Para dar réplica a los sueños
soberanistas que en su momento alimentó el lendakari Juan José Ibarretxe, José
María Aznar armó un “bloque constitucionalista” al que invistió, para dotarle
de mayor empaque, con la autoridad de la expresión “patriotismo
constitucional”, una concepto que venía de Alemania y que había popularizado su
intelectual más destacado, Jürgen Habermas.
La verdad es que si hubieran
entendido el contexto alemán del término no hubieran invocado su patronazgo
tantos entusiastas españoles. Porque de lo que en realidad se trataba era de
cuestionar el patriotismo.
En aquellos años ochenta Alemania entendió que había
llegado el momento de preguntarse qué significaba su pasado nazi o, más
exactamente, en qué medida un acontecimiento como el holocausto judío
contaminaba la identidad alemana. Habermas y otros muchos defendían la idea de
que aquello supuso una ruptura irreparable. Es verdad que Alemania podía hacer
gala de una gran historia en todos los órdenes, pero lo ocurrido en los campos
de exterminio obligaba a deponer toda forma de orgullo nacional. De lo único
por lo que cabría sacar pecho era de poseer una constitución democrática que
había sido impuesta por los aliados. La expresión “patriotismo constitucional”
era así harto irónica, un matiz que pasó desapercibido en el (mal) uso que aquí
se hizo de ese tópico. Orgullosos, sí, pero de lo que tenían prestado.
Vuelve ahora a hablarse de partidos
soberanistas enfrentados a los constitucionalistas. A lo que no renuncian unos
y otros es a ser patriotas, es decir, a una identificación total con lo que
entiendan por nación. El patriotismo no repara en gastos. Si considera, siguiendo
a Horacio, que “es dulce y honroso morir por la patria” ¿por qué no sacrificar
un poco de bienestar, de convivencia o de seny si al final salvamos lo que da
sentido a la vida del pueblo? Habría que ver si merece la pena. Brecht se
preguntaba en un poema titulado “Cuestiones de un obrero que lee” si fueron
reyes los que construyeran las siete puertas de Tebas, o los que arrastraron
los bloques de piedra con los que se construyeron las pirámides o los arcos de
triunfo. No. Los señores no se manchan las manos ni mandan a sus hijos a las
guerras. Quien ha hecho andar las ruedas de la historia ha sido la gente de a
pie y no esas figuras abstractas que nos piden hasta el sacrificio de la vida.
Sigue siendo inexplicable por qué el
culto y laico Occidente rinde tales honores a la nación o a la patria. Dicen
expertos, como Hegel o Claude Lefort, que porque hemos transferido a esas
figuras políticas atributos divinos, como si encarnaran a los dioses que se han
ido. Eso explicaría algo pero no justificaría nada porque la relación entre el
individuo y el Estado o la Nación o la Patria es cada vez más difusa. Vivimos
en un mundo globalizado y por eso estamos atravesados por múltiples identidades
y, ya se sabe, cuando hay dos lealtades políticas se acabó la épica patriota.
El mestizaje amplia el horizonte y diluye los absolutos. Lo saben bien los emigrantes
o exiliados, pero también cualquiera que haya vivido intensamente en otro país
distinto del suyo. El patriotismo cotiza a la baja.
Reyes Mate (El Periódico de Cataluña, 12 de diciembre 2017)