Con
doce millones de copias hasta la derrota y muerte en 1945 de su autor, Adolf Hitler, Mi lucha es seguramente el libro que, después
de la Biblia de Lutero, más ha influido en la historia alemana. La Asociación
de Profesores Alemanes entiende que, tras setenta años de condena, el libro
maldito puede entrar en las aulas bajo rigurosas condiciones. Sólo se hablará
del libro, en efecto, en las clases de bachillerato y se manejarán extractos de
la edición crítica que acaba de aparecer en Munich. Sus casi 3.500 comentarios,
destinados a explicar el origen de las ideas y, sobre todo, a rebatirlas, ayudarán
a vacunar a los jóvenes lectores de cualquier peligro de contagio.
El
hecho de colocar en la estantería de un Instituto de Bachillerato el panfleto
de Hitler junto a clásicos tan venerados como Goethe o Schiller, tenía que
generar polémica y así ha sido. Muchos alemanes piensan que para informarse
sobre esa oscura etapa de su pasado, hay mejores libros de historia. La
Asociación de Profesores mantiene, empero, su decisión argumentando que "explicar
los mecanismos de la propaganda, forma parte de una educación moderna".
Mi lucha no es un panfleto escrito por
un cabo de pocas luces. Es verdad que no brilla por su originalidad, pero ese
medio millar de páginas son la expresión de sentimientos primarios, fuertemente
reprimidos por la cultura dominante, que Hitler despierta, consiguiendo
ponerles a su disposición. Le seguirán hasta la derrota final. Si nos
preguntamos cómo el pueblo “de poetas y pensadores” se transforma de repente en
el de "rábulas y verdugos", como decía Karl Kraus, la respuesta está
en este libro.
Pese a su manifiesto desorden, ese
mal pintor que era Hitler consigue dibujar claramente las líneas maestras de lo
que se ha dado en llamar el hitlerismo. En primer lugar, convoca las
frustraciones personales de todo tipo, los resentimientos políticos por las
condiciones leoninas de la Paz de Versalles y el orgullo nacional herido, en torno a la bandera del nacionalismo. Luego
se presenta él mismo como el caudillo redentor, el Führer, que sabía lo que quería su pueblo y que él podía satisfacer
si los demás se sometían ciegamente a su liderazgo. El secreto de la estrategia
hitleriana radicaba en la común-unión, en la atracción del concepto de pueblo,
asunto nada fácil habida cuenta de la pluralidad de las frustraciones.
Intuitivamente descubrió el cemento con el que conjuntar tantos desgarros:
había que identificar a un enemigo que fuera de todos. Tenía que ser alguien
bien conocido, extraño a la propia sangre, marginal en la historia, pero
alguien que, pese a ser extraño y marginal, hubiera salido airoso de la brutal
crisis económica y social que les anegaba a ellos, los miembros del pueblo
superior. Era el judío. El antisemitismo como expresión del odio al otro fue la
piedra angular del nacional-socialismo. Con estos mimbres librescos Hitler fabricó
una locura política que sembró la historia de cadáveres. Lo que así se
escribió, se hizo luego historia. La importancia de un modesto libro, llamado Mi lucha, es que hubo Auschwitz.
¿Servirá
este libro en las escuelas para desactivar las tentaciones extremistas de los
jóvenes? Siempre se puede aprender de los libros, pero lo que no se puede
perder de vista es que a quien sedujo el hitlerismo no fue a grupos radicales
sino a la gente normal. La salud o la enfermedad de una sociedad no se mide por
el ruido que provocan grupos de jóvenes extremistas, sino por la violencia
latente en ciudadanos normales con talantes y opiniones políticamente correctos.
Los actores del desastre era gente que leía a Rilke por la mañana y tocaba a
Schubert al caer la tarde: esos fueron los que accionaron durante sus horas de
trabajo las cámaras de gas. Y Hitler supo con este libro metabolizar las
frustraciones, resentimientos y deseos de la mayor parte del pueblo en un
nacionalismo militante que tenía que ser necesariamente excluyente, antisemita,
para que "el ser alemán" tuviera perfiles bien definidos.
La
lectura crítica de Mi Lucha puede ser
eficaz, pues, para combatir la tentación nacionalista. ¿Se encuentra Alemania
en esa situación? Hay señales preocupantes. El excanciller Helmut Schmidt
criticaba hace unos años a Angela Merkel y a los políticos de su generación por
haber olvidado que “Auschwitz”, es decir, la traducción práctica de las ideas
hitlerianas, prohibía a los alemanes el recurso a claves nacionalistas para
afrontar los problemas europeos. Y Habermas dijo en Madrid que “Alemania cuando
ha sido nacionalista no era democrática y viceversa”. Parece que a los docentes
lo que les preocupa es el yihadismo, la islamofobia y el neonazismo; ahora
bien, lo que este libro revela es la capacidad destructora del nacionalismo.
Del hitleriano, por supuesto, pero no sólo.
Reyes Mate, (El Periódico, 24 de Enero 2016)