Abstract:
En el contexto de "imposturas
de la memoria" habría que mencionar a memorias que olvidan o que
desvirtúan el pasado o que lo instrumentalizan para el presente. Por mi parte
hablaré de la contradicción, entre autores españoles, que se identifican con el
sentido fuerte de la memoria, aplicada a la Shoah, y la niegan al referirse a
España (Guerra Civil y Transición). Trataré de explicar el sentido y el origen
de esa contradicción.
1. En una mesa titulada
"Disputas sobre la memoria, imposturas de la memoria y políticas del
presente", quisiera centrarme en el aspecto "imposturas de la
memoria".
Podríamos abordar el tema analizando
aspectos tales como las memorias que olvidan en el momento del recordar (la
Farmacia de Platón habla de la escritura que olvida todo lo que no queda
recogido en ella); las memorias que manipulan el pasado: lo que Walter Benjamin
llama memoria hermenéutica que es la que
lleva a cabo el criminal para privar de significación al hecho cometido; las
memorias que son instrumentos del presente
como son las de los nacionalismos (Renan: "no hay nación que se precie
que no se invente su pasado"); los que falsifican la memoria como hizo,
por ejemplo, Enric Marco, el personaje que ha suministrado material a la novela
de Javier Cercas, El Impostor.
Un comentario a esta novela:
"Javier Cercas dice que le tocó la
lotería el día que Enric Marco pasó de heroico superviviente a vulgar
estafador. Tenía tema, el tema de El Impostor, en el que Marco es parábola de
nuestro tiempo o arquetipo de cómo nos comportamos.
Marco no es desde luego el primer
estafador. Hace casi veinte años Wilkomirski, autor suizo de "Fragmentos",
un libro donde se inventaba una falsa infancia en un Lager, provocó un
cataclismo. La razón de esta conmoción tenía que ver con la significación de
Auschwitz, un acontecimiento singular porque fue impensable, es decir, escapó a
las coordenadas del conocimiento. Sólo nos era accesible su significación a
través de los testigos. La memoria de los supervivientes adquiría un valor
epistémico de primer orden. La memoria era el apriori del conocimiento, lo que da
que pensar. Un engaño en el testimonio suponía un atentado al pensar después de
Auschwitz y eso no se podía tolerar.
El debate consiguiente se centró en
la verdad de lo ocurrido y cómo contarlo. Estaba claro que había zonas de
aquella realidad que escapaban a la
historia y sólo nos eran accesibles desde le memoria que no es sólo subjetiva,
sino objetiva; que no produce sólo sentimientos, sino también conocimiento. La
memoria del filósofo o la del narrador no es la del historiador.
Mucho de estos debates asoman en la
poderosa novela de Cercas, aunque él, cuando ejerce de ensayista, opta por
desacreditar la memoria. Se cuela en su obra el debate español sobre memoria e
historia y eso desorienta mucho. Porque al entender la memoria como quieren los
historiadores (algo subjetivo y sentimental), tira piedras sobre su propio
tejado. Al fin y al cabo, lo que aquí nos convoca es un caso de falso testigo
para descubrir algunas verdades a través de una mirada moral al pasado: la
memoria." (Publicado en Babelia, El País,
22 de noviembre 2014)
2. Cualquiera de estas daría mucho
de sí, pero yo me voy a fijar en otro tipo de impostura, la de quienes en lugar
de respetar el deber de memoria, se erigen en árbitros de la misma y la aplican
cuando quieren: sí a propósito de la Shoah y no a propósito de la memoria
histórica en España
2.1. Hablemos brevemente del
"deber de memoria", de la memoria que viene de Europa y que resumo en
esta proposición: en Auschwitz ocurrió lo impensable y cuando eso ocurre se
convierte en lo que da que pensar. El deber de memoria consiste en repensar
todo teniendo en cuenta que el acontecimiento precede al conocimiento.
Primo Levi formula esta idea a su manera: “el
acontecimiento es algo que trasciende la verdad y no sólo porque es inefable (inexpresable),
o porque no es reducible a términos lógico-racionales. Hay algo más: el
acontecimiento es, desde un determinado punto de vista, perfectamente
inconmensurable. Es algo que no se identifica con la idea de verdad, al menos
en la versión racionalista con la que la expresamos. " (Levi, 2010, XXIII)
La formulación de Arendt va en la
misma dirección: “Todo lo que sabemos del totalitarismo da prueba de
una horrible originalidad que ninguna comparación histórica puede atenuar...La
terrible originalidad del totalitarismo no se debe a que alguna ‘idea’ nueva
haya entrado en el mundo, sino al hecho de que sus acciones rompen con todas
nuestras tradiciones; han pulverizado literalmente nuestras categorías de
pensamiento político y nuestros criterios de juicio moral”. El totalitarismo es
una novedad, por supuesto, pero que se puede ser manipulada por el historiador
cuando se empeña en buscarle una etiología suficiente, convirtiéndose en una
especie de “profeta del pasado”.
Pero esa manía del historiador olvida lo substancial: “sólo
cuando ha ocurrido algo irrevocable podemos intentar trazar su historia
retrospectivamente. El acontecimiento ilumina su propio pasado y jamás puede
ser deducido de él” (41). (H.
