La política es palabra y cuando
hablamos queremos, por un lado, darnos a entender y, por otro, alcanzar un
entendimiento. Inseparable pues del noble arte de la política son estas dos
tareas: valorar críticamente lo que hacemos o proponemos y, también, buscar
acuerdos. El frenesí que caracteriza a la política en la era de la informática
apenas si deja tiempo para lo esencial, es decir, para sopesar el resultado de
unas elecciones, por ejemplo, y desentrañar su significación. Lo que se les
pide a los políticos es que siga el espectáculo, esto es, que busquen acuerdos
para que las instituciones funcionen. Importa la decisión más que su contenido.
Las últimas elecciones están
cargadas de significaciones nuevas que no hemos tenido tiempo de descifrar
porque ya nos encontramos en otro tiempo, el de los pactos. Sería, sin embargo,
una temeridad para la democracia española que los partidos políticos
tomaran decisiones sin registrar
debidamente los mensajes esenciales que han emitido los votantes.
Al Partido Popular le han mandado el
recado de que no se ha tomado en serio la corrupción. Puede que su descalabro
tenga varias causas (desgaste por gobernar, levedad de su líder, errores
manifiestos, etc.) pero la de mayor alcance ha sido su compadreo con la
corrupción. Nada han hecho por desenmascararla ni por combatirla. Han
reaccionado puntualmente cuando no había más remedio, pero es difícil borrar de
la imaginación de la gente la imagen inducida por Bárcenas de un Rajoy metiéndose el sobre en el bolsillo.
Dicen que esa foto existe, pero, aunque no existiera, es una imagen verosímil
que representa bien la libre circulación del fraude por los vericuetos de este
partido. Los daños de la corrupción son muy profundos y ahí siguen carcomiendo
los fundamentos de la política. Mientras no la combatan a fondo -y esto
significa asumir responsabilidades por parte de los dirigentes, empezando por
el propio Rajoy- hasta los mejores estarán bajo sospecha.
Al PSOE se le pide una refundación.
Si quiere poner fin a la una larga e imparable decadencia que arrastra desde
los últimos tiempos de Felipe González, tiene
que reconocer que el problema está en él mismo y no en la mala suerte de una crisis colosal
que pasó por encima a un endeble presidente como era Zapatero. Ese mal interno
es haber olvidado que un partido como el socialista está en función de la
sociedad y no al revés. Se ha alejado de sus votantes, incluso de sus
militantes, para ser la suma de sus burócratas. Ha perdido la cultura de la
generosidad a cambio de la del chalaneo. Al que trabaja por la organización le
falta tiempo para exigir un cargo de responsabilidad, por eso no figuran los mejores
entre sus dirigentes ni entre los candidatos a cargos públicos. Sus males no se
arreglan conquistando la jefatura del gobierno sino mediante una profunda catarsis
de sus instituciones y militantes.
A Podemos le puede perder la prisa.
Han llegado porque se les esperaba pero han traducido prematuramente el
entusiasmo social por ansia de poder. La imagen de Pablo Iglesias en el día de
las elecciones imponiendo condiciones de imposible cumplimiento, se puede explicar
por la bisoñez pero en nada responde a lo mucho que de ellos se espera. La
novedad o el aire fresco que ellos pueden aportar deberían ser entendidos como
un proceso de largo alcance que incluye una renovación moral de la política y
de los políticos que de momento no está ni planteada. Para pagar el plan social
que quieren llevar a la Constitución, es decir, para asegurar
constitucionalmente el techo, la salud, la escuela y las pensiones, sería
necesario una cultura de la austeridad que no existe ni entre los que le votan.
De momento ellos han aportado vistosos elementos estéticos (la mochila, la
coleta, el desenfado en el vestir) pero habría que pasar a su versión ética, es
decir, habría que empezar a hablar del político virtuoso, ese que, según
Aristóteles, ha demostrado antes de hacer política madurez humana y
profesional. Para eso hace falta tiempo pero vale la pena porque es más
importante el camino que la meta.
Corrupción, endogamia y prisa, tres
obstáculos para un tiempo nuevo que cada partido tiene que sortear limpiamente
para que el entendimiento que ahora se logre no repita, aunque con nuevos
actores, vicios pasados.
Reyes
Mate (revista Bez.es, enero 2016)