Decir que Ángela Merkel manda en
Europa es un hecho tan indiscutible como inquietante. El tratamiento de la
crisis griega se hizo como ella dijo y es ella la que ahora está dictando cómo enfocar la ola de
refugiados que llegan a Europa. La
opinión pública vivió con preocupación su prepotencia en el caso griego y ve ahora
con alivio su resolución en el problema de los refugiados.
Manda, pues, pero su liderato
político es una actitud que no querían para sí sus antecesores en el cargo. Se
lo dijo en su momento Helmut Schmidt, alarmado ante "esa prepotencia,
pronta a dar lecciones a los demás, algo que convierte a los alemanes en algo
mucho más vulnerables de lo que parece". Tanto él como Brandt o Kohl
tenían clara conciencia de que Alemania tenía una responsabilidad histórica
respecto a Europa que les obligada a no
traducir en liderazgo político su primacía económica. "Cuando yo
mandaba", decía Schmidt, "siempre dejaba pasar por delante a los franceses
en la alfombra roja. Nunca pretendí convertirme en líder". Un asunto de
estética, pero también de ética.
Todavía hace unas semanas Joachim Gauck, presidente
de Alemania, criticaba la arrogancia de Schäuble con Varoufakis, recordando que
"nosotros no somos sólo lo que ahora somos, sino los descendientes de
aquellos que, en
Ahora bien, esa nueva política ni
beneficia a Alemania, como decía Schmidt, ni a la Unión Europea. No
beneficia a Alemania porque Merkel ha conseguido en poco tiempo cuartear todo
el trabajo de transformación, de reconciliación, de cambio de imagen, llevado a
cabo desde 1945. Como dice Gauck, la Alemania actual es "descendiente de
aquellos". La acción política de la Alemania actual está necesariamente unida de por
vida a su responsabilidad histórica. Y Gauck, al pedir comprensión por la deuda
griega, estaba recordando la monumental quita de 1953 a la deuda alemana, lo
que permitió el tan ponderado "milagro económico alemán".
Pero tampoco beneficia a Europa. El
proyecto de Unión Europea nació, como bien recordaba Jorge Semprún, en los
campos de concentración. Sobre esa memoria se conjuraron vencedores y vencidos para
construir un proyecto político que impidiera los enfrentamientos. Esa memoria de la barbarie debería enterrar
para siempre la tentación de los nacionalismos que habían provocado la catástrofe. Pues bien, la desenvoltura política de
Merkel, poniendo por delante los intereses alemanes sobre los europeos, es la
mejor expresión del olvido del motivo fundacional de Europa. La mediocridad y
falta de conciencia histórica del resto de líderes europeos explica la
ocupación política alemana. Y eso sí que es preocupante porque a Alemania le
cuesta gestionar democráticamente el poder. Como decía Habermas "cuando
Alemania ha sido nacionalista no ha sido democrática y cuando, democrática, no
nacionalista". Merkel está tentada por una Europa alemana, lejos, por
tanto, de la Alemania
europea que ha sido hasta ahora el motor de Europa.
Reyes
Mate (revista Bez.es, 9 de Octubre 2015)