Arendt ”Comprensión y política”, en Arendt, 1995, De la historia a la
acción, Paidos).
2.2.
Mi pregunta es ¿por qué en España los mismos que son muy sensibles a esta
memoria, la niegan a la memoria histórica?
Me permito un muestreo de esta
impostura entre los susodichos intelectuales españoles. Dice Fernando Savater
en "Recuerdos envenenados" (El País, 22-06-2010) lo siguiente:
"La memoria de los crímenes puede
estar justificada en tanto viven quienes los cometieron, pero más allá de la desaparición de estos se
convierte en una carga culpabilizadora que busca nuevos chivos expiatorios y
fomenta discordias y atropellos". De paso lanza una andanada
contra el juez Garzón con su
acostumbrada mordacidad. Dice "En el
caso de las fechorías del franquismo, opino que Garzón desbarra por completo "
("El final de la cordura" El
País, 3-11-2008). Y remata diciendo que la memoria del holocausto es la
que, en el caso del Estado de Israel, justifica "cualquier política
opresora sobre los palestinos". Savater dixit.
El historiador Álvarez Junco, que
acostumbra a ser visto en actos conmemorativos del holocausto judío, se
pregunta en "De historia y amnesia", (El País, 29-12-1997)
que "¿Por qué no proponer, como base de la convivencia,
exactamente lo contrario de lo que exige Santayana: olvidar?". Como bien
se sabe la frase de Santayana "los
pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla", despide
al visitante del museo del campo de Dachau.
Pero nadie como el también
historiador, Santos Juliá, ha fustigado la memoria histórica con su singular
teoría del "echar al olvido", al tiempo que predice el deber de
memoria respecto a las víctimas de la Shoah. Se pone exquisito con la memoria
de Auschwitz en "Destruir el recuerdo del mal radical" (El País, 21-6-2015), criticando el
chiste antisemita del concejal de cultura del ayuntamiento de Madrid, al tiempo
que zarandea un día sí y otro también la memoria histórica española, por
ejemplo en "Amnistía como triunfo de la memoria" (El País, 24-11-2008).
Manuel Cruz es un caso aparte porque es quien lo tiene más
claro. Tiene la ventaja de que no distingue entre el Valle de los Caídos y
Treblinka porque para él toda memoria es conservadora porque hace del pasado
norma del presente; paralizante porque nos hace perder el tiempo en escenarios
de horror que no son los que ahora se llevan; atontadora ya que incita a
compensar la falta de argumentos con
relatos del horror; e inmoral por recurrir al dolor de las víctimas para
justificar lo injustificable (que el hombre no precisa). Al final de un
artículo confuso, este filósofo del postureo acaba con esta perla: la memoria
de Auschwitz "culmina la operación,
iniciada por el pensamiento conservador en la segunda mitad del siglo XX, de
vaciar de todo contenido el presente y liquidar el futuro, dejando como único
ámbito de referencia el pasado, a cuya horrorizada contemplación, según los
predicadores de esta doctrina, deberíamos dedicarnos en exclusiva"
(Manuel Cruz “Que el presente sea…y luego hablamos”, El País, 17-7-2009). No se puede decir más con menos. Con estos
principios, el autor del artículo tendría que acercarse a Place de la
Republique de París con un ramo de rosas y la inscripción "¡Jamás os
recordaremos!".
Podríamos seguir con la atención de El País a la novela de Cercas, El Impostor, un alegato contra la
memoria; o las declaraciones de Juan Luis Cebrián sobre Colombia aconsejando a
Santos que se olvide de la Justicia Transicional. Tienen en común todos ellos
en formar parte de la intelectualidad actual del diario El País, que, dicho sea de paso, tuvo tiempos mejores. Habría que
analizar qué relación hay en toda esta cultura amnésica y las pretensiones de
modernidad del actual diario.
Antes de responder a la pregunta que
abre este apartado, unas consideraciones preliminares:
a) No se
trata de comparar u homologar la Guerra Civil con la
Shoah. Ni Paracuellos ni el Valle de los
Caídos son Varsovia. Se trata sencillamente de ver si hay aspectos en esa memoria
filosófica fraguada en la postguerra mundial aplicables al caso español.
b)
Hay que tener en cuenta que la
Guerra Civil no fue un episodio al margen de la II Guerra
Mundial. Habría que mantener ese vínculo porque había un orden democrático
legítimo que es cuestionado por unos militares que dan un golpe y que vencen
por la implicación del Eje.
Lo
singular de la Guerra Civil española fue que aquí el pueblo luchó contra el
fascismo, algo que no ocurrió en Alemania, Francia o Italia.
c)
La gran diferencia entre España y Europa es que en Europa el fascismo fue
vencido en la II Guerra
Mundial y eso facilitó, por un lado, un juicio legal y moral de condena y, por
otro, el despliegue de una cultura de la memoria amparada en la autoridad de
las víctimas, que ha permitido concretar y materializar la justicia a las
víctimas. En España, por el contrario, la República fue vencida dos veces: en
1939 por el fascismo (una lucha que supuso una guerra civil, algo que no
ocurrió, insisto, en países como Alemania, Francia e Italia, que luego fueron
premiados por los vencedores); en 1945 por los Aliados, cuando vencieron al
fascismo (pese a las voces de los Indalecio Prieto que les recordaron ese
deber).
