EH Bildu
acaba de pedir disculpas por “no haber estado al lado de las víctimas de Eta” y
también porque con su “actitud política han agravado el dolor de estas
personas”. Es un paso más en el proceso crítico que llevan haciendo desde el
final de Eta hace un par de años.
Al
reconocer que es “un paso más” están dando a entender que eso no basta, algo
que le han recordado las víctimas. Al fin y al cabo el mundo representado por
estas organizaciones era el que suministraba legitimación ideológica o incluso
la logística imprescindible para la perpetración del crimen. Entonces, ¿qué es
lo que falta?
Las
palabras tienen su tiempo, por eso hay momentos en que son plenamente
significativas y, otros, en los que nos resultan agotadas y agostadas.
Lamentar, por ejemplo, “no haber estado del lado de las víctimas” hubiera
tenido grandeza moral si hubiera sido dicho cuando las víctimas eran asesinadas
y la familia tenía que enterrar a sus muertos en la clandestinidad porque ni la
iglesia les acompañaba. Pero esas mismas palabras, dichas hoy, cuando Eta ha
sido derrotada y ellos han descubierto la ganancia electoral que les reporta el
abandono de la violencia, son claramente insuficientes, aunque no superfluas.
No
bastan porque ya son inoperantes frente a la práctica de la violencia, por eso
si quieren contribuir eficazmente al proceso de paz tienen que enfrentarse a
los daños causados por la violencia - que siguen ahí esperando justicia- y que
fueron llevados a cabo “en nombre del pueblo vasco”, el imaginario que ellos
conformaban. Pues bien, entre esos daños unos son reparables y otros irreparables.
Gracias a políticos que no han sido ellos (y a veces contra ellos) se han
dictado leyes y tomado medidas orientadas a reparar lo reparable: ayudas
materiales a las familias, memoriales de los atentados, fomento de estudios
para esclarecer la verdad, etc. En este capítulo, Bildu y compañía tienen mucho
que aportar porque, no lo olvidemos, las balas asesinas tenían un mensaje
político, a saber, que ellos, las víctimas, no contaban en la construcción de
esa patria vasca en cuyo nombre mataban. Se les negaba el derecho de
ciudadanía. Bildu, que tanto poder político local tiene, puede reparar ese
daño, por ejemplo, eliminando del paisaje cualquier referencia que tome al
matón por héroe y llevando a las ikastolas el principio humanitario de que
matar a alguien por una idea, no es defender una idea sino cometer un
asesinato. Un viejo y elemental principio que muchos de ellos aún no han
descubierto. Con este tipo de medidas pueden devolver a las víctimas el respeto
ciudadano que la violencia trató de negarles.
Más
complicado, más exigente pero más necesario es enfrentarse al daño irreparable:
¿qué hacer ante la vida asesinada? Lamentar su muerte significa, por un lado,
desear que ojalá aquello no hubiera ocurrido porque el error pasado es una
pérdida irreparable Y, por otro, tomar conciencia del daño que uno se hace a sí
mismo, cuando mata a otro. Se deshumaniza hasta el punto de romper todos los
puentes personales que le puedan conectar con lo humano de la existencia. El
único puente que le queda en pie es…la víctima, la autoridad de la víctima.
Necesita de la víctima para demostrarse a sí mismo que él no es un asesino de
por vida aunque haya cometido o contribuido al asesinato. Pedir perdón es pedir
una segunda oportunidad, la de demostrar a la víctima que puede comportarse
como un ser humano. El perdón no es optativo sino la puerta giratoria que le
devuelve a la comunidad de humanos.
Si la
“reflexión crítica” de Bildu va en serio y no es mera operación estética
debería operar un cambio copernicano: no importa tanto el análisis crítico de
sus intenciones cuanto valorar la autoridad del sufrimiento de las víctimas.
Sin ellas nunca superarán la miseria moral acumulada.
Reyes Mate (revista Bez.es, 16 de Noviembre 2015)