Las exposiciones como los museos
pueden ser un viaje al pasado o un traer el pasado al presente, que no es lo
mismo. Ejemplo del primer caso es el Museo de la Memoria de Santiago de Chile.
El visitante es introducido en un tiempo pasado que le absorbe ciertamente pero
que poco o nada tiene que ver con el presente. Su lema es “érase una vez”. Todo
lo contrario de quien se adentre en la Casa de la Memoria de Medellín
(Colombia). En ella el pasado está vivo. La vida de la ciudad está vinculada al
pasado violento que tuvo lugar en ese mismo espacio. Se invita al visitante a
que tome la palabra y cuente cómo lo vivió y cómo ese pasado ha marcado su
biografía.
Madrid ha sido elegida para una
monumental exposición “Auschwitz” que se paseará por otras trece ciudades
europeas y americanas y cabe preguntarse si es un viaje al pasado o una
interrogación al presente. Hay que decir que es una potente muestra de lo que
fue la barbarie nazi, muy bien contada e ilustrada. El visitante sale de la
exposición como Don Quijote de la cueva de Montesinos. El hombre pensó que
había pasado dentro varias jornadas cuando en realidad, como bien le recuerda
Sancho, sólo fue poco más de una hora, menos que el tiempo del recorrido por
las salas de la exposición. Sale efectivamente abrumado porque no se visita
este pasado como quien va a un parque temático. Aquí se hace una experiencia.
Una película como La lista de Schindler,
de Spielberg, impresiona ciertamente. Las imágenes del film nos invaden sin que
poco o nada podamos hacer a cambio. Aquí es distinto: el recorrido es como una
lluvia fina que nos va calando en un diálogo interior insustituible que nos
obliga a preguntarnos cómo fue posible que en la culta Europa tuviera lugar
tamaña barbarie. Casi un millón de judíos fueron exterminados en Auschwitz. En
esa fábrica de muerte había días que se asesinaron a 12.000 deportados. En esta
exposición las impresiones se metabolizan en experiencia.
Al final del recorrido imágenes de
supervivientes invitan a detenernos un
momento para recoger su mensaje testimonial: que no olvidemos. El precio de la
visita no son los euros del billete de entrada sino el deber de memoria. Ahora
bien, si algo ha quedado claro en la ingente reflexión mundial que ha
desencadenado este acontecimiento que llamamos Auschwitz es que el deber de
memoria no se agota en el recuerdo de las víctimas sino que se prolonga en la
obligación de re-pensar nuestro tiempo teniendo en cuenta la barbarie que
cometimos. Esto afecta, de lleno, a Europa, teatro de la catástrofe. No se
puede pronunciar Auschwitz sin pensar en otra Europa. Y, en esto, la exposición
de Madrid es muda. El nacionalsocialismo llevó al extremo ideales identitarios
basados en la tierra y en la sangre, ampliamente compartidos. La memoria de
Auschwitz conlleva, como no se cansaba de repetir Jorge Semprún, convertir a
Europa en un espacio transnacional construido desde la razón y la libertad y no
desde los cuatro jinetes de apocalipsis que la habían llevado a su destrucción
(la sangre, la tierra, la religión y la lengua). De esa Europa no hay noticia
en la exposición.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 1 de abril 2018)