5/3/25

“Debe de haber algo más” o la vocación conciliadora de la memoria en Max Aub

            1. Max Aub ocupa un lugar muy especial entre los exiliados españoles. Son pocos, en efecto, los que reflexionan sobre su experiencia de exiliados. La mayoría vive el exilio como una circunstancia sobrevenida carente de significación especial. Muchos intelectuales hubieran hecho lo mismo de no haber tenido que pasar por el exilio. Para Aub, por el contrario, el exilio se convierte en la experiencia central de su quehacer intelectual. En esto coincide con María Zambrano que pronto descubrió en el exilio la verdadera patria, a saber, ser exiliada, la diáspora. También con Jorge Semprún. Cuando le preguntaban quien era respondía que su verdadera identidad consistía en ser exdeportado, es decir, alguien que aunque fue liberado del Lager de Buchenwald, nunca salió de él. No pudo ser un repatriado (porque no tenía patria a la que acogerse), tampoco un mero a-pátrida (instalado en el cosmopolitismo), sino alguien obligado, impulsado a construirse un espacio personal y político desde su experiencia como deportado.

 Caso parecido al de Semprún es el de Aub. Como Semprún, nunca salió del campo, de ahí que su gran obra esté marcada por ese término, Campo, que son seis: Campo cerrado, Campo de sangre, Campo abierto, Campo del Moro, Campo francés, Campo de los Almendros. Como Semprún el campo lo llevaba dentro y sólo podían liberarse de él en la medida en que creaban un nuevo espacio que no era sólo ausencia del anterior sino uno nuevo. La diferencia entre uno y otro es que en el caso de Semprún, la luz venía de Buchenwald que fue campo nazi y soviético; en el de Aub, de su experiencia en la guerra y posguerra pero filtrada por la cultura diaspórica (la experiencia judía del exilio).