3.
Tras lo dicho, la pregunta pertinente sería esta: ¿por qué no aplicamos a la
memoria histórica la misma vara de medir? La respuesta es: por el sistemático
olvido de lo que Antonio G. Santesmases llama "la memoria
republicana". Se refiere a lo siguiente: a) cuando los Aliados deciden no
intervenir en España, se inicia un proceso en el que el pasado no cuenta. El
destino de España será el resultado de lo que vaya sucediendo no de lo que ha
sucedido. b) Lo que se impone en España es ,por un lado, la consolidación del
franquismo y, por otro, la aparición de una oposición. En ambos casos el pasado
deja de ser una instancia crítica. Ambos practican "el pasar página".
Que lo practique el franquismo, es comprensible. El libro de Gregorio Morán, El Cura y los mandarines, muestra cómo
la intelectualidad que sustituye a la de la Republica quiere apropiarse del
legado republicano y se presenta como su sustituta. Lo llamativo es que el
olvido lo practique la oposición. Esto ha sido tematizado por Javier Pradera y
Santos Juliá con la teoría de la reconciliación operada por el encuentro en la oposición
de los hijos de los vencedores y de los vencido. La consecuencia de esta tesis
era la de hacer callar al exilio (voz del pasado) y la de disolver el peso del
pasado en gestos de sus representantes en el presente: lo que hicieran Fraga y
Carrillo clausuraba el pasado.
Ese planteamiento merece dos reflexiones
críticas: la primera, que hay que recordar la Carta del exilio de María Zambrano, de 1961, donde hace ver que sin
referencia al pasado, cualquier modelo de convivencia está llamado a prolongar
la historia cainita. Es la respuesta más directa a la tesis de Pradera-Juliá.
La segunda: que reducir el significado del peso del pasado a los gestos de los
supervivientes, es una impostura. La responsabilidad del franquismo no la borra
Carrillo abrazando a Fraga; ni la del estalinismo la borra Fraga tendiendo la
mano a Carrillo. ¿Quiénes son ellos para "echar al olvido", i.e., "acallar
las demandas de justicia de las víctimas? Benjamin hablaba de la
responsabilidad de los nietos sobre los abuelos. Hablaba de una "débil
fuerza mesiánica" capaz de hacerse cargo de lo que hicieron los abuelos o
de lo que les hicieron. Bueno, pues, Pradera-Juliá enmiendan la plana a
Benjamin decretando el poder de los nietos de invisibilizar a los abuelos: en
vez del poder anamnético sobre el pasado, estos predican el poder amnésico.
Pero
tampoco los aliados proyectan sobre España el rigor de la memoria que sí
aplicaron en otros lugares sobre los nazis vencidos. Las víctimas españolas del
fascismo no fueron tratadas como las francesas o judías. Si a las víctimas de
Auschwitz se les honró, recordó, reparó en alguna medida, las de aquí fueron
perseguidas por el régimen español e ignoradas por los aliados.
No
hubo "deber de memoria" para con ellas siendo así que fueron víctimas
activas, que lucharon y murieron por la causa.
Si
grave fue la actitud del franquismo para con ellas, aplicándolas con saña la
segunda muerte, la hermenéutica, más grave si cabe fue la indiferencia de los
aliados que en vez de recordar al pueblo luchador, decidieron invisibilizarle
al desentenderse de su suerte. Esta vejación tiene su expresión plástica en el
hecho, señalado estos días, de que Alemania todavía se gasta en pagar 100.000 euros
en pensiones para sobrevivientes de la División Azul. Y ni se haya planteado
algún tipo de responsabilidad por su participación en la Guerra Civil, por los
bombardeos de la Legión Cóndor o por Guernica. Caso interesante es el de
algunos italianos que se han querellado contra su Estado por los bombardeos del
fascismo italiano a la ciudad de Barcelona y otros lugares.
Conclusión:
La
transición política española cristaliza en un momento en el que domina en
Europa la cultura del olvido. Lo que ocurre en España es que se radicaliza esa
amnesia con la teoría del "echar al olvido", de tratar de justificar
racionalmente la invisibilización de las víctimas del franquismo. España sigue
así un camino opuesto al de Europa, en concreto el de Alemania, que en la
década de los ochenta, se plantea el "debate de los historiadores",
de suerte que mientras aquí se persigue el pasado allí se le coloca en el
centro del proscenio. El epicentro de ese debate es Auschwitz: para quienes,
como Habermas, Auschwitz es un acontecimiento epocal, la identidad alemana sólo
puede conformarse desde "el deber de memoria"... de ahí la irónica
expresión del "patriotismo constitucional".
Mucho
me temo que estos políticos e historiadores españoles sigan circulando por la
autopista de la historia en sentido contrario...pensando que son los demás los
equivocados.
Reyes Mate (Madrid-Tel Aviv, 13 de diciembre 2015)