Los “chalecos amarillos” han
aparecido de repente sin grandes palabras. No llaman a la subversión ni convocan
revolucionarias utopías. Sólo quieren vivir porque ven que sus condiciones de
vida son en un tormento. Su palabra más fuerte es el manso término de
sufrimiento que se ha convertido en el verdadero estandarte del movimiento.
Quieren cambiar sus vidas dejando hablar al sufrimiento.
Quizá siempre haya sido así. El
sufrimiento que provoca el hambre, por ejemplo, puso en marcha la historia
revolucionaria y, hoy en día, impulsa el cortejo migratorio de millones de
personas. Pero hay algo que diferencia lo que está ocurriendo ante nuestros
ojos de lo que nos han contado: no están dispuestos a canjear el relato del
dolor que les causa el vivir por una ideología política o filosófica que se lo
gestione.
Si dan más importancia al relato que
a las ideas es porque han aprendido la lección. Conocemos movimientos
revolucionarios de campesinos y obreros que también nacieron como protesta
contra el dolor del vivir pero que enseguida fueron “reconducidos” por ideologías
salvadoras que les traicionaron porque daban más importancia a sus grandes
proyectos históricos que a aliviar el sufrimiento real. Hicieron mal negocio
poniendo la angustia que suponía no dar de comer a los hijos, ni disponer de un
hogar donde calentarse, ni poder pagar al médico cuando caían enfermos, en
manos de una ideologías que prometían la salvación de la clase obrera al precio
de nuevos sufrimientos.
Lo que se deduce de la mucha
literatura que ya ha producido este joven movimiento es que no quieren repetir
errores. Quieren vivir y por eso plantean su vida como una pregunta concreta y
doliente que no admite escapatoria. El sufrimiento, en efecto, es lo que nos
individualiza porque se pega al cuerpo de cada cual como un dolor que pregunta
por lo suyo y sólo se va cuando se le alivia. La lección aprendida es que el
sufrimiento individual no se cura transfiriéndole a un concepto universal como
la clase, el pueblo, la raza o el proletariado. En los años cincuenta hubo en
Francia un sonoro debate entre los dos intelectuales más prestigiosos del
momento; Jean Paul Sartre y Albert Camus. El primero, compañero de viaje del
comunismo, no entendía por qué le interesaba al segundo más el sufrimiento de
un solo inocente que la salvación de la clase obrera. Camus lo tenía claro: si
sacrificas el sufrimiento de un solo individuo al bienestar de un colectivo es
porque lo importante no es aliviar el sufrimiento sino implantar un orden
mundial aunque sea al precio de nuevos sufrimientos.
No les será fácil mantener esta
prioridad del relato del sufrimiento frente a las ideas políticas. Aquí lo
intentaron el 15 M y fracasó. El sufrimiento es peligroso e insoportable hasta
para los propios revolucionarios porque obliga a medir la política no por el
bienestar que promete sino por el sufrimiento que supera. Quién sabe si este modo
compasivo de entender la política no es un nuevo camino, una vez que las
ideologías conocidas han demostrado que causan más dolor que felicidad
prometen.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 3 de
enero 2019)