense indios, esclavos, negros o, sencillamente, pobres. A algunas
mentes privilegiadas, como la del filósofo Hegel, esa constante no dejaba de
preocuparle y sorprenderle porque la historia del ser humano venía a demostrar
que era más violenta y destructora que el más feroz de los animales. Pero el
estupor le dura dos páginas porque enseguida encuentra la respuesta
tranquilizadora: las víctimas son el precio del progreso. El fascismo es un
buen discípulo del progreso. Si lo importante es llegar a la meta -en este caso
la meta era la fabricación de un hombre nuevo- quitemos de en medio todos los
obstáculos, empezando por lo que a sus ojos más podía ensuciar la pureza del
producto que perseguían: el judío.
Lo que preocupa al deber de memoria
es la vigencia o no de esa forma de hacer política. No perdamos de vista que
quien plantea el deber de memoria son los supervivientes. Cuando son liberados
nos cuentan que el infierno del que salen no se lo puede permitir otra vez la
humanidad. Hay que impedirlo. Y el remedio que propone es algo tan modesto como
la memoria de lo ocurrido. Los aliados no se lo toman en serio. Ellos tienen
otros proyectos más eficaces -el plan Marshall, una constitución democrática
para Alemania, etc.- pero ¿la memoria? Pues, sí, para los liberados el remedio
es el deber de memoria: frente a una lógica política basada en la violencia del
poder y del dinero, Auschwitz propone la memoria del sufrimiento que, como dice Theodor Adorno, se substancia
en esta regla: "dejar hablar al sufrimiento es la condición de toda
verdad".
Lo que debería preocupar a quien
honre el día de la memoria es el lugar del sufrimiento en los proyectos
políticos: ¿seguimos pensando que lo importante son los objetivos sin
detenernos en valorar el sufrimiento que esos proyectos conlleven? Sería
ridículo pensar que a los políticos no les importa el daño que generan el paro,
los recortes y todas esas medidas de austeridad. Lo sienten, seguro, pero lo
que nos dicen es que hay que pasar por el sufrimiento para recuperar la dicha.
Es la lógica letal del progreso y eso demuestra que no hemos aprendido ni
recordado nada. Porque si hay que recortar -y había que recortar en muchos campos porque el consumo
había secuestrado el sentido- siempre se puede hacer de dos maneras: o puño de
hierro con el de abajo y guante de seda
con el de arriba o puño de hierro con los de arriba y guante de seda con
los de abajo.
Reyes
Mate, (El Periódico de Catalunya, 26 de enero 2013)