Desde el jueves día tres de
diciembre los colombianos pueden circular por la Unión Europea sin necesidad de
visado. Una noticia menor si no fuera porque hace quince años, cuando se les
impuso esa carga, Gabriel García Márquez, Fernando Botero y otros intelectuales
colombianos, protestaron vivamente con unos argumentos inéditos, anunciando,
además, que no volverían a España mientras eso no se arreglara. El Nobel de
Literatura murió sin volver a pisar nuestra tierra.
No argumentaban esgrimiendo agravios
comparativos (a los argentinos o mexicanos, por ejemplo, no se les pedía) o
falta de reciprocidad (en Colombia no nos lo exigen), sino responsabilidad
histórica. “Aquí”, decía la carta, “hay brazos y cerebros que ustedes
necesitan. Somos hijos, o si no hijos, al menos nietos o biznietos de España. Y
cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda de servicio: somos los
hijos o los nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por
España. No se nos puede sumar a la hora de resaltar la importancia de nuestra
lengua y de nuestra cultura, para luego restarnos cuando en Europa les
conviene. Explíquenles a sus socios europeos que ustedes tienen con nosotros
una obligación y un compromiso históricos a los que no pueden dar la espalda”.
Nos decían que nosotros, los
españoles, tenemos una deuda histórica con esos pueblos. Tenemos en buena parte
una historia común y nuestra realidad presente tiene que ver con ese pasado
compartido. Somos sus herederos. Lo que pasa es que unos han heredado las
fortunas y otros los infortunios. Lo que estos intelectuales colombianos nos recuerdan
es que hay una relación entre fortunas e infortunios en el sentido de que
nuestro bienestar está construido sobre
sus espaldas. El que hoy les acogiéramos fraternalmente sería una forma de
restitución. Les duele ese olvido histórico: les duele que sólo invoquemos lo
iberoamericano "a la hora de resalar la importancia de la lengua" y
nos desentendamos de ellos "cuando en Europa les conviene".
Esto dicho en el año 2001 resultaba
un poco excéntrico. Recurrir a los tiempos de la conquista para fundar un
derecho contemporáneo, parecía traído por los pelos. Hoy, sin embargo, no nos
parece tan descaminada esta forma de argumentar. En estos tres último lustros
la memoria ha hecho un largo camino. Francia, con la Ley Taubira, ha
reconocido, ante los descendientes de esclavos de sus colonias, las culpas
pasadas por las prácticas esclavistas. Países centroafricanos han planteado
ante organismos internacionales demandas por los atropellos pasados. El Congo se ha
enfrentado a Bélgica por la rapiña y genocidio de su rey Leopoldo II...Desde el
momento en que la memoria entra en escena, no cuenta el tiempo transcurrido,
sólo si la injusticia pasada ha sido o no reparada. Esa es la "débil
fuerza mesiánica" de la memoria, de la que hablaba Walter Benjamin.
"Débil" porque sólo funciona si damos crédito a la memoria y eso no suele
ocurrir. Pero "fuerza mesiánica" porque es capaz de hacer presente y
de proclamar vigente cualquier injusticia pasada a la que no le haya hecho
justicia.
Los colombianos ya pueden circular
libremente, pero no sé si eso le hubiera dado mucha alegría a García Márquez,
porque el visado ha desaparecido no porque nos hayamos tomado en serio la
responsabilidad histórica sino porque pensamos que ellos han cambiado. La
imagen de Colombia no es ya la del país asolado por la violencia de los narcos,
guerrilleros, paramilitares y militares.
Ahora se nos parecen más y por eso les declaramos bienvenidos. Para el autor de
Cien años de soledad, una novela
genial que es al tiempo un soberbio tratado de la memoria, esta decisión de la
Unión Europea es un episodio más de olvido.
Reyes
Mate (revista Bez.es, 8 de Diciembre 2015)