Empezamos el año cargados con el
mismo pesar que nos ha acompañado a lo largo de los meses pasados. Hay poca fe
en las palabras de los políticos porque sospechamos que la crisis no está en
sus manos. Se desdicen y se contradicen no porque quieran engañar sino porque
no pueden dominar el monstruo con los medios a su alcance. Quizá ha llegado la hora en que nos
apliquemos el famoso dicho de Kennedy "no os preguntéis qué puede hacer el
país por vosotros sino que podéis hacer vosotros por el país". Porque la
respuesta a la crisis no está tanto en la política como en la sociedad.
En el análisis de las causas que nos
han traído hasta estos abismos figuran términos como incapacidad, corrupción o
despilfarro que aplicamos a los responsables públicos, ya sean políticos,
banqueros o jueces. Es verdad que hay mucho de eso, pero ¿y si lo fundamental
no estuviera en el capítulo de errores sino en el de valores? Quiero decir con
esto que nos tendríamos que preguntar si lo determinante en la crisis no han
sido tanto los abusos o la incompetencia de los dirigentes cuanto los valores
que la sociedad compartía con esos dirigentes. Si esto fuera así la respuesta a
la crisis no consistiría sólo en corregir errores sino en cambiar de valores.
¿A qué valores me estoy refiriendo?
En primer lugar al del enriquecimiento. Crear riqueza era el objetivo de la
política, un objetivo que todos compartimos. Ahora resulta que nos estamos
empobreciendo: las cosas cuestan cada día más y los ingresos son cada vez
menores, por no hablar de los que no tienen ninguno. El empobrecimiento, que a
los más viejos trae malos recuerdos, es vivido como la negación de lo que ha
sido el esfuerzo de toda la vida. Sería una frivolidad imperdonable decir a
quien ha perdido los ahorros de toda una vida en Bankia, que la riqueza es mala
y la pobreza, buena. El objetivo de todos los esfuerzos contra la crisis es
precisamente combatir la pobreza. El problema es si el camino para ello
consiste en ensalzar la riqueza hasta el punto de convertirla en el no va más,
en la razón de ser de la política. La llamada a rebato para enriquecerse a
cualquier precio, que ha sido la tónica española hasta que estalló la crisis,
es la causa principal de nuestras desgracias. Al enriquecimiento nos hemos
entregado incondicionalmente todos, no sólo los dirigentes políticos. ¿Cabría
aquí un cambio de valores? Si resulta que el enriquecimiento ha sido causa
principal de la pobreza real en la que están sumidos tantos ciudadanos del
mundo, un cambio posible sería poner en lugar del dinero la vieja justicia o,
lo que es lo mismo, recuperar la advertencia de San Agustín: "no es más
rico el que más tiene sino el que menos necesita". No es moralina porque
si seguimos pensando que la riqueza es el mayor bien, los gobiernos serán
consecuentes salvando a los bancos y no a la personas, privatizando la sanidad
para enriquecer a los próximos o reformando la educación pensando en los que
van bien y no en los que van mal.
Otro valor que habría que revisar es
el del prestigio de la apariencia. Hace unos días, zapeando por el televisor,
me detuve en un programa que hablaba de la moda en el vestir.de los perros. Una
señora muy elocuente exhibía las últimas novedades, venidas de París y Milán,
sobre aparejos para chuchos. Dado el alto precio de los enseres, la señora
argumentó concienzudamente diciendo que "pudiendo, mejor que el perro
fuera bien, porque al fin y al cabo, lo que lleve nos representa". Es así.
Hasta ahora decíamos que éramos lo que teníamos: nuestro carnet de identidad
consistía en la marca de coche que conducíamos o en la marca del jersey que
vestíamos. Ahora damos un paso más y decimos que somos lo que lleva el perro.
Se valora la intimidad por cómo se representa. Quizá ha llegado el momento de
dar importancia a la vida interior, a la distinción entre ser y tener, a
sacudirnos el imperio de lo que se lleva o se dice, a ser libres.
Abunda la idea de que se está
produciendo una "pérdida de valores". Quien así piensa señala con el
dedo a abusos que son delitos. Las páginas de los periódicos están llenas de
ejemplos. Pero si esos abusos están tan generalizados es porque esos excesos no
son más que la otra cara de una moneda que todos valoramos. El problema no es
tanto el abuso como la entronización o el prestigio social de
"valores" como el dinero, el poder o la apariencia. El inconveniente
que tienen esos valores es que sólo existen si producen, al mismo tiempo, la
pobreza, el sometimiento y la negación de la propia valía o vida interior
Lo que resulta difícil de entender
es que todos los esfuerzos para salir de la crisis se cifren en el proyecto de
volver a las andadas, es decir, volver a los viejos buenos tiempos en los que nos
hacíamos ricos empobreciendo a otros que tenían la ventaja de estar lejos y por
eso de sernos invisibles. Ahora que hemos probado de la medicina que
aplicábamos a los que eran más débiles que nosotros, podríamos pensar que ha
llegado la hora de cambiar de rumbo. No serán los políticos los que tomen la
iniciativa. Lo harán sólo cuando vean que la justicia da votos, lo que no es
aún el caso.
Reyes
Mate (El Norte de Castilla, 5 de
enero 2013)