La expresión “banalidad del mal”, utilizada por
Hanna Arendt al final de Eichmann en Jerusalén, causó gran desconcierto.
Prueba de ello es el comentariado malhumorada de un Gershom Sholem lamentando
cómo Arendt hubiera cedido a la tentación del lenguaje publicatorio, ella que
estaba tan bien encaminada hablando del asunto en términos de “radicalidad del mal”(1). Arendt le contestó con un cierto desparpajo que sí, que “he cambiado de opinión” y por eso ya no habla de mal radical.
El desconcierto
sigue. Y, como prueba, estas recientes palabras de un escritor estadounidense(2):
“la evaluación que Arendt
hace de Eichmann y sus acciones parece especialmente curiosa. Hijo desclasado
de una familia de clase media, que de joven trabajó como vendedor ambulante de
fuel, Eichmann ascendió hasta convertirse en un alto funcionario nazi encargado
de deportar a los judíos de Europa a los campos de concentración. Pero Arendt
parece encontrar siempre una circunstancia que amortigua el hecho. ‘No entró en el Partido por convicción y nunca llegó
a convencerse’, escribe. No fue el odio
fanático contra los judíos, sino del deseo de progresar lo que impulsó su
trabajo como nazi, sostiene. Aunque Eichmann había visitado repetidamente
Auschwitz y visto el aparato de exterminio organizado allí, Arendt, señalando
que no había participado personalmente en las muertes, insiste en que su papel
en la Solución Final ‘se había
exagerado excesivamente’. Incluso tiene
ocasionalmente palabras benignas para Eichmann, citando pruebas, por ejemplo,
de que era ‘bastante amable con sus
subordinados’. Ante todo, concluye
Arendt, ‘no era un Iago ni un
Macbeth. Excepto por una extraordinaria diligencia a la hora de buscar su
ascenso personal, no tenía motivación alguna’. Dicha
valoración lleva a Arendt a exponer su famosa opinión sobre Eichmann: que representaba
la banalidad del mal”. Ahí se ve
como el concepto de banalización del mal es tomado por banalización del crimen
y del criminal.
Ahora bien, es en el
paso del “mal radical” a la “banalización
del mal” donde se opera una
profundización filosófica sobre el mal. De ello quisiera hablar, mirando de
reojo la reflexión paralela que lleva a cabo Adorno.