La filosofía no goza de buen
predicamento. Hace unos días en el programa de Radio "A vivir que son dos
días", el presentador hacía un avance de los espacios que iban a recorrer
para concluir diciendo "y al final, de filosofía, si no hay más
remedio". Recordé entonces lo que me ocurrió en un Instituto de
Bachillerato al que fui invitado para hablar de la revolución francesa. Llegó
el turno de preguntas y nadie levantaba la mano, hasta que una jovencita se
puso de pie y como quien no dice nada espetó de repente: "bueno, yo
pensaba que todos los filósofos estaban muertos". Me dio que pensar una
salida como esa. ¿Llegó a esa conclusión porque su profesor sólo les hablaba de
personajes difuntos o porque lo que oía le parecía cosa de otro mundo, de un
pasado remoto o, incluso, de ultratumba?
Pienso que el mal trance por el que
está pasando la filosofía no tiene que ver sólo con "el plan Bolonia"
o "el dominio planetario de la mentalidad tecnológica", sino también
con nosotros mismos, con lo que ofrecemos, con frecuencia tan abstracto y
confuso.
Tenemos pues que exigir el lugar que
le corresponde a la filosofía pero ...desde la autocrítica. Y podemos
reivindicar un mejor trato a la filosofía por parte de la administración porque
la filosofía es vital, tan necesaria como el oxígeno que respiramos. Y no
exageramos al decir esto porque lo propio de la filosofía no es hacer un
recorrido por nombres del pasado sino enseñar a pensar. Y eso ya son palabras
mayores. Uno de esos filósofos muertos decía que "pensar consiste en
desprenderse de lo ya sabido". Lo ya sabido debe ser objeto del
conocimiento, pero pensar significa dar un paso más hacia lo desconocido.
El método para ese viaje que nos
enseñaron los filósofos pioneros era el asombro. Cuando uno se asombra es
porque ve algo que no entiende, que no le cuadra, y se pregunta entonces por su
sentido. Enseñar a asombrarse, a sorprenderse, a preguntar, es el camino del
pensar.
Como nos piden que contemos qué
hacemos, tendré que hablar de algunas de esos asombros que han desencadenado la
actividad filosófica que uno ha recorrido. Hace unos veinticinco años propuse a
un grupo de filósofos dispersos si compartían conmigo el hecho de que nadie en
España ni en el mundo hispanohablante se hubiera preguntado por el significado
de la mayor catástrofe humanitaria de la historia, a saber, Auschwitz. Algo se
empezaba a mover entonces en Alemania, Francia e Italia, pero en España se
pensaba que aquello no iba con nosotros. Cosa de judíos y alemanes; un asunto
para historiadores; algo menor desde el punto de vista filosófico. Recuerdo que
presenté a una revista de pensamiento el tema para hacer un número monográfico
sobre el tema y la respuesta mayoritaria fue: "ese tema no tiene enjundia.
Si quieres hacemos un número sobre el problema del mal". Contra viento y
marea se armó un grupo donde había de todo: historiadores, filósofos, algún
jurista, algún literato, algún dramaturgo, algún editor. El proyecto al día de
hoy sigue vivo. En su seno se han elaborado categorías sobre la memoria, las
víctimas o la injusticia que han trascendido el espacio académico y han
fecundado debates como la memoria histórica, las víctimas de Eta, la justicia
transicional, las conversaciones de Paz en Colombia, los centros memoriales,
las víctimas viales o las teorías de la justicia. Del grupo han nacido igualmente
impulsos que han ayudado a las editoriales a traducir textos imprescindibles.
Incluso se han acercado al grupo cineastas, pintores y artistas en busca de
información y sugerencias.
Naturalmente que no hemos cambiado
el curso de la historia pero hemos contribuido a entenderla un poco mejor.
En los Cuadernos Negros de Heidegger que acaban de traducirse al español,
dice el filósofo alemán que "si los filósofos tienen que preguntarse por
el sentido de la filosofía, señal de que su filosofía está muerta". Si la
filosofía es fiel a su tarea de pensar, no habrá que preguntarse por su sentido
pues será indiscutible. Lo discutible es convertirla en escolástica estéril de
lo que los filósofos han dicho. Acabo por donde empecé, reivindicando un lugar
más decisivo para la filosofía, pero conscientes de que los filósofos
profesionales hemos contribuido poderosamente a su irrelevancia.
Reyes
Mate (Intervención en una mesa redonda, en el día mundial de la
filosofía, Madrid, 19 de noviembre 2015)