(Primo
Levi y Leonardo de Benedetti, Así fue
Auschwitz. Testimonios 1945-1986, Península, 2015, Barcelona)
Así
fue Auschwitz recoge trabajos fundacionales de Primo Levi, es decir,
escritos de primera hora, como el Informe
sobre la organización higiénico sanitaria del campo de Monowitz, redactado apenas
liberado al alimón con el médico De Benedetti, o la declaración minuciosa e
inédita que hizo al llegar a casa de 30 deportados italianos para que las
familias italianas supieran de ellos, o testificaciones para los procesos de
Höss, Eichmann o Bosshammer, amén de una quincena de artículos sobre su vida de
deportado. Lo que tienen en común -y lo que justifica según sus editores esta
edición- es captar ese momento de novedad que trae el superviviente, consciente
de que ha vivido lo impensable, y que tiene que hacerlo comprensible a un mundo
que no se lo puede tomar en serio porque carece de categorías conceptuales
donde registrarlo.
¿Lo consiguen? ¿Consiguen que
nosotros, hoy, que ya conocemos bien a Levi, nos sintamos golpeados por las
noticias del campo? En parte, sí, porque, aunque sepamos todo del campo,
apenas si hemos querido hacernos cargo de los graves problemas morales o
políticos que Levi desliza, con maestría y discreción, en medio de sus relatos
biográficos. Levi sigue siendo tan molesto hoy como lo fue en su tiempo.
Un
botón de muestra puede ser el alcance moral de la significación del campo, algo
que debería interesar a los profesores de ética y a los políticos, pero que no
se han dado por enterados. Levi tenía claro que para calibrar la hondura del
"naufragio moral" de la humanidad que tuvo lugar en el Lager, había que mirar a las víctimas y
no a los verdugos. Estos son por definición malos y cabe esperar cualquier cosa
de ellos, pero ¿del comportamiento de las víctimas? Ellas son las habitantes de
la zona gris, ese espacio de
envilecimiento que englobaba la cámara de gas y los hornos crematorios. Judías
eran las víctimas pero también los que accionaban las cámaras, incineraban los
cuerpos o molían los huesos. No salimos mejores, dice Levi. Y él se negó a que
les trataran como héroes ni siquiera como mártires. No tenían la grandeza de
los partisanos porque no hay ninguna nobleza en el hecho de ser obligado a ser
y vivir como deportado. Si les tuviéramos que juzgar con los criterios morales
que enseñamos en la escuela o en la iglesia, habría que decir que eran seres
inmorales o depravados. Y ahí, precisamente ahí, aparece Levi, defendiéndoles
como inocentes, pero obligándonos a plantear la ética de otra manera. No como
respeto a la propia conciencia sino como respuesta al título de su gran obra: Si esto es un hombre. Porque desde una
cultura burguesa, que es la nuestra, gente así no es humana. Sería difícil
encontrar entre nuestros afamados profesores de ética -y hay muchos- alguno que
se haya atrevido con la pregunta de Levi. Por eso es tan actual.
En lo que quizá se equivoquen los
editores es en presentar a Primo Levi como el testigo ejemplar, alguien, pues,
"capaz de no repetirse jamás". Levi lamentó "haber contribuido a
la leyenda" de que escribía de un tirón, con claridad meridiana y con la precisión de
un químico. Es verdad que es meticuloso hasta el extremo, que escribe para que
le entiendan todos y que necesitaba contar lo que le había ocurrido. Pero dar
testimonio le torturaba y esto no por tener que revivir el pasado sino porque
su palabra sólo tenía sentido si remitía al silencio de los que no podían
hablar. Le torturaba que sus relatos en vez de facilitar esa comunicación, la
interrumpieran, por eso se esforzaba cada vez en recrear la situación,
añadiendo un detalle, atendiendo al público o introduciendo un nuevo punto de
vista. Eso explica su grandeza y esa genialidad a la que se refiere Georg
Steiner. Pero el éxito y el empeño en dar la cara le llevó a la repetición y a
la rutina. Poco antes de morir confesaba con pesar: "a estas alturas soy
un profesional; me he convertido en un superviviente de profesión, casi un
mercenario". Poco después se suicidaba. Esta confesión no le quita
grandeza pero sí plantea el rigor y la peligrosidad de la memoria. Al nutrirse
ésta del sufrimiento de las víctimas, se convierte en caricatura de sí misma
cuando pesa más quien recuerda que la ausencia recordada. Y a eso no estaba
dispuesto Primo Levi. Por eso siguen siendo tan actual y tan útil esta
publicación.
Reyes
Mate (Babelia, El País, 6 de enero 2016)