Para no incriminar al Islam en los
recientes atentados de París, toda declaración políticamente correcta debía
separar cuidadosamente la violencia de la creencia islámica. Una cosa es el
fanatismo yihadista y otra, la fe en Mahoma. Era una medida prudente, habida
cuenta de la islamofobia reinante, pero tan discutible en sí misma que no ayuda
a medio plazo a resolver o disolver el viejo asunto de la violencia religiosa.
Porque la verdad es que las tres
religiones monoteístas tienen un alma violenta. No hay más que echar un vistazo
por las tierras mediterráneas pobladas de guerras santas. La tolerancia sólo
llegó a Europa cuando la política se desentendió de la religión. Sólo se llegó
a ese punto cuando las mentes más clarividentes de la Ilustración reconocieron
que las guerras seculares de nuestro entorno tenían una raíz teológica que
había que aclarar de una vez por todas. El dramaturgo Efraim Lessing la planteó
genialmente en su obra Natán el Sabio
al preguntarse "¿cómo tres religiones distintas, con pretensiones de
verdad absoluta, pueden ser al tiempo verdaderas?". Ahí la guerra está
servida porque cada una querrá hacer valer su verdad excluyente "por lo
civil o por lo militar". La salida la ofrece el protagonista de la obra,
el sabio Natán, cuando dice que todos "antes que diferentes somos
iguales". Antes que judíos, moros o cristianos, somos seres humanos. La
tolerancia comenzó el día en que la política dejó de inspirarse en la religión
y aceptó basarse en la humanidad que nos une.
Al catolicismo le costó entenderlo.
La iglesia condenó la modernidad y anatematizó la libertad echando mano de armas
espirituales y materiales. Hasta se prohibió a los católicos leer periódicos
liberales (exceptuando eso sí, "la información sobre cotización de la
bolsa"). Todavía hoy la jerarquía católica española más que compartir la
democracia, la sobrelleva.
Lo que ahora nos preguntamos es si
el Islam puede hacer el mismo camino, si su alma hospitalaria y convivencial es
compatible con una cultura política no excluyente como la laica. Nada hay que
lo impida pues estructuralmente el Islam es mucho menos excluyente que el
cristianismo o el judaísmo. Por María y Jesús hay en el Islam un respeto que no
se da entre los cristianos por Mahoma, por ejemplo. Y en su historia hay
teóricos de la tolerancia como Averroes sin parangón en el cristianismo de la
época.
El problema no es su capacidad de
cohabitación con la democracia, como sistema político, sino la laicidad. Propio
de esta es tratar la religión no en clave confesional sino desde la razón
crítica. Lo explicaba bien el filósofo Jürgen Habermas en el debate que sostuvo
con el anterior Papa, Joseph Ratzinger. El viejo Habermas que se había jactado
en su juventud de tener "poco oído para la religión", reconocía ahora
la importancia de valores religiosos para la construcción de una democracia
mejor, pero a condición de que "hablaran el mismo lenguaje que los
ciudadanos". Las religiones tienen su sitio en la democracia a condición
de que los creyentes aprendan a
presentar sus valores laicamente. No estaba defendiendo algo tan obvio como que
sin cultura religiosa nos costaría entender la pintura de El Greco, la grandeza
de las catedrales medievales o los entresijos de nuestros mejores escritores,
sino otra cosa mucho más sutil. Pedía a los creyentes que se esforzaran en
presentar sus valores o propuestas no en el lenguaje de la fe sino en el de la
razón. Por ejemplo, que si se oponían a la ley del aborto no fuera porque lo
dice el Papa o el Corán sino porque tienen argumentos científicos o morales.
Esta invitación a hablar de lo religioso
con el lenguaje de los hombres tenía dos grandes ventajas; por un lado, incitar al creyente a manejar argumentos que
pueden ser compartidos o rebatidos por los demás. Y, por otro, educar a ese
mismo creyente en el manejo de una razón crítica que le permitiría distinguir
en su religión lo aceptable de lo inaceptable. El creyente no tiene que
renunciar a su lenguaje sino esforzarse en traducirle. Y esto no se aprende en
las mezquitas o iglesias sino en las escuelas cuando se abordan estos temas
desde la historia o la filosofía de las religiones.
Esta tarea de pasar la creencia por
el cedazo del lenguaje secular es algo que afecta al Islam pero también a las
otras religiones porque no olvidemos que todavía en España y a estas alturas de
la historia, las Cortes nos han aprobado la ley Wert que eleva la catequesis en
la escuela a asignatura de primer orden. ¡Esta ley sería el sueño de los
yihadistas! Urge por tanto llevar a la escuela el estudio de las grandes
tradiciones religiosas pero hecho con la mirada crítica y universal de la
enseñanza laica y no con la corporativa de las respectivas religiones. Esto
enriquecería a la democracia pero también a los propios creyentes porque les
ayudaría a no comulgar con ruedas de molinos.
Reyes
Mate (El Periódico de Catalunya, 12 de diciembre 2015)