El Partido Socialista que tantas
plumas ideológicas ha ido dejando en el camino, mantiene como último baluarte
de su identidad la defensa de la escuela pública. No hay programa electoral que
no la mencione. Esta vez, sin embargo, el breve anuncio de que la enseñanza
confesional tendrá que salir "del curriculum y del horario escolar"
ha levantado ampollas.
Es lógico. La iglesia católica
consiguió del estrambótico ministro de educación, Ignacio Wert, lo que ni
siquiera Aznar estuvo dispuesto a conceder, a saber, que la religión formara
parte del curriculum. Una vez conseguido este privilegio, los colegios
católicos, con sus obispos a la cabeza, no van a soltar la presa. De momento ya
han pervertido los términos del debate al dejar caer que no se trata sólo de
que la religión no puntúe como la matemáticas sino que los socialistas van a
impedir la clase de religión en los colegios privados concertados. Esto no
sería posible, aunque lo quisieran, porque les ampara, por un lado la ley
orgánica del derecho a la educación (la famosa LODE), que reconoce el derechos
de los centros privados a tener ideario propio, y, por otro, el artículo 27 de
la Constitución que habla de la libertad de enseñanza.
Esos son ruidos. Donde está el
debate que importa a la sociedad es en la enseñanza de la religión en la
escuela. Y aquí nos encontramos con dos posiciones enfrentadas que no llegaron
a un consenso en el debate constitucional y por eso aparecen en el artículo 27
juxtapuestas.
Por un lado se menciona ahí "el
derecho a la educación". Es la clave republicana a la que se debe el
socialismo español. Habla de la obligación del Estado a proporcionar a todos una
educación gratuita y obligatoria. Y, a continuación se añade: "se reconoce
la libertad de enseñanza". Es el guiño a la enseñanza privada religiosa.
Se reconoce el derecho de los centros a ofrecer enseñanza confesional. La
Constitución ofrece espacio para la pública y la privada. Pero ¿qué pasa cuando
en la escuela pública se cuela un modo de enseñanza que no es propia de la
cultura laica (otra forma de llamar a lo público) sino de la
privada/religiosa?. Algo chirría sobre todo si, como hizo el ministro Wert, da
un valor académico a esa actividad que deja en desventaja a los alumnos que no
quieran ir a esa clase.
A estas alturas de los tiempos no
tiene ninguna justificación la enseñanza confesional en la escuela pública. No
puede ser que sean los obispos los que autoricen los textos de una escuela
pública o a los profesores que los imparten. Eso sólo se explica por la
vigencia de unos acuerdos con la Santa Sede, aprobados con nocturnidad y
alevosía antes de la aprobación de la Constitución. Nada pues que objetar a la
propuesta del Partido Socialista, si no es la reserva de que no lo cumplan.
Dicho esto, queda lo esencial por
aclarar: ¿qué hacer con la religión en la escuela pública? Lo cómodo es
convertirla en una "maría": que no puntúe y se dé fuera del horario
lectivo. Con esta salida lo que estamos preparando son generaciones de
analfabetos en religión. Y eso no nos lo podemos permitir entre otras razones
porque nuestros valores políticos (igualdad, libertad, fraternidad, etc.) son
valores religiosos secularizados. La política no genera valores sino que los
toma de la sociedad y los eleva a principios políticos. Si cortamos la relación
de la cultura laica con sus fuentes religiosas corremos el peligro de
agostarla. Este sería al menos el debate que valdría la pena; un debate, por
cierto, al que es profundamente alérgico el socialismo español. Por eso habría que pensar en una enseñanza no
confesional de la religión, dada por profesionales, común y obligatoria, como
las matemáticas, ahora sí.
Reyes
Mate (revista Bez.es 22 de Octubre 2015)